Por Israel Romero Alamo
Luis XIV de Francia |
Jean Pierre Crousse: En muchos países la enseñanza se ha convertido en un
negocio redituable, y estamos viviendo la proliferación de universidades y
facultades de Arquitectura, que ya suman más de cincuenta en el Perú, número
que aumenta de año en año. Este fenómeno va, claro está, en
contra de la calidad de la enseñanza, y presagia un futuro sombrío de la
arquitectura. ¿Cuál es tu visión sobre el futuro de la enseñanza en países
como el Perú?, ¿hay una luz al fondo del túnel?
Enrique Ciriani: Es difícil poder imaginar con optimismo el futuro de la enseñanza de la Arquitectura si se mantienen las tendencias globalizadoras actuales que favorecen la imagen sobre la idea, lo inmediato, la dependencia a las facilidades de la computadora. Tendencias que dislocan la relación tripartita de programa-función-forma. Estas tendencias abandonan la idea del proyecto como central, ese tiempo puro de la búsqueda que mantiene en suspensión el resultado, esa lentitud deliberada que permite avanzar sin certeza fija, esta exploración que acomoda la profusión de parcialidades sin dispersión… esa condición que permite descubrir.
Enrique Ciriani: Es difícil poder imaginar con optimismo el futuro de la enseñanza de la Arquitectura si se mantienen las tendencias globalizadoras actuales que favorecen la imagen sobre la idea, lo inmediato, la dependencia a las facilidades de la computadora. Tendencias que dislocan la relación tripartita de programa-función-forma. Estas tendencias abandonan la idea del proyecto como central, ese tiempo puro de la búsqueda que mantiene en suspensión el resultado, esa lentitud deliberada que permite avanzar sin certeza fija, esta exploración que acomoda la profusión de parcialidades sin dispersión… esa condición que permite descubrir.
Éste es un fragmento de la entrevista de Jean Pierre Crousse
a Enrique Ciriani, en Marzo de 2014, publicada por el blog Cadi-Textos.
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La pregunta de Jean Pierre Crousse induce la respuesta partiendo de un prejuicio. Él asume que ese ‘fenómeno’ va en contra de ‘la calidad de la enseñanza’ y por ello ‘presagia un futuro sombrío de la arquitectura’. Desahucia la arquitectura por culpa de la deformación del arquitecto y Ciriani, muy lamentado, coincide. Sería importante que Jean Pierre Crousse nos explique con detalle qué parte de ese fenómeno —para él— es lo que presagia 'un futuro sombrío de la arquitectura'.
Nadie niega que hoy gran parte de la enseñanza, en el
Perú, sea un negocio. Evidentemente no está bien y no vamos a defender lo
indefendible, pero es necesario hacer algunas aclaraciones.
1.
Como producto, en la arquitectura —a diferencia de otros
productos culturales— es muy difícil esclarecer y señalar esos problemas de
formación, esas deformaciones. ¿Bajo
qué parámetros se identifica a un arquitecto mal formado si la arquitectura tiene tanto de ciencia natural, como
de ciencia social, así como de arte e igual cantidad de ideología?
Es más o menos fácil identificar un médico o un ingeniero
mal formado, pero, ¿cómo se hace para
identificar al arquitecto con el tronco torcido? El diseñar tiene tanto de
exactitud como de subjetividad: la función
es una fórmula matemática criteriosamente aprehensible; el hacer ciudad es una mezcla de sentido común e ingenio; el espacio y la forma tienen de todas las anteriores y no por eso son más objetivos
y científicamente comprobables.
Es probable que buen número de arquitectos mal formados vayan en contra de los
valores que pueden hacer ciudad (como dice Adolfo Córdova), o no hagan mucho por mejorar ese factor social que
es lo que Ciriani reclama. Eso tampoco está bien. Sin embargo eso no es
exclusivo de una mala formación. En todo caso sería interesante saber cuántos
arquitectos bien formados hoy cumplen
esa humanista, bienintencionada y desprendida labor social y cuántos, en
efecto, hacen ciudad sin que su campo
de acción se reduzca a encargos con la mesa servida o a los esporádicos
concursos eternamente esperados para lanzarse como niño en piñata.
Patricia Ciriani en un artículo para la revista Poder 360° se pregunta: “¿cuántos arquitectos se
necesitan para crear la ciudad genérica erizada, a la moda china, de edificios
inexpresivos separados por unos miserables pozos de luz, que parece ser el
modelo a seguir en todo el Perú?”.
Claro, la
respuesta es ni uno ni mil, o puede que todo lo contrario. Esto porque —aunque suene
irresponsable esta afirmación— los arquitectos saben cómo se hacen bien los edificios, cómo deben ser. No hay nada que inventar
—aunque suene falto de respeto y doblemente irresponsable—, eso no es “cosa del
otro mundo”, la enseñanza no es el problema. El problema está en que las
situaciones favorables no se dan y poquísimos logran lo imposible con
situaciones desfavorables. Los edificios con las características que indica
Patricia son el producto de factores irremediablemente ajenos a la arquitectura:
políticos o económicos, por ejemplo. El hacer lo impensable a contracorriente
es lo que podría caracterizar a un arquitecto —y cualquier profesional— bien formado.
Un ejemplo de un
buen arquitecto es aquel que se inmiscuye en el siempre menospreciado y
repelente campo del Estado, lo desenmaraña y se enfrenta a todo lo sucio y a
toda esa adversidad que tanto aterra al buen
arquitecto para luego generar —aún con el universo en contra— la tan anhelada buena arquitectura. Eso es mejor que
estar sentado esperando la venida divina de concursos, como maná del cielo,
para luego —recién— demostrar con cuánta capacidad e innovación proyectual se
cuenta. En el fondo tanto Enrique Ciriani como Jean Pierre Crousse saben que es
altísimamente probable que, con el mundo a favor y un hada madrina que le diga
sí a todo, cualquier mortal arquitecto pueda hacer buena arquitectura.
En este caso, ¿cuántos arquitectos tradicionalmente bien formados lo han logrado? ¿Cuántos
saben cómo hacer maravillas a contracorriente? Son muy pocos. Pero al otro
extremo, donde están los mal formados, aunque muy pocos, también
existen. Sólo que a ellos nadie los conoce. La buena formación no es garantía
de buena arquitectura y la mala
formación no crea automáticamente malos
arquitectos. Si no, entonces, ¿quién hizo los malos edificios de hace treinta o cincuenta años?
Probablemente lo que le preocupa a este grupo es que proliferen
los malos arquitectos y que se
mancille la pulcra arquitectura peruana: la que ellos hacen y de la que se
enorgullecen. No es un problema de densidad porque ellos, gracias a sus
mecenas, siempre tendrán cómo sobresalir.
2.
Tenemos la ligera sospecha de que se identifica al mal arquitecto por factores éticos y
estéticos antes que técnicos. En ambos casos, la buena formación tiene que ver muy poco. Explicamos el porqué. Aquí se entiende a un
arquitecto mal formado por dos cosas:
la primera, por su falta de valores y principios (situación claramente no
exclusiva de la arquitectura), y la segunda, por su mal gusto.
Es muy probable que para la élite arquitectónica —de la
que inevitablemente ambos son parte— la mala
arquitectura sea la que no se amolda a lo que ellos entienden como arquitectura
correcta, como la arquitectura que hay que seguir irreprochablemente por ser
“universal”. Esa es, la que sus alumnos —los bien formados y correctamente
racionalizados— han seguido y muchas veces hacen con pocos cuestionamientos de
por medio. De esa forma sus alumnos consiguen amoldarse a la argolla de buena
arquitectura que atesoran celosamente tres o cuatro facultades de arquitectura
de Lima, y de esa forma, se adecúan perfectamente a ese mercado, el publicable, el que es catalogado como Arquitectura Peruana. No nos hagamos
el calzón con bobos.
Bajo la lógica de la pregunta en mención podríamos intuir que:
Para la buena arquitectura, la mala es la fea, la huachafa, la que comunica más de lo que debería, la que tiene una carga cultural muy grande que no debe exponerse sin primero haber sido racionalizada y amoldada… cuadriculada, es decir, modernizada. Para ellos, implícitamente los malos arquitectos —aparte de los corruptos, indudablemente— son los que no respetan esos míticos lineamientos que han sido arremetidos en una tajante y súper convincente lavada de cerebro a los bien formados, quienes, vaciados de su contenido cultural, que como occidentales periféricos tienen, han caído redonditos. Pero eso no es todo, luego, para devolverle ese contenido cultural ultrajado, que ahora, como buenos peruanos deben tener, le agregan a su racionalismo un parche, un sticker que en lenguaje arquitectónico dice algo más o menos así: I love Perú ¡Que vivan las huacas! ¡Que vivan los Incas!
Para la buena arquitectura, la mala es la fea, la huachafa, la que comunica más de lo que debería, la que tiene una carga cultural muy grande que no debe exponerse sin primero haber sido racionalizada y amoldada… cuadriculada, es decir, modernizada. Para ellos, implícitamente los malos arquitectos —aparte de los corruptos, indudablemente— son los que no respetan esos míticos lineamientos que han sido arremetidos en una tajante y súper convincente lavada de cerebro a los bien formados, quienes, vaciados de su contenido cultural, que como occidentales periféricos tienen, han caído redonditos. Pero eso no es todo, luego, para devolverle ese contenido cultural ultrajado, que ahora, como buenos peruanos deben tener, le agregan a su racionalismo un parche, un sticker que en lenguaje arquitectónico dice algo más o menos así: I love Perú ¡Que vivan las huacas! ¡Que vivan los Incas!
Al moderno, al correcto,
no le gusta la variedad tal cual, tiene que editarla, y si no puede, la acepta
pero no la valora igual que a su propia inventiva, sólo la admite como una
“manifestación cultural” casi silvestre, y, de pronto, para encasillarla, la
llama vernácula, chicha o popular. La
mutila, la “abstrae”, le saca su "parte esencial" para sus propios deseos sin importarle que detrás de ella haya una
fuerza cultural simbólica o comunicativa alternativa de igual valor a la foránea.
Con el mismo prejuicio con el que Crousse plantea su pregunta, podríamos
también asumir que el arquitecto mal
formado queda, luego de ese atrofiado proceso de racionalización, con
inmensos vacíos: huecos por donde puede escaparse y brotar la cultura propia
tal cual y sin filtros de por medio. Este supuesto, de ser cierto, es igual de positivamente
fundamentalista que su extrema contraparte.
3.
Enrique Ciriani dice por otro lado de la entrevista que
quiere mantener un alto nivel de calidad
arquitectónica sin ceder al exhibicionismo
actual de las modas mundialistas.
No es difícil suponer que aquellas ‘modas mundialistas’
son las que dieron pie a lo que él, en alguna conferencia reciente, tildó como “lechugas”
sólo porque le resulta inadmisible que de un cerebro racional pueda emerger alguna cosa no ortogonal si no es con la ayuda de una computadora. Ciriani se refiere a las ‘modas
mundialistas’ como si se tratasen de una plaga, pero no calcula que la moda
mundialista de hoy es proporcional a la que difundía Le Corbusier —su principal
referente— en su época. Hoy, el espectáculo que generan esas ‘modas
mundialistas’ es parte importante del funcionamiento de la sociedad, tacharlo
íntegro sólo porque tiene destellos negativos es por demás incomprensible.
La crítica argentina Marina Waisman, expresó hace 20 años lo
siguiente:
“(…) para alcanzar un valor
(precio) considerable es menester entrar a la industria del espectáculo. Como
es sabido, últimamente la arquitectura ha ingresado también a la industria del
espectáculo, de resultas de la publicidad de las revistas especializadas, y su
consiguiente reducción a imágenes: por lo que la arquitectura, como cualquier
espectáculo, necesita ser fotogénica para tener éxito en el mercado” (Waisman
M., 1995, p.22)
Aunque le resulte incomprensible, Ciriani, y de paso
también su entrevistador, son parte céntrica del espectáculo de la arquitectura
peruana. Ciriani es casi una institución. Que hoy estén donde están —más allá de
la indiscutible calidad de sus proyectos— es consecuencia de lo que el mundo mediático ha
estipulado por razones kilométricamente lejanas a la arquitectura. La
perfección y el marketing de las
fotografías de sus obras es demostración categórica de que ellos, de alguna u otra
forma, alimentan las modas en la arquitectura (peruana). Esa moda es lo que
define qué es, hoy, en el Perú, un buen arquitecto.
Basta ver quiénes son hoy los laureados representantes de la arquitectura
peruana y por qué filtro de calidad han pasado.
Los prejuicios y los fundamentalismos hacen daño.
Segregan sin conocer. Discriminan. Ningún
extremo —peor aún si parte de supuestos prefabricados— es positivo. La
coexistencia y la tolerancia, la posibilidad de ser convencido, la conciliación
y el destierro de absolutismos intolerantes de cualquier tipo, hoy, para el
Perú y su arquitectura, son armas imprescindibles que no deben seguir
postergándose.
Referencia:
Waisman, M. (1995). La arquitectura descentrada. Bogotá: Editorial
Escala.
2 comentarios:
¡Carne!
Entiendo que te preocupe, pero también entiendo que no entiendes de lo que se esta hablando, criticar es fácil, entender es lo difícil, te recomiendo buscar al arquitecto en la UPC para hacerle esas preguntas, conocerlo y entenderlo un poco más, luego publicar algo con base no especulativa, sino más bien informativa, hacer crítica sólo de lo que se lee, es demasiado fácil, leer despierta mucho la mente, el problema es poder controlar lo que escribes.
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