1 de julio de 2015

Calladitos, más bonitos

Por Israel Romero Alamo

Más de un año. Tanto se habían alborotado por un concurso-consuelo, que un buen numero armó un grupo digital desde donde asordaban con chillidos de grillos enfurecidos. Igualdad querían. La exigían.

Tanto se habían indignado otros, que develaron un ademán redentor y formaron el club de los padrinos mágicos: una veintena de boy scouts que buscaban rescatar su profesión del empobrecimiento, del olvido, de la irrelevancia.

¿Cómo podrían  hacer realidad tan titánico objetivo? Sencillo. Haciendo competencias de verdad en las que se apretujarían unos con otros, y no con otros más. Claro está, ellos eran los elegidos, no los demás. ¿Dónde?  En reuniones a jardín blindado y sin cruzar la calle. Nunca la habían cruzado, no tenían por qué, no había necesidad.

Y ahora, que desde el anonimato otro fantasmal y casi violento grupo ventila rarezas del interior del jardín, la cosa se pone tensa. Pero ya nadie atina a decir nada... de los alborotados, nadie nunca lo hizo. Ni a favor, ni en contra. Guardan silencio. Seguro no tienen qué decir. Seguro no es el momento.

Desde su aparición como enviados internacionales de quienes nunca se enteraron, los justicieros no han dicho nada que no sea el anuncio de promesas que tampoco nadie les pidió. Nada que esboce defensa o retire la nube que les da sombra. Seguro no tienen qué decir. Seguro no vale la pena.

No quieran desnudarlos, estimados, que a ellos no les importa. En su jardín, su pequeño y ostentoso jardín, el mundo real no existe. Por eso es que todo lo que aterrice allí será, por lógico e idealista funcionalismo, un malintencionado gas lacrimógeno. Pobrecitos.

Amigos encapuchados, entretengan los grillos de olla, que si quieren respuestas deben esperar. Solo esperar al próximo evento internacional. No antes. Esas cosas son así. Se cocinan a fuego lento. Ya verán cómo (re)aparece el nuevo paradigma con el que se identificarán los varios puñados de mansos grillos. Verán que ahí saldrá el pavo real para que su público le rinda honores, para que vuelva a caer rendido.

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