De pronto Rem Koolhaas, Zaha
Hadid o cualquier respetable star-architect
contemporáneo se sentiría un poco ridículo tomándose fotos frente al Guggenheim
bilbaíno como sí lo haría cualquier respetable turista que de arquitectura sabe muy poco. Vamos, no nos hagamos, cualquiera lo haría.
A pesar de nuestras discrepancias estéticas, funcionales y demás justificaciones
que tiene la arquitectura, cualquiera de nosotros admiraría y se quedaría observando
por largos minutos tremenda cosa plateada y ondulante aunque sea de reojo. Y es
que, sí pues, es una arquitectura que por más efímera, descartable y banal que parezca,
no está hecha para estudiarla como uno estudiaría el Partenón o la Villa
Savoye, este no es el caso. Esta arquitectura está hecha para mirarla
porque evidentemente, es una escultura. En ese sentido habría que preguntarse ¿Existe
algún problema en que ciertas obras arquitectónicas sean esculturas puras? Tampoco
es para espantarse y satanizar a los arquitectos que las hacen por llevar a las
más triviales profundidades de lo anti-académico la esencia de la arquitectura que
todos conocemos y respetamos. Tampoco es para tanto. Hay obras arquitectónicas
que te enseñan algunas cosas más “profundas” o más sensatas, es cierto y esas
merecen un determinado estudio y valoración; pero también hay obras que no tienen
ese fin, sino otro que no nos cabe en la cabeza: ser un
objeto. Tan fácil como eso. Lo demás queda en un segundo plano.
Obviamente hay Guggenheims e
intentos tristemente fallidos de Guggenheims. Sin embargo, ¿Por qué todo tiene
que ser bueno (dentro de nuestro concepto de lo que es “bueno”)? Nuestros
criterios evaluadores -de belleza por ejemplo- pueden ser muy acertados, pero
lo son para nosotros, no para los que no piensan como nosotros.
¿Acaso nos cuesta tanto
entender que la arquitectura no es (ni tiene por qué ser) igual, ni tener los
mismos ideales ni principios? ¿Nos cuesta tanto convivir con muestras que no comparten
nuestro razonamiento a tal punto de negarla completamente y relegarla como algo de
segunda mano? ¿Por qué no aprendemos a coexistir y valorar lo heterogéneo? No
todo es “bueno” y no todo tiene (dentro de nuestro racional punto de vista) por
qué serlo.
Vamos, a todos nos conmueve
algo (“banal”). Incluso los maestros, que hasta el más allá tanto son venerados, voltearían
la mirada frente a obras difíciles de comprender fuera del espectáculo que
generan. No olviden que cuando alguien mira algo por segunda vez es porque ya le otorgó
demasiado valor a dicho objeto, aun cuando sus principios luego lo regresen a su hermética cápsula
racional.
Por Israel Romero Alamo
1 comentario:
Repito. Un ciego
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