30 de abril de 2016

Acerca del Museo de Sitio Pachacamac (y sus circunstancias)

Por Israel Romero Alamo


Museo de Sitio Pachacamac (2016) Llosa - Cortegana Arquitectos. Fuente: Archdaily

“Nosotros somos muy autocríticos y creemos que la pieza se sostiene, porque siempre estuvo relacionada a aspectos que tenían que ver con el santuario, con la arquitectura prehispánica, con el territorio, con el paisaje… […] No es un estilo. Es un edificio que responde a circunstancias específicas.” (1)


Cuerpos lineales fragmentados que no quieren dar cuenta de orden rodean un vacío central también lineal. A través de su dirección, que se bifurca un par de veces mientras avanza, los cuerpos lineales van tomando sentido. En esta opción el paisaje aparece intermitente. Este último ejercicio también está presente en los museos de Túcume y de Cao.

Una amplia superficie levitante quiere diferenciar lo nuevo de lo viejo. Hacer como si no lo tocara. Sin embargo, por otro lado, los volúmenes hacen lo contrario: emergen de la superficie como si fueran parte del suelo, quedando a medio vencer la gravedad y dando paso a rampas y caminos que se convierten en el principal motivo del museo.

Los claros aires deconstructivos europeos de finales de siglo XX contrastan –o se contradicen– entre sí cuando a sus cuerpos se les ve ya no desde arriba, como en tablero de dibujo, sino cuando hay que hacer el papel de usuario de a pie. Los volúmenes, cargados de concreto expuesto y esquinas ochavadas asimétricas, quieren negar su espíritu de estilo mínimo y racional tan de arquitectura peruana de hoy.

Formalmente –dicen– el edificio se mimetiza. Dialoga. El propio objeto forma parte de la estrategia de contemplación. Para conseguir ello se asume que su levedad y la continuidad espacial (entrecortada) enmarcada bajo muros únicos y prolongados (entiéndase sin columnas ni mayor detalle) y la austeridad material, son maniobras que manifiestan un edificio con cierta coherencia frente a su discurso. Así se resuelve el Museo de Sitio Pachacamac, proyectado hace diez años por Patricia Llosa y Rodolfo Cortegana en el santuario Pachacamac, al sur de Lima.

Al museo lo componen una serie de recorridos que intentan hacer que el caminante se sitúe en la época, simulando recorridos prehispánicos. Y de la misma forma, como complemento, se plantean superficies lineales y puras de concreto expuesto y otras de piedra, simulando los muros de adobe y de piedra de la época, respectivamente.

Es un edificio sereno. No quiere hacer daño. A lo mucho quiere ostentar unas cuantas piruetas que demuestren que puede hablarle de tú a tú a la edificación prehispánica.

Sin embargo, la solución planteada concreta situaciones deducibles más profundas. El Museo de Sitio Pachacamac, según plantean los autores –en un rebuscado intento por esconder su empatía simbólica por ciertas formas y materiales–, intenta aliar al edificio con la topografía y características del lugar y con el motivo del museo: los vestigios arqueológicos de Pachacamac, contiguos a la edificación recientemente construida.

Esto sucede, pero de una forma ampliamente superficial, lo que lleva tan forzado discurso –y su ejercicio– a pisar los terrenos del disfraz y la mueca.

Aunque fuese entendible que la solución contemporánea debería llevarse bien con sus vecinos antiguos, el museo nace de un ejercicio puramente formal justificado bajo argumentos bastante reincidentes en el escenario arquitectónico peruano. Se entiende al vestigio como objeto, forma… No cualquier forma, sino una forma que hay que replicar para que ‘lo nuevo’ tenga mérito. Trazos, vacíos, prolongaciones, materia que, para tener validez, debe traerse del pasado y ubicar en el presente… pero no con facilismos literales, sino “desde lo contemporáneo”... en este caso, desde su minimalismo estilístico de época.

El Museo de Sitio Pachacamac utiliza recursos que los autores usarían en obras contemporáneas y posteriores, tanto en obras residenciales como institucionales, autoconvenciéndose de que el uso de ciertos recursos y determinado material es indudablemente una respuesta ‘universal’ a todo tipo de problemas.

El mismo recurso del muro expuesto o incrustaciones de paños de piedra (a lo Pachacamac) es utilizado también en la casa SL, VLL o la casa C, de los mismos autores. La misma rebeldía deconstructiva de la planta frente al lote. Las mismas intenciones por darle vida al concreto como si se tratase de una escultura antigravitatoria. Todo esto no es exclusividad del Museo de Sitio Pachacamac. Para nada. Absolutamente. Por ello no tiene lógica citar estas soluciones como especificidades que intentan agarrarse de soluciones prehispánicas, como indica Cortegana, sino que es una característica general de toda su obra. Un sello, hecho que es normalmente común en una firma de arquitectos.

El edificio no se basa en sus “circunstancias” (en este caso en las situaciones prehispánicas de turno), sino del sello genérico de las obras que a la larga conformarían una suerte de estilo de la oficina en mención. ¿Por qué no admitirlo en vez de ahogarse en edulcorante arquitectónico pseudo filosófico y pretendidamente especial y diferente, como lo hace Llosa - Cortegana cada vez que hay que defender alguna obra?

Es evidente que la obra de una oficina de arquitectura plantea sus lineamientos desde un inicio, y pese a evolucionar con el tiempo –o todo lo contrario– establece un sello propio que replica en el resto de obras. Esto es lo que ineludiblemente sucede también en la obra de Llosa - Cortegana: la repetición de soluciones adecuadas de manera vagamente críticas frente a distintos problemas o variables. Las circunstancias son particulares, las soluciones son homogéneas, genéricas, de tendencia y predecibles: son su estilo, y en este caso, el estilo de casa urbana de 300 m2 en algún ghetto adinerado de Lima.

La relación formal y espacial entre el museo y las viviendas proyectadas por Llosa - Cortegana es directa. Podría descontextualizarse el primero y ser sin ningún tipo de problemas un objeto residencial de cara factura.

El concreto expuesto hoy oculta la trivialidad (de época y) consensuada del purismo del blanco, tan de moda hasta hace poco. Los volúmenes que salen del suelo o cuelgan de la nada, con escisiones y diagonales de candorosa rebeldía intentan desprender al objeto de su ADN neomoderno para trasladarlo hacia uno contextualista, ya visto antes, en el que las obras son “respuestas estrictas al paisaje […] y de respeto por los materiales del lugar, por la artesanía y la sutileza de la luz local; un respeto que se sostiene sin caer en el sentimentalismo de excluir las formas racionales y las técnicas modernas” (Frampton, 2014, p.322). En esta situación la obra supuestamente se reviste de una vestimenta liberadora de lo “occidental” y crítica capaz de consensuar con los avances de la época.

Probablemente los autores no den cuenta de ello. Y es que querer alejarse de "los estilos", en arquitectura, es común y culto y de ‘arquitectos respetables’; ahora (como suele ser siempre) lo ‘correcto’ parece restringirse a episodios universales en tiempo y espacio. Aquí es donde renacen (cada cierta cantidad de años a lo largo de su historia republicana) las lejanías clásicas recurrentes en la arquitectura peruana, tanto en espacio como en tiempo: el territorio exótico y el mito fascinante… el Perú natural y prehispánico.

En el Perú, el Museo de Sitio Pachacamac es la demostración de que esta postura estilística está en su tercera versión. (2)

El discurso prehispanista de ocasión carece de sustento y cuerpo si se alude a simulaciones de formas yschmas, recorridos chimús y waris y materiales de de la costa de todo un poco, como sucede en esta obra. Parece que se creyera que esto le otorga a sus edificios un diploma o una condecoración de superioridad frente a obras puramente “mínimas” y “sin contenido”… más occidentalizadas. O, incluso, como si el recurrir a lo prehispánico desde la forma y el espacio fuese una respuesta arquitectónica ahistórica, sin limitación temporal; lo que alejaría la obra del presente de ciertos “estilos” y la pusiera, al menos, en el mismo camino de las obras de hace cinco siglos.

El sustento, elaborado entre la miopía y la coartada, en su intento por revalorar al objeto, termina por oscurecerlo más. Esto da pie a que resalte la incongruencia de un objeto residencial XL, claramente dependiente de las movidas de la época y que quiere ser como sus vecinos.

Ello demuestra esfuerzos poco profundos (¿e innecesarios?) por alejarse de la moda… pero, como es previsible, sumergiéndose caprichosa y reincidentemente en la extracción de recursos de canteras temporales mágicas y exóticas. Y, obviamente, cayendo en lo mismo… aunque haya quienes de forma contradictoria defiendan ciertas obras contemporáneas citando a quienes dijeran que “el hombre es un ser de su tiempo”, únicamente por el hecho de que sus disfraces prehispánicos están elaborados con finos materiales del presente.

Hoy, recurrir a lo prehispánico fácil, es una moda visible y la tendencia en ascenso que le toca experimentar a la arquitectura peruana, e incluso, desde la poca claridad histórica de varios repartidores de condecoraciones, lo que hay que celebrar.



Referencias:

Frampton, K. (2014 [1980]) Historia crítica de la arquitectura moderna. Barcelona: GGili
García Bryce, J. (1985) Arquitectura virreinal y de la República en Historia del Perú Tomo IX. Lima: Mejía Baca
Venturi, L. (1982) Historia de la crítica del arte. Barcelona: GGili
(1)  Entrevista a Rodolfo Cortegana acerca del Museo de Sitio Pachacamac, en http://limamilenaria.blogspot.pe/2016/02/pachacamac-y-su-nueva-huaca-las.html
(2)  La aparición del Neo Peruano y el Neo Inca durante la primera mitad del siglo XX, son una primera búsqueda de identidad en arquitectura basada en arquitectura del pasado ‘más peruana y menos occidental’. Algo similar sucede (y reaparece) en la segunda mitad del siglo XX con el Regionalismo Crítico de los años 80 y la influencia de los Seminarios de Arquitectura Latinoamericana.

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