Por Israel Romero Alamo
Es un esfuerzo loable empezar una revista. Por donde se le mire. Los primeros números suelen ser los más sinceros porque expresan la dirección en la que uno va (o quiere ir), independientemente de que eso se consiga o no.
La escuela de arquitectura de la Universidad Peruana Unión (UPeU),
ubicada en Ñaña (Lurigancho-Chosica, Lima) es relativamente joven y acaba de
lanzar la revista ACTUS (Arquitectura, Cultura, Tecnología, Urbanismo y
Servicio). Con 7 años, la EA-UPeU tiene características particulares. Una de
ellas es la diversidad de sus estudiantes (el 80% son del interior del país, y
de más de 20 departamentos, de los cuales aproximadamente el 30% estudian
gracias a Beca 18), lo que permite un grupo humano que hace de sus matices de
origen, intereses y culturas su principal punto común.
Bajo estas particularidades, la revista ACTUS expone desde y para la
arquitectura –casi por naturalidad y como expresión de la propia escuela– una
línea editorial basada en la diversidad como parte constituyente, y no como un
asunto preconcebido en el que se ‘sabe’ o asume que el Perú es ‘diverso’.
Al momento de observar la ciudad, Lima –que es básicamente nueva para
ese 80% de estudiantes–, se hace con amplitud y con la lejanía al que el hostil
sistema urbano, geográfico, social y económico de la capital obliga casi con
naturaleza a cualquier cosa que se encuentra en sus extremos. Situaciones que
–más bien que mal– sólo la periferia permite.
El primer número de la revista se titula Sentido Común. Consta de 180 páginas y está dividido en
4 partes: Arquitectura, Cultura, Tecnología y Urbanismo, intercalando trabajos
académicos así como textos introductorios (o de investigación) de algunos
docentes. La columna vertebral conceptual es el servicio. Y en este aspecto
está la clave que ostenta la escuela para observar la arquitectura de forma
diferente.
La rigurosidad del trabajo en la elaboración de la revista está a la
altura de varias revistas de arquitectura de otras facultades, una diagramación
al nivel del contenido, que para ser de una escuela nueva, y un primer número,
se lanza con un aporte reflexivo y comunicativo importante y de mayor
proyección. Es en definitiva un producto positivo. Quizá pueda mejorarse (como en el caso de muchas revistas universitarias de nuestro medio) con una idea explícitamente
consistente al final, en la que se englobe lo expuesto páginas atrás, para que
la muestra del producto académico no quede únicamente en una catalogación
temática que inevitablemente tambalea en una cuerda floja coqueteando con el
hedonismo. Como suele suceder. Siempre. Sin ello, comprobar si la intención
principal cumple con sus fines estructurales se convierte en una exigencia
mayor para el lector.
No obstante, el mayor potencial de la revista (y por lo tanto de la
EA-UPeU) está en esa columna vertebral, la del servicio. Éste es un hecho que
no hay que confundir con proyección social, pues, como explica el editor del
primer número, Cristian Yarasca, está referido a la calidad profesional y no a
un acto caritativo. "El servicio no es caridad". Es importante, pues es común creer que el servicio es ayuda
humanitaria precisamente hacia o para los bordes, la otredad; como si algunos
fuesen comisionados en Cruzadas que intentan transmitir buenas nuevas a quienes
no tienen idea de tales.
Bajo ese concepto es que se plantean la revista, los trabajos
universitarios y también la labor a mediano y largo plazo de la escuela. Esto
resalta cuando en el editorial se expresa con total convencimiento que la
arquitectura no es ningún tipo de esencia “salvadora del mundo”, por el
contrario, que es una pieza más dentro de un sistema. Y ello se pone de
manifiesto en los trabajos expuestos que, aunque en una búsqueda todavía ‘en
construcción’, intentan abordar el servicio bajo esa premisa.
Y aunque esto parezca tema ya
conocido, dicha búsqueda nace con una apropiación natural en un contexto como
el de la EA-UPeU, en el que la arquitectura de moda o las creencias insufribles
en las que la arquitectura es el centro del universo y el arquitecto una suerte
de ‘milagro’ o de personaje mítico-poético, no son hechos muy comunes que
digamos. Por el contrario, pertenecen a una realidad paralela, por lo que no
hay (todavía) una obstrucción o desviación en la que el ‘proyecto final’ sea
–por sus propias facultades– el objetivo al que llegar. Evidentemente esto
tampoco es ni exclusividad ni novedad, pero sí una característica perteneciente
a la arquitectura pensada desde bandos fronterizos.
Esto es positivo. Es uno de los
beneficios de no estar sugestionado por el ruedo arquitectónico ‘oficial’.
Gracias a esto, la escuela de arquitectura puede aproximarse con soltura a
construir identidad, intenciones y búsquedas, evitando caer en la arquitectura
entregada a la labor del arquitecto como el que merece una supuesta posición
privilegiada: una de las principales patologías de la arquitectura en el Perú
que suele transmitirse directa o tangencialmente y de generación en generación
en algunas facultades.
Como alternativa, en ACTUS, hay
búsquedas experimentales centradas en el desarrollo de una arquitectura social,
no ‘para otros’ (como suele practicarse con normalidad por visitantes
eventuales y de intereses caritativos), sino para el lugar en el que se está
asentado, y su consumidor, que en este caso es el mismo que hace el estudio o
la proyección; en definitiva, para ‘uno mismo’ como proyectista y usuario, como
generador del estudio de su entorno próximo y como objeto mismo de dicho estudio.
En esta labor social, esa típica ‘otredad’ prácticamente es inexistente.
Esfuerzos de este tipo merecen seguir
embarcándose en su sendero y evitar ser rigidizados por los estándares
centralistas, curiosos e inclusivos de lo oficial. Por el contrario, merecen
atención en su dimensión real, como manifestación normal de desarrollos y
vicisitudes mayores, y crecer como vienen haciéndolo, mientras otros al parecer se mantienen en su idilio de doble centralismo, en el que Perú es Lima y Lima es también una minucia rancia.
Con estas condiciones, ACTUS es una
revista que se plantea el reto desde las aulas de observar la arquitectura de
forma alterna, valiéndose de su condición de grupo humano (que demuestra con
fidelidad lo que es hoy Lima y el Perú) no perturbado aún por el exhibicionismo
de la arquitectura, del arquitecto estrella y del edificio como objeto con ego
sobrenatural.
Y en este caso, aunque varias publicaciones o instituciones educativas
vengan intentando desde bastante tiempo abordar dicho camino (queriendo contar
‘cómo es’ la otredad), no hay como hacerlo desde las fronteras y con cierto
aire de naturalidad. Desde el mismo lugar pero también con academia y
rigurosidad, y sobre todo, con mayor libertad. Como siempre resulta mejor.
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