Fragmento:
(...)
El
problema identificado parte del discurso de Wiley Ludeña en torno a la
(re)definición de arquitectura y verifica su vigencia en Lima (ese espacio
eufemístico que representa o equivale en la conciencia colectiva al Perú).
Ludeña
adhiere a la definición sistémica de la arquitectura, más allá del objeto, de
las ideas, del arquitecto-autor, de la explicación productivista, economicista
o sociologista. Homologa arquitectura y edificio, operación desmitificadora que
trae serias consecuencias, entre otras, la relativización del “valor agregado”,
introducido por el sujeto proyectista del objeto.
En
torno a ese discurso, merece realizarse algunas precisiones. Haciendo un símil
en el lenguaje escrito hay una pregunta secular: ¿cuándo un texto se convierte
en literatura? Todos sabemos que en la prosa, por ejemplo, existen géneros como
el cuento, la novela corta, el cuento largo, la novela, etcétera. Pero al
margen de los géneros que desde ya constituyen un filtro, la pregunta se centra
en lo que es buena literatura, sobre la que hay una discusión sin solución. Es
decir, no sólo se trata de distinguir lo que es algo más que un texto, es decir
distinguir lo que es literatura, sino de identificar lo que es buena
literatura.
En
arquitectura pasa lo mismo, se habla de edificios (textos), arquitectura
(literatura) y buena arquitectura (buena literatura). Lo que se da tanto en literatura
cuanto en arquitectura es que existen distintas
maneras de llegar a ser buenas. Y
es que a la teoría, la historia y la crítica no sólo le interesa acotar el
universo de lo que es su objeto de estudio (llámese literatura, arte o
arquitectura), sino esencialmente el valor de ese universo.
El símil utilizado no
es gratuito, así como el lenguaje escrito tiene un campo de vigencia práctico
en la comunicación cotidiana, la edificación tiene también una finalidad
eminentemente práctica. Hasta ahí valen las similitudes porque la literatura
como tal, y más aún, la buena literatura, casi nunca tiene una finalidad
práctica. En arquitectura (a secas) ocurre al revés, casi nunca ella no
responde a una demanda práctica. De ahí que la estetización, el conocimiento o
la expresión de pensamiento asociadas a la artisticidad como característica
distintiva de la (buena) arquitectura constituyan concepciones “prestadas” de
las artes con las que la arquitectura tuvo históricamente una sostenida
relación. A eso se debe en gran parte que el estudio de la arquitectura haya
estado y siga estando derivada de las concepciones del arte. La raumgestaltung como esencia de la
arquitectura, propuesta por la estética centroeuropea en las primeras décadas
del siglo pasado constituyó uno de los intentos por dar a la arquitectura una
identidad en el ámbito del arte y, por ende, a los estudios arquitectónicos
derivados de dicha esfera de influencia.
La visión sistémica
de la arquitectura constituye, por eso, un avance en la concepción y “comprensión
arquitectónica de la arquitectura”.
La crítica que la
concepción sistémica hace al protagonismo de las ideas, del objeto o del sujeto
proyectista, apunta a denunciar el carácter ideológico que coloca esas variables
como las únicas que llevan a la buena arquitectura, ocultando incluso el rol de
otras variables igualmente importantes como la función práctica, la estructura,
la construcción, la disponibilidad de un determinado nivel de recursos
materiales, el desarrollo de la industria de la construcción, de la
historiografía, de la teoría, etcétera. En ese discurso se sublima, subestima o
esconde el verdadero rol de esas y otras componentes del sistema arquitectónico.
El propio discurso
idealista en su versión posmoderna relativiza el rol de esos factores. La
valoración de lo popular (al límite de lo banal, como en el caso de la
arquitectura pop), la inclusión de lo
aleatorio y contingente como argumentos válidos del proyecto, la arbitrariedad
como estrategia proyectual, la amplia superación de la lineal relación entre
forma y función, el diseño participativo, etcétera; practicados en la arquitectura
posmoderna, constituyen distintas maneras de relativizar y o enriquecer la
visión burguesa de la codificación moderna. La heterodoxia de estas opciones ha
restado importancia no a la idea del proyectista (debido a que la elección
continúa siendo una prerrogativa suya), sino al apriorismo característico del
diseño moderno.
Sería pertinente
establecer cuánto le debe esa concepción idealista de la arquitectura a la actual
situación del proyecto arquitectónico al que Roberto Fernández califica como proyecto final 1 (o
el fin del proyecto como preferimos
decir nosotros). A lo mejor es la extrema consecuencia de esa
concepción idealista del proyecto, preocupada más en la expresión de un
pensamiento, de un mensaje, o en el hedonismo concentrado en el significante,
en la imagen, mientras por otro lado y con mucha más elocuencia y poder, la
extrema racionalización de la producción inmobiliaria capitalista (que por su
parte ha llevado a rígidos y pragmáticos criterios y estándares de diseño, así
como a la hiperespecialización, a la fragmentación del proyecto mismo, siendo
el de arquitectura sólo uno de ellos) con el objetivo de obtener el mayor rédito
del proyecto inmobiliario, termina por asumir las determinantes decisiones. Hoy
esa es la condición histórica de la arquitectura. El diseño arquitectónico, más
allá de las pretensiones de los grandes proyectistas resulta cada vez más
reducido a una tarea de decorar envolventes cuyos contenidos están establecidos
por criterios de orden práctico, funcional (estándares, normas, códigos),
racional (procesos, dinámicas) y económico (relación costo-beneficio).
La concepción
sistémica como sabemos, involucra mucho más. La realización de todo edificio, está
sujeta simultáneamente a condiciones estructurales (generales) y otras coyunturales (particulares). Ambas
están presentes y dejan sus huellas en el producto final. Mientras las
condiciones coyunturales son específicas, concretas y directas, están
vinculadas al terreno y su entorno directamente involucrado. Las otras, las
estructurales, son condiciones generales, vigentes en un país, en una región.
La distinta manera cómo estas condiciones son asumidas actualmente, en los
variados y complejos espacios y tiempos presentes en el país, así como los
distintos productos que generan, se pueden observar en el siguiente cuadro:
LA ARQUITECTURA Y LAS CONDICIONES ESTRUCTURALES Y COYUNTURALES EN LOS ESPACIOS Y TIEMPOS DEL PERÚ
Por eso, la
arquitectura responde a las coordenadas de espacio y tiempo, expresa a la
sociedad que la produce.
Una
de las consecuencias de la concepción idealista de la arquitectura es que
considera sólo la producción erudita, y en el mejor de los casos (casi como
correlato de la tolerancia al “buen salvaje”) la arquitectura vernácula y, al
límite, la arquitectura de las sobrevivientes sociedades ancestrales (como los
grupos amazónicos no integrados al mercado). Pero a pesar de ello, la errada
sobrevaloración de la producción erudita, impide la interrelación de
experiencias entre lo realizado en los distintos espacios y tiempos
coexistentes en el país.
¿Cómo se sitúan los starchitects locales en ese panorama? A
nivel de las condiciones estructurales, su discurso circunscrito a la
concepción objetual de la arquitectura, sólo les permiten asumirlas de manera
implícita. Esa es la consecuencia más clara de la concepción idealista de la
arquitectura. Llama la atención a este nivel que la extrema valoración del rol
del sujeto proyectista carezca de sentido y pierda trascendencia. Se explica
entonces por qué la producción sea esencialmente dependiente de las influyentes
tendencias internacionales y por qué también su espacio de actuación se
circunscriba a problemas y escenarios elitistas.
A nivel de las
condiciones coyunturales, sus estrategias proyectuales esencialmente empiristas
e intuitivas responden a una visión circunscrita y parcial del contexto, y por ende,
se concentran en sus manifestaciones más visibles y elocuentes, excluyendo una mímesis
que sea a la vez inmanente y trascendente. Por eso, cualquier variación del
contexto (generalmente imprevisible en el país), le resta valor y hasta le
quita sentido a la obra contextualista.
(…)
El
tema de fondo en la ideología de los starchitects
es el reducido alcance de sus ideas y objetos. La intrascendencia social de
la arquitectura en el país es la condición que a su vez hace intrascendente la
(buena) arquitectura que ellos hacen. No es al revés. La (buena) arquitectura
de los starchitects no ha
transformado positivamente la arquitectura (de los edificios) en general.
Ahora bien, la
concepción sistémica de la arquitectura permite relativizar, y no excluir, las
ideas fuerza que pretenden imponer arbitrariamente la primacía y la legitimidad
de lo que debe ser la (buena) arquitectura, excluyendo implícitamente otras.
¿Qué consecuencias se derivan de la identidad que la concepción sistémica
establece entre edificio y arquitectura? Principalmente desideologiza el
concepto de arquitectura y abre las puertas a una concepción más incluyente, a
experiencias más enriquecedoras. Entonces, no una sino muchas (buenas)
arquitecturas interactúan y se influyen mutuamente, haciendo a la arquitectura
socialmente trascendente.
¿Significa esto que
idea, objeto y sujeto proyectista (los tres protagonistas del concepto
idealista de arquitectura) quedan excluidos en el concepto sistémico? No. No se
puede excluir la idea como generatriz del edificio. El edificio no se genera
espontáneamente. El cuestionamiento a la abusiva monopolización de una idea por
encima de otras, no debería llevar a la exclusión de la idea en la generación
del edificio. Es imposible. Se trata de que la idea tenga en cuenta de manera
explícita las condiciones estructurales y preste atención integral y apropiada a
las condiciones coyunturales.
Lo propio pasa con la
preocupación por el objeto, su preeminencia no es gratuita, puesto que es la
condición necesaria de la arquitectura, sin él no se puede hablar de ésta, todo
el sistema arquitectónico gira a su alrededor. Sin embargo, la concepción
sistémica permite completar la definición: el objeto es la condición necesaria,
mas no suficiente para explicar la arquitectura.
Sobre el sujeto
proyectista, la concepción sistémica da lugar a una visión heterodoxa, más allá
del diseñador, del individuo y de su rol determinante. Los saberes y la acción
colectivos, las distintas formas de gestar la arquitectura según los diversos
contextos espaciales y temporales en un país en el que, equivalentemente, coexisten
espacios y tiempos diversos, liberan y diversifican la posibilidad que la
(buena) arquitectura sólo provenga de la acción del arquitecto demiurgo.
(...)
Lima, marzo de 2014
José Luis Beingolea Del Carpio
[1] Fernández, R. 1999 El proyecto final. Notas sobre las lógicas
proyectuales de la arquitectura al final de la modernidad. Facultad de
Arquitectura de la Universidad de la República, Montevideo, Uruguay.
[2] La arquitectura como cosmovisión (weltanschauung), sólo es posible
encontrarla en el Perú en las cada vez más minoritarias comunidades amazónicas
no integradas al mercado.
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