Por Israel Romero Alamo
Dos veces al día, durante toda la semana, uso el Metropolitano como miles de personas. En una de
esas ocasiones pasé por una situación arquitectónicamente interesante. Un niño
que estaba cerca de mí, observaba los edificios que aparecían en el camino durante
una buena cantidad de minutos y con particular atención. En un momento se
detuvo emocionado, casi saltó, y le dijo a su madre: “¡así, así quiero que sea
mi casa!”… No había escogido una “casa”, había escogido un edificio, y no cualquiera.
Uno que –entiendo–le llamó la atención por su particularidad, su rareza. Lo
observó detenidamente, encogiéndose para verlo completo por varios segundos
mientras el bus se lo permitía. Había escogido la torre de Interbank.
(Alguna vez escribí sobre
él, pero este episodio me dejó pensando de más y decidí volver a hacerlo).
Un edificio de esos que pueden verse desde varios kilómetros a la redonda, en
una ciudad empecinadamente chata, debería ser socialmente pertinente y útil:
incentivar al imaginario urbano. Decir algo, no ser un contenedor egoístamente perfecto. Sobre todo en una ciudad que
cuando quiere ser alta, opta por intentar llegar a ello sin más, sin calidad.
Quizás decir algo sea suficiente, ¿qué más podría pedir la arquitectura en una ciudad
en la que ella importa poco?
Inscrito en los
registros de la posmodernidad, del mundo neoliberal y de esas cosas que –dicen varios
entendidos– está menos bien que mal, el edificio se inserta en un importante nodo limeño de buena forma. Primera premisa para optar por el comportamiento de
un hito y lo que esta responsabilidad acarrea
y merece. Es un edificio que, efectivamente, da ganas de verlo dos veces, pues
a leguas parece pensado con insistencia. Es un edificio que hace pensar que la
arquitectura, solo para ser vista, también puede ser buena si es que cumple a
cabalidad su función comunicativa, incluso más allá del mero habitar interior. A
veces está bien solo eso, ¿por qué no podría ser así?
Es recurrente que a la
gente le cautive lo extraño. Y este edificio lo es porque no es un edificio-vitrina,
aburrido, de profundidades arquitectónicas nacidas en racionalismos,
perfeccionismos y de demás ismos
puritanos y veinteañeros del siglo pasado. Por el contrario, deja bien parado a
su más férreo detractor: el mundo globalizado y todo su paquete de materiales
‘descartables’, frivolidades, cosas que no son 'para siempre', formas complejas y
actitudes 'del momento'. Hace ver a lo arquitectónicamente cartesiano y de
pretensiones universales, verdaderamente aburrido y socialmente de menor
importancia; es decir, sin la capacidad de comunicar algo: el principal
problema de la arquitectura moderna, ese que para sus arquitectos nunca fue un
verdadero problema.
“Fragmentar el programa
y resaltar singular y diferenciadamente las tres formas que lo encarnan es la
clave de la solución. Al centro la forma más alta y expresiva que con su curva
geométrica pivotea a uno y otro lado del terreno. La inercia visual es enfática
en las tres formas: el auditorio curvado y cerrado, enchapado en granito de
vivo color, parece emerger (o hundirse) del suelo. La torre de oficinas asume
una geometría mixta, dual, sigue las formas del terreno, curva hacia un lado,
ortogonal hacia el otro y un aparatoso desplome en una de sus aristas, la
envolvente combina las superficies opacas hacia un lado y hacia el otro un curtain wall curvado 'escondido' detrás
de una retícula de titanio cuya finalidad es repeler el polvo limeño que se
posa en las carpinterías tradicionales. Las oficinas propias, un prisma con un
espectacular voladizo y una etérea materialidad” (1).
El foco es su
heterogeneidad. La capacidad para contener varias cosas diferentes y
articularlas con armonía. Un collage,
como uno de esos del otrora juvenil Hollein. Invoca detalles que hacen pensar
en su porqué. Por ejemplo, la escalera roja que en su integridad es un volumen
calado, tendido hacia adelante, no una 'escalera'. O las diminutas ventanas tipo-hoja,
que en el muro lateral negro que las contiene no parecen 'ventanas'. O la
fragmentación que abre el volumen oscuro para que el rojo emerja del interior y sea el
protagonista. O cómo la ‘máscara’ se avienta progresivamente a la vía. Son
detalles que muestran una abstracción sutil, no arbitraria, que dice algo más. Tiene bastante de un collage de los
60, ¿a quién no puede atraerle uno de esos?
El frente norte, que no
es un frente en sí, sino una especie en extinción de muro lateral, es, para mi
gusto, el más atractivo y el arquitectónicamente más rico. Parece
inteligentemente dejado al descubierto y colocado allí, pues, de norte a sur, termina
siendo la cara del edificio por varios minutos. Un objetivo visual inevitable. Contiene
arquitectura pensada desde la complejidad de sus componentes y apelando a la
contradicción de lo que se ‘quiere’ mostrar y de lo que es planteado como ‘secundario’.
Por ello es que, a diferencia de su lateral, el frente principal tiene lo que
el cliente quería: un edificio vanguardista de revista, con curtain wall. El gancho. El pretexto.
La parte trasera, de
donde emerge por un lado el volado, por el contrario –y hay que decirlo–, es
pobre. Aunque por el contraste se articule bien, pareciera no tener mayor importancia. Como si lo de atrás, la otra parte
de la ciudad, no fuese importante más que para retribuirle a ella su propia
escala. Esto genera un edificio ambiguo y una demostración de lo que termina
siendo la arquitectura en nuestros días y en el monopólico mundo de apariencias
y pretensiones de quienes deciden hacer corporativos hitos urbanos.
Quizá sea solo la
“torre de sede bancaria de Hans Hollein que hace de Lima una elusiva metrópoli
mundializada” (2), pero permite, al menos, que la gente pueda detenerse en ella
y observar que en la ciudad existen edificios que pueden hacer pensar, o que
simplemente nos pueden gustar por lo bien hechos que están aunque no se sepa a
ciencia cierta cuál es el motivo. Permite, además, que la gente pueda reparar
en el edificio, voltear a verlo, preguntarse cómo fue que se hizo o por qué se
pensó así, preguntarse por qué el resto de edificios son diferentes, pensar en arquitectura…
hacer que ésta, a ella, algo más le interese.
Referencias:
(1) Beingolea, J. (2012)
Medio siglo de sinuosas intermitencias arquitectónicas, 1962-2012. En 50 Años de Arquitectura Peruana p. 64. Lima:
Colegio de Arquitectos del Perú.
(2) Ludeña, W. (2004)
Paisajes encontrados. Lima: Arquitectura y Neoliberalismo en los años noventa. En
Arquitextos N° 17 p. 131. Lima:
Universidad Ricardo Palma.
- Las fotos son de la página web de Hans Hollein.
- Las fotos son de la página web de Hans Hollein.
2 comentarios:
Algunos detalles notables:
-Los elementos verticales blancos al costado de las escaleras rojas que van corriendo 20cm cada piso y el volado del letrero posterior a 90 grados para enfatizar la inclinación del edificio. Hacer un edificio inclinado en zona sísmica requiero de un esfuerzo importante, más vale que se vea lo mas inclinado posible.
-La piedras inclinadas que componen la base en el nivel del zanjón tienen formas que nos recuerdan a las construcciones Inkas y que al igual que en el Coricancha quedaron como bases para los edificios europeos. En el edificio esta situación se tensa aun más al tener dos inclinaciones opuestas, resultando en el énfasis de la inclinación del volumen superior.
un día pasaba en taxi por es zanjón, cuando de repente me dijo el chofer, por que diseñaron ese edificio inclinado, le respondí, para hacerte entender que se no necesariamente los edificios se hacen totalmente vertical. En virtud a ello, pienso que esa es la razón de la arquitectura, despierta dimensiones nuevas para entender las cosas.
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