Creo que es mucho más difícil
escribir una crítica positiva que una negativa.
Estoy tratando de imaginar por qué.
Creo que los arquitectos estamos
acostumbrados a que nada nos huela y todo nos apeste. La crítica negativa con
respecto a la obra de los colegas, si bien es poco difundida, es habitual en
nuestras conversaciones. Nos gusta el raje, la falla, la comparación poco
halagadora.
Nadie va a mirarte mal porque no te
guste algo. No me gusta, pues. ¿Qué tiene? Nos sale una pose “achorada”,
confiada: todos tenemos derecho a que no nos guste algo.
Pero esa cara de “¿en serio te gusta eso?” es mucho más difícil de manejar. Confesar que te gusta algo te
puede colocar en el lugar de “débil”, “blando”, “poco crítico”, “fácilmente
satisfecho”, “poco sofisticado” frente al otro. Tengo mucho más miedo en que se
publique esto que si estuviera escribiendo ácidamente sobre cualquier edificio,
despedazándolo espacio por espacio, señalando errores reales o imaginarios.
La crítica, sin embargo, también
puede y debe ser positiva.
Así es que, sintiéndome expuesta y
vulnerable, aquí va, una crítica positiva sobre un edificio que me gusta mucho.
(Ya pues, me gusta, pues. ¿Qué tiene?)
Vista exterior del Tinkuy (PUCP). Foto: Cristina Dreifuss |
No existe la obra de arquitectura
perfecta.
Lo que no significa que no haya buena
arquitectura.
Hay edificios que se nos hacen
queridos por familiaridad. Nuestra casa, la de los abuelos, los lugares que
frecuentamos, al volverse parte sustancial de nuestra vida terminan ligándose
de manera inextricable a nuestros recuerdos y, cuando estos son gratos, la
experiencia del edificio suele serlo también.
Otros edificios nos sorprenden. Por
un instante descolocan lo que damos por hecho y nos obligan a replantear cosas
que asumíamos. Son objetos que, muchas veces, buscan llamar la atención a
través de ser distintos e impredecibles. En algunos casos, el resultado final
es espectacular; en otros, es un ángulo original e inesperado dentro de un
discurso que parecía predecible.
Luego están los edificios calmados,
que no buscan gritar su presencia sino que se acomodan a las circunstancias a
su alrededor y tratan de sacar el mejor provecho de estas. No es arquitectura
invisible, se hace sentir, pero no de manera invasiva; es más una suerte de
acompañamiento de las condiciones existentes.
Hay buena arquitectura cuando un
edificio simplemente funciona bien. Cuando permite a los usuarios realizar sin
obstrucciones aquello para lo que el edificio está hecho. Sin conflicto, sin
drama, sin intentar inventar lo que ya está inventado, o replantear lo que no
requiere replanteo.
El Tinkuy de Rodolfo Cortegana y Patricia Llosa (2011) cumple, hasta cierto punto, con cada una de estas
características que, a mi criterio, son necesarias para una buena arquitectura.
¿Tiene errores? Por supuesto. No hay
edificio perfecto. Pero me gusta.
A pesar de la aparentemente caótica
circulación y las dificultades para orientarse al interior, es un edificio que
cumple con la función para la que fue concebido. Al ser un punto de encuentro,
aunque suene paradójico, resulta positivo el hecho de que permita perderse.
Esas circulaciones fomentan el encuentro inesperado y el descubrimiento de las
partes del mismo edificio. Los espacios de estudio son amplios y bien
iluminados. La única observación que encuentro son las superficies de concreto
expuesto, que pueden ser un acierto al exterior, pero que no funcionan muy bien
al interior: transmiten una cierta frialdad que puede resultar incómoda al
momento de estudiar.
Por otro lado, este edificio es una
presencia amable en un campus cada vez más lleno de edificios que quieren ser
emblemáticos, como el aulario, recientemente construido por los mismos
arquitectos. Creo que, en líneas generales, esta variedad en los edificios del
campus de la PUCP es positiva, pero tanto como edificios-objeto o
edificios-hito, es necesaria arquitectura mesurada, que hable en lugar de
exclamar. El Tinkuy rodea la esquina, ya ocupada por la librería, y presenta
dos fechadas; la principal no está hacia el ingreso, sino hacia el corredor
central. Este detalle me intriga, pero no me disgusta. Quiero creer que no es
sólo por las dimensiones de terreno, sino porque la escala del proyecto es más
doméstica, centrada en los alumnos y no en los pasantes externos.
El elemento sorpresa lo da el patio
interior. El ingreso principal y las circulaciones confunden en un inicio,
entender todo el edificio no es automático y la orientación no es inmediata.
Reconocer el patio como un elemento familiar, confortable, permite seguir
recorriendo el edificio con tranquilidad. Este punto de referencia puede
hacernos pensar en claustros, en antiguos edificios de enseñanza, en un espacio
para estar, estudiar pensar. El que esté casi desocupado es un acierto, y el
que los vanos del edificio se abran a él de distinta forma, otro.
No puedo hablar de la familiaridad
que este edificio me produce. No siendo una usuaria habitual, han sido pocas
las veces que lo he recorrido, y menos aún aquellas en las que me he quedado.
Las he disfrutado todas. Y no me cuesta trabajo imaginarme a mí misma
saboreándolo en su cotidianidad, haciendo de este edificio un lugar familiar.
El Tinkuy es uno de los edificios que
más me gustan en Lima. Me hace querer ser estudiante de la Católica y pasar un
largo rato en una de sus mesas, mirando hacia ese inesperado patio central y
tal vez, si me acuerdo, estudiar un poco también.
Patio central del Tinkuy (PUCP). Foto: Cristina Dreifuss |
Interior del Tinkuy (PUCP). Foto: Cristina Dreifuss |
2 comentarios:
es un lindo edificio! a mi me llamo mucho la atencion cuando lo visite!, creo que tengo alguna foto del mismo en mi celu lg. tendria que fijarme. pero pase una linda tarde!!
El edificio es bastante bueno, comparto contigo el tema del concreto hacia el interior. Me resulta un tanto curioso el hecho de tener que justificar la crítica positiva al comienzo del artículo, pero fuera de eso muy conciso y sensato. Saludos
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