Por
Israel Romero Alamo
Para
efectos culturales, la Bienal de Arquitectura Peruana (BAP) debería ser
entendida como si se tratase de Mistura, de Perú Arte Contemporáneo (PARC), de
la Bienal de Fotografía o de la Feria Internacional del Libro de Lima. Debería
generar interés, debate, controversia. Decirse algo, siquiera. Llamar la atención
de la sociedad, luego de involucrar a todos sus miembros directos: los
arquitectos.
Siendo lo
primero por ahora mucho pedir, queda, aunque sea, conseguir lo segundo. Cosa
que debería ser obvia y estar implícita en cualquier BAP. Quince mil
arquitectos no es un gran número, tampoco. Pero una de tres, o el
adormecimiento en los arquitectos es crónico, o consideran a la recepción feliz
como algo normal, o de por sí el tema no les interesa. Cualquiera de estas razones
hace a la Bienal de Arquitectura Peruana, como fin común, algo utópico.
Pero esto
no es culpa única del arquitecto como individuo. Hay que tener en cuenta que la
posición de la arquitectura —mitad «profesión técnica», mitad «arte»— la sitúa en
el limbo de no saber a ciencia cierta si identificarse con uno o con lo otro.
No hay una Bienal para ingenieros, por ejemplo. Y los artistas no tienen que
pagar mensualidades o pedir papelitos engorrosos para que puedan trabajar
tranquilamente. El problema empieza por otro lado.
La BAP intentó
hace dos ediciones (la XIV edición) descentralizarse para involucrar a las
demás regiones del país. Alguien se había percatado del centralismo de las
ediciones precedentes. Por ello, en las ediciones XIV y XV, se subdividió la «Bienal
principal» en «Norte, Sur, Centro y Lima», mudando su lugar de premiación a la
ciudad de Arequipa, primero, y luego a Chiclayo.
En la
edición de 2014 la sede se mudó a Huancayo (como fue también en la edición IX,
por única vez), pero la diferencia más saltante y sorprendente es que en esta
Bienal se ha suprimido las categorías regionales mencionadas líneas arriba sin
razón aparente. Este hecho no ha sido explicado ni público ni oficialmente por
ningún miembro del Colegio de Arquitectos del Perú (CAP), ni por los
organizadores del evento. Esto no es casual, es sintomático; acompaña también a
los desfases en el tiempo previsto con una evidente desorganización.
La bandera
«descentralizadora» que orgullosamente iza esta Bienal es solo de apariencia y
formalismo. Y esto no es culpa de quienes en Huancayo recibieron el encargo.
Ellos hicieron su trabajo. Es parte de algo mayor y estructural.
A decir
verdad, no ha existido, desde la primera Bienal hasta la actual, una apertura
integradora como principal fin. La
descentralización, que supone la inclusión de «los otros», estaba empezando a
ser esbozada precisamente en la inserción de subcategorías regionales. La
arquitectura de las ciudades del Perú podía ser valorada en sus propias ciudades
y reconocida más allá de sus límites geográficos. Pero, al mutilar esas subcategorías,
se reduce la buena intención de la XIV Bienal a un —para
fines nacionales— insustancial y momentáneo traslado de la sede centralista a
otro sitio del país para dar cuenta de una descentralización que no existe. Solo
se traslada la arquitectura de Lima a otro lugar para ser observada y para
acercar esa arquitectura al resto. Una actitud misionera y medio colonial.
Es
difícil refutar esto cuando nos topamos con la totalidad de proyectos de
arquitectura hechos en Lima y o por arquitectos limeños. La XVI edición de la BAP
no ha sido un evento integrador. Solo ha convocado para su organización a
arequipeños o a chiclayanos como a huancaínos para luego ir, con este fin descentralizador
con el que está forzosamente comprometido, a otra plaza que le ponga la misma
energía momentánea.
No hay
tampoco cómo refutar cuando vemos que solo los huancaínos se han preocupado por
«su» Bienal y no los chiclayanos o los arequipeños, quienes, en teoría, debían
haberse ya empapado del tema y haberse identificado con la causa nacionalista.
Además de
retirar las subcategorías regionales, la XVI edición de la BAP ha reducido en
la categoría «Arquitectura» a las categorías que contenía por «Tipología
arquitectónica» para premiar a una sola y general, metiendo objetos de todos
los tamaños y de todos los colores en el mismo saco, para que de ahí se pueda
hacer malabares y sacar un ganador común.
No
obstante hay que reconocer también que esto último es mucho mejor de lo que
había antes. Las categorías en los eventos anteriores tenían problemas de
exageración como separar los premios a los edificios multifamiliares por número
de pisos. Como si todo lo que se construyera —como producto del boom inmobiliario—
fuese plausible. Aun con todo, pudo hacerse algo mejor que irse del extremo superpoblado
de categorías innecesarias al otro radicalmente reduccionista y simplista. Y nadie
ha explicado el porqué.
En el
diagnóstico centralista de la presente Bienal podemos ver que de las
edificaciones seleccionadas en la categoría «Arquitectura» —de lejos la que
generó un poco más de interés—, más del 50% está compuesto por el tipo
residencial, dentro del cual su mayoría está incrustada en la misma lógica del
espacio propicio para manifestaciones artísticas o de alta arquitectura: en su mayoría
no son viviendas distintas o que propongan algo paradigmático. Nutrida lista la
que nos presenta la misma vivienda piloto.
Este hecho reduce el centralismo de lo «limeño» a un minúsculo minicentralismo
del 1% de la población nacional, para dar fe de lo que se compone hoy la
arquitectura (plausible) que se hace en el Perú.
Así, la XVI edición de la Bienal de Arquitectura Peruana se termina
convirtiendo en una sección de sociales que convoca a quienes con frecuencia se
presentan y se mantienen laureados repetidas veces. Y aunque ese hecho no es malo,
el interés por la Bienal no debería ser únicamente ese. Debería ser un espacio
de reunión, de crítica y de intercambio, no de pura difusión circular, casi privada
e implícitamente amical.
En las BAP no existe un verdadero reconocimiento de lo «mejor de la
arquitectura peruana», sino de lo mejor entre los que quieren ser reconocidos. De
ser lo primero el verdadero fin debería existir la postulación libre de
proyectos y obras por terceros, como en otras Bienales del mundo, garantizando el
reconocimiento de obras y proyectos que representen —al menos de manera más
democrática— lo más ejemplar de la arquitectura del país.
Hay ausencias lamentables como el Colegio Santa Elena de Piedritas o la
Escuela en Chuquibambilla (aunque no sea proyectada por peruanos), obras excepcionales
que demuestran en sí mismas descentralización con calidad arquitectónica
explícita y alternativa. Indudables merecedoras de un reconocimiento
(inter)nacional de este tipo. Pero esto no se dio precisamente porque sus
autores no estaban —con todo derecho— interesados en los premios y porque no
hubo quien conscientemente los postule.
Otro aspecto que
merece explicación es el de la selección del jurado o, cuando menos, de una
divulgación previa de los miembros de este. Si la selección se hizo por
invitación (como suele ser), nunca se supo bajo qué criterios, ni quién invitó
a quién, ni tampoco, bajo qué premisas, el que organiza y selecciona —precisamente—
organiza y selecciona. Nadie pone en tela de juicio la capacidad de los
miembros del jurado, pero son temas que se deberían aclarar desde la formalidad
y con procedimientos establecidos, desde hace mucho.
Sin embargo, cosas de este tipo son naturales aquí, pues las Bienales no
son parte de la tradición arquitectural. A eso se le suma la austera capacidad
de gestión de sus autoridades, incapaces de gestionar un evento de manera
holística espacial como temporalmente, con reglamentos claros que no estén
variando o (re)creándose edición tras edición. Hasta hoy solo se han limitado a
pensar en la Bienal como un evento de turno con pocos meses de anticipación,
destinando dicha responsabilidad a personas aisladas, siendo síntoma vital de
la poca importancia que al CAP parece merecerle el tema.
Hoy esta Bienal da la sensación de ser un evento que
se desarrolla por compromiso y mecánicamente, por una imperiosa costumbre más
que por gusto o interés común. Si
en verdad se pretende su continuidad y madurez, es necesario un plan a largo
plazo y no estar pensándola por pedacitos.
4 comentarios:
acertado comentario sobre una ya crónica frivolidad y poca legitimidad de las Bienales de Arquitectura. Donde se confunde afrontar problemas que lo sean con exhibir artefactos.
AUGUSTO ORTIZ DE ZEVALLOS
10 años han pasado de la correcta Bienal Iberoamericana de Arq. que se realizó en Lima y debió ser el punto de quiebre para convertirse en el referente de organización de las futuras bienales nacionales. Quizás la solución podría pasar por tener una organismo autónomo encargado de organizar las bienales.
Michael Vargas Moya
CAP 13903
El ámbito en que se ubican los proyectos ganadores pareciera revivir la frase aquella de que solo "Lima es el Perú", lo de "descentralizado" es solo una pose y requiere con urgencia una reformulación, o es que en el resto del país no existe arquitectura relevante y solo tenemos que conformarnos con lo que se hace en Lima?
siempre veo policiales en mi smart tv. pero los peores son los que son reales. es ver situaciones horribles que no se pueden creer. entretenidas cuando no nos dicen que son ciertas
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