9 de marzo de 2013

Casas modestas (Héctor Velarde)

Artículo extraído de "Obras completas de Héctor Velarde:
Arquitectura Peruana y otros ensayos" (1966 - Lima, Perú)

El trabajo es un castigo. La Biblia así lo define. Ud. Lo siente un poco más o menos y yo lo compruebo todos los días y algunas noches. Pero si este castigo nos vino de Dios también de Dios ha venido el que nos acostumbremos a él; unos se adaptan, otros se olvidan y a otros hasta les da el naipe por gozar trabajando. A estos últimos se les debería llamar la atención pues no se dan cuenta de que tomar por jolgorio un castigo divino es sencillamente pecado. En todo caso el trabajo, y el trabajo de los obreros y empleados, es cosa que ennoblece y dignifica la existencia por su sentido profundo de continuo y paciente cumplimiento de una obligación que viene de arriba. No me refiero precisamente al patrón. La compensación vendrá también de arriba para los que trabajan conciliados con el destino del hombre y sonrientes de esperanza; pero, mientras tanto aquí, en la tierra, podemos adelantarnos un poquito, a los propósitos de la Providencia tratando de mejorar la vida y alegrar el espíritu de los que luchan con el jornal y el sueldo.

Hay muchos medios de cooperar para lograr fines tan agradables y justos y, creo que uno de ellos, uno de los más importantes, está en fabricar la casa del obrero o del empleado para que ésta sea una verdadera compensación terrestre. Me parece, sin paradojas, que el problema arquitectónico con relación a la casa modesta entre nosotros es, ante todo, un problema estético, es decir, espiritual.

En esta época, donde el orden y la nitidez material parecen reemplazar a la poesía, todos piensan que este problema no puede ser sino económico. Grave error. Una casa hecha con un sentido puramente económico y técnico es una casa irremediablemente triste. Se trata justamente, de realizar lo contrario. La casa del obrero o del empleado debe ser alegre, alegre por dentro y por fuera, esa debe ser su característica. La cuestión es estética. Lograr lo risueño y lo agradable en arquitectura no es una cuestión económica. Lo alegre para que sea puro requiere únicamente de libertad y modestia y eso entre nosotros no aumentaría el presupuesto. Digo entre nosotros porque en los países más adelantados en materia de novedades sociales la modestia y la libertad son artículos de lujo. Allí lo trascendental parece estar en lo uniforme, lo agrupado, lo colectivo, lo igual; eso es lo que dicta la técnica y la economía ultramoderna. Las casas para obreros y empleados se conciben como modelos de exactitud, de cálculo, de precisión; son las casas que tienen lavatorio con agua caliente y radio, pero donde el corazón no tiene lugar… No imitemos esos modelos perfectos, productos de la angustia, donde está todo tan pensado, tan determinado, tan nítido, tan ordenado, que el pensamiento se limita, el organismo se torna una relojería y la vida pierde su libertad y encanto. Para precisión, método, técnica, cálculo y horario creo que basta con el taller, la fábrica o la oficina. La casa debe darle al obrero y al empleado, precisamente, una sensación contraria a la del taller, la fábrica o la oficina si se trata de compensarlos del castigo bíblico. Debe ser individual, pintoresca y florida. Si el presupuesto no alcanza para un zócalo de losetas vidriadas, o para techos “aligerados” con estructuras eternas, siempre alcanzará para que haya ventanas abiertas a un horizonte amplio y un jardincito con flores que haga soñar en que la vida y la felicidad no tienen nada que ver con el progreso, la rapidez y la técnica.

Que en los programas arquitectónicos que se hagan en el futuro para la construcción de nuestras casas modestas, haya una condición primordial, básica, profunda: que esas casas sean alegres, muy alegres…



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