Por Israel Romero Alamo
Que la arquitectura puede ejercerse de muchas
maneras, hoy, no necesita mayor justificación. Así como existen quienes optan
por el pragmatismo proyectual, hay quienes prefieren otras cosas. La proyección
concienzuda; la investigación; la construcción; el papeleo; el activismo, y un
largo etcétera de espacios aptos para los arquitectos. Incluso varias cosas a
la vez. Así como ellos, hay quienes nos interesamos por un arrinconado y minado
espacio llamado ‘crítica de arquitectura’.
Este es quizás uno de los espacios que históricamente
ha sufrido más arremetidas y paradójicamente un alto grado de indiferencia. Que
es cosa anacrónica; que es de envidiosos y resentidos; que es cosa fácil; que ya
no tiene razón de ser, ni larga vida, ni espacio donde asentarse; que hay cosas
más importantes.
La crítica es, por propia naturaleza, una de
las actividades más peligrosas y ‘sin retorno’ de la arquitectura y demás espacios
culturales que, además, en el Perú recibe una carga exponencial aplastante y estresante…
una carga que desanima. Tanto así que hacerla es en sí un capricho. De manera
contraria a lo que se piensa, un crítico de arquitectura está destinado a los
ataques demoledores.
Existen diversas formas de ejercerla (y varias
muy distantes), pero lejos de pretender invalidar algún perfil crítico diferente al que
consideramos idóneo para el Perú, expondremos lo que pensamos debe ser y
hacer un crítico de arquitectura en un país como este resaltando por qué su
papel es fundamental a pesar de las dobles morales que pueden tejerse alrededor
de su aceptación.
1.
Producción
y contradicción de la crítica de arquitectura en el Perú
Creemos que un crítico de arquitectura del Perú
tiene como principal fin (existencial) criticar la Arquitectura Peruana. Este último
concepto, desde el inicio de la República, ha sido inventado e idealizado, y
así como está, institucionalizado para convertirse en una suerte de único e
inalienable estamento de lo que en el Perú es “la arquitectura” diferenciándose con armamento bélico de lo que no cumple los requisitos
para dicho rótulo. Esta diferenciación entre Arquitectura y no-Arquitectura es
un reflejo de un problema estructural socio-económico peruano y latinoamericano.
Consideramos que un crítico de arquitectura del
Perú debe combatir esto. Mirar con cierta lejanía la formación de la
“Arquitectura Peruana” para evaluarla históricamente. Poner en verdadera
magnitud lo que se dice que ésta es mostrando su estructura interna y, de esta
forma, reflejar los problemas estructurales del Perú que pocos y recientes no
son. Mirar de ida y vuelta, de la arquitectura hacia su envolvente y viceversa,
no desde la arquitectura aislada hacia dentro de sí, pues esto último resulta
ya, desde hace mucho, poco útil.
Por
ello, quien se anime a hacer crítica de arquitectura en un país como el Perú,
no puede observar a la arquitectura con exclusivos ojos de arquitecto o solo
con buenas intenciones. No por cuestiones de la arquitectura, sino por
cuestiones del Perú. Creemos, como Manfredo Tafuri y como José
Carlos Mariátegui, que cuestiones estructurales, con miradas y análisis
estructurales (de hechos coyunturales) se superan. De lo contrario, podrá hacerse un buen análisis del
edificio, del objeto, pero sobre una base o estructura demacrada, endeble y
engañosa. Casi encima del fango y con un efecto analgésico momentáneo en donde
no interviene revisar el papel de la arquitectura dentro del desarrollo histórico del
Perú.
Quien
se anime a hacer crítica de arquitectura en un país como el Perú, debe saber
que en el proceso de producción de la crítica no solo hay que ser crítico,
saber opinar o utilizar vestiduras humanistas, por muy sinceras que sean. Solo
con eso no se hace crítica o se es crítico. Creer eso es como pensar que la
arquitectura de puras ideas se hace y que no hay ni cliente, ni comitente, ni
medios de producción. La crítica debe ser difundida y consumida: socializada.
Sin difusión periódica regular, no hay crítica. Lo mediático, en la crítica, es
tan importante como la teoría que da pie a la propia crítica, pues la
socialización es su fin primordial, no es fin válido que las buenas ideas de
grandes pensadores evolucionen en un contenedor cerebral para luego recitarlas
en clubes arquitectónicos VIP.
Hay que saber –y esto es lo tragicómico– que el
factor mediático en el Perú es particular y sumamente poderoso aunque los
arquitectos, en su afán puritano, pretendan ocultarlo y aplastarlo debajo de
las grandes ideas que gestan un edificio o una reflexión profunda, debajo de la
crítica o la teoría per se. Que lo
mediático en la (crítica de) arquitectura no importa, es una mentira que
proviene de la misma ilusión gestada por los proyectistas idealizados que
evitan hablar del comitente, cuando este es parte fundamental de la producción
arquitectural.
La Arquitectura Peruana es precisamente
“Arquitectura Peruana” por causas eminentemente mediáticas: porque alguien
decidió que sea así, no porque dicha arquitectura sea un reflejo holístico del
Perú. Y quien decidió que sea así, fue el grupo socialmente dominante de casi
dos siglos atrás que hoy mantiene su dominio tras cortinas progresistas. ¿Por
qué en la crítica tendría que ser de otra forma? ¿Acaso no hay grupos sociales
y medios que deciden ‘qué vale’ y ‘qué no’? ¿No es ese también un problema
estructural y ‘ajeno’ a la arquitectura? Ese debería el objetivo de un crítico
de arquitectura, pues de esa estructura se desprenden irremediablemente los
objetos arquitectónicos y lo que de ellos pueda emanar o decirse.
Quien se anime a hacer crítica de arquitectura
en un país como el Perú, debe saber que aunque exista un potente arsenal
teórico, además de buenas intenciones, hay quienes dominan los medios
tradicionales y quienes deciden qué es crítica y qué no lo es. Debe saber que todo
esto es consecuencia de una estructura económica y social histórica nacional y
continental poscolonial, en la que la arquitectura no solo está profundamente
inmersa sino que en ella tiene papel protagónico.
Para ser “crítico de arquitectura” hay que
tener periodicidad de publicación en algún medio catalogado como ‘válido’
que –curiosamente– es etiquetado como
tal por los mismos epicentros que generan la arquitectura entendida oficialmente
como Arquitectura Peruana. Al menos así ha sido con rancia consistencia hasta
hace muy poco. La crítica que ellos entienden como una valedera crítica
arquitectónica es la que no evidencia su mirada unilateral… ¿podría ser acaso
de otra forma?
“La visión albertiana
del arquitecto y de su capacidad, es su droga. Rellena al arquitecto de helio y
lo eleva lo suficiente como para no ver la estructura del suelo maltrecho en el
que está lejanamente atado. Le hace nacer con la ingenua potestad de
civilizador del bárbaro; de desidiotizador; de vocero empedernido de Su Buena
Nueva, como si él tuviera voz y los demás solo oídos.”
Quien se anime a hacer crítica de arquitectura
en un país como el Perú, debería liberarse de esto si quiere hacer una crítica
arquitectónica desprovista de hipocresías y temores a las represalias de los
círculos de poder que –es absurdo ya hacerse los desentendidos– evidentemente
existen. Quien se anime a hacerla, es
decir, a hacer una verdaderamente útil y necesaria crítica de arquitectura en
el Perú, debe independizarse en el factor más sensible de su producción: el
mediático. Cultivar teorías para la crítica puede aprenderse, pero no
cualquiera puede ser capaz de difundirlas, pues hasta hace muy poco esto no
dependía del crítico sino de un tercero: del comitente, el que ponía la
revista, el libro, la (línea) editorial, el periódico o el que cuidaba los
intereses del medio por su permanencia en el mercado. Quien se anime a hacer
crítica aquí, debe, por ejemplo, autopublicarse, para de esta forma, desprenderse
de intereses ajenos a analizar y desvestir los fines ocultos en la arquitectura
por superponer provechos propios o famas que no se quieren dejar.
La autopublicación, la ausencia de
intermediarios, dará la necesaria autonomía de juicio en su estado racional y
crítico puro, la independencia necesaria de opinión, la libre investigación y
el análisis amplio de la realidad arquitectónica. Los mejores ejemplos críticos
provienen de esta manera de producción. Sin jefes mayores que el propio
compromiso de que la arquitectura pueda ser útil más allá de lo que los otros
medios, obstruidos por sus fines económicos, planteen como aprioris. Sin amistades y gratitudes tácitas. Con parcialidad pero
sin afinidades forzosas. Sin acuerdos. Sin ganas de mantener ‘el status quo’ y la estabilidad mini-grupal
y su repulsivo festín de retórica que invoca discursos prestados pero bien
aprendidos.
Por
eso poco se habla de crítica, y su ‘institución’ y ejercicio son entendidos
como algo ya anacrónico. Por eso no está en los planes “oficiales” de la
Arquitectura Peruana. Porque (en el Perú) la crítica es incompatible con lo
oficial. Porque o se es parte de “la arquitectura” o se es crítico de ella.
Porque no se puede servir a dos amos a la vez.
Por eso los críticos de arquitectura huyen
pasados los años. Los que en algún momento la ejercieron, no quieren repetir el
trago amargo. Para poner el asunto más claro: no es casualidad que los
proyectistas de la Arquitectura Peruana y los pensadores, teóricos y críticos
de arquitectura hayan pertenecido siempre a los mismos aglomerados
universitarios capitalinos. Es un evidente monopolio centralista de herencia
Republicana que los arquitectos nunca van a admitir, pues algunos, en su turbiedad,
ni siquiera pueden percatarse de ello. Son sobreentendidos dueños de la
invención de la Arquitectura Peruana o alegres herederos de ella: no pueden
percatarse del problema porque están dentro, porque eso los constituye.
Desde la otrora Sociedad de Arquitectos hasta
la reciente Asociación Peruana de Estudios de Arquitectura se presume de un
costumbrismo oligárquico inamovible que está más hermético y vivo que nunca.
Los dueños de la Arquitectura Peruana y sus congéneres universitarios, teóricos
y críticos, guardan silencio sepulcral cuando de desvestir las estructuras de la
arquitectura se trata. Cuando hay que hablar de ella seriamente, no pueden, no
se atreven. No dan ni siquiera el primer paso. Presumen junto a su comparsa de
portavoces y aprendices de un sustancioso potencial teórico y crítico, pero lo
tienen ahí, en el congelador. Cuando se trata de analizar íntegramente la
Arquitectura Peruana, revolotean la mirada, sueltan algún diplomático guiño pro
liberal y mantienen las buenas relaciones. Mantienen ‘el status quo’ porque no hay otra forma de actuar. Evitan alterar el
orden de su posición. Esta crítica se detiene en cambiarle de cuanto en cuanto
la fachada a la arquitectura, como quien le pone una mano de pintura a una casa
de estructura carcomida.
¿Pueden destruir acaso la torre de marfil en la
que están? ¿Son suicidas?
No lo son, ¿quién, pues, lo sería?
Frente
a la contrariedad crítica pura no saben cómo actuar. Por ello a las posiciones
contrarias las etiquetan, censuran o las intentan minimizar con sus eficientes
máquinas de medios y con un discurso convincente a favor de mantener las buenas
formas. ¿No relegan acaso casi a la insignificancia a quienes
intentan hacer estallar toda la carga del significado que yace al interior de
la Arquitectura Peruana ideada en su sectario club amical?
A diferencia de esto solo existe una
‘excepción’, y esta es de tinte maquiavélico. Se da cuando los portadores de la
Arquitectura Peruana ‘incluyen’ a las voces críticas. Es decir, cuando no pueden callarlas, intentan
incluirlas en su círculo productivo mediático para que aquel crítico resentido sea ‘alguien’ dentro del
libreto de la Arquitectura Peruana. Sean sus críticos, sus teóricos o algo útil.
Solo así, el ex resentido se vuelve Crítico
o Teórico: siendo parte de. Lo
lamentable es que, aunque el título nobiliario persista, el manto y la humareda
del grupo dominante terminan apagando el fuego y silenciando la voz del otrora
crítico hasta convertirlo, pasados los años, en una útil y bien vestida marioneta
del conservadurismo.
Ejemplos en el Perú hay muchos, y algunos, para
acallar su incomodidad interior, hasta le han puesto a su pensamiento el rótulo de una supuesta evolución. No
se han dado cuenta de que un buen
crítico de arquitectura del Perú no puede, de ninguna forma, ser parte de la
Arquitectura Peruana.
2.
El
problema de la crítica
Uno de los principales problemas de la crítica
de arquitectura en el Perú han sido sus arquitectos y sus miradas severamente ombliguistas
(además de su implícito legado occidental duro, maquinal y limeñista
desparramado tal cual por varios de los rincones del Perú) que con mucho
esfuerzo se han topado con el ombligo del vecino más cercano, el que, para
intensificar su autismo, habla su mismo lenguaje y comparte su misma cosmovisión.
Por tradición y convicción, el arquitecto no
entiende los lenguajes de los otros. No tiene los intereses de los otros. No
tiene la suficiente capacidad como para ponerse en ‘el lugar’ de los otros. Y es que el problema del arquitecto
(peruano) es precisamente ese: que quiere hablar por los otros, que quiere
convencer a los otros de lo que él considera irremediablemente cierto.
Hacerla de todista, de portador de la
verdad, de dueño de la moral, como si tanto conocimiento (proyectual o teórico)
pudiera suplir la condición social y el capital cultural de los otros –y lo que
esto implica– solo porque un libro o un manual dijeron cómo se hace. Hay
quienes ingenuamente creen eso.
El problema del arquitecto (peruano) es que,
desde su automático progresismo, fuerza miradas holísticas y posiciones
universalistas capaces de asumir los intereses de terceros –de los que de
arquitectura no conocen, por ejemplo– cuando su estado profesional natural no
es ese, el de la camisa de once varas. Ese papel, el de profeta, al arquitecto,
le queda grande. Evidentemente, desde su torre de marfil, en tertulias
arquitectónicas de tinte monotemático, él se exalta para indicar y
defender lo contrario, pues, por cuestiones genéticas, no es capaz aún de ver
diferente.
Su sapiencia y lejana posición han hecho que su
torre de marfil le de esa potestad. Lo irónico es que critica desde su torre a las
torres de marfil de los demás: de los políticos, de los poderosos, de los
corruptos; cuando la torre de marfil propia ha sido gestada sobre la misma
estructura que las demás. En 1821, en 1910, en1947, en 1968, hoy… sobre la
misma base económica. Es una buena intención que languidece en la inefectividad
pues la hace desde aquella ceguera arquitectural que produce discursos
automáticos con lecciones moralistas y gritos genéricos que solo él entiende.
Debería,
el arquitecto, de antemano, aceptar que casi todo se desprende de una
estructura que en el Perú vigencia no ha perdido, y que él es parte de ella.
Que la única manera de ser “arquitecto” es siendo parte de ella. Que en el Perú
persisten pirámides que estructuran quién puede opinar y quién no mucho; cuál
es el centro y cuáles son las periferias; qué vale y qué no tanto: pirámides en
las que los que pueden opinar (o sea quienes inventaron la idea de la Arquitectura
Peruana y allegados) dicen que estas ya no existen.
¿Puede acaso la arquitectura en el Perú
desprenderse de su soporte base, obviar cuestiones eminentemente estructurales,
ponerse un cono en el cuello y mirar adrede el objeto y nada más que él? ¿Puede
llegar a esos niveles de ignorancia selectiva o hipocresía?
Como producto de sus buenas intenciones, varias
personas dicen que la crítica de arquitectura debe estar centrada en el
análisis exclusivo del edificio… ¿Pueden acaso los arquitectos obviar
situaciones mayores que han ocasionado y producido el objeto arquitectónico y
centrarse en aspectos meramente físicos? Al hacer esto, ¿no se trabaja tácitamente
sobre una visión idealista de la arquitectura en la que esta es compuesta
únicamente por el arquitecto y sus ideas? Podrán algunos, pero hay quienes no
podemos.
La crítica, como dice Juan Acha, es una
historia de coyuntura. La crítica de arquitectura debe tener una visión básicamente
histórica de un hecho particular: mirar más allá del edificio e introducirse en
las causas de su gestación dentro de un proceso histórico (latinoamericano). Quedarse en el edificio es como analizar la
arquitectura colonial y sumergirse en las arenas movedizas de los frontones,
los angelitos y las proporciones, sin preguntarse por qué fue esta época, dentro
de toda la historia, en la que se desperdigó mayor cantidad de edificios
religiosos-católicos. Es bueno, quizás, pero no lo suficiente. De repente hay quienes
pueden. Habemos otros que no.
La crítica de arquitectura en el Perú aparece
entre la rendija de los siglos XIX y XX con una carga occidental afrancesada
transmitida con algunas ficciones de cambios hasta nuestros días, perpetuando la
visión de la arquitectura desde una perspectiva puramente del arquitecto, por
arquitectos y para arquitectos. Me pregunto, ¿pudo esta manera de ver, generar
una reflexión mayor de la situación de la arquitectura en el Perú? ¿Puede
hacerlo ahora, acerca de su irrelevancia, por ejemplo? ¿Conectarla acaso con la
gente que la ve innecesaria? ¿O de por sí damos por sentada la presencia de un
elitismo fraguado de la arquitectura y adquirimos efectivos tranquilizantes en
eventuales discursos de ciudadanía y buenos vecinos defensores del espacio
público y demás, de tanto en tanto? ¿No son estos acaso parches catárticos y cortoplacistas
escondidos en retóricas de un bienintencionado (y a veces aparente) bien común?
“(En el Perú) la crítica es incompatible con lo oficial.
Porque o se es parte de 'la arquitectura' o se es crítico de ella. No se puede
servir a dos amos a la vez.”
¿No regresa luego el arquitecto a su mundo
pasado el síndrome del superhéroe?
¿No se dedica a lo suyo, a su torre de marfil, a ser alguien, a no quedar en el
olvido… a ser arquitecto dentro de su mundo académico, ya sea serio o de catálogo
de moda? ¿Cuánto habrá quedado de esa emocionada revolución juvenil de los
críticos del ayer pasados los años? Como se mencionaba líneas arriba, ¿no se
desvaneció acaso cuando sus protagonistas pretendieron mantener su protagonismo
y, por lo tanto, se aliaron a los círculos teóricos-mediáticos dominantes que
decidían qué era crítica y qué no; qué era arquitectura y qué no? ¿No es ese
acaso un problema estructural ‘ajeno’ a la arquitectura?
En esta simbiosis arquitectural están tanto quienes,
ya sabemos, pasados los años, terminan sus días atornillados en trasnochados
asientos de Facultades Universitarias recitando frases célebres aprendidas
décadas atrás, como también arquitectos poco más ingenuos que consideran que la
arquitectura puede mejorarse hablando de arquitectura: quienes se animaron a
hacer crítica pero se quedaron a medias hablando de lo coyuntural, pero casi
por compromiso y metiéndose un calmante al cuerpo.
Con todo el respeto que merecen, por ejemplo,
la Agrupación Espacio, entre otras agrupaciones (y demás buenas intenciones)
como máximos exponentes, quizás, de la crítica arquitectónica… ¿qué lograron si
no fue hacer que el arquitecto se ilusione con una supuesta utilidad que nunca
traspasó su autogestada camisa de fuerza? ¿Por qué emular los mismos pasos hoy?
¿Por pura consideración y aparentes victorias del pasado? ¿Cuál es el sentido? El
error no es de las buenas o las malas intenciones y de los pasos que de ambas
se desprendan, sino de lo que mira el arquitecto del Perú y en el Perú, de sus
perspectivas, aspiraciones y visión de país.
Habría que aceptar que eso de “cambiar el
mundo” –típico refrán moderno– no es cosa de arquitectos, como algunos piensan.
Sí lo es de personas críticas (y estos no son perfiles necesariamente concatenados). Que, de repente, como asume la gente ‘de a pie’,
dibujar es lo de los arquitectos. El bello objeto aislado. Sin más. Como los
arquitectos pragmáticos (que mucho no se cuestionan). Y de pronto no estaría
mal. Mal estaría que el arquitecto automáticamente se indigne al recibir este letrero
casi-terrenal e ‘inferior’ de dibujante –como si malo fuera–, pues eso
significaría que se asume desde ya como eminencia, como una excepción, o como
“un milagro”, en patéticas palabras de algunos.
¿Quién le dijo al arquitecto que tiene que
“cambiar el mundo”? Habría que aceptar que si cambiar –o mejorar– la realidad
se quiere, hay que desprenderse primero de esa etiqueta y de ese yugo moderno
tallado en una torre de marfil que a tantos encanta para sentirse formados en
una profesión superior y como ciudadanos de ‘primera clase’: no como un
contador, una secretaria o un burdo manifestante iletrado, sino como un semidiós
transformador del mundo. Esta visión albertiana del arquitecto y de su
capacidad, es su droga. Rellena al arquitecto de helio y lo eleva lo suficiente
como para no ver la estructura del suelo maltrecho en el que está lejanamente
atado. Le hace nacer con la ingenua
potestad de civilizador del bárbaro; de desidiotizador; de vocero empedernido
de Su Buena Nueva, como si él tuviera voz y los demás solo oídos.
La etiqueta de arquitecto parece ser más una
carga que un favor para pensar y reflexionar como ciudadano común y corriente y
para criticar también como ciudadano común y corriente, incluso más allá de los
conocimientos que la formación nos pueda ofrecer. El ser arquitectos en el Perú
nos hace pensar como “Arquitecto Moderno”, como Superhéroe. Nada más estúpido
que el asumirlo cual escolares. Nada distrae más que un cúmulo de cuentos
sube-autoestimas.
Quien se anime a hacer crítica de arquitectura
en un país como el Perú, debe entender que no será un trabajo fácil, pues hay
que lidiar con todo esto: con el ejército de arquitectos defensores de “la
arquitectura” y de La Arquitectura Peruana, donde ser proyectista, es más fácil,
rentable, engalanador y legítimo que ser crítico. El crítico es un paria. Para algunos que intentamos hacer crítica,
el ser “arquitectos” es un estorbo.
3. Nuestra crítica
Quien se anime a hacer crítica de arquitectura
en un país como el Perú, no puede estar en los espacios que mantienen la
concepción unilateral de la arquitectura peruana. No puede superponer
amistades, puestos de trabajo o –en definitiva– fines económicos, al análisis
estructural de la arquitectura. Quien lo haga, el crítico que lo haga de esta
manera, divagará en la observación autista del edificio manteniendo el cuidado
de no taladrar mucho y cuidando que el sistema productivo y la estructura
arquitectural no queden expuestos para que el estado real de las cosas no tambalee. Un buen crítico
de arquitectura en el Perú, en lo posible, no debe ser Arquitecto.
Un
buen crítico –dicen con mucha razón– es un ser solitario. Tiene más contrarios
que aliados. No suele recibir nada a cambio. Un buen crítico de arquitectura en
el Perú, para poder observar y ejercer la crítica, debe mantenerse en la ‘periferia’…
pero en la periferia en todo sentido: conceptual, social, institucional, ideológica
e incluso geográfica y económica.
Quien se anime, debe ser consciente de que está
sacrificando su futuro y su profesión. Que por intentarlo, aparecerán más la
impotencia y las manos vacías que la tranquilidad (o la seguridad) de estar
consiguiendo algo positivo. Quedará incluso la sensación de estar perdiendo el
tiempo. Que todo el tiempo invertido está ya perdido. Quien se anime a hacer
crítica de arquitectura en un país como el Perú, debe saber que a los
arquitectos la crítica no les interesa. Que es casi un suicido, un trabajo que
no da alegrías, un trabajo que no paga... ¿Alguien podrá?
Quien se anime a hacer crítica de arquitectura
en un país como el Perú, debe estar dispuesto al aislamiento con el fin de
mantener pura la perspectiva histórica de la crítica y la coherencia entre lo
que profesa y lo que hace. Ese debería ser el papel de nuestra crítica, y esto
se conseguirá, primordialmente, no aspirando a ser parte de la Arquitectura
Peruana, sino manteniéndose fuera de ella y no teniendo nada, y por lo tanto, nada que perder ni deudas que pagar.
Quien se anime a hacer crítica de arquitectura
en un país como el Perú, tiene dos opciones.
Primero, centrarse exclusivamente en mirar edificios, hechos aislados o ideas proyectuales y, o ser consciente de su irrelevante papel de articulista de catálogo y de activista de coctel, o ser un buen analista de edificios: aspecto que, si bien es una buena forma de crítica arquitectónica, en el Perú carece de mayor relevancia tanto para los entendidos en el tema como para ‘el resto’. Por ejemplo, la crítica de arquitectura no es crítica de cine, como para que algo de ella le interese al pueblo, y no es crítica literaria como para que le interese a los entendidos.
Segundo, salirse de la arquitectura, ejercer el (auto) exilio profesional y el ‘anonimato’ para que, desde otro punto de vista, empiece a desentrañar lo que desde ya casi dos siglos dicen Los Arquitectos que es la arquitectura peruana. Pues, solo así, cuando la estructura de la Arquitectura Peruana quede expuesta, la arquitectura se desidealizará, se discutirá de verdad, y desde varios frentes sociales y económicos se refundará, y el arquitecto peruano (en su verdadera dimensión) podrá mirar a lados que hoy no ve con amplitud y estrecha relación: a lados que desde la Colonia y la República el Arquitecto decidió no ver.
Primero, centrarse exclusivamente en mirar edificios, hechos aislados o ideas proyectuales y, o ser consciente de su irrelevante papel de articulista de catálogo y de activista de coctel, o ser un buen analista de edificios: aspecto que, si bien es una buena forma de crítica arquitectónica, en el Perú carece de mayor relevancia tanto para los entendidos en el tema como para ‘el resto’. Por ejemplo, la crítica de arquitectura no es crítica de cine, como para que algo de ella le interese al pueblo, y no es crítica literaria como para que le interese a los entendidos.
Segundo, salirse de la arquitectura, ejercer el (auto) exilio profesional y el ‘anonimato’ para que, desde otro punto de vista, empiece a desentrañar lo que desde ya casi dos siglos dicen Los Arquitectos que es la arquitectura peruana. Pues, solo así, cuando la estructura de la Arquitectura Peruana quede expuesta, la arquitectura se desidealizará, se discutirá de verdad, y desde varios frentes sociales y económicos se refundará, y el arquitecto peruano (en su verdadera dimensión) podrá mirar a lados que hoy no ve con amplitud y estrecha relación: a lados que desde la Colonia y la República el Arquitecto decidió no ver.
Hoy se habla mucho de acciones lejanas y
diferentes a la arquitectura como alternativas críticas de solución a hechos
coyunturales, muchas de ellas jóvenes y vigorosas. Pero si se le analizan históricamente,
es evidente su figuración como inquietos intentos por un cambio de rumbo,
pero que, más allá de sus buenos propósitos, se asientan peligrosamente al
borde del fuera de foco y de desvaríos ya recorridos en el pasado. Son errores como el del
predominio de ‘el rol del arquitecto’ los que pueden hacer que los alcances
bienintencionados, a larga distancia, se encuentren con su típica y cíclica
desaparición... y no conseguir nada. Un crítico debería percatarse de esto y es pertinente, incluso, que en algunas actividades críticas, también se mantenga al margen para señalar lo que desde adentro no se puede ver.
“Un buen crítico de arquitectura del Perú no puede, de
ninguna forma, ser parte de la Arquitectura Peruana.”
La relevancia de la arquitectura o el
mejoramiento de la ciudad no se conseguirán –en primera y única instancia–
porque un grupo de arquitectos decida ser el portador de fórmulas de cómo
deberían ser las cosas. No se logrará solo de empoderar y de darle “las armas”
a la gente inculta, ‘culturizándolas’. Esa receta contranatural de la
modernización, históricamente ha sido un fracaso para el ‘modernizado’ y su
mundo.
Se conseguirá, sobre todo, en una conciliación
de fuerzas verdaderamente iguales, del real entendimiento de “el otro”, y del
real entendimiento de que “el otro”, el bárbaro, el inculto, el indio o cualquier ser desde
ya relegado, también tienen voz y también, como el arquitecto, o como
cualquiera, pueden opinar y pueden tener razón determinante. Para esto, el
arquitecto debe despojarse de sí, de su papel de Superhéroe y, luego, el
siguiente y más importante paso, aprender a oír y contar con la capacidad de
ser convencido por ‘el otro’. Claro es que no
hay actitud más poscolonial que la del arquitecto demiurgo.
Hoy, con el fin de una conciliación real de
fuerzas, la crítica de arquitectura en el Perú debería venir también desde un
lado diferente al de los últimos doscientos años: de los bordes de la Arquitectura
Peruana, de lo que ha sido catalogado como periferia.
Debe venir también desde espacios lejanos al
perfil del Superhéroe y de personas históricamente desprovistas del peligro de
convertirse en tal. Es muy poco probable, hoy, encontrar otra opción sin verse
atrapado en aquel sumidero bicentenario; pues reiteradas veces se ha intentado,
pero toda buena intención ha sido de muchas formas acallada por la colonialidad
de la Arquitectura Peruana.
Debe venir también de una sociedad nueva, de una
que nunca estuvo (ni está ahora, tampoco) en los planes de La Arquitectura más
allá de la típica ‘inclusión’ de peruanismos absurdos. Más allá de la
percepción del Perú como cantera temática de cerros, huacas y pobladores de poncho y pollera con fotochecks de ‘Identidad’ colocados por
expertos en analizar y etiquetar al Perú
profundo.
Debe venir también de otros lados, y que estos
tomen igual y equitativo protagonismo y acción. No que se les ‘incluya’ y se
hable por ellos. La ‘inclusión’ no es una opción. Nunca debió serla.
Solo así, cuando el arquitecto semidiós y socioeconómicamente
tradicional reconozca como igual a los otros arquitectos y a todos los demás (y
viceversa), con igualdad de condiciones, perspectivas e intereses; cuando se
genere un verdadero encuentro de fuerzas capaces de discutir en una
conciliación no absorbente, la arquitectura en el Perú será verdaderamente arquitectura
peruana o de y para el Perú.
Solo en ese momento se dejará de lado la
improductividad de reuniones por y para arquitectos que discuten desde su
torre de marfil qué cosa es el Perú y qué deberían tomar de él para hacer
arquitecturas y ciudades peruanas. Solo ahí la arquitectura peruana no será la
del Arquitecto y su vasto yacimiento de productos extraíbles. Es decir, la
identidad, ese nocivo cliché arquitectónico, solo podrá entenderse a partir de
voces diversas pero semejantes, y a partir también de identidades diversas pero
comunes e igualitarias.
Por eso la crítica es fundamental y prioritaria.
Porque todo lo que de arquitectura en el Perú quiera hacerse y discutirse debe
nacer de la crítica; y lamentablemente, por lo expuesto, una crítica útil y de
largo aliento, hoy en el Perú, tiene todas las de perder.
Quien se anime a hacerla, debe generar su
propio espacio siendo consciente de que lo perderá casi todo intentándolo. Por
ello nadie querrá ejercerla sabiendo el alto costo y los no varios beneficios. Por
ello la crítica no tuvo, tiene, ni tendrá ni espacio ni respaldo desde el interior
de la Arquitectura Peruana… ¿Alguien querrá?
Si ninguno
de los grandes pensadores y teóricos que existen quiere convertirse en un paria
para el centrípeto y unidireccional círculo de la Arquitectura Peruana, es
decir, en un crítico de arquitectura verdaderamente útil, sólo hay una opción:
que la crítica provenga de afuera, de quienes ya son considerados como parias. De los grupos que históricamente se han dedicado a mirar y a escuchar: de la ‘periferia’, donde
ya hay arquitectos, pero donde –afortunadamente– la hoy llamada Arquitectura
Peruana nunca se preocupó por llegar.
1 comentario:
Muchas cosas ciertas... varios secretos a voces.
Saludos.
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