Por
Israel Romero Alamo
Ha pasado tiempo suficiente para el protagonismo de reseñas satisfechas, optimistas y/o condescendientes acerca de la participación y la mención del Perú —y todo lo que ello conlleva y significa— en la Bienal de Venecia (2016).
Eso, es cierto, estuvo bien cuando el receptor era
el ‘público general’, uno que no estaba inmiscuido en la arquitectura y que
necesitaba una pequeña porción adicional de orgullo nacional, aun cuando esta
venga acompañada de intereses de las grandes corporaciones mediáticas (El Comercio, por ejemplo).
Entre arquitectos, el análisis debe ser sin mucha
sonrisa fácil ni palmadas en la espalda, y sí más riguroso. Profundo, resaltando los aspectos positivos del mismo. O
intentarlo, al menos. Y, sobre todo, aun cuando los arquitectos también
necesitemos inyecciones de buenas noticias con dosis generosas de alta estima,
la crítica debe priorizar su fin existencial: aclarar el panorama. Retirar la
neblina, el humo de colores, los globos y las luces que distraen, antes, durante
o después del festín.
Aunque la observación utilitaria del objeto final —qué tan bien
funcionó o se vio el performance— esté bien, hay situaciones
que merecen un poco de atención. Como dicen Roberto Segre y Eliana
Cárdenas (1982), la valoración de la crítica debe dirigirse también a aspectos
estructurales, como los contextuales o los referidos a su relevancia social,
histórica y disciplinar. Las coyunturas del objeto a veces se acaban en sí, y
pronto.
Refiriéndonos al tema en mención, casi nulas han
sido las críticas de lecturas siquiera más penetrantes, tanto en el 2012, en el
2014, o ,como se ve, en la última edición. Llama la atención que los
principales espacios universitarios, que en muchos casos se jactan de sus
logros, referentes o fortalezas, no sean capaces de cultivar (o incluso permitir) la
revisión crítica de episodios relevantes como el mencionado. O hay conflicto de
intereses, o no hay preocupación por la mejora a través de la crítica, o no se
tiene la suficiente ‘capacidad’ para hacerlo, o simplemente no es ‘lo de uno’. Poco
favorable en cualquiera de los casos.
Cuando se han referido al tema personas o espacios ‘oficiales’
con cierto grado de cobertura y conocimiento de causa —como la importante
cantidad de artículos y entrevistas publicadas en El Comercio, Arkinka, Poder o Archdaily,
a lo largo de las tres ediciones, o las conferencias universitarias referidas
al tema— ha sido con lecturas incapaces de conmover para bien el panorama
arquitectónico peruano. Lo acarician o evaden como si se tratase de una escena
paradisiaca predestinada a un final feliz.
La crítica, brusca y accidentada, ha venido de
espacios underground, como quien tira
piedras y se esconde en su guarida virtual. Desde el anonimato. Y a falta de una postura crítica ‘oficial’, esto último
es sano e incluso replicable.
La crítica debe ser esclarecedora. No puede
limitarse al anuncio publicitario, a la afonía cómplice o al balbuceo resignado,
ni tampoco al temor o al qué dirán. El éxito de un episodio nacional no debe
citar al silencio diplomático, ni a automatismos festivos. Y mucho menos puede
formar parte de una maquinaria grupal de baja coerción inquisitiva,
en la que no se pueden emitir juicios siquiera más lúcidos de un hecho sólo
porque representa un logro nacional al que hay que —necesariamente, por
ser peruano— sumarse, o apoyar, cuales devotos.
Trabajo duro el de la crítica, y de apariencia poco alegre. Pero útil frente a arenas movedizas y aguas mansas.
Trabajo duro el de la crítica, y de apariencia poco alegre. Pero útil frente a arenas movedizas y aguas mansas.
Pabellón de Perú en la Bienal de Venecia 2016. Fuente: PUCP |
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