Entrevista por
Israel Romero Alamo
Publicada en La Chimenea N° 08
Adolfo Córdova (Noviembre, 2013) |
I.R.: ¿Cree
que el discurso de la arquitectura moderna se mantiene vigente en la
actualidad?
A.C.: Yo creo que sí. Son
principios elementales y básicos. La adecuación a la vida social y la
consideración del lugar y del tiempo, la consideración y expresión honesta de
la función, de los materiales y de los sistemas constructivos. Todos ellos son
principios elementales siempre. Además, esos mismos principios han regido en
otras épocas; en la arquitectura gótica, en la clásica, incluso en la inca. El
lugar proporciona unos determinados parámetros, y el uso de la tecnología del
momento también. Estos son principios tan elementales que siempre permanecen
vigentes.
Si se obedeció bien a estas
exigencias, la arquitectura subsiste. A mí me satisface mucho cuando hay gente
de esta generación que ve el edificio de la FAP en Chiclayo y me dice que sigue
siendo moderno. La vigencia permanece porque se respetaron condiciones importantes
de la arquitectura.
I.R.: Usted
tiene la suerte de haber vivido la época cumbre de la arquitectura moderna en
el Perú y también de ser testigo de la arquitectura contemporánea ¿Cree que aún
es posible hacer arquitectura con esos principios? ¿En cuánto influyen los
cambios de estos tiempos en esos ideales?
A.C.: Ha habido cambios como los
de las nuevas tecnologías y materiales. Los cambios influyen para bien o para
mal según el arquitecto. Según él actúe. Por ejemplo, ahora hay una tecnología muy
desarrollada que es el uso del vidrio. Eso no había en mi tiempo. Creo que en
lugar de usarse bien, se está abusando de ella. Están resultando
repeticiones sin sentido. Uno reconoce cuando esa tecnología está bien o mal usada: se usa mal cuando no distinguen el lugar, y en este caso se usa en cualquier
parte del país, en cualquier clima. Las municipalidades de algunas provincias
de Puno están forradas de vidrio verde. Imagínate. Hay dos o tres
municipalidades en Lima que son idénticas a ellas.
I.R.: ¿Ese
no es un efecto de la modernidad?
Creo que es una mala
interpretación de la modernidad. Una falsa modernidad. El edificio del Banco Continental,
en Paseo de la República, ha
sido destrozado; su original revestimiento en cerámica roja ha sido forrado en vidrio.
A los edificios les quitan el mensaje de su tiempo y los disfrazan de actuales.
Así hay muchos ejemplos.
“Lo que pasa es que los arquitectos que están ahí (en las municipalidades), o bien no tienen idea de la planificación urbana, del urbanismo, de los intereses de la ciudad, o bien, si la tienen, no desean hacerse problemas. Hay arquitectos mal formados que creen que eso es normal. No se dan cuenta de la destrucción de la ciudad. Y si se dan cuenta prefieren callar”
I.R.: Lo
que ha pasado con el edificio Limatambo, ¿no es también un mensaje del tiempo?
A.C.: Si lo que se construye en
ese lugar fuera bien solucionado, sí. Pero si va a ser una copia o una torre más,
una copia como las demás, con pequeños adornos para diferenciarse, con alturas
diferentes para no ser iguales, no. Y eso es lo que temo que vaya a pasar. Eso
sería algo superficial y falso. Las dos torres que existen ahora en la zona son
lo mismo, una tiene detalles así y la otra asá. No hay un mensaje claro y
limpio. En esa esquina se borró una huella del tiempo, un trabajo de Seoane que
era un mensaje de su tiempo, de un momento importante de la arquitectura
peruana. Qué pena, me dio mucha pena ver cómo iban botando piso por piso. Sí,
es un mensaje del tiempo, el valor económico del suelo fue más importante que
el valor artístico y testimonial de lo que ese suelo soportaba.
I.R.: A
eso iba. Este hecho, que no es el primero, es una expresión de nuestra civilización
que no podemos negar. Entonces, ¿cómo debería responder la arquitectura a ello
si vemos que los ideales de otras épocas parecen no satisfacer hoy a nuestra sociedad?
A.C.: Es una expresión de la
desorientación actual, de los valores de hoy, y también de la mala formación de
los arquitectos. En la actualidad, nuestros arquitectos se están formando en muchas
escuelas, la mayoría sin calidad suficiente. No es que todos sean malos, pues hay
personas que pueden superar su mala formación inicial, sin embargo, la calidad del
profesional promedio ha decaído.
Hay que pasearnos por las
avenidas en Lima, como San Felipe o Arequipa, y comprobar qué malos edificios hay.
Cómo han destruido estas avenidas que tenían cierto encanto y unidad. Todavía
quedan algunas cuadras que los jóvenes deberían fotografiar para ver qué unidad
había antes. La escala era agradable. Y no sólo desde el punto de vista de la
arquitectura sino también del paisaje. Están haciendo —de algunas avenidas—
verdaderos callejones de garajes con pisos de cemento en los jardines frontales.
En esos casos, los alcaldes vienen permitiendo todo esto. Aunque ellos quizás
no lo perciben, pero los arquitectos de la municipalidad sí deberían saberlo y
tratar de impedirlo. Y las áreas verdes, los parques, también disminuyen justo
cuando aumenta la población por la construcción de edificios. El alcalde de Jesús
María, por ejemplo, ha donado un buen trozo del Campo de Marte a la colonia
china. Del parque de los Próceres ha tomado una parte y ha hecho una piscina infame
(no sé si un negocio particular o un servicio municipal), y de otra parte, un
local para los bomberos. Un parque es una propiedad comunal. Nadie tiene
derecho a disponer de una propiedad comunal porque es de todos. Se le dijo,
pero al alcalde no le importó. Sus arquitectos no le asesoraron.
Residencial FAP Chiclayo (A. Córdova & C. Williams) / Fuente: Blog Habitar |
I.R.: Arquitectos mal formados ¿Cómo deben responder los arquitectos cuando la realidad impone situaciones completamente contrarias a la de los principios e ideales que, se supone, tienen los arquitectos?
A.C.: Habría que rebelarse. Habría
que tener el valor de decir esto no se hace. Lo que
pasa es que los arquitectos que están ahí, o bien no tienen idea de la
planificación urbana, del urbanismo, de los intereses de la ciudad, o bien, si
la tienen, no desean hacerse problemas. Hay arquitectos mal formados que creen
que eso es normal. No se dan cuenta de la destrucción de la ciudad. Y si se dan
cuenta prefieren callar. Por otra parte, hay que decir que la
normatividad actual, ciega o interesada, permite abusos.
I.R.: Antes,
los arquitectos tenían una visión más holística de la arquitectura. Arquitectos
que proyectaban, construían y teorizaban, por ejemplo (Héctor) Velarde, (Luis) Miró
Quesada o usted. Los tiempos actuales exigen otras cosas, la
especialización y los tiempos veloces de hoy, por ejemplo, exigen una visión
más obtusa de las cosas, más reducida. Si le sumamos a ello la mala formación,
lejana de principios, la situación se vuelve más complicada.
A.C.: Creo que la especialización
viene después, uno se especializa en el ejercicio de la profesión. La formación
básica debe ser abierta, holística, general. El
arquitecto debe comprender el mundo y tener una cultura amplia. Leer mucho.
Desde jóvenes, leer mucho. No sólo de arquitectura sino de arte, leer
novelas, leer de la vida, escuchar música. La cultura es fundamental. Eso es
vital en el momento de la formación. Leer, mirar, hacer vida cultural. Eso te
llena de contenido.
En el ejercicio
inevitablemente te especializas en una cosa, no porque la escoges, sino porque
te tocó trabajar en eso y resultas especialista en ello.
“El arquitecto debe comprender el mundo y tener una cultura amplia. Leer mucho. Desde jóvenes, leer mucho. No sólo de arquitectura sino de arte, leer novelas, leer de la vida, escuchar música. La cultura es fundamental. Eso es vital en el momento de la formación. Leer, mirar, hacer vida cultural. Eso te llena de contenido”
I.R.: Leer,
escribir y la propia teoría son situaciones que cada vez se vuelven más
fugaces. ¿Cuál era su motivación para hacerlo?
A.C.: La motivación era la
inquietud personal. Eso no se improvisa, viene en la naturaleza de la persona y
de cómo se formó. Yo he sido inquieto por la lectura a partir de mi madre. Tuve
la inquietud de leer primero poesía y luego novela desde muy temprano. Luego de
ello me cultivé yo solo en la literatura y en la música. La teoría se da en
algunas personas, en el Perú hay excelentes teóricos como García Bryce,
Martuccelli, Ludeña, Burga, Jara y muchos más, gente imbuida de la necesidad
del deseo de investigar.
I.R.: ¿Hay
alguna manera de incentivar ello?
A.C.: Eso se puede y se debe
incentivar en las escuelas, en las facultades donde uno estudia. Allí es donde también
nace el deseo de investigar y de abrirse al mundo, por ello la formación en la
escuela es muy importante. Ahí, al ver el panorama del mundo, habrá gente que
se interese en distintas áreas. Por ello, es importante que las escuelas den un
panorama amplio de la realidad. Basta que haya 3 ó 4 inquietos investigadores
por salón. El asunto es que haya la oportunidad, que la escuela dé la
oportunidad. Sin embargo, esto no se da en la mayoría de escuelas del país
porque los profesores no sé de dónde han salido. No sé de dónde hay profesores
para tantas escuelas de arquitectura.
I.R.: Hay
más de cincuenta escuelas.
A.C.: Imagínate.
I.R.: Pero
se abren escuelas de arquitectura en lugares alejados de las ciudades o en
ciudades en donde antes no había arquitectos. El abrir escuelas de arquitectura
en lugares donde antes no había, de alguna manera ¿no es un factor positivo?
A.C.: Si es una formación mala, no
es positivo. Antes, la única escuela de arquitectura del país era la Escuela de
Ingenieros. Venían a estudiar de lugares alejados, de todos lados del país.
I.R.: ¿Y
cuál es la solución para los lugares que no tienen arquitectos?
A.C.: Está muy bien que
haya una descentralización de las universidades, pero la proliferación, además
como negocio, es pésima. Esas universidades son negocios. La enseñanza como
negocio es mala.
I.R.: ¿Y
cómo los arquitectos “bien formados” se acercarán a los lugares alejados del
país y de sus propias ciudades?
A.C.: Cuando yo era decano en la Facultad
de la Universidad Nacional de Ingeniería hicimos un Taller de asistencia
técnica. Los profesores y alumnos iban a Comas y a varios sitios alejados,
comunidades andinas, a hacer arquitectura y urbanismo. Hacíamos actividad de
proyección social.
I.R.: ¿Y
cree que los alumnos, luego, cuando ya son profesionales, se acercarán a esa
población? Me parece que no es fácil.
A.C.: No es fácil. Los pobladores
no tienen para pagar arquitectos.
I.R.: Entonces,
¿quién atiende a esa población?
A.C.: El Estado, la Municipalidad,
las Facultades de Arquitectura. Esas instituciones deben ofrecer, como servicio
público, los primeros, y, las segundas, como talleres de asistencia técnica en
tareas de proyección social.
I.R.: Estamos
asumiendo, entonces, que la arquitectura es algo a lo que la población en
general no puede acceder. Algo sólo para una élite, para algunos. ¿Estoy en lo
cierto?
A.C.: El arquitecto es un
profesional que tiene que vivir. Así como la medicina se proyecta a la mayoría
de la población a través de Centros de Salud, igual debería ser la arquitectura.
El Estado debería asumir en gran parte esa tarea. El poblador pobre, por
ejemplo, no puede pagarse una operación al corazón.
I.R.: Estamos
hablando de una evidente desigualdad social.
A.C.: Así es. La desigualdad
social es más que evidente.
I.R.: Usted,
durante la agrupación Espacio, pertenecía al Partido Social Progresista, ¿cuál
era su ideología política?
A.C.: Fue después de Espacio. El
lema del partido era por una democracia política, social y económica. Si la
democracia sólo se entiende como política, es decir votar o elegir a las
autoridades, resulta insuficiente. Era un pensamiento socialista democrático.
I.R.: ¿Y
cómo se acopla la arquitectura a ello? ¿Cómo el arquitecto puede aproximarse a
una democracia social si él, como individuo, no tendrá precisamente una visión
social si no es de la mano del Estado?
A.C.: Creo que igual como con la
medicina que permite que un poblador pobre pueda operarse. El Seguro Social
puede satisfacer eso aunque no tenga dinero para pagarle al médico. Algo
semejante podría darse con la arquitectura. El camino es la política.
I.R.: ¿En
la actualidad, si se pudiera, volvería a participar políticamente y bajo esa
ideología?
A.C.: Yo creo que sí. El problema
es que el poder económico es muy fuerte. La política cuesta. Nosotros duramos
muy poco porque no teníamos la posibilidad de difundir las ideas, los
medios de difusión están en poder de algunas clases de algunos intereses.
“Está muy bien que haya una descentralización de las universidades, pero la proliferación, además como negocio, es pésima. Esas universidades son negocios. La enseñanza como negocio es mala”
I.R.: ¿No
cree que la arquitectura también está bajo el poder de algunas clases? Los
medios de comunicación de arquitectura demuestran ello.
A.C.: Sí, las revistas de arquitectura
actual están dedicadas sobre todo a la decoración y a las casas de playa.
I.R.: Las
casas de playa son de unos cuantos y es la arquitectura que nos hacen consumir
como realidad peruana.
A.C.: Lo que sucede es que el
medio que tenemos es la sociedad en la que vivimos. Eso no es culpa del arquitecto,
si a mí me piden que haga una casa de playa, tengo que hacerla. Yo he hecho
varias casas de playa y con toda dedicación profesional. Yo quiero hacer también
vivienda popular pero ¿cómo la hago? El único camino para hacerlo es el Estado,
las Municipalidades. Como me interesa el tema social estoy trabajando en
renovación urbana y así me acerco lo más que se puede. A veces resulta, a veces
no. El problema es nuestra realidad social.
I.R.: ¿Cómo
enfrentarse a ese problema?
A.C.: Nosotros no podemos
hacer el cambio como arquitectos. El cambio está en la política, el cambio lo
hacen los políticos.
I.R.: Si
no está dentro de las facultades del arquitecto cambiar la realidad de nuestra
sociedad ¿cuáles son, para usted, los límites de la arquitectura?
A.C.: Hay que salir de la arquitectura
y trascender a otros lugares como la política que es la que tiene el poder. Eso
es lo que no se da en la actualidad y por eso las revistas publican sólo casas
de playa porque es lo que hay. Ellas viven de eso.
I.R.: A
los arquitectos hoy no les gusta la política, les gusta las cuatro paredes de
la arquitectura.
A.C.: Desgraciadamente no sólo a
los arquitectos. Pero, repito, el cambio es una tarea política. Los jóvenes
deben entenderlo así y participar, no sólo yendo a votar.
I.R.: Hoy,
¿cuál cree que es la posición política que intenta aminorar la desigualdad social?
A.C.: En este momento no hay un
camino claro. Siempre hay el intento de reconstruir una izquierda democrática y
si se da hay que ayudarla. Es lo que yo creo. Una posición donde haya un
protagonismo del pueblo para reducir al máximo la inequidad que hay. El Perú es
uno de los países con mayor desigualdad. Está progresando en el promedio pero
la desigualdad no ha desaparecido. Y está aún lejos de desaparecer.
I.R.: ¿Qué
sucedió con la revista Espacio?
A.C.: La revista Espacio fue
también otra frustración, logramos sacar 8-9 números. Fue progresando hasta que
fracasó porque no podíamos competir con El Arquitecto Peruano de Belaúnde que
tenía contactos que permitían que la revista siga; su posición social le permitía
eso. A nosotros no.
I.R.: Otra
expresión de la desigualdad social del país que subsiste más de medio siglo
después y que el arquitecto, como tal, no puede cambiar, ¿recuerda algún
ejemplo de cómo los arquitectos intentan cambiar o mejoran la realidad?
A.C.: El arquitecto
tiene que salir del cascarón, incursionar en otras cosas para que la arquitectura
pueda cambiar la realidad. Hay iniciativas buenas que pueden asumir
los arquitectos como las de CITIO de Javier Vera y su grupo. Es, por ejemplo,
un trabajo que compensa un poco esta triste realidad de casas de playa y de no
poder hacer lo que realmente es necesario. Hay que trabajar en todos los
campos, inventar maneras de colaborar en una visión más integrada de la
profesión. Para esto, las escuelas de arquitectura son vitales.
I.R.: ¿Alguna
recomendación para los docentes de las más de cincuenta escuelas de
arquitectura del país? Si las universidades son negocios, los profesores son
los que pueden hacer la diferencia.
A.C.: Deben mirar los problemas
reales de la población, las necesidades de vivienda y de servicios para que estén
al alcance de todos los pobladores y no sólo de quienes pueden pagarlos. Hay
gente que no tiene acceso a bibliotecas, a actividades deportivas, cosas que no
están al alcance de mucha gente, que no tienen la oportunidad. Hay que enseñarles
a los alumnos a que se mire nuestra realidad, toda esta gama de problemas
concretos que padece la gran mayoría de pobladores de nuestras ciudades. Los
ejercicios de diseño y las monografías de los cursos podrían orientarse a
estudiar las situaciones concretas de nuestros pueblos. Hay facultades que ya
lo hacen.
Adolfo Córdova (Noviembre, 2013) |
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