23 de junio de 2015

Un edificio que hace pensar

Por Israel Romero Alamo


Dos veces al día, durante toda la semana, uso el Metropolitano como miles de personas. En una de esas ocasiones pasé por una situación arquitectónicamente interesante. Un niño que estaba cerca de mí, observaba los edificios que aparecían en el camino durante una buena cantidad de minutos y con particular atención. En un momento se detuvo emocionado, casi saltó, y le dijo a su madre: “¡así, así quiero que sea mi casa!”… No había escogido una “casa”, había escogido un edificio, y no cualquiera. Uno que –entiendo–le llamó la atención por su particularidad, su rareza. Lo observó detenidamente, encogiéndose para verlo completo por varios segundos mientras el bus se lo permitía. Había escogido la torre de Interbank.


(Alguna vez escribí sobre él, pero este episodio me dejó pensando de más y decidí volver a hacerlo). Un edificio de esos que pueden verse desde varios kilómetros a la redonda, en una ciudad empecinadamente chata, debería ser socialmente pertinente y útil: incentivar al imaginario urbano. Decir algo, no ser un contenedor egoístamente perfecto. Sobre todo en una ciudad que cuando quiere ser alta, opta por intentar llegar a ello sin más, sin calidad. Quizás decir algo sea suficiente, ¿qué más podría pedir la arquitectura en una ciudad en la que ella importa poco?

Inscrito en los registros de la posmodernidad, del mundo neoliberal y de esas cosas que –dicen varios entendidos– está menos bien que mal, el edificio se inserta en un importante nodo limeño de buena forma. Primera premisa para optar por el comportamiento de un hito y lo que esta responsabilidad acarrea y merece. Es un edificio que, efectivamente, da ganas de verlo dos veces, pues a leguas parece pensado con insistencia. Es un edificio que hace pensar que la arquitectura, solo para ser vista, también puede ser buena si es que cumple a cabalidad su función comunicativa, incluso más allá del mero habitar interior. A veces está bien solo eso, ¿por qué no podría ser así?

Es recurrente que a la gente le cautive lo extraño. Y este edificio lo es porque no es un edificio-vitrina, aburrido, de profundidades arquitectónicas nacidas en racionalismos, perfeccionismos y de demás ismos puritanos y veinteañeros del siglo pasado. Por el contrario, deja bien parado a su más férreo detractor: el mundo globalizado y todo su paquete de materiales ‘descartables’, frivolidades, cosas que no son 'para siempre', formas complejas y actitudes 'del momento'. Hace ver a lo arquitectónicamente cartesiano y de pretensiones universales, verdaderamente aburrido y socialmente de menor importancia; es decir, sin la capacidad de comunicar algo: el principal problema de la arquitectura moderna, ese que para sus arquitectos nunca fue un verdadero problema.

“Fragmentar el programa y resaltar singular y diferenciadamente las tres formas que lo encarnan es la clave de la solución. Al centro la forma más alta y expresiva que con su curva geométrica pivotea a uno y otro lado del terreno. La inercia visual es enfática en las tres formas: el auditorio curvado y cerrado, enchapado en granito de vivo color, parece emerger (o hundirse) del suelo. La torre de oficinas asume una geometría mixta, dual, sigue las formas del terreno, curva hacia un lado, ortogonal hacia el otro y un aparatoso desplome en una de sus aristas, la envolvente combina las superficies opacas hacia un lado y hacia el otro un curtain wall curvado 'escondido' detrás de una retícula de titanio cuya finalidad es repeler el polvo limeño que se posa en las carpinterías tradicionales. Las oficinas propias, un prisma con un espectacular voladizo y una etérea materialidad” (1).

El foco es su heterogeneidad. La capacidad para contener varias cosas diferentes y articularlas con armonía. Un collage, como uno de esos del otrora juvenil Hollein. Invoca detalles que hacen pensar en su porqué. Por ejemplo, la escalera roja que en su integridad es un volumen calado, tendido hacia adelante, no una 'escalera'. O las diminutas ventanas tipo-hoja, que en el muro lateral negro que las contiene no parecen 'ventanas'. O la fragmentación que abre el volumen oscuro para que el rojo emerja del interior y sea el protagonista. O cómo la ‘máscara’ se avienta progresivamente a la vía. Son detalles que muestran una abstracción sutil, no arbitraria, que dice algo más. Tiene bastante de un collage de los 60, ¿a quién no puede atraerle uno de esos?

El frente norte, que no es un frente en sí, sino una especie en extinción de muro lateral, es, para mi gusto, el más atractivo y el arquitectónicamente más rico. Parece inteligentemente dejado al descubierto y colocado allí, pues, de norte a sur, termina siendo la cara del edificio por varios minutos. Un objetivo visual inevitable. Contiene arquitectura pensada desde la complejidad de sus componentes y apelando a la contradicción de lo que se ‘quiere’ mostrar y de lo que es planteado como ‘secundario’. Por ello es que, a diferencia de su lateral, el frente principal tiene lo que el cliente quería: un edificio vanguardista de revista, con curtain wall. El gancho. El pretexto.

La parte trasera, de donde emerge por un lado el volado, por el contrario –y hay que decirlo–, es pobre. Aunque por el contraste se articule bien, pareciera no tener mayor importancia. Como si lo de atrás, la otra parte de la ciudad, no fuese importante más que para retribuirle a ella su propia escala. Esto genera un edificio ambiguo y una demostración de lo que termina siendo la arquitectura en nuestros días y en el monopólico mundo de apariencias y pretensiones de quienes deciden hacer corporativos hitos urbanos.

Quizá sea solo la “torre de sede bancaria de Hans Hollein que hace de Lima una elusiva metrópoli mundializada” (2), pero permite, al menos, que la gente pueda detenerse en ella y observar que en la ciudad existen edificios que pueden hacer pensar, o que simplemente nos pueden gustar por lo bien hechos que están aunque no se sepa a ciencia cierta cuál es el motivo. Permite, además, que la gente pueda reparar en el edificio, voltear a verlo, preguntarse cómo fue que se hizo o por qué se pensó así, preguntarse por qué el resto de edificios son diferentes, pensar en arquitectura… hacer que ésta, a ella, algo más le interese.




Referencias:
(1) Beingolea, J. (2012) Medio siglo de sinuosas intermitencias arquitectónicas, 1962-2012. En 50 Años de Arquitectura Peruana p. 64. Lima: Colegio de Arquitectos del Perú.
(2) Ludeña, W. (2004) Paisajes encontrados. Lima: Arquitectura y Neoliberalismo en los años noventa. En Arquitextos N° 17 p. 131. Lima: Universidad Ricardo Palma.
- Las fotos son de la página web de Hans Hollein.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Algunos detalles notables:

-Los elementos verticales blancos al costado de las escaleras rojas que van corriendo 20cm cada piso y el volado del letrero posterior a 90 grados para enfatizar la inclinación del edificio. Hacer un edificio inclinado en zona sísmica requiero de un esfuerzo importante, más vale que se vea lo mas inclinado posible.

-La piedras inclinadas que componen la base en el nivel del zanjón tienen formas que nos recuerdan a las construcciones Inkas y que al igual que en el Coricancha quedaron como bases para los edificios europeos. En el edificio esta situación se tensa aun más al tener dos inclinaciones opuestas, resultando en el énfasis de la inclinación del volumen superior.

Anónimo dijo...

un día pasaba en taxi por es zanjón, cuando de repente me dijo el chofer, por que diseñaron ese edificio inclinado, le respondí, para hacerte entender que se no necesariamente los edificios se hacen totalmente vertical. En virtud a ello, pienso que esa es la razón de la arquitectura, despierta dimensiones nuevas para entender las cosas.