24 de julio de 2016

Performance peruano (Parte II)

Por Israel Romero Alamo
Texto expuesto en la mesa redonda “Bienales y Concursos” del I Encuentro de Críticos de Arquitectura Peruana, donde participaron también Jorge Sánchez, Augusto Ortiz de Zevallos y Frederick Cooper, el viernes 22 de Julio de 2016 en Lima, Perú.


La participación peruana en la última edición de la Bienal de Venecia y la respectiva mención obtenida exigen ser entendidas desde varios frentes.

Hay tres cosas que diferenciar: El Plan Selva como proyecto aislado. El contexto, la producción y el efecto de la muestra peruana. Y por último, el objeto en sí mismo, el pabellón como producto final.

En el primer caso resulta satisfactoria la generación de un programa como el mencionado. Básicamente por la iniciativa estatal por mejorar la infraestructura educativa en sectores desfavorecidos y no por un supuesto y reciente protagonismo de la arquitectura, como suponen algunos. Los edificios eran una necesidad para dicho fin.

La respuesta del grupo de arquitectos del Plan Selva ciertamente es positiva. Mérito para el equipo liderado por Elizabeth Añaños. Un trabajo necesario en el rubro teniendo en cuenta los lamentables episodios (hablando de arquitectura educativa) generados por el gobierno fujimorista y los pocos cambios de los posteriores. Es sin duda un esfuerzo que merece ser resaltado y que se ha ganado por fuerza propia su difusión.

En segundo lugar, de manera distante y por otro camino, aparece la participación peruana en la Bienal. Compuesta por miembros de la Asociación de Estudios de Arquitectura, replica como puesta en escena lo hecho en las ediciones del 2012 y 2014, incluso con concurso de por medio.

Por los antecedentes en las ediciones anteriores, la recurrente lectura precaria del grupo en mención parece recién haber entrado en sintonía, en el 2016, con lo que Fredy Massad llama una "sacralización pornográfica de lo pobre", habiéndose establecido esta suerte de moda en la Bienal del 2012. Sin pretenderlo, en ese año, Torre David incitó a ello.

En el 2012 los participantes nacionales, orientados por la moda nacional de turno, el desierto peruano, no dieron cuenta de lo que a escalas internacionales se pensaba. La participación del Perú no solo estuvo desubicada y lamentable, sino también –como manifestación cultural que es la arquitectura– osó demostrar la esencia de los arquitectos peruanos, quienes en este caso, coincidiendo con su labor proyectual, terminaron gestando en las 'huaquetas' a objetos egocéntricos y fantasiosos, como si la Bienal se tratase de una pasarela de exhibicionismo personal o sectario.

Luego de la tímida participación del 2014, la conversión viene recién en la versión del 2016. En esta parecen recién haber coincidido con lo que ya se hallaba en vigencia de la mano de las conocidas inclinaciones populistas de Alejandro Aravena. Se concentró, para el caso peruano, lo que en otros contextos ya viene dándose: el aprovechamiento de lo "social", lo "inclusivo" y lo "responsable" para fines publicitarios. Expresiones como las de Rem Koolhaas, abogando por una atención hacia ‘el mundo rural’, sólo puede generar alarmas al desvestirse tal oportunismo mediático como manifiesto de un pasajero espíritu de la época, despojándose, ahora, recién, de su regodeo neoliberal de fines de siglo XX para entrar en sintonía con lo que hoy parece convocar al último episodio en boga.

Entonces la pobreza aparece como objeto expositivo. Y es el mensaje que entienden quienes para el 2016 deben hablar del Perú a nivel internacional. Y aquí es, lamentablemente, donde encaja casi con total perfección el programa Plan Selva, convirtiéndose en un inocente (pero útil) chivo expiatorio para fines propagandísticos.

La inocencia temática alcanza niveles tragicómicos en el bando peruano, y tal impostación ha sido asumida temporalmente por los artífices de la hazaña.
Las contradicciones no son pocas, y esto debe mencionarse para no caer en el fácil argumento ad hominem. Por ejemplo, resulta por lo menos incierto que quienes siempre fueron starchitects, cuestionen el papel del arquitecto como creador autónomo, como estrella, cuando ese era el papel que habían asumido con naturalidad en el 2012 y en la totalidad de su obra proyectual. Adecuándose a este fugaz episodio, de pronto, el objeto ya no es en sí importante, sino el contexto socio-político que lo vio nacer, de pronto la arquitectura ya no debe ser para quien puede costearla, sino, por el contrario, para las masas desfavorecidas. Estamos presenciando en nuestro contexto la misma mutación con fecha de extinción de los arquitectos de escala internacional.
Frases de Jean Pierre Crousse, actual Hexágono de Oro, como “La apuesta de Aravena es ir a contracorriente con lo que ha sido el ‘mainstream’ arquitectónico que gira en torno de las grandes estrellas” u “Hoy en día es importante ver la arquitectura en los lugares donde no se ve la presencia del arquitecto”, en su ligereza de palabras demuestran que para la presente ocasión era hacia ese punto donde forzosamente había que enfocarse para encontrar un casillero en la estantería internacional. De esta manera, con implícita demagogia relativiza las iniciativas de quienes en la práctica han asumido ese papel de arquitecto alejado del stablishment, desde las sombras y sin esperar nada a cambio y desde hace mucho tiempo atrás.

La generación de arquitectos expositores pertenece a la de fines de siglo pasado, formada en el auge del arquitecto estrella internacional. Era el objetivo al que se apuntaba en esa época. Por lo que una metamorfosis repentina de tal envergadura resulta cuando menos sorprendente. Frente a esto, una posición menos personificada y protagonista es la que asume la generación más reciente. Como, probablemente, la de los autores operativos del Plan Selva y de una serie de iniciativas personales que en distintas dimensiones y perspectivas optan por alejarse del rol de starchitect por fines
menos irrelevantes.

Pabellón de Perú en la Bienal de Venecia 2016. Fuente: PUCP

El tercer punto es el objeto, el pabellón. Este es una deducción de lo anterior. En coincidencias de miradas con la organización, asume la postura que la Bienal necesita para la vedettización de la pobreza. En esta puesta en escena el objeto de exposición, el Plan Selva, asume el rol de Pocahontas sudamericana en el primer mundo. Y su exhibicionismo puede conseguirse sólo de manera trágica, desenfrenadamente indigente y conmovedora, triste y a la vez fotografiable, compadecible y enmarcable, como suelen entender muchos lo pobre cuando por primera vez lo tienen al frente.
Con experiencia en el tema, los curadores hacen que el pabellón peruano cumpla con los objetivos de la Bienal. Transmite lo que tenía que transmitir, conmueve lo que tenía que conmover resumiendo una impecable teatralización del tema con la requerida calidad expositiva que con razón, seguramente, varios indican y defienden. El trabajo denota una buena lectura de la coyuntura global. Se viste de sus sedas y por ello obtiene la mención. El Perú, en el 2016, se ha adecuado bien al momento. Habrá que esperar a ver cómo responde, o se adecúa, al siguiente.

¿Puede la crítica observar estos fenómenos aun cuando se hallen cubiertos y en las mismas estructuras económicas y sociales que el crítico? ¿Es el crítico de arquitectura en el Perú capaz de desvestirlos y exponerlos?

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