Cuando Mahoma no va a la montaña, aparece algún
bienintencionado ser que en la carencia ve una oportunidad. Es decir, cuando el
arquitecto no se asoma por tierras que se encuentran fuera de su espacio de
confort, la gente se las arregla como puede.
Todos hemos visto u oído hablar de folletos y revistas
que ofrecen distribuciones y fachadas para viviendas y locales comerciales que,
evidentemente, están dirigidas a un sector de la población al que le parece más
factible (que contar con un profesional) tener una amplia gama de posibilidades
a un costo muchísimo menor. Por cinco soles puedes saber cómo diseñar tu casa,
cómo distribuir las instalaciones sanitarias, las eléctricas y cómo deben ser
las estructuras. A algunos arquitectos, esto les parecerá trágico y a algunos,
más trágicos, les parecerá denigrante que un constructor, que probablemente
haya estudiado un par de años en un instituto técnico (el autor tiene nombre,
apellido y ocupación), se dé la libertad de tocar el sensible terreno que los
arquitectos con tanto fervor defendemos, el del diseño.
Si le echamos un vistazo a estas páginas, podremos
encontrar las soluciones más racionales y bien fundadas que podrían darse en
varios modelos de lotes reducidos (como son los típicos de la mayoría de ciudades
del país) con el plus de respetar incluso las normas vigentes, para que el
propietario no tenga mayor problema al momento de construir; es decir, solo
tiene que buscarse el maestro y construir. Las soluciones que se plantea el
autor no son sorprendentes, son las más normales del mundo y lo son porque,
probablemente, es lo que cualquier arquitecto haría en terrenos con estas
limitaciones. También es notable la mayor química que existe frente al ideal de
la población, pues nace de alguien que ha vivido esa realidad y que sabe qué es
lo que ella necesita y sabe como llevarla a algo tangible, no olvidemos que la
autoría proviene de un constructor que ha aprendido, en un aula, a diseñar.
En lotes de seis a diez metros de frente y con
veintitantos metros de profundidad, este constructor proyectista plantea
soluciones de todo tipo, desde las puras residenciales, hasta las que contienen
el frente comercial, las que tienden a ser multifamiliares y las que se prestan
para un negocio más amplio. En todas maneja el mismo patrón distributivo que de
seguro tienen nuestras viviendas, pues consideran lo más lógico y necesario
para no caer y cruzar la línea de la reglamentación que de por sí ya representa
una limitante mayor. En resumen, pareciera que la distribución se redujera a
una fórmula básica de colocación de ambientes (a la que se le aplica algunas
variantes) y frente a la cual hay muy poca opción de maniobra.
Si pensamos que el aporte del arquitecto,
“arquitecto”, podría estar en el valor creativo de la vivienda, también nos
equivocamos. Este constructor proyectista es capaz de simular con efectividad
la fachada “moderna” del arquitecto con título, es más, ni siquiera es tan
encasillado como solemos ser los arquitectos (ya que nosotros estamos tan
metidos en nuestros principios que no nos percatamos de la realidad) sino que
plantea una serie de alternativas creativas, desde las más racionales y de
moda, que pudo observar en algún lugar real y lejano o en alguna revista, para
trasladarse luego hasta el extremo de las más tradicionales… sí, esas con techo
falso a dos aguas que tanto encantan a la población que le importa poco la
arquitectura de los arquitectos. O sea, conoce con destreza lo que le gusta a
sus vecinos y conoce también lo que está más allá de su realidad, por si acaso
alguien quiere optar por ello.
Es decir, en estos aspectos y para esta arquitectura,
el constructor proyectista, es más completo y sensible que un arquitecto.
Conoce la realidad y conoce cuales son los paradigmas que suele seguir la sociedad
y eso, en muchos casos, no sucede con el arquitecto, puesto que nosotros
solemos vivir mirando lo segundo.
De repente podremos decir, con bastante acierto, que
el arquitecto le brindará algo que no puede un constructor, el espacio y
ciudad. Y sí, puede que sí, esa espacialidad que siempre es tenida en cuenta
por nosotros y la ciudad que siempre pretendemos crear a expensas de la
arquitectura misma. Sin embargo, ¿es posible un aporte mayor que no termine
sucumbiendo en la miserable tajada que nos ha tocado dentro de la parcelación
de la ciudad? Y fuera de ello, ¿Por qué nuestras buenas intenciones terminan
ahogándose en el tiempo y en el habitar del ser humano? Es decir, revalorar,
plantear y defender con ímpetu y pasión nuestros correctos ideales a costa de
sacrificar aspectos que no son importantes para nosotros, pero que son valiosos
para el habitante, terminará rompiendo la cuerda por el lado más débil, el lado
del que no vive el lugar, el del arquitecto. Por ello la arquitectura (también
la del arquitecto) cambia con el tiempo, porque al habitante le importa poco
nuestros principios. Puede que los viva, pero no se da cuenta de ellos y
termina haciendo lo que “necesita” o, con todo derecho, lo que quiere. Los
habitantes, a veces ven al arquitecto como un estorbo, y uno que es muy caro,
por lo tanto, del que hay que prescindir. Y si el arquitecto nunca se ha
asomado por el lugar, el problema se reduce a una tabula rasa.
La ausencia del arquitecto en la población más
numerosa y menos pudiente, lleva a soluciones válidas que nacen de la misma
población. O sea, haciendo una analogía, estos folletos son, para ellos, las
revistas de la arquitectura que nos complace, la de terrenos inmensos donde el
arquitecto puede explayar su creatividad y derrochar el dinero del propietario,
porque allí si es posible.
Sin embargo, el reto es hacer esos malabares en un
vaso de agua, y en un vaso de agua que probablemente no tenga para pagarnos los
malabares. Y en ausencia de ello, como en este caso, alguien debe mejorar la
situación de la auto-proyección y auto-construcción de viviendas y ese, hasta
la actualidad, no ha sido un arquitecto; porque si lo fuera probablemente sería
el más repudiado de todos por rebajar la sapiencia de la profesión al valor de
un folleto.
Lo único que revalidamos es que, como a lo largo de la
historia, la arquitectura es un servicio para una élite y ha tenido que llegar
alguien menos cerrado y más conocedor de la realidad para quitarnos la función.
¿Por qué la arquitectura de estos outsiders es, para esa población, tan
efectiva y sólida?
¿Por qué, al final de todo, lo único “distinto” que
podemos hacer es, según nosotros, una fachada de arquitecto? ¿Por qué lo que
sucede dentro, en el caso de la vivienda en lotes reducidos, parece ser algo
pre-establecido? ¿Será por ello que, para hacer esta arquitectura, no se
necesita más que una receta dada por alguien que no es arquitecto?
Por Israel Romero Alamo
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