Por Jose Acaro*
Las rejas son consideradas
como cortadoras de ciudad, amenazas para la ciudad linda que uno desea
construir. Se piensa en ellas como divisoras, aisladoras, y acumuladoras de
problemas más que eliminadoras de los mismos. Se piensa de ellas como la
solución falsa que destruye la libertad de los individuos en la ciudad, la
derrota de la posesión sobre ella y el retroceso a sus recintos.
El problema con las
afirmaciones antes mencionadas es que muchas veces son asumidas automáticamente
porque su veracidad no es sometida a duda. La receta se asume como dogma y no
es preocupación pensar si la ciudad se construye bajo los términos de los
habitantes. La regla dice que el espacio público no debe tener rejas, el de
Europa no lo tiene. La gente tendrá sus opiniones, pero, ¿acaso importa? las
reglas alienadas son las reglas y si la ciudad no lo acepta es una ciudad
ignorante.
El problema con esta manera
de entender la ciudad, que excluye la opinión pública, atribuyéndole ignorancia
a su juicio es que comienza a originar fisuras, cortes, problemas que nadie
sabe dónde comenzaron. Si las reglas dicen eso y la ciudad decide no obedecer
ello ¿cómo se puede tomar? El papel del arquitecto comienza a entrar en
cuestionamiento. La gente siente que los arquitectos no entienden sus problemas
y los arquitectos sienten que las personas viven en un error que no merece ser
escuchado.
Las rejas probablemente se
ajusten a las características mencionadas antes pero también son la solución de
seguridad que los arquitectos no entienden desde una perspectiva alienada. La
solución del arquitecto se basa en transformaciones reales no cortoplacistas,
hiladas a una acción interconectada. Hasta la concreción de esto, ¿qué puede esperar
el habitante vulnerado? La reja probablemente es una solución primitiva pero es
también el alivio a la exposición directa. El contacto con una ciudad cuya
violencia representa cada vez más peligro.
Que un arquitecto dictamine
cómo llevar a cabo una vida cuando su percepción sobre la situación se basa en
ver la situación desde supuestos, constituye un acto de inmadurez explicita.
Felizmente, este modo de
percibir la ciudad parece tener los días contados. El modo de operación de
algunas oficinas comienza a asumir la transformación de la percepción de la
disciplina como algo totalmente lógico. La ciudad es evaluada desde los ángulos
actuales, construyendo una percepción sin prejuicios. La ciudad, la extensión
física de la voluntad humana es tan variable como los mismos y por tanto no
puede someterse a dogmas románticos de arquitectos atrapados en el pasado que a
veces declaran con total seguridad su desprecio por esta nueva ciudad.
(*) Alumno de último año de Arquitectura - Universidad Nacional Federico Villarreal
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