24 de junio de 2016

Performance peruano (Parte I)

Por Israel Romero Alamo


Ha pasado tiempo suficiente para el protagonismo de reseñas satisfechas, optimistas y/o condescendientes acerca de la participación y la mención del Perú 
y todo lo que ello conlleva y significa en la Bienal de Venecia (2016).

Eso, es cierto, estuvo bien cuando el receptor era el ‘público general’, uno que no estaba inmiscuido en la arquitectura y que necesitaba una pequeña porción adicional de orgullo nacional, aun cuando esta venga acompañada de intereses de las grandes corporaciones mediáticas (El Comercio, por ejemplo).

Entre arquitectos, el análisis debe ser sin mucha sonrisa fácil ni palmadas en la espalda, y sí más riguroso. Profundo, resaltando los aspectos positivos del mismo. O intentarlo, al menos. Y, sobre todo, aun cuando los arquitectos también necesitemos inyecciones de buenas noticias con dosis generosas de alta estima, la crítica debe priorizar su fin existencial: aclarar el panorama. Retirar la neblina, el humo de colores, los globos y las luces que distraen, antes, durante o después del festín.

Aunque la observación utilitaria del objeto final qué tan bien funcionó o se vio el performance esté bien, hay situaciones que merecen un poco de atención. Como dicen Roberto Segre y Eliana Cárdenas (1982), la valoración de la crítica debe dirigirse también a aspectos estructurales, como los contextuales o los referidos a su relevancia social, histórica y disciplinar. Las coyunturas del objeto a veces se acaban en sí, y pronto.

Refiriéndonos al tema en mención, casi nulas han sido las críticas de lecturas siquiera más penetrantes, tanto en el 2012, en el 2014, o ,como se ve, en la última edición. Llama la atención que los principales espacios universitarios, que en muchos casos se jactan de sus logros, referentes o fortalezas, no sean capaces de cultivar (o incluso permitir) la revisión crítica de episodios relevantes como el mencionado. O hay conflicto de intereses, o no hay preocupación por la mejora a través de la crítica, o no se tiene la suficiente ‘capacidad’ para hacerlo, o simplemente no es ‘lo de uno’. Poco favorable en cualquiera de los casos.

Cuando se han referido al tema personas o espacios ‘oficiales’ con cierto grado de cobertura y conocimiento de causa como la importante cantidad de artículos y entrevistas publicadas en El Comercio, Arkinka, Poder o Archdaily, a lo largo de las tres ediciones, o las conferencias universitarias referidas al tema ha sido con lecturas incapaces de conmover para bien el panorama arquitectónico peruano. Lo acarician o evaden como si se tratase de una escena paradisiaca predestinada a un final feliz.

La crítica, brusca y accidentada, ha venido de espacios underground, como quien tira piedras y se esconde en su guarida virtual. Desde el anonimato. Y a falta de una postura crítica ‘oficial’, esto último es sano e incluso replicable.

La crítica debe ser esclarecedora. No puede limitarse al anuncio publicitario, a la afonía cómplice o al balbuceo resignado, ni tampoco al temor o al qué dirán. El éxito de un episodio nacional no debe citar al silencio diplomático, ni a automatismos festivos. Y mucho menos puede formar parte de una maquinaria grupal de baja coerción inquisitiva, en la que no se pueden emitir juicios siquiera más lúcidos de un hecho sólo porque representa un logro nacional al que hay que necesariamente, por ser peruano sumarse, o apoyar, cuales devotos.

Trabajo duro el de la crítica, y de apariencia poco alegre. Pero útil frente a arenas movedizas y aguas mansas.

Pabellón de Perú en la Bienal de Venecia 2016. Fuente: PUCP

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