6 de junio de 2015

Nuestra crítica

Por Israel Romero Alamo


Que la arquitectura puede ejercerse de muchas maneras, hoy, no necesita mayor justificación. Así como existen quienes optan por el pragmatismo proyectual, hay quienes prefieren otras cosas. La proyección concienzuda; la investigación; la construcción; el papeleo; el activismo, y un largo etcétera de espacios aptos para los arquitectos. Incluso varias cosas a la vez. Así como ellos, hay quienes nos interesamos por un arrinconado y minado espacio llamado ‘crítica de arquitectura’.

Este es quizás uno de los espacios que históricamente ha sufrido más arremetidas y paradójicamente un alto grado de indiferencia. Que es cosa anacrónica; que es de envidiosos y resentidos; que es cosa fácil; que ya no tiene razón de ser, ni larga vida, ni espacio donde asentarse; que hay cosas más importantes.

La crítica es, por propia naturaleza, una de las actividades más peligrosas y ‘sin retorno’ de la arquitectura y demás espacios culturales que, además, en el Perú recibe una carga exponencial aplastante y estresante… una carga que desanima. Tanto así que hacerla es en sí un capricho. De manera contraria a lo que se piensa, un crítico de arquitectura está destinado a los ataques demoledores.

Existen diversas formas de ejercerla (y varias muy distantes), pero lejos de pretender invalidar algún perfil crítico diferente al que consideramos idóneo para el Perú, expondremos lo que pensamos debe ser y hacer un crítico de arquitectura en un país como este resaltando por qué su papel es fundamental a pesar de las dobles morales que pueden tejerse alrededor de su aceptación.




1.     Producción y contradicción de la crítica de arquitectura en el Perú

Creemos que un crítico de arquitectura del Perú tiene como principal fin (existencial) criticar la Arquitectura Peruana. Este último concepto, desde el inicio de la República, ha sido inventado e idealizado, y así como está, institucionalizado para convertirse en una suerte de único e inalienable estamento de lo que en el Perú es “la arquitectura” diferenciándose con armamento bélico de lo que no cumple los requisitos para dicho rótulo. Esta diferenciación entre Arquitectura y no-Arquitectura es un reflejo de un problema estructural socio-económico peruano y latinoamericano.

Consideramos que un crítico de arquitectura del Perú debe combatir esto. Mirar con cierta lejanía la formación de la “Arquitectura Peruana” para evaluarla históricamente. Poner en verdadera magnitud lo que se dice que ésta es mostrando su estructura interna y, de esta forma, reflejar los problemas estructurales del Perú que pocos y recientes no son. Mirar de ida y vuelta, de la arquitectura hacia su envolvente y viceversa, no desde la arquitectura aislada hacia dentro de sí, pues esto último resulta ya, desde hace mucho, poco útil.

Por ello, quien se anime a hacer crítica de arquitectura en un país como el Perú, no puede observar a la arquitectura con exclusivos ojos de arquitecto o solo con buenas intenciones. No por cuestiones de la arquitectura, sino por cuestiones del Perú. Creemos, como Manfredo Tafuri y como José Carlos Mariátegui, que cuestiones estructurales, con miradas y análisis estructurales (de hechos coyunturales) se superan. De lo contrario, podrá hacerse un buen análisis del edificio, del objeto, pero sobre una base o estructura demacrada, endeble y engañosa. Casi encima del fango y con un efecto analgésico momentáneo en donde no interviene revisar el papel de la arquitectura dentro del desarrollo histórico del Perú.

Quien se anime a hacer crítica de arquitectura en un país como el Perú, debe saber que en el proceso de producción de la crítica no solo hay que ser crítico, saber opinar o utilizar vestiduras humanistas, por muy sinceras que sean. Solo con eso no se hace crítica o se es crítico. Creer eso es como pensar que la arquitectura de puras ideas se hace y que no hay ni cliente, ni comitente, ni medios de producción. La crítica debe ser difundida y consumida: socializada. Sin difusión periódica regular, no hay crítica. Lo mediático, en la crítica, es tan importante como la teoría que da pie a la propia crítica, pues la socialización es su fin primordial, no es fin válido que las buenas ideas de grandes pensadores evolucionen en un contenedor cerebral para luego recitarlas en clubes arquitectónicos VIP.

Hay que saber –y esto es lo tragicómico– que el factor mediático en el Perú es particular y sumamente poderoso aunque los arquitectos, en su afán puritano, pretendan ocultarlo y aplastarlo debajo de las grandes ideas que gestan un edificio o una reflexión profunda, debajo de la crítica o la teoría per se. Que lo mediático en la (crítica de) arquitectura no importa, es una mentira que proviene de la misma ilusión gestada por los proyectistas idealizados que evitan hablar del comitente, cuando este es parte fundamental de la producción arquitectural.

La Arquitectura Peruana es precisamente “Arquitectura Peruana” por causas eminentemente mediáticas: porque alguien decidió que sea así, no porque dicha arquitectura sea un reflejo holístico del Perú. Y quien decidió que sea así, fue el grupo socialmente dominante de casi dos siglos atrás que hoy mantiene su dominio tras cortinas progresistas. ¿Por qué en la crítica tendría que ser de otra forma? ¿Acaso no hay grupos sociales y medios que deciden ‘qué vale’ y ‘qué no’? ¿No es ese también un problema estructural y ‘ajeno’ a la arquitectura? Ese debería el objetivo de un crítico de arquitectura, pues de esa estructura se desprenden irremediablemente los objetos arquitectónicos y lo que de ellos pueda emanar o decirse.

Quien se anime a hacer crítica de arquitectura en un país como el Perú, debe saber que aunque exista un potente arsenal teórico, además de buenas intenciones, hay quienes dominan los medios tradicionales y quienes deciden qué es crítica y qué no lo es. Debe saber que todo esto es consecuencia de una estructura económica y social histórica nacional y continental poscolonial, en la que la arquitectura no solo está profundamente inmersa sino que en ella tiene papel protagónico.

Para ser “crítico de arquitectura” hay que tener periodicidad de publicación en algún medio catalogado como ‘válido’ que  –curiosamente– es etiquetado como tal por los mismos epicentros que generan la arquitectura entendida oficialmente como Arquitectura Peruana. Al menos así ha sido con rancia consistencia hasta hace muy poco. La crítica que ellos entienden como una valedera crítica arquitectónica es la que no evidencia su mirada unilateral… ¿podría ser acaso de otra forma?


“La visión albertiana del arquitecto y de su capacidad, es su droga. Rellena al arquitecto de helio y lo eleva lo suficiente como para no ver la estructura del suelo maltrecho en el que está lejanamente atado. Le hace nacer con la ingenua potestad de civilizador del bárbaro; de desidiotizador; de vocero empedernido de Su Buena Nueva, como si él tuviera voz y los demás solo oídos.”


Quien se anime a hacer crítica de arquitectura en un país como el Perú, debería liberarse de esto si quiere hacer una crítica arquitectónica desprovista de hipocresías y temores a las represalias de los círculos de poder que –es absurdo ya hacerse los desentendidos– evidentemente existen. Quien se anime a hacerla, es decir, a hacer una verdaderamente útil y necesaria crítica de arquitectura en el Perú, debe independizarse en el factor más sensible de su producción: el mediático. Cultivar teorías para la crítica puede aprenderse, pero no cualquiera puede ser capaz de difundirlas, pues hasta hace muy poco esto no dependía del crítico sino de un tercero: del comitente, el que ponía la revista, el libro, la (línea) editorial, el periódico o el que cuidaba los intereses del medio por su permanencia en el mercado. Quien se anime a hacer crítica aquí, debe, por ejemplo, autopublicarse, para de esta forma, desprenderse de intereses ajenos a analizar y desvestir los fines ocultos en la arquitectura por superponer provechos propios o famas que no se quieren dejar.

La autopublicación, la ausencia de intermediarios, dará la necesaria autonomía de juicio en su estado racional y crítico puro, la independencia necesaria de opinión, la libre investigación y el análisis amplio de la realidad arquitectónica. Los mejores ejemplos críticos provienen de esta manera de producción. Sin jefes mayores que el propio compromiso de que la arquitectura pueda ser útil más allá de lo que los otros medios, obstruidos por sus fines económicos, planteen como aprioris. Sin amistades y gratitudes tácitas. Con parcialidad pero sin afinidades forzosas. Sin acuerdos. Sin ganas de mantener ‘el status quo’ y la estabilidad mini-grupal y su repulsivo festín de retórica que invoca discursos prestados pero bien aprendidos.

Por eso poco se habla de crítica, y su ‘institución’ y ejercicio son entendidos como algo ya anacrónico. Por eso no está en los planes “oficiales” de la Arquitectura Peruana. Porque (en el Perú) la crítica es incompatible con lo oficial. Porque o se es parte de “la arquitectura” o se es crítico de ella. Porque no se puede servir a dos amos a la vez.

Por eso los críticos de arquitectura huyen pasados los años. Los que en algún momento la ejercieron, no quieren repetir el trago amargo. Para poner el asunto más claro: no es casualidad que los proyectistas de la Arquitectura Peruana y los pensadores, teóricos y críticos de arquitectura hayan pertenecido siempre a los mismos aglomerados universitarios capitalinos. Es un evidente monopolio centralista de herencia Republicana que los arquitectos nunca van a admitir, pues algunos, en su turbiedad, ni siquiera pueden percatarse de ello. Son sobreentendidos dueños de la invención de la Arquitectura Peruana o alegres herederos de ella: no pueden percatarse del problema porque están dentro, porque eso los constituye.

Desde la otrora Sociedad de Arquitectos hasta la reciente Asociación Peruana de Estudios de Arquitectura se presume de un costumbrismo oligárquico inamovible que está más hermético y vivo que nunca. Los dueños de la Arquitectura Peruana y sus congéneres universitarios, teóricos y críticos, guardan silencio sepulcral cuando de desvestir las estructuras de la arquitectura se trata. Cuando hay que hablar de ella seriamente, no pueden, no se atreven. No dan ni siquiera el primer paso. Presumen junto a su comparsa de portavoces y aprendices de un sustancioso potencial teórico y crítico, pero lo tienen ahí, en el congelador. Cuando se trata de analizar íntegramente la Arquitectura Peruana, revolotean la mirada, sueltan algún diplomático guiño pro liberal y mantienen las buenas relaciones. Mantienen ‘el status quo’ porque no hay otra forma de actuar. Evitan alterar el orden de su posición. Esta crítica se detiene en cambiarle de cuanto en cuanto la fachada a la arquitectura, como quien le pone una mano de pintura a una casa de estructura carcomida.

¿Pueden destruir acaso la torre de marfil en la que están? ¿Son suicidas?

No lo son, ¿quién, pues, lo sería?

Frente a la contrariedad crítica pura no saben cómo actuar. Por ello a las posiciones contrarias las etiquetan, censuran o las intentan minimizar con sus eficientes máquinas de medios y con un discurso convincente a favor de mantener las buenas formas. ¿No relegan acaso casi a la insignificancia a quienes intentan hacer estallar toda la carga del significado que yace al interior de la Arquitectura Peruana ideada en su sectario club amical?

A diferencia de esto solo existe una ‘excepción’, y esta es de tinte maquiavélico. Se da cuando los portadores de la Arquitectura Peruana ‘incluyen’ a las voces críticas. Es decir, cuando no pueden callarlas, intentan incluirlas en su círculo productivo mediático para que aquel crítico resentido sea ‘alguien’ dentro del libreto de la Arquitectura Peruana. Sean sus críticos, sus teóricos o algo útil. Solo así, el ex resentido se vuelve Crítico o Teórico: siendo parte de. Lo lamentable es que, aunque el título nobiliario persista, el manto y la humareda del grupo dominante terminan apagando el fuego y silenciando la voz del otrora crítico hasta convertirlo, pasados los años, en una útil y bien vestida marioneta del conservadurismo.

Ejemplos en el Perú hay muchos, y algunos, para acallar su incomodidad interior, hasta le han puesto a su pensamiento el rótulo de una supuesta evolución. No se han dado cuenta de que un buen crítico de arquitectura del Perú no puede, de ninguna forma, ser parte de la Arquitectura Peruana.


2.     El problema de la crítica

Uno de los principales problemas de la crítica de arquitectura en el Perú han sido sus arquitectos y sus miradas severamente ombliguistas (además de su implícito legado occidental duro, maquinal y limeñista desparramado tal cual por varios de los rincones del Perú) que con mucho esfuerzo se han topado con el ombligo del vecino más cercano, el que, para intensificar su autismo, habla su mismo lenguaje y comparte su misma cosmovisión.

Por tradición y convicción, el arquitecto no entiende los lenguajes de los otros. No tiene los intereses de los otros. No tiene la suficiente capacidad como para ponerse en ‘el lugar’ de los otros. Y es que el problema del arquitecto (peruano) es precisamente ese: que quiere hablar por los otros, que quiere convencer a los otros de lo que él considera irremediablemente cierto. Hacerla de todista, de portador de la verdad, de dueño de la moral, como si tanto conocimiento (proyectual o teórico) pudiera suplir la condición social y el capital cultural de los otros –y lo que esto implica– solo porque un libro o un manual dijeron cómo se hace. Hay quienes ingenuamente creen eso.

El problema del arquitecto (peruano) es que, desde su automático progresismo, fuerza miradas holísticas y posiciones universalistas capaces de asumir los intereses de terceros –de los que de arquitectura no conocen, por ejemplo– cuando su estado profesional natural no es ese, el de la camisa de once varas. Ese papel, el de profeta, al arquitecto, le queda grande. Evidentemente, desde su torre de marfil, en tertulias arquitectónicas de tinte monotemático, él se exalta para indicar y defender lo contrario, pues, por cuestiones genéticas, no es capaz aún de ver diferente.

Su sapiencia y lejana posición han hecho que su torre de marfil le de esa potestad. Lo irónico es que critica desde su torre a las torres de marfil de los demás: de los políticos, de los poderosos, de los corruptos; cuando la torre de marfil propia ha sido gestada sobre la misma estructura que las demás. En 1821, en 1910, en1947, en 1968, hoy… sobre la misma base económica. Es una buena intención que languidece en la inefectividad pues la hace desde aquella ceguera arquitectural que produce discursos automáticos con lecciones moralistas y gritos genéricos que solo él entiende.

Debería, el arquitecto, de antemano, aceptar que casi todo se desprende de una estructura que en el Perú vigencia no ha perdido, y que él es parte de ella. Que la única manera de ser “arquitecto” es siendo parte de ella. Que en el Perú persisten pirámides que estructuran quién puede opinar y quién no mucho; cuál es el centro y cuáles son las periferias; qué vale y qué no tanto: pirámides en las que los que pueden opinar (o sea quienes inventaron la idea de la Arquitectura Peruana y allegados) dicen que estas ya no existen.

¿Puede acaso la arquitectura en el Perú desprenderse de su soporte base, obviar cuestiones eminentemente estructurales, ponerse un cono en el cuello y mirar adrede el objeto y nada más que él? ¿Puede llegar a esos niveles de ignorancia selectiva o hipocresía?

Como producto de sus buenas intenciones, varias personas dicen que la crítica de arquitectura debe estar centrada en el análisis exclusivo del edificio… ¿Pueden acaso los arquitectos obviar situaciones mayores que han ocasionado y producido el objeto arquitectónico y centrarse en aspectos meramente físicos? Al hacer esto, ¿no se trabaja tácitamente sobre una visión idealista de la arquitectura en la que esta es compuesta únicamente por el arquitecto y sus ideas? Podrán algunos, pero hay quienes no podemos.

La crítica, como dice Juan Acha, es una historia de coyuntura. La crítica de arquitectura debe tener una visión básicamente histórica de un hecho particular: mirar más allá del edificio e introducirse en las causas de su gestación dentro de un proceso histórico (latinoamericano). Quedarse en el edificio es como analizar la arquitectura colonial y sumergirse en las arenas movedizas de los frontones, los angelitos y las proporciones, sin preguntarse por qué fue esta época, dentro de toda la historia, en la que se desperdigó mayor cantidad de edificios religiosos-católicos. Es bueno, quizás, pero no lo suficiente. De repente hay quienes pueden. Habemos otros que no.

La crítica de arquitectura en el Perú aparece entre la rendija de los siglos XIX y XX con una carga occidental afrancesada transmitida con algunas ficciones de cambios hasta nuestros días, perpetuando la visión de la arquitectura desde una perspectiva puramente del arquitecto, por arquitectos y para arquitectos. Me pregunto, ¿pudo esta manera de ver, generar una reflexión mayor de la situación de la arquitectura en el Perú? ¿Puede hacerlo ahora, acerca de su irrelevancia, por ejemplo? ¿Conectarla acaso con la gente que la ve innecesaria? ¿O de por sí damos por sentada la presencia de un elitismo fraguado de la arquitectura y adquirimos efectivos tranquilizantes en eventuales discursos de ciudadanía y buenos vecinos defensores del espacio público y demás, de tanto en tanto? ¿No son estos acaso parches catárticos y cortoplacistas escondidos en retóricas de un bienintencionado (y a veces aparente) bien común?


“(En el Perú) la crítica es incompatible con lo oficial. Porque o se es parte de 'la arquitectura' o se es crítico de ella. No se puede servir a dos amos a la vez.”


¿No regresa luego el arquitecto a su mundo pasado el síndrome del superhéroe? ¿No se dedica a lo suyo, a su torre de marfil, a ser alguien, a no quedar en el olvido… a ser arquitecto dentro de su mundo académico, ya sea serio o de catálogo de moda? ¿Cuánto habrá quedado de esa emocionada revolución juvenil de los críticos del ayer pasados los años? Como se mencionaba líneas arriba, ¿no se desvaneció acaso cuando sus protagonistas pretendieron mantener su protagonismo y, por lo tanto, se aliaron a los círculos teóricos-mediáticos dominantes que decidían qué era crítica y qué no; qué era arquitectura y qué no? ¿No es ese acaso un problema estructural ‘ajeno’ a la arquitectura?

En esta simbiosis arquitectural están tanto quienes, ya sabemos, pasados los años, terminan sus días atornillados en trasnochados asientos de Facultades Universitarias recitando frases célebres aprendidas décadas atrás, como también arquitectos poco más ingenuos que consideran que la arquitectura puede mejorarse hablando de arquitectura: quienes se animaron a hacer crítica pero se quedaron a medias hablando de lo coyuntural, pero casi por compromiso y metiéndose un calmante al cuerpo.

Con todo el respeto que merecen, por ejemplo, la Agrupación Espacio, entre otras agrupaciones (y demás buenas intenciones) como máximos exponentes, quizás, de la crítica arquitectónica… ¿qué lograron si no fue hacer que el arquitecto se ilusione con una supuesta utilidad que nunca traspasó su autogestada camisa de fuerza? ¿Por qué emular los mismos pasos hoy? ¿Por pura consideración y aparentes victorias del pasado? ¿Cuál es el sentido? El error no es de las buenas o las malas intenciones y de los pasos que de ambas se desprendan, sino de lo que mira el arquitecto del Perú y en el Perú, de sus perspectivas, aspiraciones y visión de país.

Habría que aceptar que eso de “cambiar el mundo” –típico refrán moderno– no es cosa de arquitectos, como algunos piensan. Sí lo es de personas críticas (y estos no son perfiles necesariamente concatenados). Que, de repente, como asume la gente ‘de a pie’, dibujar es lo de los arquitectos. El bello objeto aislado. Sin más. Como los arquitectos pragmáticos (que mucho no se cuestionan). Y de pronto no estaría mal. Mal estaría que el arquitecto automáticamente se indigne al recibir este letrero casi-terrenal e ‘inferior’ de dibujante –como si malo fuera–, pues eso significaría que se asume desde ya como eminencia, como una excepción, o como “un milagro”, en patéticas palabras de algunos.

¿Quién le dijo al arquitecto que tiene que “cambiar el mundo”? Habría que aceptar que si cambiar –o mejorar– la realidad se quiere, hay que desprenderse primero de esa etiqueta y de ese yugo moderno tallado en una torre de marfil que a tantos encanta para sentirse formados en una profesión superior y como ciudadanos de ‘primera clase’: no como un contador, una secretaria o un burdo manifestante iletrado, sino como un semidiós transformador del mundo. Esta visión albertiana del arquitecto y de su capacidad, es su droga. Rellena al arquitecto de helio y lo eleva lo suficiente como para no ver la estructura del suelo maltrecho en el que está lejanamente atado. Le hace nacer con la ingenua potestad de civilizador del bárbaro; de desidiotizador; de vocero empedernido de Su Buena Nueva, como si él tuviera voz y los demás solo oídos.

La etiqueta de arquitecto parece ser más una carga que un favor para pensar y reflexionar como ciudadano común y corriente y para criticar también como ciudadano común y corriente, incluso más allá de los conocimientos que la formación nos pueda ofrecer. El ser arquitectos en el Perú nos hace pensar como “Arquitecto Moderno”, como Superhéroe. Nada más estúpido que el asumirlo cual escolares. Nada distrae más que un cúmulo de cuentos sube-autoestimas.

Quien se anime a hacer crítica de arquitectura en un país como el Perú, debe entender que no será un trabajo fácil, pues hay que lidiar con todo esto: con el ejército de arquitectos defensores de “la arquitectura” y de La Arquitectura Peruana, donde ser proyectista, es más fácil, rentable, engalanador y legítimo que ser crítico. El crítico es un paria. Para algunos que intentamos hacer crítica, el ser “arquitectos” es un estorbo.


3. Nuestra crítica

Quien se anime a hacer crítica de arquitectura en un país como el Perú, no puede estar en los espacios que mantienen la concepción unilateral de la arquitectura peruana. No puede superponer amistades, puestos de trabajo o –en definitiva– fines económicos, al análisis estructural de la arquitectura. Quien lo haga, el crítico que lo haga de esta manera, divagará en la observación autista del edificio manteniendo el cuidado de no taladrar mucho y cuidando que el sistema productivo y la estructura arquitectural no queden expuestos para que el estado real de las cosas no tambalee. Un buen crítico de arquitectura en el Perú, en lo posible, no debe ser Arquitecto.

Un buen crítico –dicen con mucha razón– es un ser solitario. Tiene más contrarios que aliados. No suele recibir nada a cambio. Un buen crítico de arquitectura en el Perú, para poder observar y ejercer la crítica, debe mantenerse en la ‘periferia’… pero en la periferia en todo sentido: conceptual, social, institucional, ideológica e incluso geográfica y económica.

Quien se anime, debe ser consciente de que está sacrificando su futuro y su profesión. Que por intentarlo, aparecerán más la impotencia y las manos vacías que la tranquilidad (o la seguridad) de estar consiguiendo algo positivo. Quedará incluso la sensación de estar perdiendo el tiempo. Que todo el tiempo invertido está ya perdido. Quien se anime a hacer crítica de arquitectura en un país como el Perú, debe saber que a los arquitectos la crítica no les interesa. Que es casi un suicido, un trabajo que no da alegrías, un trabajo que no paga... ¿Alguien podrá?

Quien se anime a hacer crítica de arquitectura en un país como el Perú, debe estar dispuesto al aislamiento con el fin de mantener pura la perspectiva histórica de la crítica y la coherencia entre lo que profesa y lo que hace. Ese debería ser el papel de nuestra crítica, y esto se conseguirá, primordialmente, no aspirando a ser parte de la Arquitectura Peruana, sino manteniéndose fuera de ella y no teniendo nada, y por lo tanto, nada que perder ni deudas que pagar.

Quien se anime a hacer crítica de arquitectura en un país como el Perú, tiene dos opciones.

Primero, centrarse exclusivamente en mirar edificios, hechos aislados o ideas proyectuales y, o ser consciente de su irrelevante papel de articulista de catálogo y de activista de coctel, o ser un buen analista de edificios: aspecto que, si bien es una buena forma de crítica arquitectónica, en el Perú carece de mayor relevancia tanto para los entendidos en el tema como para ‘el resto’. Por ejemplo, la crítica de arquitectura no es crítica de cine, como para que algo de ella le interese al pueblo, y no es crítica literaria como para que le interese a los entendidos.

Segundo, salirse de la arquitectura, ejercer el (auto) exilio profesional y el ‘anonimato’ para que, desde otro punto de vista, empiece a desentrañar lo que desde ya casi dos siglos dicen Los Arquitectos que es la arquitectura peruana. Pues, solo así, cuando la estructura de la Arquitectura Peruana quede expuesta, la arquitectura se desidealizará, se discutirá de verdad, y desde varios frentes sociales y económicos se refundará, y el arquitecto peruano (en su verdadera dimensión) podrá mirar a lados que hoy no ve con amplitud y estrecha relación: a lados que desde la Colonia y la República el Arquitecto decidió no ver.

Hoy se habla mucho de acciones lejanas y diferentes a la arquitectura como alternativas críticas de solución a hechos coyunturales, muchas de ellas jóvenes y vigorosas. Pero si se le analizan históricamente, es evidente su figuración como inquietos intentos por un cambio de rumbo, pero que, más allá de sus buenos propósitos, se asientan peligrosamente al borde del fuera de foco y de desvaríos ya recorridos en el pasado. Son errores como el del predominio de ‘el rol del arquitecto’ los que pueden hacer que los alcances bienintencionados, a larga distancia, se encuentren con su típica y cíclica desaparición... y no conseguir nada. Un crítico debería percatarse de esto y es pertinente, incluso, que en algunas actividades críticas, también se mantenga al margen para señalar lo que desde adentro no se puede ver.


“Un buen crítico de arquitectura del Perú no puede, de ninguna forma, ser parte de la Arquitectura Peruana.”


La relevancia de la arquitectura o el mejoramiento de la ciudad no se conseguirán en primera y única instancia porque un grupo de arquitectos decida ser el portador de fórmulas de cómo deberían ser las cosas. No se logrará solo de empoderar y de darle “las armas” a la gente inculta, ‘culturizándolas’. Esa receta contranatural de la modernización, históricamente ha sido un fracaso para el ‘modernizado’ y su mundo.

Se conseguirá, sobre todo, en una conciliación de fuerzas verdaderamente iguales, del real entendimiento de “el otro”, y del real entendimiento de que “el otro”, el bárbaro, el inculto, el indio o cualquier ser desde ya relegado, también tienen voz y también, como el arquitecto, o como cualquiera, pueden opinar y pueden tener razón determinante. Para esto, el arquitecto debe despojarse de sí, de su papel de Superhéroe y, luego, el siguiente y más importante paso, aprender a oír y contar con la capacidad de ser convencido por ‘el otro’. Claro es que no hay actitud más poscolonial que la del arquitecto demiurgo.

Hoy, con el fin de una conciliación real de fuerzas, la crítica de arquitectura en el Perú debería venir también desde un lado diferente al de los últimos doscientos años: de los bordes de la Arquitectura Peruana, de lo que ha sido catalogado como periferia.

Debe venir también desde espacios lejanos al perfil del Superhéroe y de personas históricamente desprovistas del peligro de convertirse en tal. Es muy poco probable, hoy, encontrar otra opción sin verse atrapado en aquel sumidero bicentenario; pues reiteradas veces se ha intentado, pero toda buena intención ha sido de muchas formas acallada por la colonialidad de la Arquitectura Peruana.

Debe venir también de una sociedad nueva, de una que nunca estuvo (ni está ahora, tampoco) en los planes de La Arquitectura más allá de la típica ‘inclusión’ de peruanismos absurdos. Más allá de la percepción del Perú como cantera temática de cerros, huacas y pobladores de poncho y pollera con fotochecks de ‘Identidad’ colocados por expertos en analizar y etiquetar al Perú profundo.

Debe venir también de otros lados, y que estos tomen igual y equitativo protagonismo y acción. No que se les ‘incluya’ y se hable por ellos. La ‘inclusión’ no es una opción. Nunca debió serla.

Solo así, cuando el arquitecto semidiós y socioeconómicamente tradicional reconozca como igual a los otros arquitectos y a todos los demás (y viceversa), con igualdad de condiciones, perspectivas e intereses; cuando se genere un verdadero encuentro de fuerzas capaces de discutir en una conciliación no absorbente, la arquitectura en el Perú será verdaderamente arquitectura peruana o de y para el Perú.

Solo en ese momento se dejará de lado la improductividad de reuniones por y para arquitectos que discuten desde su torre de marfil qué cosa es el Perú y qué deberían tomar de él para hacer arquitecturas y ciudades peruanas. Solo ahí la arquitectura peruana no será la del Arquitecto y su vasto yacimiento de productos extraíbles. Es decir, la identidad, ese nocivo cliché arquitectónico, solo podrá entenderse a partir de voces diversas pero semejantes, y a partir también de identidades diversas pero comunes e igualitarias.

Por eso la crítica es fundamental y prioritaria. Porque todo lo que de arquitectura en el Perú quiera hacerse y discutirse debe nacer de la crítica; y lamentablemente, por lo expuesto, una crítica útil y de largo aliento, hoy en el Perú, tiene todas las de perder.

Quien se anime a hacerla, debe generar su propio espacio siendo consciente de que lo perderá casi todo intentándolo. Por ello nadie querrá ejercerla sabiendo el alto costo y los no varios beneficios. Por ello la crítica no tuvo, tiene, ni tendrá ni espacio ni respaldo desde el interior de la Arquitectura Peruana… ¿Alguien querrá?

Si ninguno de los grandes pensadores y teóricos que existen quiere convertirse en un paria para el centrípeto y unidireccional círculo de la Arquitectura Peruana, es decir, en un crítico de arquitectura verdaderamente útil, sólo hay una opción: que la crítica provenga de afuera, de quienes ya son considerados como parias. De los grupos que históricamente se han dedicado a mirar y a escuchar: de la ‘periferia’, donde ya hay arquitectos, pero donde –afortunadamente– la hoy llamada Arquitectura Peruana nunca se preocupó por llegar.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Muchas cosas ciertas... varios secretos a voces.
Saludos.