14 de noviembre de 2017

2011 - 2017

En estos siete años La Chimenea se ha dedicado a hacer y promover la crítica de la arquitectura peruana, de manera pública y anónima. A partir del presente dejará de hacerlo.

Israel Romero Alamo

30 de septiembre de 2017

Referentes de la banalización

Por Israel Romero Alamo


Podían existir dudas con la presencia de Plan Selva (representada por Elizabeth Añaños) o Semillas (por Marta Maccaglia), pero eran, a fin de cuentas, la excepción que confirmaba la regla: que lo que la maquinaria oficial (auspiciada por Arkinka) entiende como “referentes de la arquitectura peruana” es la enésima repetición de una aburrida película local.

Las conferencias que Arkinka ha llamado “Referentes de la Arquitectura Peruana” (v.1, v.2, v.3 -y las que vendrán) son algo así como una nueva versión de los 10! (v.01, v.02 y v.03) de Espacio 24 (2010) o lo más parecido a las muchas conferencias que se han dado en recintos universitarios como “conferencias magistrales” o como conferencias de fondo en los congresos para estudiantes de arquitectura en los últimos años del siglo XX.

A decir verdad, en parte, son conferencias que fuesen poco importantes si no las promoviera Arkinka; y es que al ser la revista independiente más longeva con vida aún, todo lo que haga tendrá algo de relevancia en el mundo arquitectónico nacional; y además son importantes porque es lo que muchos consideran erróneamente como algo ‘normal’ o positivo.

Existen tres fuertes razones para indicar que lo que oferta Arkinka tiene justificaciones más profundas que “exponer y documentar la arquitectura peruana contemporánea” o “fortalecer la formación de los más de 25 mil estudiantes de arquitectura peruanos” -como dice la revista-; nada más alejado de la realidad.

1.     Porque es una costumbre que a los arquitectos les cuesta dejar. 

Este es el reflejo de una situación postcolonial a la que los arquitectos están acostumbrados. Como El Arquitecto Peruano durante el siglo XX, Arkinka, hoy, como poder mediático que representa, tiene un protagonismo vital. Pero también como El Arquitecto PeruanoArkinka, es una revista que nace de una élite cultural y profesional fácil de reconocer pero difícil de penetrar.

Tanto Fernando Belaúnde como Frederick Cooper han sido los encargados de mantener la "arquitectura peruana" ‘valiosa’ y ‘valorable’ como artefacto de pocos, hoy, tomada por algunas universidades capitalinas. En este sentido, poco se hace por abrir el abanico expositivo a nuevos arquitectos distintos social, generacional y culturalmente a los siempre expuestos. La división entre algunos arquitectos y el resto es clara. La presencia del “otro”, del arquitecto genérico, de la masa, siempre termina reduciéndose al papel de espectador, de receptor, y en ciertos casos de ligero cuestionador del “referente”, pero nunca de un protagonista ‘valorable’ en igual medida al ‘original’ allegado a dichos grupos.

En esta concentración aparece una abrumadora (cuando no es total –y que no es de pura casualidad) presencia limeña. Esta asume una actitud paternalista y adiestradora de todo aquello que le es lejano, como lo distinto, lo provinciano, y de estigma educable y culturizable.

En esta actitud existe evidentemente un implícito sesgo clasista (como extensión de las mismas obras expuestas) que nadie se detiene a observar por el predominio del atarantador objeto/discurso arquitectónico, y que es tan solo un producto más de problemas de raíces profundamente históricas. Esto, sin embargo, no limita la inclusión de elementos eventualmente diferentes (como la exposición del -también cuestionable pero políticamente correcto- Plan Selva o la eventual inserción de contadísimos referentes foráneos) siempre y cuando provengan de la misma cuna oficial o mantengan una postura dócil, tímida, condescendiente y “respetuosa” de las costumbres coloniales del grupo de poder. En este episodio, la inclusión de aparentes “otros” se resuelve como un forzado ademán de integración que se desvanece tan pronto acaba el acto. 

Los arquitectos que tienen el poder mediático y los protagonistas del mismo se niegan a dejar estas tradiciones porque les es más cómodo regodearse en ellas, y sobre todo porque mantienen a la arquitectura con cierto 'estatus', lo que prolonga, además, la supremacía de ellos mismos como pseudo-salvadores.

2.     Porque es un evento eminentemente comercial. 

Y aunque esto sea algo obvio, la intención mercantil de Arkinka atraviesa y tergiversa la selección de sus “referentes” a tal punto de convertirla en una fugaz concentración de allegados. Esto hace que la elección se concentre en personajes mediáticos y que no pase necesariamente por quienes estén haciendo “buena arquitectura” o arquitectura de mediano interés para el país, como supondría un título de tal pretensión. Esto no quita la calidad arquitectónica que algunas de las obras expuestas puedan contener; no obstante ese no es requisito vital para estar en la lista de Arkinka.


El evento no debería hacer mención al Perú, ni tampoco a Lima, sino a algunos grupos de la capital, pues es ese el sombrero del que sacan sus “referencias”. En parte por ello, por la autodenominación y apropiación unilateral de lo ‘nacional’, es que eventos como estos se vuelven hechos cuestionables.

Referentes de la Arquitectura Peruana. Fuente: Facebook Arkinka

La búsqueda, por lo tanto, no supone mayor profundidad y mucho menos una consciencia de la calidad proyectual, sino una rápida mirada a la agenda de (amigos o) colegas de la casa de estudio (como en v.2, en la que todos son allegados a la PUCP). Y es que ese fin comercial opta por el facilismo y por la ausencia de una revisión crítica nacional responsable. La selección está basada en la obsesiva fijación por quienes vienen siendo más publicados, comúnmente celebrados y en algunos casos idolatrados, con el fin de asegurar una asistencia masiva. Se escoge lo que se sabe va a vender. Y en este sentido, juntar a Baracco, Crousse y compañía en un escenario es un éxito comercial rotundo.

El principal logro de este evento es la repartición de vanagloria a mano de la indirecta alimentación de modelos anticuados y dañinos como el del ‘arquitecto estrella’.

Esto se refleja en lo que se expone. No existe en la obra de los “referentes” cambio en la manera tradicional de hacer arquitectura ni tampoco en la forma de enfrentarla a la realidad. Y no solo pasa por el aspecto tipológico (en el que sobreabunda ridículamente la vivienda unifamiliar y vivienda temporal), sino también en las estrategias proyectuales ya vistas por décadas, aunque ahora las alumbren discursos comodines. En lo espacial, formal o contextual, para hablar siquiera de situaciones ‘sencillas’, no hay aporte o innovación, y por lo tanto lo que debería ser una “referencia” para estudiantes se convierte en un conjunto de obras que repiten fórmulas, independientemente de la tipología (vivienda o no vivienda), el contexto (urbano o natural) o el cliente (privado o público). 

Las obras mantienen la continuidad del tradicionalismo artístico y arquitectónico de soluciones serviles, estratégicamente comerciales e insustanciales pero de discursos rimbombantes, como las obras de Javier Artadi o Luis Longhi, adecuadas con disfraces distintos a la moda de turno. Y es que aun cuando parezcan arquitectónicamente antagónicas, son parte del mismo reducto teórico (pobre y demagógico) y de comunes enclaves sociales, económicos y culturales. De esta forma se mantiene la actividad endogámica, trivial y espectacular a la que nos tiene acostumbrada la arquitectura peruana en toda su etapa republicana.

3.     Por ausencia teórica e interés crítico. 

Al ser el fin comercial el primero, el evento se convierte en una reunión de estudiantes captados de forma sutil para cumplir ese papel del “otro” y así finiquitar la estrategia comercial de la revista. Sin embargo, el rol de los “oidores” se torna lamentable al mostrarse como entes incapaces de ofrecer una interpelación lógica y consistente frente a discursos proyectuales deleznables y fácilmente aniquilables con un mínimo de sustento teórico. 

Tampoco hay mayor cuestionamiento del formato concierto-de-rock, “conferencista” vs. “oyente”, propio de una empresa colonizadora que busca preservar la idea del arquitecto estrella y del NN oidor. Ni tampoco hay una posición crítica de profesionales que intervengan activamente para identificar y señalar pretensiones y falacias y así cuestionar la vigencia de eventos de este tipo, que lejos de aportar al enriquecimiento cultural perennizan la vanidad de algunos y la banalidad del desarrollo del arquitecto en formación.

Ni qué decir de ciertos teóricos o “críticos” que forman ya parte del absorbente y oficioso mundo del star system, los que, conociendo el estado de la cuestión, no hacen más que demostrar su inutilidad guardando silencio en sus cómodos escritorios universitarios y escondiéndose detrás de su ruma de poco relevantes publicaciones indizadas. Son, hoy por hoy, privilegiados y pasivos espectadores de la estupidización colectiva.  

Eventos de este tipo son alimentados con modelos educativos de excesivo protagonismo proyectual y de pobrísimo acompañamiento teórico e histórico; falencia neurálgica en la mayoría de escuelas de arquitectura del país que lamentablemente incentiva el pragmatismo proyectual y la fácil y automática asimilación de discursos inconsistentes. Este tradicional suceso se refleja en la ‘vigencia’ de eventos comercialmente redituables de estas características. 

El panorama en la arquitectura peruana, la que se difunde y la que (por el predominio proyectual de la profesión) termina interesando a la mayoría del público objetivo, no se ve en profundidad alterado, y por lo tanto sigue en su insignificancia social y en su conservadurismo sectario, aunque discursos conmovedores y fotos bonitas pretendan decir lo contrario.



26 de agosto de 2017

Identidad retocada: contradicciones en la búsqueda de una arquitectura peruana contemporánea*

Por Raquel Maldonado Pizarro


En el Perú de los últimos años, es difícil referirse a una arquitectura nacional contemporánea sin recurrir a las constantes referencias de los galardonados arquitectos peruanos en el mundo; los mismos que inauguran “esplendorosas” obras no solo con programas casi siempre similares, sino con la materialidad y el carácter que pareciera emerger de una portada de revista repetida.

Precisamente por tratarse de la principal referencia de la arquitectura nacional en los ámbitos internacionales, son estas obras las que cargan el título de “arquitectura peruana contemporánea”. Es así, que son: las casas de playa, las casas de campo y los chalets, la principal referencia de nuestra arquitectura nacional, en un escenario en emergencia que dista enormemente de los atractivos nombres de las obras premiadas. ¿Es posible hablar de una arquitectura nacional sin el reconocimiento de la colectividad?

Tal como expone el antropólogo Joel Candau en su texto Memoria e Identidad (2001), para que exista una identidad fuerte y un sentido de pertenencia, es fundamental que exista una memoria reconocida por la gran mayoría de los miembros de un grupo; sin ésta, es imposible hablar de identidad. Es por eso que, en la actualidad, es difícil y hasta peligroso reconocer que existe una arquitectura peruana contemporánea con nombre y apellido, o por lo menos con identidad propia.

No obstante, como se menciona al principio, el ejercicio de la arquitectura más notable en nuestro país, se reduce cada vez más a la adaptación de modelos mundiales exitosos, a la búsqueda de la forma de portada de revista, casi al “escaparatismo constructivo”; y por supuesto, reflejan una realidad por demás alejada de lo que los peruanos de a pie están acostumbrados a ver, apreciar y reconocer como suyo.

Estas obras con presupuestos soñados se convierten en lo inalcanzable para esta mayoría, sin embargo y de manera contradictoria, poco a poco se van consolidando como la “arquitectura oficial” y aceptada en el argot de la élite profesional limeña que dirige el resto del país. De este modo y casi a la fuerza, se intenta contener la arquitectura del Perú en Lima, subvalorando lo local o lo que no se encuentre estéticamente ligado a los cánones oficializados por una minoría. El arquitecto Jorge Tomasi, discrepa de esta postura, mencionando que este discurso se consolida como una especie de dogma, “convirtiéndose en arquitectura implantada que busca delimitar aquello que será avalado y lo que no” (Tomasi, 2006). Esto, sin lugar a dudas, además de desacreditar las construcciones y las formas tradicionales de habitar, contribuye en generar segregación social con el simple hecho de establecer un usuario tipo y lo que le corresponde como hábitat; catalogando incluso los materiales, las funciones y los espacios. Es decir, se genera una arquitectura elitista.

Como es históricamente conocido y según lo explica el reconocido arquitecto Spiro Kostof, desde la aparición del primer arquitecto en el mundo, este siempre ha estado relacionado con la riqueza y el poder. Por lo tanto, la consciencia arquitectónica que se enseña de generación en generación ha cargado con una falta de estímulo social -tan necesaria en nuestros tiempos-, como una materia mal aplicada.

Si partimos por el hecho de definir, según la propia misión del gremio de arquitectos peruanos, que hoy en día la arquitectura además de construcción debe ser un puente de oportunidades para mejorar el hábitat de una población; la labor del arquitecto no puede reducirse a crear islas sino que debe tejer hilos lo suficientemente fuertes, de manera que la población entera se vea beneficiada. Estos hilos solo se pueden construir cuando la sociedad conoce el significado de las cosas para darles un sentido de pertenencia.

Como lo define el arquitecto Jacob Bakema en su obra La arquitectura y la nueva sociedad (1960), “la arquitectura es simplemente la expresión espacial del comportamiento”. Consecuentemente, en el presente escenario nacional, donde lo desigual es lo común, la arquitectura debe adaptarse y dejar de ser altiva e incomunicante; sino que debe actuar como medio para reducir estas desigualdades. En ese contexto, hablar de una “arquitectura oficial”, no hace más que imponer y seguir generando diferencias. Este discurso se ha instituido en el imaginario colectivo como la corriente oficial de lo que está permitido hacer en el Perú para ser merecedores de un galardón tanto físico como de aceptación profesional y social. Es por eso, que no solo genera diferencias entre la población, sino también entre los mismos arquitectos. Lo que se produce fuera de estos estándares es mal llamado huachafo, sin gusto y hasta banal; y nuevamente se generan contradicciones en la delgada línea de la integración.

¿Es acaso pertinente destacar la creación de lo común frente a un escenario de pluralidad tanto cultural y social como lo es el Perú? El problema radica en que el ejercicio de la arquitectura nacional se ha afianzado como un espectáculo narcisista y sumamente personal. Se busca una recompensa antes que una satisfacción, se trabaja motivado en el galardón antes que en los resultados; acomodándonos para ello en lo seguro, en lo oficialmente aceptado e ignorando por completo la realidad que nos desborda.

Es por eso que es bastante atrevido pensar que una arquitectura sumamente local, elitista y sobre todo estandarizada, pueda ser suficiente como para representar la identidad de un país. Estas características no solo desmerecen la consolidación de una arquitectura nacional porque separan y hacen diferencias, sino que además contribuyen en seguir generando segregación.

En nuestro actual escenario, la idea de que una arquitectura elitista sea la representación de lo “oficial”, debería estar por demás descartada, ya que es nocivo adjudicarle el peso de un carácter nacional cuando ésta solo sirve a una minoría. La arquitectura de calidad es un derecho fundamental para toda la sociedad porque ésta última es la razón de ser de la otra. Por lo tanto, la búsqueda de la aspirada arquitectura peruana contemporánea, debería responder a mejorar la calidad de vida de la colectividad.

No es suficiente con nombrar el proyecto en algún dialecto autóctono para quitarnos el peso de la responsabilidad. Hace falta mirar con nuevos ojos, quitarnos las posturas aprendidas y empezar a ser conscientes de las cosas que se podrían cambiar si hiciéramos de la creación un verdadero baúl de oportunidades para todos. Existen ejemplos cercanos de lo que se puede lograr si dejamos de lado la búsqueda del elogio para empaparnos de la verdadera razón de ser de nuestra profesión. Ciudades como Medellín o Sao Paulo nos han demostrado la capacidad que tenemos como profesionales para mejorar la sociedad e intentar afianzar una identidad real mediante la arquitectura.


En ese sentido, es bastante irrisorio pensar que estamos cambiando algo para mejor cuando permanecemos en el terreno cómodo, bajo la sombra de lo aceptado y de los aplausos dados por sentado. La verdadera acción y la verdadera necesidad están ahí afuera, donde se menosprecia la invención por no reconocerse dentro de los paradigmas importados: en ese albañil que se te acerca a pedirte que lo apoyes “con un dibujito” en su terreno de 90 m2 o en esa maestra que anhela construir su vivienda en el pico más alto de Cerro de Pasco. Esa es la verdadera realidad de la que tanto escapamos.

En estos terrenos se necesita la creación ganadora de los premios internacionales, en estos terrenos hace falta consolidar las bases de una arquitectura nacional contemporánea, con más trabajo y menos disociación. Ya es tiempo de que los arquitectos peruanos dejemos de aspirar a ser estrellas y comencemos a trabajar por unificar, desde las facultades hasta los egos más consolidados. La arquitectura peruana contemporánea nunca ha estado más expuesta al mundo como en estos últimos años.

Reconocidos arquitectos peruanos están siendo catalogados como los portadores de los lineamientos de la arquitectura peruana contemporánea en Latinoamérica. Sin embargo, esta oficialización de lo común y de lo aceptable, no hace más que reflejar un espejismo irreal que solo existe en la imaginación idealizada de algunos arquitectos. Lo que se proyecta al mundo no es lo que hay en el Perú, ni siquiera se acerca a parecerse. Este país no necesita construir más casas de playa emergidas de un mismo patrón, es momento de despojarnos de las poses y de intentar construir en el mayor sentido de la palabra, una arquitectura nacional real y consolidada, donde se utilice el arte de la creación para mejorar el hábitat de una nación y no solo de unos cuantos.

Si queremos consolidar una arquitectura nacional contemporánea como una vía para consolidar nuestra identidad -o por lo menos ser merecedores de adjudicarnos su representación-, debemos empezar por incluir en el proceso a la otra cara de la población. Esta es nuestra realidad y también hay que ocuparse de ella, ya que hace tiempo que el Perú dejó de ser solo Lima, Lima el Jirón de la Unión, y el Jirón de la Unión, el maremágnum de la élite. Estamos pues, ante otra realidad que desborda nuestros linderos reconocidos.


Referencias:
Candau, J (2001) Memoria e identidad. Buenos Aires: Ediciones del Sol.
Tomasi, J. (2006) Arquitectura oficial y arquitectura popular. Una relación conflictiva. Mendoza: Ciacot


* Ensayo finalista en el Primer Concurso Nacional de Crítica Arquitectónica (2016).

19 de agosto de 2017

El espacio impermeable de las estaciones del Metropolitano*

Por Simone Censi


La ciudad contemporánea se puede considerar como una maquina muy compleja cuyo funcionamiento requiere del aporte de un alto número de actores con conocimientos especializados.

La gestión de una gran cantidad de aportes es una tarea muy delicada y a veces se nota una falta de visión general o una incapacidad de coordinar con provecho algunos temas transversales a las varias acciones singulares. Las características espaciales de un centro urbano resultan ser una de las cuestiones frecuentemente ignoradas, en cuanto se encuentran fuera del ámbito de competencia del arquitecto, concentrado en el edificio particular, y del urbanista, preocupado sobre todo por las dinámicas sociales, económicas y funcionales de la ciudad.

El tema espacial queda así ignorado y eso se nota bien cuando se miran los espacios residuales de la ciudad, espacios que se generan tras largos procesos de modificación y muchas veces faltos de calidad arquitectónica. Este ensayo quiere enfocarse en la difícil relación entre el espacio público de la ciudad y el sistema de estaciones del Metropolitano (Lima), subrayando la importancia de una crítica que no solo se enfoque en las obras construidas sino que mire también a los caracteres espaciales y al uso de todo el entorno físico del hábitat humano, que tenga o no pretensiones arquitectónicas.

Las estaciones del Metropolitano son elementos que podrían generar grandes ventajas en la ciudad gracias a sus grandes flujos, pero en realidad resultan herméticas al espacio urbano que las rodea y son privadas de cualquier tipo de relación con los edificios cercanos. Estas estaciones son elementos concebidos según un elevado nivel de especialización el cual solo permite que los usuarios, una vez al interior, queden a la espera del medio de transporte. Por el tiempo de espera de los usuarios no se prevé ningún tipo de actividad que no sea la misma espera y como consecuencia el espacio de estancia viene aislado y resulta privo de cualquier interacción con actividades comerciales o de diversión.


Estación Canaval y Moreyra del Metropolitano (Lima). Fuente: El Comercio

Esto afecta tanto al usuario del Metropolitano como al mismo tejido urbano. El espacio de cada estación es un espacio que tiene reglas propias y horarios de apertura y al cual se puede acceder solo tras el pago de la entrada. Esto significa que tal espacio se puede considerar de alguna forma extraterritorial y aislado de su contexto. En este caso se podría hablar de espacios múltiples como espacios que presentan caracteres distintos y que se encuentran uno adentro del otro. Tales espacios, a pesar de que tengan áreas una al interior de la otra, resultan profundamente distintos en cuanto a sus caracteres. Según esta perspectiva se puede notar cómo los espacios de las estaciones del Metropolitano pueden quedar tan impermeables a su entorno.

Enfocándose en el tema del uso y observando la relación con el entorno construido es posible darse cuenta de las potencialidades que podría ofrecer el flujo de usuarios del Metropolitano pero que se desperdician. Desde siempre la interacción social y comercial generada en los cruces viales, en las estaciones de intercambio o en las áreas de grandes flujos ha determinado el nacimiento o el desarrollo de los centros urbanos y esto es un fenómeno al que no se debe renunciar. Cuando hay interacción las ventajas son evidentes y esto en Lima se nota muy bien, dato que, en comparación con otras grandes ciudades del mundo, tiene procesos muy rápidos.

En Lima se nota que en los alrededores de los paraderos de autobuses se desarrolla una fuerte presencia de comercio que por un lado va a ocupar las plantas bajas de los edificios y por otro lado crece en manera informal. En específico el comercio en las plantas bajas resulta ser muy importante en cuanto garantiza accesibilidad al servicio por parte de la población vecina, porque constituye un presidio que garantiza un cierto grado de seguridad en la calle y porque favorece la densidad y el desarrollo en altura de la ciudad con una variedad de funciones diferentes.

Es fácil notar cómo la estaciones del Metropolitano no favorecen estas dinámicas, al revés, resultan impermeables y aisladas del entorno construido. Sobre el tema del comercio informal hay que decir que la rigidez de la organización de las estaciones del Metropolitano por un lado garantiza una alta eficiencia en cuanto a transporte pero por el otro no permite la evolución de procesos que desde siempre han contribuido a la evolución de las ciudades y podría ser interesante tratar de formalizar tales procesos en vez de interrumpirlos.

Perder ocasiones favorables al desarrollo de un comercio de barrio que aproveche de los flujos desfavorece la interacción entre vecinos y sostiene una idea de ciudad construida por compartimentos, un modelo que favorece a los centros comerciales. Las estaciones del Metropolitano se proponen como elementos extraterritoriales entre ellos, iguales y reconocibles, que unen en red espacios entre ellos distantes según una lógica de relaciones reticulares que se enfocan más en el criterio de distancia temporal que en la distancia espacial.

Mirando la cuestión espacial se nota cómo estas estaciones contribuyen a fragmentar el espacio público de la calle porque constituyen un obstáculo tanto físico como visual que se pone en el centro de la vía. La ciudad resulta así ulteriormente compartimentada según una idea por la cual cada espacio tiene un alto nivel de especialización funcional en el que las dinámicas no interactúan; el contrario de cuanto se está haciendo con proyectos urbanos contemporáneos que buscan un uso mixto del espacio público, como en el caso de las Superillas de Barcelona.

El tema del transporte urbano no puede ser de exclusiva competencia de la ingeniería que se propone solucionar el problema de la movilidad sin pensar en las dinámicas que cada sistema genera en el tejido urbano, modificando profundamente su uso. Es importante que la arquitectura se enfoque en todos los aspectos del espacio construido, ofreciendo sugerencias e impulsando grandes o pequeñas modificaciones, consciente de que el entorno urbano vive procesos de continua modificación que van acompañados y que no se pueden simplemente proyectar y abandonar a su destino. El caso de las estaciones del Metropolitano enseña que sería importante buscar siempre una relación entre los elementos que definen el espacio urbano y tratar de generar más interacciones posibles en vez de limitarlas, esperando que los nuevos proyectos de sistemas de transporte en la ciudad de Lima tomen en cuenta los fenómenos relacionados al uso y los caracteres espaciales.


* Ensayo finalista en el Primer Concurso Nacional de Crítica Arquitectónica (2016).

8 de junio de 2017

Sobre crítica y críticos - Elio Martuccelli

Prólogo al libro "Sobre la siempre incipiente y confusa crítica de arquitectura en el Perú" (2017) Israel Romero Alamo




Algunos años atrás, también a pedido de Israel Romero, escribí un comentario de su libro El Starchitect Peruano. Dicho libro se propuso analizar a los arquitectos que supuestamente ocupan la punta de la pirámide del éxito profesional en nuestro país. Escribir sobre colegas en actividad es siempre delicado y medir el éxito de cada uno aún más: fácilmente puede uno ganarse enemigos.

Los mencionados en aquel libro formarían parte de una especie de élite arquitectónica en el Perú, que provienen de los mismos centros académicos, son invitados a reconocidos eventos, aparecen frecuentemente en importantes publicaciones y comparten relaciones profesionales y sociales. Hago notar que la mirada a ese mundo, por parte de Romero, pretende ser ajena: este describe y analiza un grupo del que no forma parte. Por eso, la escritura de ese libro es distante y estratégica, como conviene en dichos casos.

Debería recordar que el arquitecto Israel Romero hizo sus estudios de pregrado en Chimbote y los de posgrado en Lima. He sido jurado de su tesis de maestría que ahora se convierte en libro: un libro sobre arquitectos que se han dedicado a escribir sobre arquitectura.

El día de su sustentación manifesté algunas dudas. Dije entonces que la crítica de arquitectura en el Perú en medios impresos parecía incipiente. La de hoy, en medios digitales, resulta confusa. Todo indica que le gustaron ambos adjetivos porque los ha usado como título.

Pero este libro no es la tesis. En la primera parte de su investigación académica, Romero realizó una extensa y ordenada reseña histórica de la crítica en el Perú. Bien pudo estar eso aquí, pero no lo ha querido así su autor y ha optado por un texto más breve. Muchas partes de la tesis han sido descartadas en esta versión.

Siendo un libro breve, confieso que lo he leído de corrido, lo que es una buena señal. Me ha parecido interesante, novedoso, sugerente y agudo. No es una historia de la crítica de arquitectura en el Perú. Es más bien una crítica de la crítica de arquitectura en el Perú.

Un comentario merece hacerse aquí. La crítica de cine, literatura y artes visuales está más desarrollada en nuestro país, por lo menos tiene más presencia en medios. Le cuesta a la arquitectura ser reconocida como manifestación cultural de la sociedad peruana. En la percepción general parece más ligada a factores técnicos y económicos, que también los tiene, por supuesto, pero no son los únicos. La arquitectura pocas veces, muy pocas, aparece en medios masivos de comunicación, el lugar donde la crítica arquitectónica debería crecer y desarrollarse.

En ese sentido, me quedo pensando en las propuestas que hay en este libro. Desde la advertencia (“contra el endiosamiento de la crítica”), se aboga para que el crítico baje de su pedestal. Ojalá se haga eso realidad: vuelvo a soñar con que algún día exista en el Perú una columna de arquitectura en un diario popular de costo mínimo.

También hay en el libro una clasificación de críticas, según su forma de ver el entorno y proponer acciones. Como todas las clasificaciones, es discutible. El autor propone grupos, ordenando la crítica como progresista, social radical y contingente. Con la progresista el autor se muestra bastante más duro que con las otras: en su momento, no creo que haya estado tan mal. Otros aparecemos como contingentes.

A lo largo del texto se señalan arquitectos vinculados a la crítica: Velarde, Harth Terré, Miró Quesada, Córdova, Cooper, Ortiz de Zevallos. Se mencionan diversas revistas: Espacio, Arquitextos y Arkinka, entre otras. En varias páginas se analiza cómo se gesta la crítica, como se produce, se distribuye y se consume. Eso se daba, hasta unos años atrás, exclusivamente en medios impresos. Ahora la situación ha cambiado.

En la selección final de textos (“veinticinco fragmentos de crítica”) Romero establece sus intereses y sus preferencias. Se nota la influencia en él de algunos arquitectos (a los que dedica el libro) y su pérdida de distancia frente a ellos. Hay también gustos del autor que entran en juego. En ese mismo sentido, ciertos comentarios sobre otros autores resultan un tanto gruesos y un tanto apresurados. Todo eso es parte de un texto que jamás evade la polémica, recordando antiguos debates y al mismo tiempo promoviendo nuevos.

El tema de la crítica en medios digitales ocupa una parte importante del libro. El entusiasmo de Romero frente a estas nuevas posibilidades es evidente. Por mi parte, de la crítica que se realiza en blogs y facebook aprecio esa especie de voz colectiva que surge más allá de los nombres ya consagrados, que habitualmente se repiten. Pero tengo dudas y sentimientos encontrados con el anonimato.

El anonimato protege al crítico que ha estado, por mucho tiempo, expuesto a las represalias: el anonimato es una estrategia para evitar la confrontación y finalmente la censura. Pero me resulta difícil aceptar que la crítica en medios digitales sea la “critica en estado puro”, que ese sea el espacio de la auténtica democracia. Habría que ver si es el espacio de la libertad de expresión o, como dice Umberto Eco, el espacio para los idiotas.

Lo cierto es que una nueva situación es la que permiten las plataformas 2.0. Por un lado, el anonimato. Por otro lado, poder opinar sin filtro: sin editor ni corrector. Me pregunto también si los blogs pueden transformar la realidad y mejorar el mundo: lo que uno encuentra en redes sociales parece más inclinado al entretenimiento, la burla y el insulto.

Como reflexión final de este prólogo, luego de leer primero la tesis y ahora el libro, me queda un comentario. Ya dijimos que a la incipiente crítica sobre arquitectura en medios impresos se suma ahora esta confusa crítica en medios digitales. Es decir, la crítica actual se da en un abanico cada vez más amplio de difusión, con características distintas.

Lo cierto es que Romero también ha promovido en los últimos años la crítica desde el anonimato. Grandes Éxitos de la Arquitectura Peruana parece su criatura más importante. Ojalá fuera verdad que en las redes se disuelven las diferencias regionales y el centralismo. En nuestra realidad, no ha pasado eso con la página mencionada, que ha seguido dando vueltas, básicamente, en torno al trabajo de algunos arquitectos de Lima. Lo que demuestra que no es tan fácil escapar a ciertos temas y personajes ya conocidos.

Hay que reconocer, además, que Romero se ha ganado varios pleitos haciendo críticas en las que no ha dudado poner su nombre y apellido. Por ese lado, valoro su capacidad para pasar de un frente a otro. Uno puede tener varios espacios donde ejercer la crítica. Unas son espontáneas, provocadoras y algo violentas. Otras son rigurosas y reflexivas.

Es mi opinión que la crítica puede tener una orientación didáctica, la posibilidad de abrir y proponer nuevas lecturas sobre el objeto arquitectónico o abordar grandes temas urbanos y territoriales. La crítica analiza, interpreta y valora. Puede ser apasionada, ejercerse a partir de determinada posición y desde un único punto de vista ampliar el horizonte. Y así, además, favorecer la discusión y la reflexión.

Es lo que este libro consigue. Por eso, si tuviera que hacer un balance de él, sería positivo. Porque es, antes que nada, original y arriesgado. Incluso muchos capítulos terminan con preguntas, que en realidad abren aún más el debate en cada caso.

Conozco al autor ya algunos años, desde que dirigía la revista La Chimenea, publicación impresa que luego se transformó en el blog del mismo nombre. Varias veces lo he leído y lo he escuchado afirmando que los males de la arquitectura peruana se deben a la existencia de una “argolla limeña”, una suerte de fuerza maléfica que todo lo abarca y todo controla. Si bien el centralismo y el colonialismo cultural son grandes males en el Perú, eso tiene matices.

Yo más bien veo, hace ya varias décadas, que hay diversidad de opciones en todo el país, en muchos ámbitos, lo que también incluye el ejercicio crítico. Que Israel Romero exista en el panorama actual de la arquitectura es una saludable muestra de lo que todos pueden hacer y lograr más allá de su lugar de nacimiento o la formación académica. Este es, felizmente, un Perú cada vez más diverso dentro de una época en la que hay más posibilidades de diluir barreras. Y la crítica arquitectónica puede contribuir en ese camino de generar cambios favorables en la sociedad.



Elio Martuccelli
Lima, abril de 2017.

7 de febrero de 2017

Cuando un edificio es bonito por fuera pero llora por dentro

Por Jeynner Gabriel Fuentes Mera


La ciudad de Chiclayo hace 19 años (para ser exactos el 14 de febrero del 1998) soportó una de sus peores tragedias climáticas: prolongadas horas de lluvia intensa, desbordes de acequias, alcantarillas colapsadas, viviendas inundadas y edificios momentáneamente inutilizables. Hace algunos días (a inicios de febrero del presente año) la ciudad soporto nuevamente fuertes lluvias, y, para gran sorpresa de sus habitantes, volvió a suceder lo mismo: desbordes de acequias, alcantarillas colapsadas, viviendas inundadas y edificios momentáneamente inutilizables.

Cuando la ciudad sufre una inundación es culpa de sus autoridades (eso estamos aprendiendo, por fin). Pero cuando un edificio falla ante la lluvia: ¿culpa de quién es?, ¿es culpa de la ciudad que no estuvo preparada para el edificio?, ¿es culpa del edificio que no pudo defenderse de las lluvias?, ¿es culpa, acaso, de sus proyectistas, ejecutores, supervisores, entre ellos, arquitectos e ingenieros?

Hace algunos días publiqué desde mi cuenta de Facebook una foto en donde se puede apreciar la manera tradicional de eliminar el agua de lluvias en un patio. A raíz de esto surgió un pequeño debate en la red social gobernada por el “like”, en donde es lógico todos tenemos voz, sea cual fuere nuestra posición. Sin embargo, me llama la atención el hecho de algunos al no poder controlar ciertas emociones y defender un incidente o una falla, vertiendo comentarios de indignación, en algunos casos, y de menosprecio, en otros con dosis de sarcasmo, claro está, por el simple hecho de haberse mostrado la manera tradicional de botar el agua de las lluvias en el Colegio de Arquitectos de Lambayeque como consecuencia de la lluvia intensa.

Colegio de Arquitectos del Perú - Región Lambayeque (2017) Fotos: Jeynner Gabriel Fuentes Mera

Entendamos que maletear no es criticar, esto no es ético. Hacer mención de deficiencias técnicas no es maletear. No hacer mención de las falencias es ser cómplice, y corremos el riesgo de caer en el círculo vicioso del “no voy a criticarlo porque es mi pata y luego se resiente conmigo" o del "no voy a hablar mal de la obra de mi amigo, porque si no más adelante no podré trabajar con él". El arquitecto Wiley Ludeña en sus clases de Crítica hacia mención de algo que él siempre creyó: “un crítico es un ser ermitaño y sin amigos”, ¿pero, en este caso, un amigo no es acaso el que te dice la verdad?

El arquitecto chileno Enrique Browne Covarrubias nos dice: “incomoda hablar de temas éticos, porque son difíciles de conocer en profundidad y evaluar con justicia. Pero es inevitable hacerlo, ya que pueden tener graves consecuencias críticas. En especial en el sensible ambiente arquitectónico, donde se cruzan amistades con rivalidades, lealtades con egos y celos. Además, al ser la arquitectura un arte-profesión, se estima que cualquier crítica negativa puede afectar la relación del autor con sus clientes… debido a lo mismo, la crítica suele ser vigilada de cerca por las asociaciones gremiales” (2011). Browne comenta además que para el caso específico del campo de acción en la producción arquitectónica “los arquitectos pedimos más y mejor crítica. Sin embargo, en general no la deseamos para nuestras propias obras, a no ser que estén precedidas de cierta incondicionalidad” (2011).

Es claro que Browne nos induce a pensar sobre la importancia de la ética del emisor y su capacidad objetiva, pues, a pesar de estar envuelta en relaciones afectivas con sus posibles receptores, que lógicamente se producen un ambiente subjetivo, dicha crítica no debe pender su objetivo social.

Una ciudad que goza de libertad, como Chiclayo, ¿no merece acaso de una cierta dosis de crítica, ya sea en sus edificios como en su planteamiento urbano? Como diría Josep María Montaner: "En primer lugar, es evidente que el contexto de la crítica es el de la geografía de la democracia, el de los territorios en libertad. Sólo hace falta ver cuáles son los lugares donde se han desarrollado estas tradiciones críticas o dónde existen los grandes museos y las grandes editoriales de temas artísticos. Ningún país, sin un vital y consolidado proceso democrático, puede aspirar a generar ninguna propuesta relevante en el campo de la crítica artística. [...]” (2011).

Wayne Attoe afirma que para mejorar la arquitectura, la crítica debe de plantearse dicha mejora como su objetivo principal. Para mejorar las cualidades de los elementos edilicios venideros ésta se debe sustentar en la crítica de sus elementos pasados, con visión de sembrar una enseñanza, y ésta, a su vez, brinde un enfoque hacia el futuro con el fin de mejorarlo. Sin embargo, Attoe advierte que “la razón de que la crítica arquitectónica no se ha podido desarrollar y extender es que, en su mayoría, los esfuerzos encaminados a lograr tal crítica no han tenido grandes repercusiones” (1982 [1978]). Por tal motivo debemos entender que la actitud de un crítico es fomentar su comportamiento como actividad humana, mas no como un enjuiciamiento.

En este sentido, qué hace a un edificio 'ajeno' a la crítica: es su calidad de edificio proclamado como perfecto y bonito; por la dinastía lograda de su proyectista; por su concepción teórica; o quizás, por ser elegido dentro de muchos otros edificios como el mejor para un determinado fin. Puede que la sede del Colegio de Arquitectos de Lambayeque tenga sus méritos ganados, y con justicia, pero, ¿hasta dónde puede llegar la responsabilidad del arquitecto creador cuando éste (su edificio) sufre a causa de una no consideración técnica? ¿o a quién se debe recurrir para tener una pronta solución como la sufrida en este último periodo de lluvias? ¿falló acaso el especialista en ciertas soluciones técnico-constructivas?

Proyecto del Colegio de Arquitectos del Perú - Región Lambayeque / Premio Nacional de Calidad Arquitectónica Celima (2007) - Arq. Carlos Palomino Medina

No se puede negar que el edificio ya está sufriendo por volver a soportar, y sopesar, cuestionamientos técnicos a causa, esta vez, de las lluvias. El aumento de la napa freática, las filtraciones del agua por sus vacíos, la inundación inevitable desde la calle, hicieron notar las falencias del edificio. Y son algunos factores que nos deben servir ahora de aprendizaje para superar futuros impasses. Hacer primar consideraciones objetivas para el beneficio del usuario son características intrínsecas de una ciudad confortable, evitando en la medida de lo posible considerar a los edificios como elementos aislados dentro de su entorno y la ciudad. La crítica es un factor que permite el análisis y evaluación, tanto a nivel de pregrado como a nivel profesional, en definitiva, para mejorar como ciudadanos. 

Una ciudad como Chiclayo, con periódicas lluvias intensas; sin capacidad desde las autoridades para ejecutar un sistema integral de drenaje pluvial; con una población votante que en su mayoría prefiere embustes, con candidatos políticos que ven más fácil comprar votos con bolsas de arroz en vez de ejecutar planes de desarrollo urbano u obras públicas que mitiguen y reduzcan los daños; con profesionales que poco interés mostramos al momento de tener criterio técnico en el planteamiento, ejecución y mantenimiento de un proyecto, no debe darse ya el lujo de esperar 20 años más para volver a pasar por lo mismo, y seguir llorando por dentro.


Bibliografía
Attoe, W. (1982 [1978]). La crítica en arquitectura como disciplina. México: Editorial LIMUSA S.A.
Browne, E. (2011). Arquitectura: crítica y nueva época. Santiago, Chile: Editorial STOQ.
Ludeña Urquizo, W. (1997). Ideas y Arquitectura en el Perú del Siglo XX. Teoría, Crítica e Historia. Lima: SEMSA. Servicios Editoriales Multiples SA.
Montaner, J. M. (2011). Arquitectura y crítica en Latinoamérica. Buenos Aires, Argentina: Nobuko.

10 de enero de 2017

Edificio genérico, infierno grande

Por Israel Romero Alamo


Edificio de la Caja del Santa (Nuevo Chimbote, 2017)

La Plaza Mayor de Nuevo Chimbote tiene una década de existencia, igual cantidad de años que la catedral, su vecina más importante. 

La catedral es un edificio grande para las edificaciones que rodean la plaza: bloques comerciales y residenciales de 2 y 3 pisos en promedio. Es lo que se espera de un edificio de este tipo. Es, pues, como solían ser las catedrales cuando la iglesia católica quería demostrar poder político, económico, social y cultural, allá por la colonia.

La de Nuevo Chimbote tiene planta en forma de cruz latina y fachada con alusiones renacentistas, barrocas y otros detalles de orígenes también europeos. Un collage occidental. Un edificio proyectado y construido a inicios del siglo XXI pero con la intención de darle al distrito (de veintitrés años de vida oficial) la forzosa connotación de “ciudad” con “historia”, como la que tienen ciudades del Perú que datan del siglo XVI o de inicios de la República.

El frente de la avenida Argentina, donde se ubica la catedral, el frente de edificios institucionales de cierta importancia (como el edificio municipal y el Banco de la Nación), acaba de inaugurar a su último inquilino: el edificio de la Caja del Santa, ganador del concurso arquitectónico desarrollado en el 2006 y terminado de construir a fines del 2016.

La privilegiada ubicación del edificio (un lote trapezoidal de poco menos de 500 m2 en la esquina entre Country y Argentina) asumía una solución que potencie sustancialmente la relación entre los edificios colindantes, teniendo en cuenta, además, la idea de ‘centro de ciudad’ que se pretendía.

Sin embargo, dos motivos terminan mostrando lo contrario.

En primer lugar, el carácter carente de solemnidad del edificio. La Caja tiene tres pisos y está compuesta por volúmenes transparentes y estructuras de concreto que intentan entrelazarse aterrazándose, como en un ejercicio experimental en el que la forma del objeto es el primer reto a cumplir. Un planteamiento autista que no tiene en cuenta la situación del edificio y la valía de la misma.

Un edificio institucional de este tipo y en este lugar, en teoría, debería intentar ser uno con algún indicio propositivo menos coyuntural, más histórico y con proyección, capaz de entender el potencial simbólico que éste en el futuro podría tener: algo que ‘perdure en el tiempo’ a partir de una búsqueda consciente del lugar y la época, lejana a eventualismos estilísticos.

Los eventualismos estilísticos que exhibe el edificio en cuestión carecen de aporte urbano alguno. Formando parte del “centro” del distrito, en vez de apaciguar el vedetismo, exageración y hedonismo de la catedral, el edificio de la Caja se aísla en una apariencia residencial (y comercial) bastante reincidente en la arquitectura de la costa norte del Perú, mal entendida en el inconsciente proyectual como solución práctica para todo tipo de situación. Esta arquitectura, de formas que juguetean para intentar creatividad proyectual, valgan verdades, es fácilmente replicable en un pasaje repleto de casas de estrecho frente o entre las discotecas y los bares del Malecón de Chimbote; y no por eso representarían, tampoco, algún tipo de aporte urbano o arquitectónico.

Aunque parecer casa o ser un potencial local lucrativo alquilable y multiusos no son delitos, el edificio de la Caja, lejos de aportar a una lectura congruente de su entorno y de servir de nexo entre la catedral preexistente y las previsibles construcciones comerciales que en el futuro (como sucede ahora) se plantearían alrededor, se satisface en una demostración poco seria, aislada y puramente visual de volúmenes y materiales ‘novedosos’.

Esto tiene su origen en la búsqueda a veces caprichosa de “modernidad”, que algunos creen se consigue amontonando formas de manera supuestamente lúdica y forrándolas en vidrio a partir de ideas preconcebidas que se crean desde las aulas universitarias para cualquier tipología y cualquier contexto. Todo esto, amparado bajo la sombra de la poco feliz y lasciva frase lecorbusiana en la que la arquitectura es “el juego sabio de volúmenes bajo la luz”; un a priori que gangrena la relación entre el objeto y lo que le rodea.

Ese daño no viene solo. Viene también heredado de la tergiversación adoctrinadora del concepto y la metáfora, cuyo epicentro, aquí, es el legado limeño de la escuela de Juvenal Baracco, sumado a varias revistas extranjeras de moda de fines del siglo pasado. Esta mezcla, a través de su escala formativa en Trujillo, le pasa factura a la arquitectura chimbotana desde ya varios años, siendo hoy parte del hilarante y universal lenguaje de pollerías y casas de ciudad que creen estar frente a la playa.

El segundo problema del edificio recae en su ceguera contextual/funcional. Al no existir parámetros urbanos claros para esta zona, los proyectista del sitio se entregan a su hasta ahora poco acertado libre albedrío.

En un ademán contextualista, la Caja replica de manera imperceptible las graderías del zócalo de la catedral, pero a continuación se sitúa al límite de la vía pública dando la espalda abruptamente a su vecino (el también nuevo Banco de la Nación) y a la catedral (y su retiro frontal) y con ello desprecia la fluidez peatonal y funcional de los usuarios de los otros edificios.

Visualmente, desde la Plaza, el banco y la catedral, la Caja es una barrera diagonal que, anclada en la disposición complicada de su lote, mira con altivez hacia otro lado. Si a esto se le incluye el grotesco muro colindante del edificio del Poder Judicial vecino trasero de la Caja— y el edificio de la Municipalidad ubicado en la esquina contraria, que más parece un multifamiliar pintado con los “colores del distrito”, se obtiene una zona repleta de edificios sincronizados bajo una total improvisación y esquizofrenia proyectual, incapaces de pensar la ciudad de manera integral o de conformar un conjunto amigable para obtener un centro urbano que a futuro pueda ser siquiera mínimamente valorable.

El distrito que en algún momento fue un manifiesto vanguardista de planificación urbana y que, por ello mismo, nunca tuvo Plaza sino Centro Cívico—, debido a una irrefrenable ansiedad por querer ser una “ciudad normal”, se va armando de manera forzada, por retazos y sin una visión íntegra que pueda tener en algún futuro algo que mostrar más allá de trivialidades como la de “la plaza más grande del Perú” o expresión de la ciudad que la acoge la de una catedral que quiere aparentar lo que nunca pudo ser: algo de otros tiempos y de otros lugares. 

El edificio de la Caja del Santa, como otros, es expresión de lo que es hoy Nuevo Chimbote. Un distrito en el que su arquitectura y su planificación divagan, y en el que sus proyectistas no se detienen a pensar más allá del lote de turno. 


Catedral de Nuevo Chimbote - Banco de la Nación - Caja del Santa (Nuevo Chimbote, 2017)

Avenida Argentina - Plaza Mayor de Nuevo Chimbote (2017)

12 de noviembre de 2016

Efecto Goldenberry o dos maneras de responder a la crítica

Por Israel Romero Alamo


Una página de Facebook con más de 12 mil seguidores no puede ser tomada a la ligera. Más si su público objetivo está conformado por el reducido número de 25 mil bachilleres/arquitectos y poco más de 50 mil estudiantes de arquitectura. No vale tanto por quien la haya creado o esté detrás (cosa que ya parece no importar), sino por la gente que por cualquier motivo la sigue.

Grandes Éxitos de la Arquitectura Peruana realiza la segunda edición de sus premios Goldenberry —mueca a los Golden Raspberry como parodia del Oscar, y en este caso como burla de la Bienal del Colegio de Arquitectos— como un ejercicio virtual y de pretendida democracia al permitir el "voto popular", y con cierta rigurosidad al tener un jurado especializado (Cristina Dreifuss, Javier Vera y Lucho Gris) que se compre el pleito de escoger "lo peor de la arquitectura peruana".

En esta última edición (2016), el primer premio se lo llevó Rodolfo Cortegana por su (rebuscado) discurso para la Biblioteca de Ciencias, Ingeniería y Arquitectura de la PUCP. El segundo fue para la casa Chullpas (Lima) de Luis Longhi. Y el tercero para el Paseo Yortuque (Chiclayo) y el edificio de la UTEC (Lima).

Todo esto ha generado más que sólo risas y comentarios fugaces. Por ejemplo, dos reacciones en las que vale la pena detenerse.

Una de ellas es la de Jorge Sánchez, miembro de Nómena. Los proyectos de espacio público de Nómena fueron duramente cuestionados por Javier Vera y Lucho Gris. Esto ocasionó el normal descargo de Sánchez a la crítica de Vera y este último efectuó la réplica respectiva. Ambos con justificaciones ciertamente coherentes. Para Sánchez, Vera critica el proyecto sin mayor conocimiento. Vera argumenta que su crítica se centra en el trasfondo de la obra de Nómena. Prometen en el futuro profundizar el tema.

En definitiva, una conversación vía Facebook con discrepancias y puntos de vista lejanos, pero capaces de entender la situación. Tengo que saludar la apertura de ambos. En particular la de Jorge Sánchez. No es la primera vez que responde a las críticas de manera abierta. 

Este hecho es importante básicamente porque es algo que no suele darse. En general, el defender con altura la crítica (o reconocer errores o excesos por parte de quien cuestiona) es un acto de humildad extraño en los arquitectos (peruanos). Bajar al llano y 'ensuciarse' para defender aquello en lo que se cree es un hecho replicable.

Si para algo sirve la crítica es para ello. Para que se aporte a la mejora por medio de la discusión.

La otra reacción ha sido la de Luis Longhi. Su reacción se ha mostrado en el bando opuesto. Ha reaccionado como si la opinión del otro, cuando es cuestionadora, no tuviese valía. Entre broma y broma Longhi expone su pavor e intolerancia a quien se atreve a ponerle peros a su obra. Para él las críticas son producto de la envidia; y lo peor de todo es que considera que dicha persona no está en capacidad de opinar de la arquitectura (su arquitectura) porque no la 'hace' y no está llena de la "dotación divina" de la que él se enorgullece.

Su postura es potencialmente dañina. Encapsula al arquitecto en un mundo creativo donde el centro son las ideas y la "intuición", y lo demás sólo dependencias prescindibles. No es positivo. De repente sí el primer año de estudios, pero no es pertinente su presencia rígida cuando aterrizar en la 'suciedad' del mundo real está a la vuelta de la esquina. Y a eso apunta.

Expresiones de Longhi como "tu envidia es mi progreso" o "qué sabe el burro de alfajores" no afectan a los aludidos, sino que crean en muchos de los que le siguen de manera casi fanática la idea errada del arquitecto como una persona incuestionable y perfecta. Estos son algunos de los prejuicios y perjuicios más grandes de los que adolece la arquitectura (en el Perú).

Pero no es exclusividad de Longhi. Es lo que piensan muchos de sus contemporáneos ampliamente cuestionados. Sin embargo, ninguno ha reaccionado para ofrecer algún tipo de descargo, como si responder a las críticas fuese rebajarse, o como si el crítico se tratase de un profesional inferior o un "perro chusco".

Ello posiblemente se deba a que estos arquitectos han sido formados (entre los 80 y los 90) bajo la concepción del arquitecto estrella. En la que la arquitectura era un objeto aislado e inmancillable. Intocable, ni por el usuario ni por un foráneo que se inmiscuye en su proceso creativo. Una postura reprochable e improductiva que en la situación de nuestro país no tiene suelo fértil dónde germinar.

En resumen, este tipo de reacciones responden a una cuestión generacional. La generación a la que pertenecen Javier Vera y Jorge Sánchez, y también Elizabeth Añaños —actual Hexágono de Oro, quien ha respondido en más de una ocasión directamente a los cuestionamientos—, está formada desde una aparente duda frente a "la arquitectura". Esa duda junto a una época de decaimiento de cánones permiten la discusión y la crítica constante, como algo natural.

Es evidentemente una situación distinta a la de arquitectos presionados por ser personajes y su arquitectura un objeto admirado. Para ellos parece sólo existir las referencias aduladoras o las descripciones a vuelo de pájaro. Para ellos, la crítica, cuando hace observaciones severas, es producto de un desorden universal que puede involucrar incluso la integridad mental o profesional del cuestionador.

Si algo hay que reconocerle a estos ejercicios, todavía extraños entre nosotros, que nacen desde el anonimato y con cierta violencia, es precisamente la onda reactiva que generan. No todo lo que se publica en estos espacios es crítica. Hay mucha broma (lo que no está mal) o apreciaciones que parecen gratuitas o que parten del prejuicio; pero también hay otros aspectos para mirar con detenimiento, dos veces y más allá de lo obvio.



2do Premio, Aguaymanto de Plata: Casa Chullpas. Comentarios del Jurado.
Imagen: Grandes Éxitos de la Arquitectura Peruana