19 de mayo de 2013

¿Quién no se tomaría una foto frente al Guggenheim?


De pronto Rem Koolhaas, Zaha Hadid o cualquier respetable star-architect contemporáneo se sentiría un poco ridículo tomándose fotos frente al Guggenheim bilbaíno como sí lo haría cualquier respetable turista que de arquitectura sabe muy poco. Vamos, no nos hagamos, cualquiera lo haría.

A pesar de nuestras discrepancias estéticas, funcionales y demás justificaciones que tiene la arquitectura, cualquiera de nosotros admiraría y se quedaría observando por largos minutos tremenda cosa plateada y ondulante aunque sea de reojo. Y es que, sí pues, es una arquitectura que por más efímera, descartable y banal que parezca, no está hecha para estudiarla como uno estudiaría el Partenón o la Villa Savoye, este no es el caso. Esta arquitectura está hecha para mirarla porque evidentemente, es una escultura. En ese sentido habría que preguntarse ¿Existe algún problema en que ciertas obras arquitectónicas sean esculturas puras? Tampoco es para espantarse y satanizar a los arquitectos que las hacen por llevar a las más triviales profundidades de lo anti-académico la esencia de la arquitectura que todos conocemos y respetamos. Tampoco es para tanto. Hay obras arquitectónicas que te enseñan algunas cosas más “profundas” o más sensatas, es cierto y esas merecen un determinado estudio y valoración; pero también hay obras que no tienen ese fin, sino otro que no nos cabe en la cabeza: ser un objeto. Tan fácil como eso. Lo demás queda en un segundo plano.

Obviamente hay Guggenheims e intentos tristemente fallidos de Guggenheims. Sin embargo, ¿Por qué todo tiene que ser bueno (dentro de nuestro concepto de lo que es “bueno”)? Nuestros criterios evaluadores -de belleza por ejemplo- pueden ser muy acertados, pero lo son para nosotros, no para los que no piensan como nosotros.

¿Acaso nos cuesta tanto entender que la arquitectura no es (ni tiene por qué ser) igual, ni tener los mismos ideales ni principios? ¿Nos cuesta tanto convivir con muestras que no comparten nuestro razonamiento a tal punto de negarla completamente y relegarla como algo de segunda mano? ¿Por qué no aprendemos a coexistir y valorar lo heterogéneo? No todo es “bueno” y no todo tiene (dentro de nuestro racional punto de vista) por qué serlo.

Vamos, a todos nos conmueve algo (“banal”). Incluso los maestros, que hasta el más allá tanto son venerados, voltearían la mirada frente a obras difíciles de comprender fuera del espectáculo que generan. No olviden que cuando alguien mira algo por segunda vez es porque ya le otorgó demasiado valor a dicho objeto, aun cuando sus principios luego lo regresen a su hermética cápsula racional.


Por Israel Romero Alamo