El
artículo Arquitectura Peruana y arquitecturas de segunda clase, de Israel Romero, es un artículo complejo. Es
casi un ensayo. Inicia abordando un caso específico y va desarrollando una
suerte de análisis que le permite inferir una conclusión final. Cosa rara en un
medio plagado de artículos que hacen sólo una de las dos cosas y usualmente las
hacen mal. Es un artículo ambicioso y esa ambición se aplaude. Sin embargo, me
parece que hay serios problemas en la construcción del argumento que ponen el
artículo en una situación precaria.
Romero,
tras describir rápidamente el Edificio Administrativo y de Gobierno de la
Universidad Nacional del Centro del Perú, en adelante ‘El Edificio’, inicia el
argumento planteándose preguntas muy pertinentes:
“¿Inocencia,
romanticismo e inevitable mala utilización de los cánones modernos? ¿Mal gusto
provinciano? ¿Pose regionalista? ¿Provocación adrede?”
Son
preguntas que generan expectativa. Responder esas preguntas sería una de las
grandes pruebas de lo necesarias que son la Crítica y la Teoría de la
Arquitectura y de cuán útiles pueden ser en nuestro chato medio. Sin embargo la
expectativa pronto desaparece. Como respuesta a estas preguntas Romero cita un
fragmento del “Anuario de la Arquitectura
Peruana” (2005) de José Beingolea. Aquí se da la primera confusión conceptual.
Romero cita a Beingolea apuntando que nos ayudará a entender la ‘relevancia’ de
El Edificio. Eso no es necesario. Un edificio de esa escala en una ciudad con
un perfil urbano como el de Huancayo es relevante, sea que esté bien o mal
resuelto. Sea que esté bien ubicado o no. Lo que es necesario entender es si El
Edificio es trascendente o no y por qué lo es.
Pero,
en fin, inicia Beingolea, calificando a El Edificio como “brioso y vital, como una pieza de huaylarsh”, y no explica dónde
están los bríos y la vitalidad en un edificio con una composición, en principio,
estática. Hace una aproximación desde el psicoanálisis antropológico para
hablar de un temperamento wanca que usado de forma tan ligera es más pertinente
en las páginas de los suplementos deportivos que en un texto de crítica
arquitectónica. Y luego prácticamente describe El Edificio, adjetivizándolo
hasta la saciedad y sugiriendo apenas las referencias a las que éste
supuestamente se acoge. Este fragmento de Beingolea, lejos de esclarecer las
cosas, genera más dudas. ¿Cuál es el Proyecto Moderno Regional de Junín? ¿O es Wanca? ¿Cuál es su discurso? ¿Por qué la
inserción urbana de El Edificio es adecuada? ¿Dónde se le inyectó la fuerza al
edificio? ¿En las columnas? ¿En las torres truncas? ¿Tan difícil es hablar en
términos profesionales? ¿Es necesario caer en la voluptuosidad? Tras la verborrea, finalmente, una luz, aunque
tenue: El Edificio sería un edificio ‘desarrollista’ “que se niega a reconocer el atraso de la institución de la arquitectura
en su región” pero a su vez “opta por
reivindicar el papel vanguardista de la arquitectura”. Interesante: por un lado no acepto que mi
arquitectura está atrasada y por el otro utilizo elementos de repertorios
formales pasados y ajenos y los combino con elementos propios no arquitectónicos.
Gran forma de no reconocer el atraso, sin duda un gesto aleccionador.
A
continuación Romero sostiene que a pesar de la relevancia de la edificación —sí
es relevante, ya lo dijimos— no se le ha dado difusión porque en Lima las
publicaciones son segregadoras y piensan que la arquitectura que se hace en las
demás provincias es arquitectura inferior. Así, categóricamente inferior. Este
‘racismo’ existe en muchas instancias de la realidad nacional, la vida cultural
no es una excepción y específicamente el campo arquitectónico tampoco lo es. Pero
no me parece que sea el caso de las instancias editoriales de las revistas.
Sucede que estas, simplemente, se preocupan por las ventas. Incluso las
revistas que desean hacer algo más que publicar fotos, pronto enfrentan los
pagos de fin de mes y tienen que preocuparse por vender. Y para hacerlo
publican ad infinitum aquella arquitectura que es un producto establecido en el
mercado —aunque recientemente, por ejemplo, hayan algunos intentos loables de
Arkinka por romper esa burbuja— Qué más hacer en la sociedad mercantilista que
el posmodernismo nos ha regalado. Ese posmodernismo ‘inclusivo’ que lo ha
convertido todo en mercancía, ha dinamitado las estructuras y jerarquías y ha
vuelto casi imposible construir discursos críticos. Porque para eso era
necesario que se publique el trabajo de Martínez, para criticarlo, discutirlo,
hacerlo trizas, volverlo a construir, sacar conclusiones sobre él y que al
final éste sea trascendente pues sirvió para algo más que para cumplir con los
objetivos de sus promotores.
Así,
Romero insiste y dirige la carga contra Lima pues esta ciudad tiene un cielo
aburrido —porque obviamente un cielo perennemente gris aburre y un cielo que se
respeta debe entretener— y una renuente lluvia que no hacen más que expresar y
confirmar la mediocridad que lo corroe todo allí. Eso, además de ser un lugar
común, es una falacia muy divertida que está bien para la literatura cómica de
Velarde, pero no puede ser un argumento serio. O sea: ¿Lima está condenada a
tener una arquitectura mediocre hasta que la corriente de Humboldt se detenga y
empecemos a tener un clima tropical, con un cielo más entretenido que el
mundial y una lluvia recia, de gotones bíblicos? Lima está mal en Arquitectura
al igual que todo el país, y esa situación difícilmente se superará hasta que
exista un cambio cultural profundo en el gran público, para que este empiece a
demandar buena arquitectura y no se conforme con lo que sea que esté a su
alcance, sea esto proporcionado por un albañil o un arquitecto —y sea este
último reconocido o no—. (Breve digresión: hagámonos todos un gran favor y
desterremos los lugares comunes de nuestras discusiones. Quizá así también
dejemos de hacer esa Arquitectura del lugar común que tanto criticamos. Y otra
cosa más: dejemos de asumir cuáles son los objetivos ulteriores de un
proyectista al diseñar de una forma u otra. Sobre esto pueden y deben hablar primero
los mismos proyectistas si les interesa que su obra sea criticada en esos
términos: los blogs son gratuitos y difícilmente esos limeñitos prejuiciosos de
la argolla —prejuicios everywhere— pueden censurarles en la web).
Inicia
pues la segunda parte. Lo bueno es que en esta parte vuelve el mejor Romero y
por fin va hilando argumentos para sostener que la precariedad es nuestra
identidad nacional. Estos dos párrafos casi compensan el desvarío de la primera
parte:
“¿No
sucede, acaso, que la arquitectura limeña oficial (y moderna), la de los
grandes arquitectos, es expresión de la propia y angustiante inestabilidad de
la sociedad que la genera? Es lo que le permite ser puro maquillaje puritano,
puro esnobismo apasionado, poscolonial y con comportamiento enamoradizo que
absorbe con el mismo sentimentalismo las mismas modas que crítica, aunque estas
sean aderezadas con discursos políticos que los medios difunden pretendiendo
convencer de su vigencia y pertinencia.
¿No es esa, acaso, la misma debilidad que la arquitectura oficial le reclama a la no reconocida? ¿No será la inconsistencia la principal característica con la que deberíamos lidiar y analizar crítica pero horizontalmente y de ida y vuelta? ¿Acaso alguna vez tuvimos un puerto seguro? ¿No será que hemos querido reiteradas veces alcanzar lo más alto pero siempre hemos saltado no en un trampolín sino en un tazón con mazamorra?”
¿No es esa, acaso, la misma debilidad que la arquitectura oficial le reclama a la no reconocida? ¿No será la inconsistencia la principal característica con la que deberíamos lidiar y analizar crítica pero horizontalmente y de ida y vuelta? ¿Acaso alguna vez tuvimos un puerto seguro? ¿No será que hemos querido reiteradas veces alcanzar lo más alto pero siempre hemos saltado no en un trampolín sino en un tazón con mazamorra?”
Bravo,
sabía que volvería. Lo malo es que no vuelve por mucho. Insiste en la supuesta
epopeya de Martínez y finalmente la equipara con una obra que es parte del
acervo de nuestro establishment: El
Conjunto ABC de Ciriani. Muy provocador. Pero yo me pregunto: ¿Con qué fin? ¿No
responden acaso a distintas circunstancias, distintos medios, distintos
tiempos?
Finalizando, Romero cita a Ludeña, que equipara la arquitectura profesional con la no profesional en el plano categórico. La arquitectura hecha por arquitectos no es automáticamente mejor que la no hecha por arquitectos. De acuerdo. Pero esta equiparación categórica no es para nada una equiparación cualitativa. Los “edificios arquitectura” y los “edificios construcción”, ambos, deben justificarse como respuestas a problemáticas específicas en un contexto también específico. No todas las obras lo hacen y por eso no todas las obras tienen la misma calidad —y ya se sabe que no podemos establecer la calidad por comparación si no evaluando cada proyecto en sus propios términos—. Así que la comparación entre El Edificio de Martínez y el ABC de Ciriani es bastante ociosa y no demuestra lo que Romero pretende demostrar. Hay mil diferencias entre ambos proyectos que no tienen que ver con que uno sea de primera y otro de segunda clase. Se están viendo fantasmas donde no los hay.
Tanto la satanización de la escena limeña como el responsabilizarla de todos los vicios del medio arquitectónico nacional son argumentos que se han convertido en refritos. Mucho más interesante es plantear la idea de precariedad como trasfondo filosófico sobre el cual entender la práxis nacional y sobre el cual trabajar desde todos los frentes profesionales. Por sí sólo esto hace valioso el artículo en ciernes. Lástima que, paradójicamente, el artículo mismo sufra esa precariedad. O quizá sea esto último un arriesgado tour de force para probar que esa precariedad, en nuestro país está en todas partes. Y la crítica no es la excepción.
* Estudiante de cuarto año de Arquitectura. Universidad Nacional Federico Villarreal.
Finalizando, Romero cita a Ludeña, que equipara la arquitectura profesional con la no profesional en el plano categórico. La arquitectura hecha por arquitectos no es automáticamente mejor que la no hecha por arquitectos. De acuerdo. Pero esta equiparación categórica no es para nada una equiparación cualitativa. Los “edificios arquitectura” y los “edificios construcción”, ambos, deben justificarse como respuestas a problemáticas específicas en un contexto también específico. No todas las obras lo hacen y por eso no todas las obras tienen la misma calidad —y ya se sabe que no podemos establecer la calidad por comparación si no evaluando cada proyecto en sus propios términos—. Así que la comparación entre El Edificio de Martínez y el ABC de Ciriani es bastante ociosa y no demuestra lo que Romero pretende demostrar. Hay mil diferencias entre ambos proyectos que no tienen que ver con que uno sea de primera y otro de segunda clase. Se están viendo fantasmas donde no los hay.
Tanto la satanización de la escena limeña como el responsabilizarla de todos los vicios del medio arquitectónico nacional son argumentos que se han convertido en refritos. Mucho más interesante es plantear la idea de precariedad como trasfondo filosófico sobre el cual entender la práxis nacional y sobre el cual trabajar desde todos los frentes profesionales. Por sí sólo esto hace valioso el artículo en ciernes. Lástima que, paradójicamente, el artículo mismo sufra esa precariedad. O quizá sea esto último un arriesgado tour de force para probar que esa precariedad, en nuestro país está en todas partes. Y la crítica no es la excepción.
* Estudiante de cuarto año de Arquitectura. Universidad Nacional Federico Villarreal.
2 comentarios:
El comentario en torno al artículo de Israel Romero permite el diálogo, el indispensable diálogo sobre la crítica arquitectónica.
Con palabras claras y precisas Joaquín Márquez censura mis comentarios calificándolos (implícitamente) de superficiales e incoherentes.
El texto citado por Romero es parte de un texto mucho más extenso contenido en el Anuario de la Arquitectura peruana 2005. El fragmento es calificativo más que sustantivo porque el Anuario, aparte del artículo crítico tiene otros que contextualizan lo realizado en ese año y hace explícita mi visión general y coyuntural de los acontecimientos.
Defiendo y practico la lectura arquitectónica del edificio porque es el requisito fundamental para el juicio y la hermenéutica que demanda la crítica.
Sugiero revisar la revista Diseño de Espacios No 1 (1992) y No 2 (1993), mis artículos sobre la Capilla de la Reconciliación (Lima) y el Museo de Túcume (Lambayeque), respectivamente.
Anotado Arquitecto, un saludo.
Publicar un comentario