9 de diciembre de 2012

Kitsch y kitsch y medio


El otro día vagabundeando por Facebook nos topamos con Trujillo KitschLuego entramos a la página. Lo que vimos era lo que esperábamos ver, una justa dosis de obras artístico-urbano-arquitectónicas puestas en este escenario digital que cual chimpancé recargado de gracia estaban dispuestos para conmover a visitantes como nosotros. Viéndolos, notamos que este conjunto de elementos bien denominados kitsch, alardean inconscientes de su desproporción, descontextualización y sobre todo de su facilidad para utilizar con bastante entusiasmo ciertas particularidades formales que al juntarse hacen una ensalada de fruta que, por su único carácter visual, trastoca las débiles retinas de quienes cuentan con un refinadísimo sentido del buen gusto.

Ornamento en murales de cementerio. Fuente: www.facebook.com/trujillokitsch 

Yendo más allá, notamos que esta apreciación particular de estas expresiones poco “artísticas” sobrepasa a una página de esta red social, es parte de lo cotidiano. Al ver la férrea posición ninguneadora de quienes guardan este pensamiento superior y de quienes nos facilitan este espectáculo de superficiales alegorías cuasi-artísticas (que suelen revolcarse gustosos en el ornamento) llegamos a la obvia suposición de que ellos nunca han caído en estas antiacadémicas costumbres y que luego de los tres, cinco o diez años entre libros, profesores y buena alimentación visual, su accionar creativo pasa básicamente por lo artísticamente celestial y por lo antagónico que podría ser para estas expresiones kitsch, algo aburrido.

Los impulsadores del arte académico hacen todo lo contrario a esas ensaladas de frutas que miran con lejanía, ironía primaveral y náusea incluida. Ellos probablemente son devotos neoplásticos y adictos a Piet Mondrian y Mies van der Rohe, tanto así que es posible que experimentan excitantes retorcijones de placer al observar las obras del arte académico moderno y de sus principales exponentes, cosa que no sucede al ver las cositas kitsch que afean sus ciudades cual acné en piel lozana.

Ellos en su vida harían un zapato gigante para vender zapatos dentro, nunca colocarían una estatua de Francisco Pizarro o de Ai apaec bailando marinera, jamás harían una casa con un techo falso a dos aguas con tejas encima y con cerámico de baño debajo rodeando a la ventana de vidrio reflector verde.

Lo que ellos harían sería una miesanada en la que los colores sobrios serían los elementos infaltables y la mayor racionalización de material y forma serían el estandarte, en donde siempre un cristal inmenso sería rodeado por un bordecito blanco como el último smartphone touchscreen. Ellos utilizarían una sobria parrilla de madera (ideada de alguna revista) para tapar un pedazo del cristal y repetirían este ejercicio en una contundente superposición intercambiando el eje X por el eje Y. Su único adorno sería revestir un único muro inferior con la más gris de las fachaletas (al no poder hacerlo con mármol o concreto armado) y colocarle un par de luces dicroicas inspiradas en alguna otra revista extranjera. Lo que ellos harían (a falta de lo anterior) sería algunas morisquetas cuadriculadas con drywall para demostrar su altísimo grado de sobriedad, conocimiento y dominio artístico.

Lo que ellos harían en el espacio público, en lugar de la literal estatua, sería colocar un muro que se cruza en el aire con otro muro y listo, un jabón Moncler gigante, no porque quiera ser un jabón sino por lo abstracto de su forma, lo que harían sería una cosa mondrianesca que sólo el mondrian de turno entendería, pero que sería admirado por todos los artistas académicos por su natural apariencia de arte internacional y académicamente aceptado.

Si analizamos con detenimiento qué es algo kitsch, entenderíamos que lo kitsch es una copia mal copiada de algún arte y que por lo tanto algo kitsch también resultaría ser una alienación, como muchas con las que nos podemos topar. Es muy probable que, si fuera el caso, la expresión artística y arquitectónica de nuestros coterráneos académicos sea vista con la misma mirada repulsiva y con la misma gracia agudita desde otras realidades geográficas y temporales así como sucede en las diversas categorías de nuestro tercermundista país.

Típico frente contemporáneo en nombre de la arquitectura moderna.

De repente si Mies y Le Corbusier estuvieran aquí y ahora, repararían en su existencia como arquitectos al ver tanta fotocopia de su obra, en donde sus propios feligreses son serios partidarios del drywall y el block de vidrio.
Aquellos partidarios de hoy desmembran la arquitectura y el arte por su pura expresión formal y apariencia, la analizan y se alejan automáticamente de lo banal, gracioso y ridículo del arte kitsch con el único deseo de deslindarse social, cultural e intelectualmente de la empalagosa y mugrienta expresión antiacadémica que existe en sus subdesarrolladas ciudades. Sin embargo, son como aquel maestro de obra y aquella ama de casa que discuten acerca de los colores y materiales de esa arquitectura chicha y kitsch (que no son lo mismo pero de los cuales la barrera es delgadísima) con la diferencia que los académicos superiores discuten por alguna mueca formal de la fachada, sin saber que ésta cuenta con la misma dosis de superficialidad solo que esta está escondida entre argumentos floridos, ornamentados y más kitsch que lo que ellos tildan de kitsch.

No los culpamos porque, vamos, todos en distinta dimensión somos zombies detrás de la idea de que lo que no está hecho académicamente no está bien. Nos han enseñado que es mejor un recipiente blanquecino y cuadriculado a un taper con forma de riñón envuelto en papel aluminio para regalo navideño. Vivimos como ese mismo zombie, en una atmósfera utópica y no nos damos cuenta que vivimos en un mundo y en una era kitsch de la que no podemos escapar y la que no podemos negar.

Algunos son kitsch haciendo cosas estrambóticas, otros lo son más sutiles: copiando el arte legendariamente correcto. Lo kitsch no es ni bueno ni malo, lo kitsch simplemente existe. Y cuidado, que hasta la ironía es huachafa y kitsch.

Por Israel Romero Alamo

 

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