(Crónica
desde el inconsciente de un arquitecto que habla de arquitectura frente a un auditorio juvenil)
Bueno,
estimados, estaré ahí para hablarles de arquitectura, porque para eso me han
invitado. Primero empezaré por darles las gracias por invitarme. Luego les
contaré algo que rompa el hielo, algo para bajar donde ustedes, para que no me
vean como a una cosa rara. Que quede claro que no lo soy.
Les
contaré algo alternativo que sazone sus almas necesitadas de arquitectura con
el fin de que luego sus tanques se repleten de combustible arquitectónico. Es
decir, que sigan amando desproporcionadamente la arquitectura… así como yo.
Primero
me veo en la imperiosa necesidad de ponerles una foto de alguna piedra, una
bicicleta, un paisaje, una bolsa reciclada o de cualquier cosa que no sea
arquitectónica pero sí arquitecturizable. Da lo mismo. Cualquier cosa se puede
arquitecturizar. Sólo bastan las palabras adecuadas y unos ojos bien atentos y
almas dispuestas a ser llenadas de contenido.
Luego
voy a hacer las salvedades del caso, claro, para colocar mi pequeño objeto arquitectónico,
del que han venido escuchar, en una cómoda lata de ‘Duraznos en Almíbar’… como
buen durazno que es.
Les
voy a decir que esto es un intento bienintencionado, porque en serio lo creo
así, mi corazón me lo dice. Que no es lo mejor. Que yo, con mis esfuerzos
humanos —porque soy humano—, sólo he agregado un ladrillo más en el muro de la
buena arquitectura. Que ustedes, indirectamente, al compás de quien les habla, pueden,
si desean, hacer lo propio: llenar su propia lata de hojalata con muchos
duraznos, y así armar una hermosa galería de latas contenedoras de buena
arquitectura.
Ya
saben, siempre es bueno usar unas cuantas palabras bonitas para luego
desenvainar la vaina y lanzarnos de lleno con lo que ustedes quieren escuchar, ¿para
qué nos vamos a hacer 'los cojudos'?: ustedes quieren saber cómo lo hago y, por
mi parte —para suerte de ustedes—, eso es lo único que sé decir.
Les
voy a decir que lo mío es hacer esto por alguna cosa del destino, y que lo demás
no es mi culpa. Los pobres, los políticos, bueno, sí pues, que todo eso está
mal. Me pondré políticamente correcto para no salirme del libreto que sus
mentes, autoprogramadas cual despertador, esperan escuchar. Que mi posición
almibarada y mi cavidad cerebral, cilíndrica y enlatada, es producto de un orden
que no sé bien a qué se debe… pero que me tocó pues, ¿qué le voy a hacer? Que debo
hacerlo bien desde ésta, mi posición, esa que dicen algunos mirones y picones, que es
extremadamente privilegiada.
Puede
que de pronto me ponga en posición revolucionaria, en contra del orden
establecido. Siempre está bueno un poco de eso. Un par de frases para
zarandearles el raciocinio y renovarles las ganas de hacer 'buena y bonita'
arquitectura. La cosa es que tomen la esencia del caso: que siempre hay que
estar con una actitud crítica. Ah, y sí, claro: pueden criticarme; eso nos hará crecer
y vivir todos en constante progreso. Y eso es lo que todos queremos...
Pero,
para serles sincero, antes me aseguraré de que no lo hagan porque ya sé qué es
lo que ustedes quieren, y les voy a dar precisamente eso, pequeños niños deseosos de dulces en una noche de Halloween. Si lo intentan, yo les responderé con unas
buenas onzas de glucosa para que vuelvan a dar vueltas sobre sus ejes. Y si lo vemos así, yo soy el eje del carrusel. Ya sé bien cómo hacerlo sin que se den cuenta. Del encantar serpientes hasta un Máster tengo bajo la manga.
¿Al
pueblo? Al pueblo pan y circo. Y eso no lo inventé yo, y tampoco es mi culpa que tenga un gran circo ya montado. Ustedes
quieren ver cosas bonitas para inspirarse, ver buena arquitectura, edificios
perfectos... Perdón, no, eso ya no, ¿cuál es el nuevo leitmotiv? Ah, sí, ver el proceso de cómo se gestó el edificio. Que
si se pensó en el árbol que estaba en el terreno, o en las musarañas, o en el
vigilante, o en el cielo, y cómo poco a poco fui articulando una cosa con la
otra para gestar este pequeño e insignificante durazno en almíbar que he de
posar en sus latas.
En
fin, eso era para entrar en ambiente. Ahora sí, voy a mostrarles una a una mis
obras, como en el primer mundo se hace. Como lo haría Picasso, o como lo haría
alguna estrella que tiene una serie de ‘obras de arte’. Vamos, todos sabemos
que lo que les muestro son —en el cacareo arquitectónico que ustedes y yo
conocemos— bellos objetos, casi obras de arte… pero obviamente no lo voy a
decir con esas palabras. Eso no está bien visto, sería parecer y pecar de estrella, y eso, no, no, no, yo no soy.
Diré que
ese objeto arquitectónico fue el primero que hice: muy bonito, mis primeras
búsquedas, algo errantes, pero ahí estaban. Un durazno en proceso de
perfección. Luego vinieron otros, les pondré las fotos. Varias, desde varios
ángulos, para que no queden dudas de que su perfección es un proceso y que este ya empieza
a perfeccionarse.
Les
hablaré de rato en rato de lo bueno que esto ha sido; es decir, que mi evolución
proyectual —esa que también puede ser de ustedes— consiste en un progreso
constante de hacer dibujos e ir al lugar, a respirarlo, a olerlo, a sentirlo, y
a hacer unas cuantas marmoteadas cuasisexuales con lo que ahí se encuentre. La
cosa es que eso luego se convierta en el discurso que les estoy contando y que
ustedes ya se están comiendo y unos cuantos ya digiriendo. La cosa es que con
esta serie de acontecimientos, muy desde el fondo de mi corazón, ustedes puedan
sentir que mi rollo es medio visceral, o sea, desde lo más recóndito de mi ser, que la
cosa es profunda, que va en serio, que mi arquitectura es en serio. Que según
esta puesta en escena que les vengo armando hace veinte minutos, mis obras son necesarias
para algo trascendental... pero eso tampoco lo voy a decir.
Luego
seguiré con las fotos de mis duraznos más afamados. La idea es que les saque mi durazno en
cucharitas, ustedes abran la boca, y luego se lo coman y gozen, y que poco a
poco se les introduzca por ahí, bien adentro, por el bulbo raquídeo, y que en
el mejor de los casos, por el bien de la arquitectura, forme parte estructural
de su inconsciente proyectual.
Luego
pondré más fotos. Les contaré más cosas. Obviamente todo será muy coherente: discurso y obra deben ir de la
mano. Así he visto que se hace, así me han enseñado, así debe ser. Verán el durazno y verán el almíbar, se
darán cuenta que ambos son el uno para el otro y que calzan a la perfección en la
propia lata que ustedes tienen encima de los hombros. Les hablaré de la piel,
del espacio, del color, de la gente que habita, de mí, de ustedes, del país,
del paisaje, de lo que significa ser humano, de los más necesitados, del alma, de cualquier cosa. Cualquiera de
estas cuestiones será como tener pajaritos cantores y primaverales en un jardín
de rosas, o mejor dicho, como abejas que revolotean en su almibarado cerebro,
para que se den cuenta de que este es mi mejor aporte para nuestro alicaído
país. La
cosa es darles esa imagen de alegría, de esperanza en estos primeros pasos que venimos dando, de belleza, porque
para eso me han traído hasta aquí, ¿no?, para mostrarles cómo se puede hacer un
durazno más o menos consistente y visualmente agradable: para hablar de mi buena arquitectura.
Para
cuando reciban el durazno y el almíbar final, ya estarán adormecidos y anestesiados,
sonrientes y enamorados, para lo que vinieron pero que se los dijeron con otras
palabras: unas bien académicas.
Todos estaremos contentos: yo con mi renovada labor apostólica con la que la diosa Arquitectura me ha bendecido —según mi alma pecadora— desde mi insignificante y humana posición; y ustedes, de nuevo con el interruptor encendido para que vayan por el mismo camino. Tengan en cuenta que siempre dentro de sus posibilidades: hay que ser realistas, siempre realistas, es decir, si quieren hacer los objetos como los que en todo este tiempo de experiencia yo he hecho. O al menos para que lo intenten. Y si no lo logran, para que hagan cosas que se vean más o menos así.
La cosa es no desmontar el circo, ¿para qué, pues? Así como yo y otros arquitectos venimos haciendo, debemos construir nuestra ‘arquitectura país’ con un gran número de duraznos en almíbar agraciados, de calidad y exportables. Ese será el mensaje final de mi conferencia: que se sumen y que se contagien, que vayan a sus casas y aulas con la insulina a tope a seguir diseñando; porque así debe ser, futuros arquitectos del país.
Sean útiles, hagan algo, y si no pueden, no jodan, al menos pongan el hombro.
Todos estaremos contentos: yo con mi renovada labor apostólica con la que la diosa Arquitectura me ha bendecido —según mi alma pecadora— desde mi insignificante y humana posición; y ustedes, de nuevo con el interruptor encendido para que vayan por el mismo camino. Tengan en cuenta que siempre dentro de sus posibilidades: hay que ser realistas, siempre realistas, es decir, si quieren hacer los objetos como los que en todo este tiempo de experiencia yo he hecho. O al menos para que lo intenten. Y si no lo logran, para que hagan cosas que se vean más o menos así.
La cosa es no desmontar el circo, ¿para qué, pues? Así como yo y otros arquitectos venimos haciendo, debemos construir nuestra ‘arquitectura país’ con un gran número de duraznos en almíbar agraciados, de calidad y exportables. Ese será el mensaje final de mi conferencia: que se sumen y que se contagien, que vayan a sus casas y aulas con la insulina a tope a seguir diseñando; porque así debe ser, futuros arquitectos del país.
Sean útiles, hagan algo, y si no pueden, no jodan, al menos pongan el hombro.
Ahora
sí, la foto de rigor.
Por
Israel Romero Alamo
4 comentarios:
Como estudiantes afanados con nuestra identidad peruana,necesitamos de un "mentor" compatriota, y en la búsqueda desesperada de alguien que llene las expectativas se nos cruza un tipo con deficiencias de aprendizaje que, vamos, tiene un discurso válido, pero acaso esto es suficiente? No existen personajes mejores en el medio con cualidades y producción realmente admirables? Somos un país que aún tiene Arquitectura joven, esperemos que con las nuevas generaciones mejore el criterio. Saludos
Buena, un deja vu.
El conservatorio era sobre identidad peruana en la arquitectura. Creo que el arquitecto nos dio una lección sobre lo que es la identidad peruana en estos días. Buscamos lo bonito, lo que vende, lo comercial, todo basado en un discurso para algunos valido pero al final vacío. Donde se olvida del lugar, de los habitantes, del fin de la arquitectura y termina siendo arquitectura convertida en arte, solo para observar. Nos quejamos de la televisión basura y no nos damos cuenta que en nuestro campo, la arquitectura, estamos cayendo en lo mismo.
Completamente aplicable a cualquier caso, no solo de arquitectura.
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