15 de septiembre de 2015

Adiós, cubo blanco

Por Israel Romero Alamo

1.

Puede merecer alguna revisión decir que ese famoso ‘cubo blanco’ desértico es el último y vigente impulso arquitectónico ‘nacional’.

No es que ya no existan grupos humanos que en sus intereses de intentarse griegos mirando el Mediterráneo dejen de diseñar o promover las conocidas casas de playas del sur de Lima. El fruto arquitectónico de la pacificación y la estabilidad de hace unos lustros, probablemente, tenga para rato. Sucede, sin embargo, que ese hecho ya no tiene mayor representatividad para los arquitectos o para quienes consumen arquitectura con algún respaldo teórico con dos dedos de frente.

El cubo blanco en el desierto alcanzó su pico más alto con la casa Santillana de Enrique Ciriani; casa que se hizo acreedora –allá, por el 2000– al máximo premio de arquitectura que puede dar este país. Un pequeño espaldarazo para dar rienda suelta a un sinigual festival playero.

Esto daría pie a que un buen número de arquitectos (básicamente limeños) opten por hacer lo propio. Cada casa mejor que la otra; hasta que Javier Artadi popularizara el nombre y lo convirtiera en marca: “el cubo en el desierto”. Es probable que nunca en toda la historia del Perú haya existido tanta casa de playa convertida y publicada como ‘arquitectura’, y autodenominada con absurda pretensión ‘arquitectura peruana’ como ha sucedido en los últimos quince años.

Pero como parte de nuestra intermitente historia, esto debía ceder en algún momento. Su comportamiento sería el de un neocolonial más, de un neoperuano más, de un mo-vi-mien-to mo-der-no más… y ahora de un neomoderno que se vaciaría en playas; donde su vida ‘nadie’ vería. Un retorcijón en las entrañas que necesitaba emerger para que el ciclo de renovaciones conceptuales continúe su rumbo.

Cuando los arquitectos empezaron a sazonar sus creaciones con “conceptos” salidos de una caja de pandora, citando a topografías y climas, la arquitectura peruana se volvió tragicómica. Un poco más. ¿Qué necesidad habrá invadido sus espíritus deseosos de retórica exótica? Nada más poco perspicaz que arraigarse a alguna cuestión esotérica que en el mundo respalde la imagen del Perú como cuna de seres ancestrales, estudiables, más antropomorfos que humanos, de plumas y taparrabo.

Se le otorgó facultades geográficas casi espectaculares a un objeto que no había sido ni ‘inventado’ ni mejormente desarrollado en el que aseguraban sus embajadores. La arquitectura peruana-limeña se volvió netamente desértica para encontrarse, por mayoría de votos, en una mescolanza ritual con la arquitectura de moda: la mínima, la abstracta, la de fetiches resurrecciones modernas.

Incluso en el ‘campo’. El cubo sería el mismo pero revolcado en tierra (o concreto) para decidirse por ‘el material peruano’ y así impulsar su reconocimiento internacional. La historia sería la misma que la del cubo blanco, a pesar que sus autores nieguen el minimalismo gratuito y, para corroborarlo, decidan catar adornitos y texturas por doquier. El fondo sería el mismo, y la mesa la comparten todavía. En su mundo socialmente cercado se regodearían sin percatarse de estar estigmatizando al Perú como tierra mágica y cantera de cuentos.

La fiesta estaba armada entre arquitectos y sus publicistas llamados teórico-críticos. Encantaron personas ingenuas y sorprendibles; a tal punto que inevitable se volvería hablar y respaldar el tema como la versión arquitectónica de la Marca Perú. Peter Sloterdijk diría que "se descubrieron rastros míticos, sueños de dominación de la naturaleza de cuño racional-mágico como fantasía de omnipotencia" (2014, p.151). Se vestiría de intelectualidad, pero esa arrogancia tendría patas cortas.

Es así como la ficción se desinflaría. El desvanecimiento actual de su fuerza en entornos pensantes –o más críticos– se debe a que su discurso (ya) no convence, ni conmueve. Desaparecería esa cuestión interesante de peruanizar los edificios (o mejor dicho, las casas) aliándolas a lugares y a esas ‘cosas universales e inamovibles’ que serían las tierras y demás cosas de la naturaleza que no pueden hablar para defenderse.

Fue cuando la relación de su abstracción fue bien entendida como un pretexto. El cubo blanco era tan abstracto que en la luna, en un bosque o debajo del mar podía verse bien. ¿Alguien pudo creer el disparate de que la abstracción respondía al desierto peruano, sin cuestionarlo? De la misma manera, ¿alguien pudo creer que lo Inca podría reinventarse ahora? ¿Qué diferencia ello del neoinca de inicios del siglo XX? ¿Unas cucharadas más de abstracción? Qué ganas tienen algunos de morderse la cola.

Esa apología del sin sentido es lo que ha hecho que poco más de una década sea suficiente existencia en un contexto donde el tuerto suele ser rey. No se puede negar que innecesaria exaltación en el Perú tuvo la delegación nacional en la Bienal de Venecia del 2012 con la muestra fuera de lugar llamada “Yucún o Habitar el Desierto”. Sin ser explícitos, el grupo “representante del Perú” decía que el desierto y su cubitis aguda eran, pues, la máxima expresión de peruanidad que la arquitectura del Perú podía contener. Esa participación, planeada y difundida con bombos y platillos, marcó el fin del cubo (blanco) en el desierto. 

2.

La arquitectura de casas temporales hoy parece tomar otras referencias. No es que esto se haya inventado ahora o que antes no haya existido; sucede que hoy se establece como bloque más o menos claro. Ha dejado esa esencia actoral y se ha convertido en cosas menos claras. En ‘nada’, casi. En nada llamativo. Ha optado por una aparente indefinición. La casa temporal, eso que históricamente ha sido el objeto que decide ‘la arquitectura’ del país, pareciera haber buscado un camino lejos de chauvinismos o conceptos rebuscados asaz conocidos.

Hay casas que intentan no caer en la solución exótico-genérica sino buscar una relación más encausada en otras cuestiones. Estas, si bien contienen condimentos comunes, deciden prescindir de ellos como alarma chillona que ubique sus obras en alguna repisa internacional. Reducen esa carga conceptual por algo sin un discurso complicado. Por algo sin un discurso, incluso.

Casa Chontay (Marina Vella) 2014 - Fuente: Archdaily

A las afueras de Lima se ubica una vivienda que contrasta su casi mínima área edificada con el área de la parcela en la que se ubica. Es la casa Chontay de Marina Vella. Esta casa, conceptualmente, recurre a muy poco. Y si lo hace, no lo dice. Esto no es menos importante. Se acopla al sitio sin presión de la ‘gran idea’ del arquitecto. Encuentra como aspectos importantes al clima y a los materiales del sitio, pero estos no se enraízan en un catálogo de merchandising peruanista. Aparentemente solo busca cumplir con su papel de casa. La casa Chontay replica el trabajo en adobe y piedra, y se ve ‘normal’. No pretende sorprender, como la casa Pachacamac de Luis Longhi, por ejemplo, a pesar de que van por el mismo camino. Eso hace que la casa Chontay (también) se vea bien en su sitio. Lo que sostiene su indeterminación es que no necesita más; como si no hubiera asistido al buffet de discursos. Podría haberse descarriado en cuentos re-invencionistas de años antes, porque de alguna manera el producto final lo vale y permite... pero no participa del juego.

Sucede lo mismo con la casa de Rafael Freyre en Azpitia. Es una casa de campo que evita alguna relación con algún sustento estilístico. No lo busca, ni lo intenta. Aunque las tiene en cuenta, evita, por ejemplo, la insistencia de las aberturas ‘racionales’ y ‘neo-modernas’ que ninguneaban a la ventana. Las ventanas son ventanas. Los muros son muros: ya no levitan ni quieren ‘vencer la gravedad’ como dictaba el manual de los arquitectos que querían demostrar un grado de ‘sofisticación’ mayor. Se aterraza y aproxima con vegetación como en una casa de esas que toda familia idílica quiere tener. La casa es una casa. El ladrillo es ladrillo, pero no es un ladrillo presuntuoso de esos que quieren rendirse a la ‘materialidad’ para insertarle al producto una leyenda fabulosa. Existe el convencimiento de algo, pero la vivienda no da cuenta de qué, y está bien, porque consigue no encasillarse.

Podemos ver algo parecido frente al mar. La casa proyectada por Yupana en Playa del Carmen (Chincha Alta) toca los cimientos de esa pretensión peruana-moderna de la materialidad per se a cargo de la abstracción; regresa al arquetipo de vivienda sin prejuicio.

Yupana opta por una fusión extraña. Anuncia el paralelepípedo y lo complementa con un lenguaje de objeto frente al mar; una embarcación, casi. Luego o a la vez es armado con cosas del sitio. Al final ofrece un resultado particular donde el ‘cubo blanco’ admite un (bastante grande) techo rústico a dos aguas. Es un cubo blanco pero con sombrero ajeno. Utiliza esa corona que los arquitectos suelen repeler por su apariencia ‘campesina’ y premoderna. La casa de Yupana lo utiliza para contextualizarse y el resultado trasciende la propia obra y su coyuntura. Para nuestra realidad, parece abrir un nuevo momento en el que la geometría opta por mirar el material, el simbolismo y el lugar de manera clara y literal. Deja de lado aquellos intentos abstraccionistas de otros lados y momentos, y también aquellos productos de trasfondos alucinógenos; hechos que años antes se autodenominaban el emblema nacional de turno. Y que, efectivamente, por cuestiones casi esquizoides, lo eran.

Casa en Azpitia (Rafael Freyre) 2014 - Fuente: DomusWeb
Casa en Playa del Carmen (Yupana Arquitectos) 2014 - Fuente: Archdaily

3.

No obstante, esta arquitectura ‘desprovista de discursos’ no está libre del estigma del cubo blanco: de su construcción como categoría histórica que corresponde a una realidad determinada y determinante (Perniola, 1981). Estas casas también forman parte de todo el aglomerado neoliberal de los últimos años, del mismo de donde brota el boom inmobiliario, por ejemplo. En definitiva, hoy, la numerosa presencia de viviendas temporales (en campo y en playa) es producto de esta situación ‘placentera’ temporal del Perú que a algunos distrae y evita introducirse en problemas de fondo. Sus características físicas, sociales y económicas, que saltan a la vista más allá de las ideas que gestaron el edificio, así lo anuncian. Es ahí donde también se ubican a pesar de haber asumido una postura arquitectónica alejada a la de años antes. La diferencia, en el fondo, es únicamente el nuevo lenguaje arquitectónico que ostentan.

A pesar de absorber nuevas situaciones, se ubican en una posición en la que corren el riesgo de convertirse, de pronto, en una manifestación estilística del calibre del ‘cubo (blanco) en el desierto’. No es novedad que el alejarse de todas las cosas que representan al poder establecido, o a la moda, o a cualquier cosa que vaya en contra de los principios humano-urbano-sociales de los arquitectos, es parte del comportamiento natural. Esta arquitectura, visualmente, si queremos hablar de ‘cómo debería ser hoy un edificio’, concreta eso: afinidad por lo contextual/natural y alejamiento del bello objeto aislado.

Por eso porque su presencia aquí y hoy no es casualidad este lenguaje arquitectónico encarna ese deseo bucólico fundamental que tiene todo arquitecto-proyectista (de vivienda) con intenciones mesiánicas y/o justicieras. Y eso es lo que, otra vez y con más fuerza, dicta hoy el rumbo de nuestra arquitectura. Hay que ver alrededor. Los discursos. Ver hacia dónde intenta dirigirse la arquitectura que viene con reflectores incorporados. Solo hay que esperar que se vuelva 'oficial'.


Referencias:
Sloterdijk, P. (2014 [1°Ed: 1983]) Crítica de la Razón Cínica. Madrid: E.S.
Perniola, M. (1981) El arte como categoría histórica. En Hueso Húmero Nº11. Lima: Mosca Azul.

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