23 de diciembre de 2013

Adolfo Córdova: "El arquitecto tiene que salir del cascarón para que pueda cambiar la realidad"


Entrevista por Israel Romero Alamo
Publicada en La Chimenea N° 08

Adolfo Córdova (Noviembre, 2013)


I.R.: ¿Cree que el discurso de la arquitectura moderna se mantiene vigente en la actualidad?


A.C.: Yo creo que sí. Son principios elementales y básicos. La adecuación a la vida social y la consideración del lugar y del tiempo, la consideración y expresión honesta de la función, de los materiales y de los sistemas constructivos. Todos ellos son principios elementales siempre. Además, esos mismos principios han regido en otras épocas; en la arquitectura gótica, en la clásica, incluso en la inca. El lugar proporciona unos determinados parámetros, y el uso de la tecnología del momento también. Estos son principios tan elementales que siempre permanecen vigentes.

Si se obedeció bien a estas exigencias, la arquitectura subsiste. A mí me satisface mucho cuando hay gente de esta generación que ve el edificio de la FAP en Chiclayo y me dice que sigue siendo moderno. La vigencia permanece porque se respetaron condiciones importantes de la arquitectura.

I.R.: Usted tiene la suerte de haber vivido la época cumbre de la arquitectura moderna en el Perú y también de ser testigo de la arquitectura contemporánea ¿Cree que aún es posible hacer arquitectura con esos principios? ¿En cuánto influyen los cambios de estos tiempos en esos ideales?

A.C.: Ha habido cambios como los de las nuevas tecnologías y materiales. Los cambios influyen para bien o para mal según el arquitecto. Según él actúe. Por ejemplo, ahora hay una tecnología muy desarrollada que es el uso del vidrio. Eso no había en mi tiempo. Creo que en lugar de usarse bien, se está abusando de ella. Están resultando repeticiones sin sentido. Uno reconoce cuando esa tecnología está bien o mal usada: se usa mal cuando no distinguen el lugar, y en este caso se usa en cualquier parte del país, en cualquier clima. Las municipalidades de algunas provincias de Puno están forradas de vidrio verde. Imagínate. Hay dos o tres municipalidades en Lima que son idénticas a ellas.

I.R.: ¿Ese no es un efecto de la modernidad?

Creo que es una mala interpretación de la modernidad. Una falsa modernidad. El edificio del Banco Continental, en Paseo de la República, ha sido destrozado; su original revestimiento en cerámica roja ha sido forrado en vidrio. A los edificios les quitan el mensaje de su tiempo y los disfrazan de actuales. Así hay muchos ejemplos.


“Lo que pasa es que los arquitectos que están ahí (en las municipalidades), o bien no tienen idea de la planificación urbana, del urbanismo, de los intereses de la ciudad, o bien, si la tienen, no desean hacerse problemas. Hay arquitectos mal formados que creen que eso es normal. No se dan cuenta de la destrucción de la ciudad. Y si se dan cuenta prefieren callar”



I.R.: Lo que ha pasado con el edificio Limatambo, ¿no es también un mensaje del tiempo?

A.C.: Si lo que se construye en ese lugar fuera bien solucionado, sí. Pero si va a ser una copia o una torre más, una copia como las demás, con pequeños adornos para diferenciarse, con alturas diferentes para no ser iguales, no. Y eso es lo que temo que vaya a pasar. Eso sería algo superficial y falso. Las dos torres que existen ahora en la zona son lo mismo, una tiene detalles así y la otra asá. No hay un mensaje claro y limpio. En esa esquina se borró una huella del tiempo, un trabajo de Seoane que era un mensaje de su tiempo, de un momento importante de la arquitectura peruana. Qué pena, me dio mucha pena ver cómo iban botando piso por piso. Sí, es un mensaje del tiempo, el valor económico del suelo fue más importante que el valor artístico y testimonial de lo que ese suelo soportaba.

I.R.: A eso iba. Este hecho, que no es el primero, es una expresión de nuestra civilización que no podemos negar. Entonces, ¿cómo debería responder la arquitectura a ello si vemos que los ideales de otras épocas parecen no satisfacer hoy a nuestra sociedad?

A.C.: Es una expresión de la desorientación actual, de los valores de hoy, y también de la mala formación de los arquitectos. En la actualidad, nuestros arquitectos se están formando en muchas escuelas, la mayoría sin calidad suficiente. No es que todos sean malos, pues hay personas que pueden superar su mala formación inicial, sin embargo, la calidad del profesional promedio ha decaído.

Hay que pasearnos por las avenidas en Lima, como San Felipe o Arequipa, y comprobar qué malos edificios hay. Cómo han destruido estas avenidas que tenían cierto encanto y unidad. Todavía quedan algunas cuadras que los jóvenes deberían fotografiar para ver qué unidad había antes. La escala era agradable. Y no sólo desde el punto de vista de la arquitectura sino también del paisaje. Están haciendo —de algunas avenidas— verdaderos callejones de garajes con pisos de cemento en los jardines frontales. En esos casos, los alcaldes vienen permitiendo todo esto. Aunque ellos quizás no lo perciben, pero los arquitectos de la municipalidad sí deberían saberlo y tratar de impedirlo. Y las áreas verdes, los parques, también disminuyen justo cuando aumenta la población por la construcción de edificios. El alcalde de Jesús María, por ejemplo, ha donado un buen trozo del Campo de Marte a la colonia china. Del parque de los Próceres ha tomado una parte y ha hecho una piscina infame (no sé si un negocio particular o un servicio municipal), y de otra parte, un local para los bomberos. Un parque es una propiedad comunal. Nadie tiene derecho a disponer de una propiedad comunal porque es de todos. Se le dijo, pero al alcalde no le importó. Sus arquitectos no le asesoraron.


Residencial FAP Chiclayo (A. Córdova & C. Williams) / Fuente: Blog Habitar

I.R.: Arquitectos mal formados ¿Cómo deben responder los arquitectos cuando la realidad impone situaciones completamente contrarias a la de los principios e ideales que, se supone, tienen los arquitectos?

A.C.: Habría que rebelarse. Habría que tener el valor de decir esto no se hace. Lo que pasa es que los arquitectos que están ahí, o bien no tienen idea de la planificación urbana, del urbanismo, de los intereses de la ciudad, o bien, si la tienen, no desean hacerse problemas. Hay arquitectos mal formados que creen que eso es normal. No se dan cuenta de la destrucción de la ciudad. Y si se dan cuenta prefieren callar. Por otra parte, hay que decir que la normatividad actual, ciega o interesada, permite abusos.

I.R.: Antes, los arquitectos tenían una visión más holística de la arquitectura. Arquitectos que proyectaban, construían y teorizaban, por ejemplo (Héctor) Velarde, (Luis) Miró Quesada o usted. Los tiempos actuales exigen otras cosas, la especialización y los tiempos veloces de hoy, por ejemplo, exigen una visión más obtusa de las cosas, más reducida. Si le sumamos a ello la mala formación, lejana de principios, la situación se vuelve más complicada.

A.C.: Creo que la especialización viene después, uno se especializa en el ejercicio de la profesión. La formación básica debe ser abierta, holística, general. El arquitecto debe comprender el mundo y tener una cultura amplia. Leer mucho. Desde jóvenes, leer mucho. No sólo de arquitectura sino de arte, leer novelas, leer de la vida, escuchar música. La cultura es fundamental. Eso es vital en el momento de la formación. Leer, mirar, hacer vida cultural. Eso te llena de contenido.

En el ejercicio inevitablemente te especializas en una cosa, no porque la escoges, sino porque te tocó trabajar en eso y resultas especialista en ello.


“El arquitecto debe comprender el mundo y tener una cultura amplia. Leer mucho. Desde jóvenes, leer mucho. No sólo de arquitectura sino de arte, leer novelas, leer de la vida, escuchar música. La cultura es fundamental. Eso es vital en el momento de la formación. Leer, mirar, hacer vida cultural. Eso te llena de contenido”


I.R.: Leer, escribir y la propia teoría son situaciones que cada vez se vuelven más fugaces. ¿Cuál era su motivación para hacerlo?

A.C.: La motivación era la inquietud personal. Eso no se improvisa, viene en la naturaleza de la persona y de cómo se formó. Yo he sido inquieto por la lectura a partir de mi madre. Tuve la inquietud de leer primero poesía y luego novela desde muy temprano. Luego de ello me cultivé yo solo en la literatura y en la música. La teoría se da en algunas personas, en el Perú hay excelentes teóricos como García Bryce, Martuccelli, Ludeña, Burga, Jara y muchos más, gente imbuida de la necesidad del deseo de investigar.

I.R.: ¿Hay alguna manera de incentivar ello?

A.C.: Eso se puede y se debe incentivar en las escuelas, en las facultades donde uno estudia. Allí es donde también nace el deseo de investigar y de abrirse al mundo, por ello la formación en la escuela es muy importante. Ahí, al ver el panorama del mundo, habrá gente que se interese en distintas áreas. Por ello, es importante que las escuelas den un panorama amplio de la realidad. Basta que haya 3 ó 4 inquietos investigadores por salón. El asunto es que haya la oportunidad, que la escuela dé la oportunidad. Sin embargo, esto no se da en la mayoría de escuelas del país porque los profesores no sé de dónde han salido. No sé de dónde hay profesores para tantas escuelas de arquitectura.

I.R.: Hay más de cincuenta escuelas.

A.C.: Imagínate.

I.R.: Pero se abren escuelas de arquitectura en lugares alejados de las ciudades o en ciudades en donde antes no había arquitectos. El abrir escuelas de arquitectura en lugares donde antes no había, de alguna manera ¿no es un factor positivo?

A.C.: Si es una formación mala, no es positivo. Antes, la única escuela de arquitectura del país era la Escuela de Ingenieros. Venían a estudiar de lugares alejados, de todos lados del país.

I.R.: ¿Y cuál es la solución para los lugares que no tienen arquitectos?

A.C.: Está muy bien que haya una descentralización de las universidades, pero la proliferación, además como negocio, es pésima. Esas universidades son negocios. La enseñanza como negocio es mala.

I.R.: ¿Y cómo los arquitectos “bien formados” se acercarán a los lugares alejados del país y de sus propias ciudades?

A.C.: Cuando yo era decano en la Facultad de la Universidad Nacional de Ingeniería hicimos un Taller de asistencia técnica. Los profesores y alumnos iban a Comas y a varios sitios alejados, comunidades andinas, a hacer arquitectura y urbanismo. Hacíamos actividad de proyección social.

I.R.: ¿Y cree que los alumnos, luego, cuando ya son profesionales, se acercarán a esa población? Me parece que no es fácil.

A.C.: No es fácil. Los pobladores no tienen para pagar arquitectos.

I.R.: Entonces, ¿quién atiende a esa población?

A.C.: El Estado, la Municipalidad, las Facultades de Arquitectura. Esas instituciones deben ofrecer, como servicio público, los primeros, y, las segundas, como talleres de asistencia técnica en tareas de proyección social.

I.R.: Estamos asumiendo, entonces, que la arquitectura es algo a lo que la población en general no puede acceder. Algo sólo para una élite, para algunos. ¿Estoy en lo cierto?

A.C.: El arquitecto es un profesional que tiene que vivir. Así como la medicina se proyecta a la mayoría de la población a través de Centros de Salud, igual debería ser la arquitectura. El Estado debería asumir en gran parte esa tarea. El poblador pobre, por ejemplo, no puede pagarse una operación al corazón.

I.R.: Estamos hablando de una evidente desigualdad social.

A.C.: Así es. La desigualdad social es más que evidente.

I.R.: Usted, durante la agrupación Espacio, pertenecía al Partido Social Progresista, ¿cuál era su ideología política?

A.C.: Fue después de Espacio. El lema del partido era por una democracia política, social y económica. Si la democracia sólo se entiende como política, es decir votar o elegir a las autoridades, resulta insuficiente. Era un pensamiento socialista democrático.

I.R.: ¿Y cómo se acopla la arquitectura a ello? ¿Cómo el arquitecto puede aproximarse a una democracia social si él, como individuo, no tendrá precisamente una visión social si no es de la mano del Estado?

A.C.: Creo que igual como con la medicina que permite que un poblador pobre pueda operarse. El Seguro Social puede satisfacer eso aunque no tenga dinero para pagarle al médico. Algo semejante podría darse con la arquitectura. El camino es la política.

I.R.: ¿En la actualidad, si se pudiera, volvería a participar políticamente y bajo esa ideología?

A.C.: Yo creo que sí. El problema es que el poder económico es muy fuerte. La política cuesta. Nosotros duramos muy poco porque no teníamos la posibilidad de difundir las ideas, los medios de difusión están en poder de algunas clases de algunos intereses.


“Está muy bien que haya una descentralización de las universidades, pero la proliferación, además como negocio, es pésima. Esas universidades son negocios. La enseñanza como negocio es mala”



I.R.: ¿No cree que la arquitectura también está bajo el poder de algunas clases? Los medios de comunicación de arquitectura demuestran ello.

A.C.: Sí, las revistas de arquitectura actual están dedicadas sobre todo a la decoración y a las casas de playa.

I.R.: Las casas de playa son de unos cuantos y es la arquitectura que nos hacen consumir como realidad peruana.

A.C.: Lo que sucede es que el medio que tenemos es la sociedad en la que vivimos. Eso no es culpa del arquitecto, si a mí me piden que haga una casa de playa, tengo que hacerla. Yo he hecho varias casas de playa y con toda dedicación profesional. Yo quiero hacer también vivienda popular pero ¿cómo la hago? El único camino para hacerlo es el Estado, las Municipalidades. Como me interesa el tema social estoy trabajando en renovación urbana y así me acerco lo más que se puede. A veces resulta, a veces no. El problema es nuestra realidad social.

I.R.: ¿Cómo enfrentarse a ese problema?

A.C.: Nosotros no podemos hacer el cambio como arquitectos. El cambio está en la política, el cambio lo hacen los políticos.

I.R.: Si no está dentro de las facultades del arquitecto cambiar la realidad de nuestra sociedad ¿cuáles son, para usted, los límites de la arquitectura?

A.C.: Hay que salir de la arquitectura y trascender a otros lugares como la política que es la que tiene el poder. Eso es lo que no se da en la actualidad y por eso las revistas publican sólo casas de playa porque es lo que hay. Ellas viven de eso.

I.R.: A los arquitectos hoy no les gusta la política, les gusta las cuatro paredes de la arquitectura.

A.C.: Desgraciadamente no sólo a los arquitectos. Pero, repito, el cambio es una tarea política. Los jóvenes deben entenderlo así y participar, no sólo yendo a votar.

I.R.: Hoy, ¿cuál cree que es la posición política que intenta aminorar la desigualdad social?

A.C.: En este momento no hay un camino claro. Siempre hay el intento de reconstruir una izquierda democrática y si se da hay que ayudarla. Es lo que yo creo. Una posición donde haya un protagonismo del pueblo para reducir al máximo la inequidad que hay. El Perú es uno de los países con mayor desigualdad. Está progresando en el promedio pero la desigualdad no ha desaparecido. Y está aún lejos de desaparecer.

I.R.: ¿Qué sucedió con la revista Espacio?

A.C.: La revista Espacio fue también otra frustración, logramos sacar 8-9 números. Fue progresando hasta que fracasó porque no podíamos competir con El Arquitecto Peruano de Belaúnde que tenía contactos que permitían que la revista siga; su posición social le permitía eso. A nosotros no.

I.R.: Otra expresión de la desigualdad social del país que subsiste más de medio siglo después y que el arquitecto, como tal, no puede cambiar, ¿recuerda algún ejemplo de cómo los arquitectos intentan cambiar o mejoran la realidad?

A.C.: El arquitecto tiene que salir del cascarón, incursionar en otras cosas para que la arquitectura pueda cambiar la realidad. Hay iniciativas buenas que pueden asumir los arquitectos como las de CITIO de Javier Vera y su grupo. Es, por ejemplo, un trabajo que compensa un poco esta triste realidad de casas de playa y de no poder hacer lo que realmente es necesario. Hay que trabajar en todos los campos, inventar maneras de colaborar en una visión más integrada de la profesión. Para esto, las escuelas de arquitectura son vitales.

I.R.: ¿Alguna recomendación para los docentes de las más de cincuenta escuelas de arquitectura del país? Si las universidades son negocios, los profesores son los que pueden hacer la diferencia.

A.C.: Deben mirar los problemas reales de la población, las necesidades de vivienda y de servicios para que estén al alcance de todos los pobladores y no sólo de quienes pueden pagarlos. Hay gente que no tiene acceso a bibliotecas, a actividades deportivas, cosas que no están al alcance de mucha gente, que no tienen la oportunidad. Hay que enseñarles a los alumnos a que se mire nuestra realidad, toda esta gama de problemas concretos que padece la gran mayoría de pobladores de nuestras ciudades. Los ejercicios de diseño y las monografías de los cursos podrían orientarse a estudiar las situaciones concretas de nuestros pueblos. Hay facultades que ya lo hacen.

Adolfo Córdova (Noviembre, 2013)


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