Luego
de todo el discurso arquitectónico hay una cosa cierta: el arquitecto tiene en
la sangre un innato deseo por la forma, aunque algunos digan que no. Aunque
decir “forma” signifique para muchos una aberración, un pecado mortal o la más
grande de las frivolidades. La forma, luego de todo el argumento teórico que
queramos ponerle, es lo que se ve de un edificio, lo que a la mayoría les excita
de la arquitectura y lo más divertido de hacer. La forma es algo así como un postre
y no hay que negarlo, no nos vamos a hacer los del calzón con bobos.
Desde
la forma blanca y pura de la arquitectura neo-moderna hasta las excentricidades
del deconstructivismo, todo es forma. A cada quien le encanta hacer su rollo y
les parece excitante. Si no fuera así, ni el arquitecto de las formas puras ni
el de las excentricidades se indignarían ni estrujarían sus entrañas al ver mancillada
su obra. Al arquitecto le duele en el alma que no respeten la forma de su
arquitectura.
En
el rincón artístico que todos los arquitectos tenemos (unos más grande que
otros) existe ese deseo incandescente por la forma. El deseo de impactar a los
demás por lo que ven o simplemente por representar lo que ellos como arquitectos
son, hacen o saben. Todo se resume en la forma. En lo más recóndito de su ser saben
que lo demás es un complemento, que en el siglo XXI es más importante lo que entra
por los ojos.
La
arquitectura se ha convertido en una fórmula que vende formas. La arquitectura
es una fórmula. Ahora cualquier tipo de arquitectura tiene parámetros y
lineamientos para hacer arquitectura y si no los sigues simplemente estás
profanándola y tienes las puertas abiertas para encasillarte en otra (que
también tiene sus propias restricciones). Si no te encasillas en alguna no
estás haciendo arquitectura. Si no te encasillas, tu arquitectura no es
académica y está mal hecha. Hasta la libertad es una manera de encasillarte porque
si tomas la decisión de hacer una arquitectura de tal o cual tipo ya te estás
encasillando y no eres “libre”. La arquitectura que nos dan los medios, la que
hemos aprendido, es una camisa de fuerza.
Probablemente
desde que Vitruvio dijo: estabilidad, utilidad y belleza, se empezó a
encasillar a la arquitectura. Las dos primeras características no son
exclusivas de la arquitectura ya que todo en esta vida debe contar con esas dos
generalidades: estabilidad y utilidad. La tercera, la belleza, es muy subjetiva.
Es por ello, de repente, que se dio lugar a tantos intentos por hacer a la
arquitectura “bella” y es por ello que nos encontramos ahora con un montón de
ideas desperdigadas en favor de la forma, la creatividad y la innovación. Son
tantas y tan variadas que una con otra no pueden relacionarse y si lo hacen,
esa relación se convierte en una herejía arquitectónica, un error.
Hay
en estos tiempos un raro y abierto deseo por la creatividad y la innovación que
carece de una fuerte raíz, ya que ese deseo se termina plasmando únicamente en
formas. Todos quieren hacer las cosas bellas y ese es el parámetro más
restrictivo de la arquitectura.
¿Qué
es la belleza? La belleza debe ser alguna sensación agradable que te genera
algo que ves y lo que ves en la arquitectura es la forma. La bella y
encandiladora forma.
A
algunos les parecen bellas ciertas formas osadas, caóticas y cargadas; esos
esfuerzos puntiagudos, sinuosos y sugerentes en los que aflora su temor a las cosas
vacías y a lo no atrevido. La creatividad súper espontánea es el mayor
argumento que tienen y en nombre de la libertad declaran ser los artistas más innovadores.
Para ellos los demás son simplemente unos aburridos parametrados que carecen
del don divino que ellos sí poseen.
Otros
dicen que la forma les es esquiva y sin importancia, que en la arquitectura hay
otras cosas que tienen más valor. Pero en su innegable y sin escapatoria
búsqueda por la belleza terminan haciendo mascarillas que se convierten en
adornos. Su forma se resume en alguna especie de insignificante costra o
chantilly que el tiempo no tardará en traer abajo.
Otro
importante grupo cree que los dos anteriores son superficiales y carentes de
seriedad. Creen que ellos deshonran la buena arquitectura. Creen que las formas
pulcras, sencillas y bien definidas son el mejor ejemplo de cómo se deben hacer
las cosas; esa es su camisa de fuerza y en ella se sienten plácidamente a
gusto. Probablemente esta arquitectura sea la que cuente con más parámetros y
limitantes ya que, si no respetas esas formas carentes de superficialidad y ornamento,
no puedes ser parte de su selecto y blanquecino grupo. Para ellos su
arquitectura es de un nivel superior y a ella solo se entra por una puertita
muy reducida en la que solo ingresan arquitectos con los mismos principios
arquitectónicos; arquitectos puros y blancos que aborrecen el adorno.
En
el fondo todos van por el mismo camino y todos quieren demostrar que su arquitectura
es la correcta. Que su concepto de belleza es el más convincente. Finalmente sus reducidos discursos recurren a los mismos argumentos, que la luz, que
fulano de tal, que lo verdecito, que le tengo pavor a la gravedad por eso no
toco el piso, etc.
En
el fondo todos estos grupos (y los que seguro faltan) terminan vertiendo en
la forma todo lo que ellos creen de la arquitectura y eso los vuelve ampliamente
superficiales y exclusivos. Esta arquitectura claramente es exclusiva. La
arquitectura es una burbuja de acero inoxidable y en la actualidad se limita a ser, en su lado más agradable, tan solo una máscara.
La
ferviente y multipartidaria búsqueda de belleza en la arquitectura ha llevado a
una obstinada y cegada exploración de formas; estas formas están escondidas en
un sinnúmero de conmovedores argumentos que siempre convencen y
enamoran pero que luego luego se desmoronan con el flash de una cámara fotográfica.
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