Acerca
de los 'Hexágonos' de la XVI BAP y lo dicho del tema
El
libro ‘Tradición y Modernidad en la Arquitectura del Mantaro’, de Jorge Burga y
César Moncloa (y otros), ganador en la categoría «Investigación, Teoría y
Crítica» en la XVI Bienal de Arquitectura Peruana (BAP), muestra un análisis
histórico íntegro y repetible para el resto de ciudades del país, como bien
dicta el fallo del jurado. Su riqueza no se termina en sí mismo, sino que se expande
a lo que se puede generar para otros contextos, tan urgidos de investigaciones
de este tipo. Un premio merecido. Un libro útil que, además del aporte
académico mencionado, actúa, casi de casualidad, como salvavidas del notorio
centralismo de la Bienal.
Sin
embargo, si la base de la XVI BAP está compuesta por varios vacíos —como se mencionaba anteriormente—, ¿cómo pueden todos los resultados, como producto de
lo anterior, ser algo que consiga consistencia?
En unas
reflexiones recientes, Cristina Dreifuss, miembro del Jurado de la
XVI Bienal (presidido por Enrique Bonilla), y Aldo Facho, conferencista también en la misma
edición de la Bienal, centrándose en el fondo del asunto, plantean posibles
soluciones para los problemas de la (presente) Bienal de Arquitectura Peruana
(BAP), ciertamente coherentes y nada irrealizables. Todo lo contrario.
No
obstante, creo que existen algunas cosas que no debemos obviar antes de dar
vuelta la página, cosas eventuales, quizás, pero presentes. Por ello también
deberían existir pronunciamientos y mayores alcances de los resultados de la
BAP, al menos del premio más importante, el Hexágono de Oro; hecho que ha sido
aceptado silenciosamente relativizando su importancia.
Aldo
Facho indica que la calidad del Hexágono de Oro, el Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM) es «evidente más allá de las
críticas que se puedan hacer» y «que se destacaba del resto de proyectos siendo un digno representante de la producción arquitectónica nacional». Puede
ser, y por eso último es que se exige una mirada más rigurosa y no pasar por
agua tibia un edificio que se termina convirtiendo —nos guste o no— en
representante de quince mil ciudadanos frente al escenario y la sociedad
(inter)nacional. Es necesario analizarlo —más allá de los ya acostumbrados
cuchicheos que suelen decirse luego de una premiación de esta envergadura— para
constatar los alcances de la presente Bienal y también porque finalmente es (y
debería ser) el objetivo final de cualquier tipo de análisis que se haga de un
evento de este tipo.
Sin
ánimos de hablar mucho de los autores del actual Hexágono de Oro, y antes de
que se levante un grueso número de detractores automáticos para estas líneas,
hay que señalar y reconocer que tanto Sandra Barclay como Jean Pierre Crousse,
autores de la obra, jóvenes aún (teniendo en cuenta los años en los que uno
puede volverse un «arquitecto maduro») completan con el LUM un grupo de obras
arquitectónicas que ya es historiable. Y de eso se tratan las Bienales, al
fin y al cabo. De registrar la historia. Y que si de premiar la trayectoria se
trataba, el premio sería más idóneo que el haber premiado esta obra aislada.
Pero se trató de lo segundo, así que a ello deben dirigirse las miradas.
«Tema
importante, de fuerte significación simbólica y de relevancia para la sociedad.
El volumen completa el paisaje del acantilado. Es una obra que responde a las
exigencias de un contexto difícil y lo transforma en la fuerza misma del
proyecto», cita el fallo del jurado para el Hexágono de Oro 2014.
La
justificación del jurado es razonable, podía pecar hasta de obvia, sin embargo
esto no resulta ser culpa del jurado, directamente. Ha existido una serie de
fuertes razones que han permitido que el Hexágono de Oro sea —dentro de un mar
de obras de abismal diferencia, como indica Aldo Facho— esa obra y no
otra.
Breve crítica al Lugar de la Memoria (y a su distinción)
El
LUM resuelve el problema del sitio de manera oportuna, pues, como dice la
memoria de los autores y como puede constatarse in situ, se completa el
acantilado con armonía, casi sin dañarlo. Era petición explícita de las bases del Concurso del 2010 que se consigue en buena forma. Es un buen volumen. Y, como señala el
fallo del jurado, termina utilizando ello para sí mismo generando un
complemento y una conexión positiva entre natura y artificio. El objeto
paisajísticamente suma. Este es el principal recurso y el principal acierto del
edificio.
Regresando al tema del Hexágono de Oro, la pregunta que salta a la vista y que nadie quiere formular es:
¿la relación con el sitio es el objetivo de un Lugar de la Memoria? ¿Puede este
argumento ser suficiente para generar una reconciliación o inclusión entre la
sociedad, desde la arquitectura, como se pretendía?
Creo que
el LUM gana el Hexágono de Oro al sobresalir básicamente por tres motivos: Primero (como se
menciona en la primera parte del veredicto del jurado), por la importancia del
tema que lo vio nacer: el de la Memoria y el terrorismo, tan delicados y
mitificados hoy en nuestro medio. Es decir, que lo de la Memoria y el
terrorismo se exprese —de alguna forma— en algo arquitectónico supone, para los
arquitectos, la ilusión de que la arquitectura se está involucrando de buena
manera con temas de relevancia mayor: de volver tangible lo ideal, y mucho
mejor si es a escala Nacional. Sentir que la arquitectura peruana se identifica
con el Perú, con un Perú sufrido que tiene todavía las heridas abiertas. Una
ilusión que confunde y tergiversa al propio edificio-objeto.
Segundo,
por la falta de un competidor de su nivel, es decir, es iluso pensar que, otra
vez, alguna casa pueda ganar el máximo premio de la arquitectura del Perú y
quitarle el premio a un edificio «público», siendo este el objeto siempre
ideal(izado). Por relevancia aproximada y metros cuadrados, quizás, el Aulario
de Llosa Cortegana pudo tener mejor suerte. Sin embargo, el
hecho de que este último no sea un edificio «público» le habría quitado al
edificio de la PUCP la sustancia y el sentimiento necesario que al LUM le
brotaba por los poros. Al menos para el misterioso circuito arquitectónico y
los exclusivamente entendidos en el tema. Existe un sentimentalismo forzoso e
innecesario, pero presente en el ambiente y que es casi ingrediente básico y estructural
de nuestra arquitectura oficial. Imposible de obviar.
Tercero,
porque el LUM ya había recibido un reconocimiento anterior en la XIV Bienal
Internacional de Arquitectura de Buenos Aires, lo que le daba un agregado, una
calidad supuesta con previo aviso, cosa que se complementaba bastante bien con
el hecho de ser el producto escogido de un concurso público con un jurado de
nivel históricamente internacional, con Rafael Moneo, Kenneth Frampton y
compañía. Decisiones que sólo «necesitaban» un espaldarazo.
Estos
hechos transversales opacarían los desaciertos proyectuales, como el haber
hecho caso omiso a algunos puntos de las bases del concurso (en los que
explícitamente se indicaba que el estacionamiento no debía ser techado), o el
tener un pésimo acceso peatonal de escala doméstica y una inserción urbana
forzada en un residuo urbano no menos caprichoso. El edificio responde a las
exigencias del contexto difícil, pero con algo igual de complicado, como el
pasar unas buenas toneladas de concreto expuesto por el ojo de una aguja y
lanzarlo hacia el mar y darle forma de farallón. De hecho, esto último —como se
mencionaba y como indica también el jurado en la última parte del fallo— sería
la justificación arquitectónica necesaria para otorgarle el triunfo.
Sin
embargo, en la situación específica de este edificio, y por mayor acierto que
pudiese tener, hay que decir que el aspecto paisajístico no es —en este caso—
parte central de un Lugar de la Memoria. Era un edificio público, con carga cultural colectiva, algo más
complejo que un objeto residencial, y es precisamente de donde la obra
funcionalmente cojea. Barclay & Crousse anteponen en toda la
obra también un lenguaje arquitectónico doméstico sacado de su amplio
repertorio —cosa que no está mal, al contrario—, pero a otra escala, siendo
este último detalle lo que le asegura el éxito pero también lo que no podrían
manejar, ni proporcionar en sus dos extremos. Sobre todo en la puerta de atrás, el ingreso peatonal. Que, por
cierto, nunca ha sido mostrado ni en los renders ganadores ni tampoco en las
innumerables publicaciones postconstrucción.
Aun
cuando el edificio no esté en uso, no es difícil prever lo que en el futuro
pueda suceder en un ingreso con tal desproporción cuando varias decenas de
personas —a pie— intenten ingresar o salir del Lugar de la Inclusión Social. El
ingreso peatonal debería ser, en un lugar de este tipo —o sea, inclusivo—, el
ingreso principal, y no el que supone la vista aérea, el que está en la Costa
Verde, que por ser vehicular, es contradictoriamente excluyente. Estos aspectos,
más que ser problemas funcionales, son problemas que obstaculizan que el
edificio tenga una fuerte relación simbólica y utilitaria con la sociedad.
No
obstante la visita y la idea de los recorridos sí generan una sensación
arquitectónica interesante. En acantilados de tierra frente al cielo y al mar, Barclay
& Crousse tiene experiencia de sobra. Eso no se puede negar, puede
verse en el auspicioso intersticio entre el acantilado y el edificio construido
con el océano al fondo; un ejercicio formal que ya habían practicado con
notable acierto en la casa Equis y en la casa Vedoble. La experiencia de lo que
antes era privado se ha traído a algo de connotación pública. A una casa de
playa gigante. Se ha traído a un edificio «público» el razonamiento de la «casa
temporal» y a esto se le ha adherido —el fuerte proyectual de la obra de los
últimos 10 años de Barclay & Crousse— la relación con lo natural que
alrededor del objeto existe, en una arquitectura peruana contemporánea urgida de
«arquitectura amable con el lugar».
La
pregunta de líneas arriba vuelve a merodear y cae por su propio peso: ¿Puede
este argumento ser suficiente para generar una reconciliación o inclusión entre
la sociedad como pretendía el edificio desde la búsqueda original?
Si
abrimos el abanico para observar el Memorial del 11S del World Trade Center en
Nueva York, o el Monumento a los Judíos de Peter Eisenman, o el Museo Judío de Berlín de Daniel Libeskind, podremos ver que hay al menos un entedimiento de la magnitud del tema, una idea, una relación
estrecha con el hecho, una intención de identificación. Algo con lo que el Lugar de la
Memoria de Miraflores no cuenta, pues apela al divorcio y le deja toda la responsabilidad a
la museografía. La arquitectura se convierte en un cascarón de cualidades espaciales no menores, pero se escuda demasiado en ellas y olvida lo que era importante.
El LUM parte —como si algo tuviera que ver— del muestrario preestablecido de soluciones físico-contextuales de los proyectistas (con vasta experiencia en casas de playa) y las expone en un lugar geográficamente idóneo para eso. No hay relación con el terrorismo, ni con la Memoria, ni con la gente, y ni siquiera es un espacio arquitectónico físico y funcionalmente inclusivo. Conceptual y temáticamente es una obra vacía, al punto de que en la proyección se tuvo que recurrir a adornos humanos de «lugares lejanos al sitio» para que el cascarón de concreto expuesto aparente algo de contenido.
El LUM parte —como si algo tuviera que ver— del muestrario preestablecido de soluciones físico-contextuales de los proyectistas (con vasta experiencia en casas de playa) y las expone en un lugar geográficamente idóneo para eso. No hay relación con el terrorismo, ni con la Memoria, ni con la gente, y ni siquiera es un espacio arquitectónico físico y funcionalmente inclusivo. Conceptual y temáticamente es una obra vacía, al punto de que en la proyección se tuvo que recurrir a adornos humanos de «lugares lejanos al sitio» para que el cascarón de concreto expuesto aparente algo de contenido.
Parece
que el LUM gana el Hexágono (como el concurso del 2010) por ser un buen ejemplo y solución paisajística más que por ser un Lugar
de lo que indica su nomenclatura: uno de integración nacional. Contiene fragmentos de temas específicos, como «la explanada de la Reconciliación», «el lugar del Congojo» o la «sala de los Recuerdos», pero son anecdóticos, no pasan de ser muecas genéricas a la Memoria de lo que ocurrió en el Perú de los 80.
El tema era importante, pero la respuesta no está a la altura, o mejor dicho, no está bien enfocada. Entonces, ¿el premio se le está dando al tema o a la obra? De ser —como se espera— lo segundo, ¿a qué «fuerte significación simbólica y relevancia para la sociedad» se refiere el jurado?
El tema era importante, pero la respuesta no está a la altura, o mejor dicho, no está bien enfocada. Entonces, ¿el premio se le está dando al tema o a la obra? De ser —como se espera— lo segundo, ¿a qué «fuerte significación simbólica y relevancia para la sociedad» se refiere el jurado?
Algunas últimas anotaciones acerca de la Bienal de Arquitectura Peruana
El
Hexágono de Oro 2014 es un premio ciertamente merecido para los autores, pero
—habiendo mencionado los aciertos de la obra— hay que decir que la distinción
parece ser entregada por un inevitable «por descarte» y por una apremiante orfandad nacional de
arquitectura relevante, y que al primer suspiro de algo parecido, se le reconoce
y casi exalta de manera acrítica. No está mal resaltar los buenos intentos, lo que hay
que hacer es acompañar ello con un análisis mayor y sincero para evitar
mantenerse en la inocencia y la parálisis. Estas conclusiones, de crónica
policial, pueden sacarse cuando una Bienal se convierte en una premiación
circunstancial, alegre y sin alcances mayores del jurado o de los entendidos en el
tema que permitan cuestionarla, o siquiera profundizar en el tema.
Sin
embargo —y prueba de ello es que— este hecho no es exclusivo del LUM ni de esta
edición de la Bienal. El LUM no está suelto en la breve historia de Hexágonos
de Oro. Su compañera más cercana es la Biblioteca Nacional (Hexágono de Oro
2006). Bajo la misma idea de su representación de algo «Nacional» y «Público», el premio
logra llevar su autismo urbano, su desentendimiento con la Av. Javier Prado y
con los equipamientos con los que colinda y colindaría, a un segundo plano,
para que prime la nebulosa de su significado y relevancia de lo que es una
«biblioteca» para el país.
Pareciera
que cuando la arquitectura «sirve para algo» de aparente relevancia nacional,
lo demás, como la calidad de su idea original y su calidad física, no importan
lo suficiente. El arquitecto y su gremio sienten estar haciendo algo
provechoso, estar «cambiando el mundo» (o el país), concretar lo que siempre
han idealizado. Ello evidencia que está presente, y sigue vigente, la urgencia
por la autoretribución psicológica y el aumento de la autoestima del
arquitecto, de hacernos creer que la arquitectura está siendo útil para la
sociedad y para el país.
Si bien
de esto no tenemos culpa directa, es una deuda pendiente que seguimos pagando y
que sin experiencia y sin darnos cuenta alimentamos cíclicamente con las BAP.
No hay que refundar Bienales, hay que refundar la arquitectura en y para el
Perú, que de ese rodeo ingenuo de mitificar pequeños retoques ya estamos por
celebrar los dos siglos.
1 comentario:
Celebro la acertada crítica al Lugar de la Memoria. Sin embargo, me permito discrepar en algunos puntos. En principio, afirmar que el LUM "conceptual y temáticamente es una obra vacía" y reconocerle como único atributo plausible la "solución paisajística" me parece de una temeridad abusiva.
Recorrí el edificio en sentido 'ascendente' (desde el ingreso proveniente de la Costa Verde) y pude experimentar como visitante el peso conceptual del edificio. Si bien la secuencia de espacios, a veces intrincada, a veces difusa, obliga por ratos a desandar el recorrido, la arquitectura jamás se abandona a la suerte de la museografía. De hecho, el planteamiento espacial se enlaza conceptualmente con aquello que quiere mostrar, como una respuesta natural e instintiva.
Imposible no reconocer en esa especie de recorrido 'tortuoso' a través de 'frías' cámaras y niveles escalonados separados por franjas de vidrio a modo de 'suturas', que va a atravesando espacios en los que la luz y el paisaje 'ingresa' de a pocos como 'señales de aliento', y que remata finalmente, en la parte alta, en el llamado "Lugar del Congojo", plaza abierta, también escalonada, erizada de tragaluces (gesto lúdico que el visitante agradece y que permite 'volver la mirada atrás'); una representación coherente del contenido.
Es precisamente, a mi parecer, este estrecho ajuste entre idea y forma lo que le confiere al LUM uno de sus mayores atributos. Como si al gestarse hubiera nacido del seno mismo del hecho histórico, haciendo patente aquella "intención de identificación" que el autor de la crítica extrañamente no alcanza a ver en el edificio.
Como digo, el recorrido lo realicé en sentido ascendente. Ignoro si el mismo resultado se experimenta (aunque dudo que así sea) desde el ingreso peatonal de la parta alta. En este punto coincido con la crítica. Al haber privilegiado la arquitectura desde el acceso vehicular en desmedro de la peatonal, el proyecto limita la experiencia arquitectónica en un sólo sentido, y que de haberse reconsiderado de seguro habría invertido la secuencia de los espacios y alterado de paso el concepto original del proyecto.
Publicar un comentario