Por Israel Romero
Alamo
Los
últimos concursos que ha tenido el Perú han dejado más cosas que la
arquitectura aliada al democrático acto de la competición abierta. ¿Cómo
abordar un edificio institucional con un lenguaje arquitectónico que contemple aquello
en lo que el arquitecto cree? La relación con el espacio público, la prioridad
por la actividad humana o el respeto por lo que hay alrededor, entre otras
cuestiones de primer orden que el arquitecto asume de antemano.
El
principal aspecto que salta a la luz es la negación. Se sabe lo que no se debe
hacer. En cuestiones de expresión arquitectónica (y su relación con la ciudad),
el encerrarse tras muros es error mortal y el forrarse en vidrio un perjuicio que
además alardea de un alarmante ‘pésimo gusto’. Es atentar contra el medio y el
ambiente respectivamente.
Esto
último es lo que hacen los más pegados a la rentabilidad y a un pragmatismo
casi ingenieril; no tienen mayor reparo en invertir toneladas de vidrio para cubrir de pies a cabeza sus edificios sin siquiera
mostrar interés por su justificación. Tal es el caso de Arquitectónica con una imaginación mediocre como la que plasma en
sus torres entre Javier Prado y Vía Expresa, o el caso de Gresham Smith & partners con pretensiones mayores que no consiguen
despegarse de los quiebres y recovecos de la Clínica Delgado.
Por
eso los arquitectos con algo de sentido común no recurren a dichas soluciones,
y si las usan tratan de hacer mención a algunas de sus pocas facultades
positivas (aceptadas por convención). En el caso de la adicción por los grandes
ventanales: el tener un mayor dominio visual de lo que hay más allá del
cristal, por ejemplo.
El
alejamiento de las obras de ascendencia directa al boom de la construcción –que tanto suele encantar al ciudadano no-arquitecto–,
se ha hecho más claro en algunos proyectos que intentan buscarle alternativas al encierro
y al hoy tan perverso Curtain Wall.
Al menos así lo muestran varios de los proyectos ganadores de los concursos UTEC
(2011), Parque Zonal Santa Rosa (2012), Museo Nacional (2014) y Concytec
(2015) por arquitectos, en su mayoría, relativamente jóvenes.
Frente
a la necesidad de concretar una edificación con intereses en principios
arquitectónicos progresistas –o lo que se entiende como buena arquitectura–, los proyectistas tácitamente (pues ese no es el
objetivo principal de cada uno de los trabajos en mención) toman mano de un
término medio que evite el encierro de sus frentes pero que ya no caiga en el
negativo muro cortina. Soluciones que el arquitecto entiende como menores pero
que contradictoriamente, al momento de mostrar la obra, adquieren un protagonismo
natural.
En
el concurso UTEC, Javier Artadi (segundo lugar) opta por una celosía romboidal.
Aldo Facho en el concurso Parque Zonal Santa Rosa (del que resulta ganador) contempla una trama cuadriculada de bloques huecos de concreto. Alexia León
y equipo dividen en dos el volumen del proyecto ganador del Museo Nacional
otorgándole al superior un entramado cuadriculado. José Antonio Quiroz y
Mariana Leguía (primer y tercer lugar en el concurso Concytec respectivamente)
también dividen en dos sus respectivas composiciones, dándole a las partes
superiores un enmallado cuadriculado que terminan convirtiéndose en los
protagonistas de su expresión.
En
la mayoría de los casos la cita argumentativa se remite a una (necesaria)
relación visual interior-exterior y con un manejo ambiental que se entiende superior
al no tener al edificio encerrado y/o completamente forrado. A esto, ya de
manera accesoria, se le suma el tema del material con algún fin específico
(Concytec) o la relación con alguna cuestión metafórica (UTEC).
No
se trata sólo de una fachada. Aunque pareciera ser relativo, estas
coincidencias son importantes, sobre todo por eso, porque son inconscientes: porque
albergan algo más significativo que hablar de acabados o mil maneras de cerrar
un vano. Todas estas propuestas logran consolidar una expresión tipo ‘cota de
malla’ (que obviamente no es de ahora pero) que pareciera ser la nueva solución
más adecuada y menos extremista hoy: un imprevisto convencimiento individual y colectivo. Ésta considera los objetivos progresistas
de sus proyectistas y la capacidad de flexibilidad del material y la forma, con
la facultad adicional de que le viene bien cualquier discurso.
Tiene
sentido también que los respectivos jurados sintonicen de manera instintiva con
una arquitectura que no pierde de vista sus fines liberales y comunitarios. Por
el contrario, los proyectos encerrados con ventanas de metro cuadrado no son
válidos por su recuerdo medieval –es decir premoderno–, ni tampoco los forrados
en vidrio (reflejante) por su explícita carga neoliberal.
Sin
embargo, estas alternativas a los siempre rechazados lenguajes (pre y) posmodernos
aún parecen estar lejos de lo aceptado por el común de la población. Al resto
de gente el Curtain Wall o las
ventanas cuadradas de casita de la pradera no les parecen mal, todo lo contrario:
o les da lo que consideran moderno, o les remite a un bucolismo ancestral. La
separación entre esto último y el paradigma del arquitecto con buenas intenciones
es axiomática y para varios irreprochablemente válida. Hay una suerte de miedo
por lo desconocido o el qué dirán (de sus colegas) y poco interés por las
posibilidades que pueden tener el reflexionar y crear a partir de lo
políticamente incorrecto.
Últimamente la
expresión arquitectónica –y con estos ejemplos se hace evidente– ya no parte
desde las trincheras más dogmáticas. En detalles: no con grandes ventanales
enmarcados y levitantes, como los del movimiento moderno y sus versiones más recientes, sino con una
apariencia más sutil, que suponga una conversación, un ‘debilitamiento positivo’
o una conciliación entre el dogma y maneras más seculares. Para eso la
fachada ‘cota de malla’ se ha vuelto –por el momento– un objeto útil.
Diciéndole no a lo premoderno, no a lo moderno ortodoxo y no a la
posmodernidad. Una fracción de arquitectura que significa, más que un frente
perforado por modulación, una postura detrás, quizás indeterminada y con poco autocercioramiento. Quizás a lo ‘celosía de
balcón limeño’… con algo de medias tintas, como el ‘mirar sin ser visto’.
2 comentarios:
Buen articulo.
Y el uso de esas celosías quiere decir que la orientación del proyecto es... La celosía es una piel o lleva una carpintería incorporada, o será que tras esa piel está el indeseable muro cortina? Me parece o estos proyectos no han alcanzado madurez tecnológica.
Buena publicación!
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