29 de diciembre de 2012

Formas for sale


Luego de todo el discurso arquitectónico hay una cosa cierta: el arquitecto tiene en la sangre un innato deseo por la forma, aunque algunos digan que no. Aunque decir “forma” signifique para muchos una aberración, un pecado mortal o la más grande de las frivolidades. La forma, luego de todo el argumento teórico que queramos ponerle, es lo que se ve de un edificio, lo que a la mayoría les excita de la arquitectura y lo más divertido de hacer. La forma es algo así como un postre y no hay que negarlo, no nos vamos a hacer los del calzón con bobos.

Desde la forma blanca y pura de la arquitectura neo-moderna hasta las excentricidades del deconstructivismo, todo es forma. A cada quien le encanta hacer su rollo y les parece excitante. Si no fuera así, ni el arquitecto de las formas puras ni el de las excentricidades se indignarían ni estrujarían sus entrañas al ver mancillada su obra. Al arquitecto le duele en el alma que no respeten la forma de su arquitectura.

En el rincón artístico que todos los arquitectos tenemos (unos más grande que otros) existe ese deseo incandescente por la forma. El deseo de impactar a los demás por lo que ven o simplemente por representar lo que ellos como arquitectos son, hacen o saben. Todo se resume en la forma. En lo más recóndito de su ser saben que lo demás es un complemento, que en el siglo XXI es más importante lo que entra por los ojos.

La arquitectura se ha convertido en una fórmula que vende formas. La arquitectura es una fórmula. Ahora cualquier tipo de arquitectura tiene parámetros y lineamientos para hacer arquitectura y si no los sigues simplemente estás profanándola y tienes las puertas abiertas para encasillarte en otra (que también tiene sus propias restricciones). Si no te encasillas en alguna no estás haciendo arquitectura. Si no te encasillas, tu arquitectura no es académica y está mal hecha. Hasta la libertad es una manera de encasillarte porque si tomas la decisión de hacer una arquitectura de tal o cual tipo ya te estás encasillando y no eres “libre”. La arquitectura que nos dan los medios, la que hemos aprendido, es una camisa de fuerza.

Probablemente desde que Vitruvio dijo: estabilidad, utilidad y belleza, se empezó a encasillar a la arquitectura. Las dos primeras características no son exclusivas de la arquitectura ya que todo en esta vida debe contar con esas dos generalidades: estabilidad y utilidad. La tercera, la belleza, es muy subjetiva. Es por ello, de repente, que se dio lugar a tantos intentos por hacer a la arquitectura “bella” y es por ello que nos encontramos ahora con un montón de ideas desperdigadas en favor de la forma, la creatividad y la innovación. Son tantas y tan variadas que una con otra no pueden relacionarse y si lo hacen, esa relación se convierte en una herejía arquitectónica, un error. 

Hay en estos tiempos un raro y abierto deseo por la creatividad y la innovación que carece de una fuerte raíz, ya que ese deseo se termina plasmando únicamente en formas. Todos quieren hacer las cosas bellas y ese es el parámetro más restrictivo de la arquitectura. 

¿Qué es la belleza? La belleza debe ser alguna sensación agradable que te genera algo que ves y lo que ves en la arquitectura es la forma. La bella y encandiladora forma. 


A algunos les parecen bellas ciertas formas osadas, caóticas y cargadas; esos esfuerzos puntiagudos, sinuosos y sugerentes en los que aflora su temor a las cosas vacías y a lo no atrevido. La creatividad súper espontánea es el mayor argumento que tienen y en nombre de la libertad declaran ser los artistas más innovadores. Para ellos los demás son simplemente unos aburridos parametrados que carecen del don divino que ellos sí poseen.

Otros dicen que la forma les es esquiva y sin importancia, que en la arquitectura hay otras cosas que tienen más valor. Pero en su innegable y sin escapatoria búsqueda por la belleza terminan haciendo mascarillas que se convierten en adornos. Su forma se resume en alguna especie de insignificante costra o chantilly que el tiempo no tardará en traer abajo.

Otro importante grupo cree que los dos anteriores son superficiales y carentes de seriedad. Creen que ellos deshonran la buena arquitectura. Creen que las formas pulcras, sencillas y bien definidas son el mejor ejemplo de cómo se deben hacer las cosas; esa es su camisa de fuerza y en ella se sienten plácidamente a gusto. Probablemente esta arquitectura sea la que cuente con más parámetros y limitantes ya que, si no respetas esas formas carentes de superficialidad y ornamento, no puedes ser parte de su selecto y blanquecino grupo. Para ellos su arquitectura es de un nivel superior y a ella solo se entra por una puertita muy reducida en la que solo ingresan arquitectos con los mismos principios arquitectónicos; arquitectos puros y blancos que aborrecen el adorno.

En el fondo todos van por el mismo camino y todos quieren demostrar que su arquitectura es la correcta. Que su concepto de belleza es el más convincente. Finalmente sus reducidos discursos recurren a los mismos argumentos, que la luz, que fulano de tal, que lo verdecito, que le tengo pavor a la gravedad por eso no toco el piso, etc.  

En el fondo todos estos grupos (y los que seguro faltan) terminan vertiendo en la forma todo lo que ellos creen de la arquitectura y eso los vuelve ampliamente superficiales y exclusivos. Esta arquitectura claramente es exclusiva. La arquitectura es una burbuja de acero inoxidable y en la actualidad se limita a ser, en su lado más agradable, tan solo una máscara.

La ferviente y multipartidaria búsqueda de belleza en la arquitectura ha llevado a una obstinada y cegada exploración de formas; estas formas están escondidas en un sinnúmero de conmovedores argumentos que siempre convencen y enamoran pero que luego luego se desmoronan con el flash de una cámara fotográfica. 


Por Israel Romero Alamo

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