1 de octubre de 2014

Donadores de duraznos en almíbar

(Crónica desde el inconsciente de un arquitecto que habla de arquitectura frente a un auditorio juvenil)




Bueno, estimados, estaré ahí para hablarles de arquitectura, porque para eso me han invitado. Primero empezaré por darles las gracias por invitarme. Luego les contaré algo que rompa el hielo, algo para bajar donde ustedes, para que no me vean como a una cosa rara. Que quede claro que no lo soy.

Les contaré algo alternativo que sazone sus almas necesitadas de arquitectura con el fin de que luego sus tanques se repleten de combustible arquitectónico. Es decir, que sigan amando desproporcionadamente la arquitectura… así como yo.

Primero me veo en la imperiosa necesidad de ponerles una foto de alguna piedra, una bicicleta, un paisaje, una bolsa reciclada o de cualquier cosa que no sea arquitectónica pero sí arquitecturizable. Da lo mismo. Cualquier cosa se puede arquitecturizar. Sólo bastan las palabras adecuadas y unos ojos bien atentos y almas dispuestas a ser llenadas de contenido.

Luego voy a hacer las salvedades del caso, claro, para colocar mi pequeño objeto arquitectónico, del que han venido escuchar, en una cómoda lata de ‘Duraznos en Almíbar’… como buen durazno que es.

Les voy a decir que esto es un intento bienintencionado, porque en serio lo creo así, mi corazón me lo dice. Que no es lo mejor. Que yo, con mis esfuerzos humanos —porque soy humano—, sólo he agregado un ladrillo más en el muro de la buena arquitectura. Que ustedes, indirectamente, al compás de quien les habla, pueden, si desean, hacer lo propio: llenar su propia lata de hojalata con muchos duraznos, y así armar una hermosa galería de latas contenedoras de buena arquitectura.

Ya saben, siempre es bueno usar unas cuantas palabras bonitas para luego desenvainar la vaina y lanzarnos de lleno con lo que ustedes quieren escuchar, ¿para qué nos vamos a hacer 'los cojudos'?: ustedes quieren saber cómo lo hago y, por mi parte —para suerte de ustedes—, eso es lo único que sé decir.

Les voy a decir que lo mío es hacer esto por alguna cosa del destino, y que lo demás no es mi culpa. Los pobres, los políticos, bueno, sí pues, que todo eso está mal. Me pondré políticamente correcto para no salirme del libreto que sus mentes, autoprogramadas cual despertador, esperan escuchar. Que mi posición almibarada y mi cavidad cerebral, cilíndrica y enlatada, es producto de un orden que no sé bien a qué se debe… pero que me tocó pues, ¿qué le voy a hacer? Que debo hacerlo bien desde ésta, mi posición, esa que dicen algunos mirones y picones, que es extremadamente privilegiada.

Puede que de pronto me ponga en posición revolucionaria, en contra del orden establecido. Siempre está bueno un poco de eso. Un par de frases para zarandearles el raciocinio y renovarles las ganas de hacer 'buena y bonita' arquitectura. La cosa es que tomen la esencia del caso: que siempre hay que estar con una actitud crítica. Ah, y sí, claro: pueden criticarme; eso nos hará crecer y vivir todos en constante progreso. Y eso es lo que todos queremos...

Pero, para serles sincero, antes me aseguraré de que no lo hagan porque ya sé qué es lo que ustedes quieren, y les voy a dar precisamente eso, pequeños niños deseosos de dulces en una noche de Halloween. Si lo intentan, yo les responderé con unas buenas onzas de glucosa para que vuelvan a dar vueltas sobre sus ejes. Y si lo vemos así, yo soy el eje del carrusel. Ya sé bien cómo hacerlo sin que se den cuenta. Del encantar serpientes hasta un Máster tengo bajo la manga.

¿Al pueblo? Al pueblo pan y circo. Y eso no lo inventé yo, y tampoco es mi culpa que tenga un gran circo ya montado. Ustedes quieren ver cosas bonitas para inspirarse, ver buena arquitectura, edificios perfectos... Perdón, no, eso ya no, ¿cuál es el nuevo leitmotiv? Ah, sí, ver el proceso de cómo se gestó el edificio. Que si se pensó en el árbol que estaba en el terreno, o en las musarañas, o en el vigilante, o en el cielo, y cómo poco a poco fui articulando una cosa con la otra para gestar este pequeño e insignificante durazno en almíbar que he de posar en sus latas.

En fin, eso era para entrar en ambiente. Ahora sí, voy a mostrarles una a una mis obras, como en el primer mundo se hace. Como lo haría Picasso, o como lo haría alguna estrella que tiene una serie de ‘obras de arte’. Vamos, todos sabemos que lo que les muestro son —en el cacareo arquitectónico que ustedes y yo conocemos— bellos objetos, casi obras de arte… pero obviamente no lo voy a decir con esas palabras. Eso no está bien visto, sería parecer y pecar de estrella, y eso, no, no, no, yo no soy.

Diré que ese objeto arquitectónico fue el primero que hice: muy bonito, mis primeras búsquedas, algo errantes, pero ahí estaban. Un durazno en proceso de perfección. Luego vinieron otros, les pondré las fotos. Varias, desde varios ángulos, para que no queden dudas de que su perfección es un proceso y que este ya empieza a perfeccionarse.

Les hablaré de rato en rato de lo bueno que esto ha sido; es decir, que mi evolución proyectual —esa que también puede ser de ustedes— consiste en un progreso constante de hacer dibujos e ir al lugar, a respirarlo, a olerlo, a sentirlo, y a hacer unas cuantas marmoteadas cuasisexuales con lo que ahí se encuentre. La cosa es que eso luego se convierta en el discurso que les estoy contando y que ustedes ya se están comiendo y unos cuantos ya digiriendo. La cosa es que con esta serie de acontecimientos, muy desde el fondo de mi corazón, ustedes puedan sentir que mi rollo es medio visceral, o sea, desde lo más recóndito de mi ser, que la cosa es profunda, que va en serio, que mi arquitectura es en serio. Que según esta puesta en escena que les vengo armando hace veinte minutos, mis obras son necesarias para algo trascendental... pero eso tampoco lo voy a decir.

Luego seguiré con las fotos de mis duraznos más afamados. La idea es que les saque mi durazno en cucharitas, ustedes abran la boca, y luego se lo coman y gozen, y que poco a poco se les introduzca por ahí, bien adentro, por el bulbo raquídeo, y que en el mejor de los casos, por el bien de la arquitectura, forme parte estructural de su inconsciente proyectual.

Luego pondré más fotos. Les contaré más cosas. Obviamente todo será muy coherente: discurso y obra deben ir de la mano. Así he visto que se hace, así me han enseñado, así debe ser. Verán el durazno y verán el almíbar, se darán cuenta que ambos son el uno para el otro y que calzan a la perfección en la propia lata que ustedes tienen encima de los hombros. Les hablaré de la piel, del espacio, del color, de la gente que habita, de mí, de ustedes, del país, del paisaje, de lo que significa ser humano, de los más necesitados, del alma, de cualquier cosa. Cualquiera de estas cuestiones será como tener pajaritos cantores y primaverales en un jardín de rosas, o mejor dicho, como abejas que revolotean en su almibarado cerebro, para que se den cuenta de que este es mi mejor aporte para nuestro alicaído país. La cosa es darles esa imagen de alegría, de esperanza en estos primeros pasos que venimos dando, de belleza, porque para eso me han traído hasta aquí, ¿no?, para mostrarles cómo se puede hacer un durazno más o menos consistente y visualmente agradable: para hablar de mi buena arquitectura.

Para cuando reciban el durazno y el almíbar final, ya estarán adormecidos y anestesiados, sonrientes y enamorados, para lo que vinieron pero que se los dijeron con otras palabras: unas bien académicas.

Todos estaremos contentos: yo con mi renovada labor apostólica con la que la diosa Arquitectura me ha bendecido —según mi alma pecadora— desde mi insignificante y humana posición; y ustedes, de nuevo con el interruptor encendido para que vayan por el mismo camino. Tengan en cuenta que siempre dentro de sus posibilidades: hay que ser realistas, siempre realistas, es decir, si quieren hacer los objetos como los que en todo este tiempo de experiencia yo he hecho. O al menos para que lo intenten. Y si no lo logran, para que hagan cosas que se vean más o menos así. 

La cosa es no desmontar el circo, ¿para qué, pues? Así como yo y otros arquitectos venimos haciendo, debemos construir nuestra ‘arquitectura país’ con un gran número de duraznos en almíbar agraciados, de calidad y exportables. Ese será el mensaje final de mi conferencia: que se sumen y que se contagien, que vayan a sus casas y aulas con la insulina a tope a seguir diseñando; porque así debe ser, futuros arquitectos del país.

Sean útiles, hagan algo, y si no pueden, no jodan, al menos pongan el hombro.

Ahora sí, la foto de rigor.


Por Israel Romero Alamo

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Como estudiantes afanados con nuestra identidad peruana,necesitamos de un "mentor" compatriota, y en la búsqueda desesperada de alguien que llene las expectativas se nos cruza un tipo con deficiencias de aprendizaje que, vamos, tiene un discurso válido, pero acaso esto es suficiente? No existen personajes mejores en el medio con cualidades y producción realmente admirables? Somos un país que aún tiene Arquitectura joven, esperemos que con las nuevas generaciones mejore el criterio. Saludos

Anónimo dijo...

Buena, un deja vu.

Anónimo dijo...

El conservatorio era sobre identidad peruana en la arquitectura. Creo que el arquitecto nos dio una lección sobre lo que es la identidad peruana en estos días. Buscamos lo bonito, lo que vende, lo comercial, todo basado en un discurso para algunos valido pero al final vacío. Donde se olvida del lugar, de los habitantes, del fin de la arquitectura y termina siendo arquitectura convertida en arte, solo para observar. Nos quejamos de la televisión basura y no nos damos cuenta que en nuestro campo, la arquitectura, estamos cayendo en lo mismo.

Anónimo dijo...

Completamente aplicable a cualquier caso, no solo de arquitectura.