Por Israel Romero Alamo
Museo de Sitio Pachacamac (2016) Llosa - Cortegana Arquitectos. Fuente: Archdaily |
“Nosotros somos muy autocríticos y creemos que la pieza se sostiene, porque siempre estuvo relacionada a aspectos que tenían que ver con el santuario, con la arquitectura prehispánica, con el territorio, con el paisaje… […] No es un estilo. Es un edificio que responde a circunstancias específicas.” (1)
Cuerpos lineales fragmentados que no quieren dar cuenta de orden rodean un vacío central también lineal. A través de su dirección, que se bifurca un par de veces mientras avanza, los cuerpos lineales van tomando sentido. En esta opción el paisaje aparece intermitente. Este último ejercicio también está presente en los museos de Túcume y de Cao.
Una amplia
superficie levitante quiere diferenciar lo nuevo de lo viejo. Hacer como si no
lo tocara. Sin embargo, por otro lado, los volúmenes hacen lo contrario:
emergen de la superficie como si fueran parte del suelo, quedando a medio
vencer la gravedad y dando paso a rampas y caminos que se convierten en el
principal motivo del museo.
Los
claros aires deconstructivos europeos de finales de siglo XX contrastan –o se
contradicen– entre sí cuando a sus cuerpos se les ve ya no desde arriba, como
en tablero de dibujo, sino cuando hay que hacer el papel de usuario de a pie.
Los volúmenes, cargados de concreto expuesto y esquinas ochavadas asimétricas, quieren
negar su espíritu de estilo mínimo y racional tan de arquitectura peruana de
hoy.
Formalmente
–dicen– el edificio se mimetiza. Dialoga. El propio objeto forma parte de la
estrategia de contemplación. Para conseguir ello se asume que su levedad y la
continuidad espacial (entrecortada) enmarcada bajo muros únicos y prolongados (entiéndase
sin columnas ni mayor detalle) y la austeridad material, son maniobras que manifiestan
un edificio con cierta coherencia frente a su discurso. Así se resuelve el Museo
de Sitio Pachacamac, proyectado hace diez años por Patricia Llosa y Rodolfo
Cortegana en el santuario Pachacamac, al sur de Lima.
Al
museo lo componen una serie de recorridos que intentan hacer que el caminante se
sitúe en la época, simulando recorridos prehispánicos. Y de la misma forma,
como complemento, se plantean superficies lineales y puras de concreto expuesto
y otras de piedra, simulando los muros de adobe y de piedra de la época,
respectivamente.
Es
un edificio sereno. No quiere hacer daño. A lo mucho quiere ostentar unas
cuantas piruetas que demuestren que puede hablarle de tú a tú a la edificación
prehispánica.
Sin
embargo, la solución planteada concreta situaciones deducibles más profundas.
El Museo de Sitio Pachacamac, según plantean los autores –en un rebuscado intento por esconder su empatía simbólica
por ciertas formas y materiales–, intenta aliar al edificio con la
topografía y características del lugar y con el motivo del museo: los vestigios
arqueológicos de Pachacamac, contiguos a la edificación recientemente
construida.
Esto
sucede, pero de una forma ampliamente superficial, lo que lleva tan forzado
discurso –y su ejercicio– a pisar los terrenos del disfraz y la mueca.
Aunque
fuese entendible que la solución contemporánea debería llevarse bien con sus
vecinos antiguos, el museo nace de un ejercicio puramente formal justificado bajo
argumentos bastante reincidentes en el escenario arquitectónico peruano. Se
entiende al vestigio como objeto, forma… No cualquier forma, sino una forma que
hay que replicar para que ‘lo nuevo’ tenga mérito. Trazos, vacíos, prolongaciones,
materia que, para tener validez, debe traerse del pasado y ubicar en el
presente… pero no con facilismos literales, sino “desde lo contemporáneo”... en
este caso, desde su minimalismo estilístico de época.
El
Museo de Sitio Pachacamac utiliza recursos que los autores usarían en obras
contemporáneas y posteriores, tanto en obras residenciales como institucionales,
autoconvenciéndose de que el uso de ciertos recursos y determinado material es
indudablemente una respuesta ‘universal’ a todo tipo de problemas.
El
mismo recurso del muro expuesto o incrustaciones de paños de piedra (a lo
Pachacamac) es utilizado también en la casa SL, VLL o la casa C, de los mismos
autores. La misma rebeldía deconstructiva de la planta frente al lote. Las
mismas intenciones por darle vida al concreto como si se tratase de una
escultura antigravitatoria. Todo esto no es exclusividad del Museo de Sitio
Pachacamac. Para nada. Absolutamente. Por ello no tiene lógica citar estas
soluciones como especificidades que intentan agarrarse de soluciones
prehispánicas, como indica Cortegana, sino que es una característica general de
toda su obra. Un sello, hecho que es normalmente común en una firma de
arquitectos.
El
edificio no se basa en sus “circunstancias” (en este caso en las situaciones prehispánicas
de turno), sino del sello genérico de las obras que a la larga conformarían una
suerte de estilo de la oficina en mención. ¿Por qué no admitirlo en vez de
ahogarse en edulcorante arquitectónico pseudo filosófico y pretendidamente
especial y diferente, como lo hace Llosa - Cortegana cada vez que hay que
defender alguna obra?
Es
evidente que la obra de una oficina de arquitectura plantea sus lineamientos
desde un inicio, y pese a evolucionar con el tiempo –o todo lo contrario–
establece un sello propio que replica en el resto de obras. Esto es lo que ineludiblemente
sucede también en la obra de Llosa - Cortegana: la repetición de soluciones
adecuadas de manera vagamente críticas frente a distintos problemas o
variables. Las circunstancias son particulares, las soluciones son homogéneas,
genéricas, de tendencia y predecibles: son su estilo, y en este caso, el estilo
de casa urbana de 300 m2 en algún ghetto adinerado de Lima.
La
relación formal y espacial entre el museo y las viviendas proyectadas por Llosa - Cortegana
es directa. Podría descontextualizarse el primero y ser sin ningún tipo de
problemas un objeto residencial de cara factura.
El concreto
expuesto hoy oculta la trivialidad (de época y) consensuada del purismo del blanco,
tan de moda hasta hace poco. Los volúmenes que salen del suelo o cuelgan de la
nada, con escisiones y diagonales de candorosa rebeldía intentan desprender al
objeto de su ADN neomoderno para trasladarlo hacia uno contextualista, ya visto
antes, en el que las obras son “respuestas estrictas al paisaje […] y de
respeto por los materiales del lugar, por la artesanía y la sutileza de la luz
local; un respeto que se sostiene sin caer en el sentimentalismo de excluir las
formas racionales y las técnicas modernas” (Frampton, 2014, p.322). En esta
situación la obra supuestamente se reviste de una vestimenta liberadora de lo “occidental” y crítica capaz de consensuar con los
avances de la época.
Probablemente
los autores no den cuenta de ello. Y es que querer alejarse de "los estilos", en
arquitectura, es común y culto y de ‘arquitectos respetables’; ahora (como suele ser
siempre) lo ‘correcto’ parece restringirse a episodios universales en tiempo y
espacio. Aquí es donde renacen (cada cierta cantidad de años a lo largo de su
historia republicana) las lejanías clásicas recurrentes en la arquitectura
peruana, tanto en espacio como en tiempo: el territorio exótico y el mito
fascinante… el Perú natural y prehispánico.
En
el Perú, el Museo de Sitio Pachacamac es la demostración de que esta postura
estilística está en su tercera versión. (2)
El
discurso prehispanista de ocasión carece de sustento y cuerpo si se alude a
simulaciones de formas yschmas, recorridos chimús y waris y materiales de de la costa de todo un poco, como sucede
en esta obra. Parece que se creyera que esto le otorga a sus edificios un
diploma o una condecoración de superioridad frente a obras puramente “mínimas”
y “sin contenido”… más occidentalizadas. O, incluso, como si el recurrir a lo
prehispánico desde la forma y el espacio fuese una respuesta arquitectónica ahistórica,
sin limitación temporal; lo que alejaría la obra del presente de ciertos
“estilos” y la pusiera, al menos, en el mismo camino de las obras de hace cinco
siglos.
El
sustento, elaborado entre la miopía y la coartada, en su intento por revalorar al
objeto, termina por oscurecerlo más. Esto da pie a que resalte la incongruencia
de un objeto residencial XL, claramente dependiente de las movidas de la época y que quiere ser como sus vecinos.
Ello
demuestra esfuerzos poco profundos (¿e innecesarios?) por alejarse de la moda…
pero, como es previsible, sumergiéndose caprichosa y reincidentemente en la
extracción de recursos de canteras temporales mágicas y exóticas. Y, obviamente,
cayendo en lo mismo… aunque haya quienes de forma contradictoria defiendan
ciertas obras contemporáneas citando a quienes dijeran que “el hombre es un ser
de su tiempo”, únicamente por el hecho de que sus disfraces prehispánicos están
elaborados con finos materiales del presente.
Hoy,
recurrir a lo prehispánico fácil, es una moda visible y la tendencia en ascenso
que le toca experimentar a la arquitectura peruana, e incluso, desde la poca claridad histórica de varios repartidores de condecoraciones, lo que hay que celebrar.
Referencias:
Frampton, K. (2014 [1980]) Historia crítica de la arquitectura moderna. Barcelona: GGili
García Bryce, J. (1985) Arquitectura virreinal y de la
República en Historia del Perú Tomo IX.
Lima: Mejía Baca
Venturi, L. (1982) Historia
de la crítica del arte. Barcelona: GGili
(1) Entrevista
a Rodolfo Cortegana acerca del Museo de Sitio Pachacamac, en http://limamilenaria.blogspot.pe/2016/02/pachacamac-y-su-nueva-huaca-las.html
(2) La
aparición del Neo Peruano y el Neo Inca durante la primera mitad del siglo XX,
son una primera búsqueda de identidad en arquitectura basada en arquitectura
del pasado ‘más peruana y menos occidental’. Algo similar sucede (y reaparece)
en la segunda mitad del siglo XX con el Regionalismo Crítico de los años 80 y
la influencia de los Seminarios de Arquitectura Latinoamericana.
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