Por Israel Romero Alamo
Hay razones suficientes para decir que los años venideros de la arquitectura en el Perú serán distintos. No con un nuevo “tipo de arquitectura”, sino distintos en serio. Esto debido a dos actitudes actuales que no tienen parangón en otra época de la historia de la arquitectura del Perú gracias a sus distintos caminos, fines comunes y alcances mediáticos. Y confluyen aquí, en este tiempo y en este espacio.
La primera es una serie de movimientos arquitectónico-ciudadanos
jóvenes por una lucha de derechos urbanos y públicos. En ellos se toma mano del
conocimiento de la arquitectura y el urbanismo para llevarlos a la opinión
pública y sacarlos de su habitual zona de confort. Esto ha tenido vital
protagonismo en los últimos años. En Trujillo, Chiclayo o Chimbote (entre otras
ciudades) en defensa del bien común urbano o natural durante el año pasado y lo
que va del presente. Y en Lima, en las últimas semanas, como resistencia al
accionar de la actual gestión municipal.
Son movimientos impulsados por estudiantes de arquitectura
o arquitectos jóvenes en favor de criterios básicos del ser ciudadano y habitante.
Esto se ha consolidado en espacios nada despreciables como la muestra Ciudad Fantasía en Trujillo o la serie
de Conversatorios Abiertos en espacios públicos capitalinos, ambos luego del
aprovechamiento mediático de las redes sociales. Se remueve el conocimiento acerca
de la arquitectura y la ciudad más allá de las aulas y más allá de los
intereses de los arquitectos.
Cristina Dreifuss detalla este último ejemplo y lo compara
con el debate generado por la Agrupación Espacio hace 70 años; sin embargo considero
que la intervención juvenil de nuestros días supera a la de Espacio. En primer
lugar porque la preocupación de Espacio tenía su epicentro en la propia
arquitectura/arte, era casi estilística (sin obviar sus fines sociales), por y
para la arquitectura, para mejorarla con una idea clara de cómo esta ‘debía ser’.
En el caso de la reunión de arquitectos jóvenes limeños (como también en el
caso trujillano) el fin es, más que estético, ético. No hay una repercusión (clara)
en la arquitectura como interés por gestar una nueva forma de hacerla si
queremos centrarnos en un producto final: qué y cómo debería ser… un estilo
quizás. Ese ya no es más el centro del debate. En segundo lugar, no existe una
camiseta rígida como hace 70 años. Hoy son estudiantes de facultades y escuelas
diferentes, sin sesgos ideológicos o fines particulares de terceros. Un solo
fin y ese fin como motor.
Aunque esto sea bastante recurrente en una posición joven
en todo tiempo y en todo lugar (pues en eso consiste el ser joven), este caso
es particular porque coincide con una crisis de paradigmas y recae en un grupo
de jóvenes que tiene, además, la carga de una profesión bastante en deuda con
la sociedad y consigo misma como la arquitectura. Frente a esto se crea una
posición diferente, poco clara acerca de ‘a qué se llegará’ o si el camino abordado
es el correcto para conseguir los fines propuestos. Sin embargo la actitud tomada
es meritoria y replicable.
Es comprensible la carencia de un camino claro acompañado
por la vehemencia del espíritu de cambio, pues corresponde a un momento inestable.
De crisis del capitalismo y del socialismo, o en resumen, de la modernidad.
Esto ha llevado a desplazar a la arquitectura como ‘solución’ si hablamos de
objetos puros o de discursos creativos proyectuales sin más. Como resultado, pareciera
que un número importante de estudiantes de arquitectura y la generación que los
contiene se están volviendo, por primer momento en la breve historia
republicana de este país, más ciudadanos que arquitectos.
Corresponde con ello la segunda actitud: un descreimiento
vehemente que esquiva el nihilismo y que se viene desarrollando desde las redes
sociales. La página Grandes éxitos de la Arquitectura Peruana –entre otras, como Lucho Gris, Arquitecto Peruano– no es partícipe del desgano y del nihilismo en sí,
pues si fuera así, no haría lo que hace. Un grupo anónimo lanza dardos de
manera interdiaria e incendiaria –de apariencia medio en serio y medio en broma–
apuntando al mismo sitio: la arquitectura peruana como orden establecido y
asumida con apriorismo como correcta. Sin bandera o trinchera fija ‘ataca’ a
la arquitectura desde su renuente elitismo hasta sus posturas más sociales. Todo
es objeto de observación crítica y material potencial para ser desnudado.
Sería injusto decir que esto no tiene razón de ser, pues
encuentra sustentos parecidos (e incluso motivos de inspiración) en dos páginas
similares: Masters of Concrete (España) y El Panfleto (Perú). La primera
también de arquitectura y la segunda de todo un poco. Es decir, como posición
crítica no está sola en el mundo. Ello devela no un “capricho destructivo” de
un par de “arquitectos envidiosos” como algunos catalogarían desde sus
distintos niveles de miopía y de fidelidad al orden establecido. Es una actitud
generacional frente a un estado determinado, en este caso el de la muy criticable
arquitectura peruana. A estas coincidencias Peter Sloterdijk las llamaría un
trabajo de pioneros en el dolor epocal.
Desde el comprensible anonimato (como también lo hacen las
otras páginas mencionadas), se hace crítica a manera de parodia (no mofa
gratuita, sino parodia) de arquitectos y arquitecturas endiosadas, o de grupos algo
o bastante desubicados que pretenden monopolizar la voz del arquitecto y lo que
es la arquitectura peruana (como el Colegio de Arquitectos del Perú, algunas
Facultades de Arquitectura o la reciente Asociación Peruana de Estudios de Arquitectura).
Ello motiva e incentiva el descreimiento –o cuando menos la
duda– frente a una manera de hacer arquitectura que intenta permanecer en una
continuidad que por ratos es repulsiva, como si el arquitecto pretendido fuera
el mismo ejemplar social dominante de inicios de siglo XX. Como si su palabra y
obra tuvieran que ser acatadas como idea indiscutible y como producto inventivo
de unos cuantos que se asumen con facultades creativas superiores a las de los
demás. Y es que lo que no asumen los detractores de este tipo de crítica es
que ‘ridiculizando’ la labor proyectual del arquitecto se desnuda aquello que
el propio proyectista pretende ocultar: el papel determinante del comitente (o
patrocinador) en la producción del objeto arquitectónico (Tafuri, 1972). Y –me atrevería a
decir que– ello consigue esta página con acierto: desidealizar el objeto arquitectónico a partir de la
desnudez de su modo de producción (Segre, 1982). En este contexto no hay otra manera: el proyecto
y el proyectista deben ser los “atacados”.
Esto sólo puede ser gestado por jóvenes formados desde el
descreimiento y la incertidumbre, en los 2000, lejos del “respeto” automático
por supuestos maestros y lejos de oficialismos y temores paternalistas. Sin presión.
Sin deudas o favores pendientes. En un momento en el que un buen número de
heridas ideológicas ya están cicatrizadas. No existe hoy un camino a manera de
decreto como el de la crítica progresista de los 40 (de Espacio y Miró Quesada)
o la radical socialista de los 70 (de Burga, Rodríguez Cobos o Ludeña), sino un sendero
que claro no es, un vacío, una neblina densa.
No hay “la arquitectura que debería ser” ni una manera de
hacerla como foco temático, sólo la necesidad por contrarrestar el estado
adormecido coyuntural y estructural. Incluso la arquitectura como objeto exclusivo
empieza a difuminarse para reorientar las preocupaciones a cuestiones que
revelan un interés común de alcance menos específico que puede alcanzar también a personas no arquitectas, desde la crítica en espacios públicos, como también en redes
sociales. Ambos ejemplos han alcanzado convocar a personas que se encuentran
más allá del campo de la arquitectura (aquí y aquí), campo que si alguna característica
definitoria ha tenido desde hace mucho ha sido precisamente lo contrario, su
hermetismo.
Creo que estas dos manifestaciones no son casualidades. De
hecho, tienen algunas expresiones y variantes en la arquitectura como producto arquitectónico: una arquitectura sin “estilo” y sin paradigmas
acartonados. Todo esto es producto de una crisis generalizada desde hace
varias décadas y que en la arquitectura del Perú empieza a tener serias
manifestaciones que demuestran que el futuro será, no sé si mejor o peor, pero
sí diferente.
Referencias:
Segre, R. y
Cárdenas E. (1982). Crítica
Arquitectónica. Pichincha: CAE-FAU
Sloterdijk, P. (2003). Crítica de la razón cínica (2a ed.). Madrid: E.S.
Tafuri, M. (1972). Teorías e historia de la Arquitectura.
Barcelona: Editorial Laia
2 comentarios:
Probablemente el gran cambio se esta dando en la reflexión alrededor de la ética y no de la estética de la arquitectura. Una nueva generación que entiende que el objeto aislado no importa tanto como la gente a la que afecta, una arquitectura que por fin se hace presente en la política y cotidianidad de la ciudad y no solo en círculos cerrado y exclusivos para (ciertos) arquitectos.
Los aires son de cambio, esforcémonos porque sean positivos y abiertos a una sociedad más amplia que la de arquitectos. Si son los estudiantes los encargados de esto hay que apoyarlos y, empujemos todos juntos el coche de la arquitectura peruana.
Muy cierto. Gracias por el aporte, Octavio.
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