En estos siete años La Chimenea se ha dedicado a hacer y promover la crítica de la arquitectura peruana, de manera pública y anónima. A partir del presente dejará de hacerlo.
Israel Romero Alamo
14 de noviembre de 2017
30 de septiembre de 2017
Referentes de la banalización
Por Israel Romero Alamo
Podían existir dudas con la presencia de Plan Selva (representada por Elizabeth Añaños) o Semillas (por Marta Maccaglia), pero eran, a fin de cuentas, la excepción que confirmaba la regla: que lo que la maquinaria oficial (auspiciada por Arkinka) entiende como “referentes de la arquitectura peruana” es la enésima repetición de una aburrida película local.
Las conferencias que Arkinka ha
llamado “Referentes de la Arquitectura Peruana” (v.1, v.2, v.3 -y las que vendrán) son
algo así como una nueva versión de los 10! (v.01, v.02 y v.03) de Espacio 24 (2010) o lo más
parecido a las muchas conferencias que se han dado en recintos universitarios
como “conferencias magistrales” o como conferencias de fondo en los congresos
para estudiantes de arquitectura en los últimos años del siglo XX.
A decir verdad, en parte, son
conferencias que fuesen poco importantes si no las promoviera Arkinka; y es que
al ser la revista independiente más longeva con vida aún, todo
lo que haga tendrá algo de relevancia en el mundo arquitectónico nacional; y
además son importantes porque es lo que muchos consideran erróneamente como
algo ‘normal’ o positivo.
Existen tres fuertes razones para
indicar que lo que oferta Arkinka tiene justificaciones más profundas que
“exponer y documentar la arquitectura peruana contemporánea” o “fortalecer la
formación de los más de 25 mil estudiantes de arquitectura peruanos” -como dice
la revista-; nada más alejado de la realidad.
1. Porque es una costumbre que a los arquitectos les cuesta dejar.
Este es el reflejo de una situación postcolonial a la que los arquitectos están acostumbrados. Como El Arquitecto Peruano durante el siglo XX, Arkinka, hoy, como poder mediático que representa, tiene un protagonismo vital. Pero también como El Arquitecto Peruano, Arkinka, es una revista que nace de una élite cultural y profesional fácil de reconocer pero difícil de penetrar.
Este es el reflejo de una situación postcolonial a la que los arquitectos están acostumbrados. Como El Arquitecto Peruano durante el siglo XX, Arkinka, hoy, como poder mediático que representa, tiene un protagonismo vital. Pero también como El Arquitecto Peruano, Arkinka, es una revista que nace de una élite cultural y profesional fácil de reconocer pero difícil de penetrar.
Tanto Fernando Belaúnde como
Frederick Cooper han sido los encargados de mantener la "arquitectura
peruana" ‘valiosa’ y ‘valorable’ como artefacto de pocos, hoy, tomada por
algunas universidades capitalinas. En este sentido, poco se hace por abrir el
abanico expositivo a nuevos arquitectos distintos social, generacional y
culturalmente a los siempre expuestos. La división entre algunos arquitectos y
el resto es clara. La presencia del “otro”, del arquitecto genérico, de la
masa, siempre termina reduciéndose al papel de espectador, de receptor, y en
ciertos casos de ligero cuestionador del “referente”, pero nunca de un
protagonista ‘valorable’ en igual medida al ‘original’ allegado a dichos
grupos.
En esta concentración aparece una abrumadora
(cuando no es total –y que no es de pura casualidad) presencia limeña. Esta
asume una actitud paternalista y adiestradora de todo aquello que le es lejano,
como lo distinto, lo provinciano, y de estigma educable y culturizable.
En esta actitud existe evidentemente
un implícito sesgo clasista (como extensión de las mismas obras expuestas) que
nadie se detiene a observar por el predominio del atarantador objeto/discurso
arquitectónico, y que es tan solo un producto más de problemas de raíces profundamente
históricas. Esto, sin embargo, no limita la inclusión de elementos
eventualmente diferentes (como la exposición del -también cuestionable pero políticamente correcto- Plan Selva o la eventual
inserción de contadísimos referentes foráneos) siempre y cuando provengan de la
misma cuna oficial o mantengan una postura dócil, tímida, condescendiente y
“respetuosa” de las costumbres coloniales del grupo de poder. En este episodio,
la inclusión de aparentes “otros” se resuelve como un forzado ademán de
integración que se desvanece tan pronto acaba el acto.
Los arquitectos que tienen el poder
mediático y los protagonistas del mismo se niegan a dejar estas tradiciones
porque les es más cómodo regodearse en ellas, y sobre todo porque mantienen a
la arquitectura con cierto 'estatus', lo que prolonga, además, la supremacía de
ellos mismos como pseudo-salvadores.
2. Porque es un evento eminentemente comercial.
Y aunque esto sea algo obvio, la intención mercantil de Arkinka atraviesa y tergiversa la selección de sus “referentes” a tal punto de convertirla en una fugaz concentración de allegados. Esto hace que la elección se concentre en personajes mediáticos y que no pase necesariamente por quienes estén haciendo “buena arquitectura” o arquitectura de mediano interés para el país, como supondría un título de tal pretensión. Esto no quita la calidad arquitectónica que algunas de las obras expuestas puedan contener; no obstante ese no es requisito vital para estar en la lista de Arkinka.
El evento no debería hacer mención al Perú, ni tampoco a Lima, sino a algunos grupos de la capital, pues es ese el sombrero del que sacan sus “referencias”. En parte por ello, por la autodenominación y apropiación unilateral de lo ‘nacional’, es que eventos como estos se vuelven hechos cuestionables.
Y aunque esto sea algo obvio, la intención mercantil de Arkinka atraviesa y tergiversa la selección de sus “referentes” a tal punto de convertirla en una fugaz concentración de allegados. Esto hace que la elección se concentre en personajes mediáticos y que no pase necesariamente por quienes estén haciendo “buena arquitectura” o arquitectura de mediano interés para el país, como supondría un título de tal pretensión. Esto no quita la calidad arquitectónica que algunas de las obras expuestas puedan contener; no obstante ese no es requisito vital para estar en la lista de Arkinka.
El evento no debería hacer mención al Perú, ni tampoco a Lima, sino a algunos grupos de la capital, pues es ese el sombrero del que sacan sus “referencias”. En parte por ello, por la autodenominación y apropiación unilateral de lo ‘nacional’, es que eventos como estos se vuelven hechos cuestionables.
Referentes de la Arquitectura Peruana. Fuente: Facebook Arkinka |
La búsqueda, por lo tanto, no supone
mayor profundidad y mucho menos una consciencia de la calidad proyectual, sino
una rápida mirada a la agenda de (amigos o) colegas de la casa de estudio (como
en v.2, en la que todos son allegados a la PUCP). Y es que ese fin comercial
opta por el facilismo y por la ausencia de una revisión crítica nacional
responsable. La selección está basada en la obsesiva fijación por quienes
vienen siendo más publicados, comúnmente celebrados y en algunos casos
idolatrados, con el fin de asegurar una asistencia masiva. Se escoge lo que se
sabe va a vender. Y en este sentido, juntar a Baracco, Crousse y compañía en un
escenario es un éxito comercial rotundo.
El principal logro de este evento es la repartición de vanagloria a mano de la indirecta alimentación de modelos anticuados y dañinos como el del ‘arquitecto estrella’.
Esto se refleja en lo que se expone.
No existe en la obra de los “referentes” cambio en la manera tradicional
de hacer arquitectura ni tampoco en la forma de enfrentarla a la realidad. Y no solo pasa por el aspecto tipológico (en el que
sobreabunda ridículamente la vivienda unifamiliar y vivienda temporal), sino
también en las estrategias proyectuales ya vistas por décadas, aunque ahora las alumbren discursos comodines. En lo espacial, formal o contextual,
para hablar siquiera de situaciones ‘sencillas’, no hay aporte o innovación, y
por lo tanto lo que debería ser una “referencia” para estudiantes se convierte
en un conjunto de obras que repiten fórmulas, independientemente de la
tipología (vivienda o no vivienda), el contexto (urbano o natural) o el cliente
(privado o público).
Las obras mantienen la continuidad
del tradicionalismo artístico y arquitectónico de soluciones serviles,
estratégicamente comerciales e insustanciales pero de discursos rimbombantes,
como las obras de Javier Artadi o Luis Longhi, adecuadas con disfraces
distintos a la moda de turno. Y es que aun cuando parezcan arquitectónicamente
antagónicas, son parte del mismo reducto teórico (pobre y demagógico) y de
comunes enclaves sociales, económicos y culturales. De esta forma se mantiene
la actividad endogámica, trivial y espectacular a la que nos
tiene acostumbrada la arquitectura peruana en toda su etapa republicana.
3. Por ausencia teórica e interés crítico.
Al ser el fin comercial el primero, el evento se convierte en una reunión de estudiantes captados de forma sutil para cumplir ese papel del “otro” y así finiquitar la estrategia comercial de la revista. Sin embargo, el rol de los “oidores” se torna lamentable al mostrarse como entes incapaces de ofrecer una interpelación lógica y consistente frente a discursos proyectuales deleznables y fácilmente aniquilables con un mínimo de sustento teórico.
Al ser el fin comercial el primero, el evento se convierte en una reunión de estudiantes captados de forma sutil para cumplir ese papel del “otro” y así finiquitar la estrategia comercial de la revista. Sin embargo, el rol de los “oidores” se torna lamentable al mostrarse como entes incapaces de ofrecer una interpelación lógica y consistente frente a discursos proyectuales deleznables y fácilmente aniquilables con un mínimo de sustento teórico.
Tampoco hay mayor cuestionamiento del
formato concierto-de-rock, “conferencista” vs. “oyente”, propio de
una empresa colonizadora que busca preservar la idea del arquitecto estrella y
del NN oidor. Ni tampoco hay una posición crítica de profesionales que
intervengan activamente para identificar y señalar pretensiones y falacias y
así cuestionar la vigencia de eventos de este tipo, que lejos de aportar al
enriquecimiento cultural perennizan la vanidad de algunos y la banalidad del
desarrollo del arquitecto en formación.
Ni qué decir de ciertos teóricos o
“críticos” que forman ya parte del absorbente y oficioso mundo del star
system, los que, conociendo el estado de la cuestión, no hacen más que
demostrar su inutilidad guardando silencio en sus cómodos escritorios
universitarios y escondiéndose detrás de su ruma de poco relevantes
publicaciones indizadas. Son, hoy por hoy, privilegiados y pasivos espectadores
de la estupidización colectiva.
Eventos de este tipo son alimentados
con modelos educativos de excesivo protagonismo proyectual y de pobrísimo
acompañamiento teórico e histórico; falencia neurálgica en la mayoría de
escuelas de arquitectura del país que lamentablemente incentiva el pragmatismo
proyectual y la fácil y automática asimilación de discursos inconsistentes.
Este tradicional suceso se refleja en la ‘vigencia’ de eventos comercialmente
redituables de estas características.
El panorama en la arquitectura peruana, la que se difunde y la que (por el predominio proyectual de la profesión) termina interesando a la mayoría del público objetivo, no se ve en profundidad alterado, y por lo tanto sigue en su insignificancia social y en su conservadurismo sectario, aunque discursos conmovedores y fotos bonitas pretendan decir lo contrario.
26 de agosto de 2017
Identidad retocada: contradicciones en la búsqueda de una arquitectura peruana contemporánea*
Por Raquel Maldonado Pizarro
En el Perú de los últimos años, es difícil referirse a una arquitectura nacional contemporánea sin recurrir a las constantes referencias de los galardonados arquitectos peruanos en el mundo; los mismos que inauguran “esplendorosas” obras no solo con programas casi siempre similares, sino con la materialidad y el carácter que pareciera emerger de una portada de revista repetida.
Precisamente por
tratarse de la principal referencia de la arquitectura nacional en los ámbitos
internacionales, son estas obras las que cargan el título de “arquitectura
peruana contemporánea”. Es así, que son: las casas de playa, las casas de campo
y los chalets, la principal referencia de nuestra arquitectura nacional, en un
escenario en emergencia que dista enormemente de los atractivos nombres de las
obras premiadas. ¿Es posible hablar de una arquitectura nacional sin el
reconocimiento de la colectividad?
Tal como expone el
antropólogo Joel Candau en su texto Memoria
e Identidad (2001), para que exista una identidad fuerte y un sentido de
pertenencia, es fundamental que exista una memoria reconocida por la gran
mayoría de los miembros de un grupo; sin ésta, es imposible hablar de
identidad. Es por eso que, en la actualidad, es difícil y hasta peligroso
reconocer que existe una arquitectura peruana contemporánea con nombre y
apellido, o por lo menos con identidad propia.
No obstante, como se
menciona al principio, el ejercicio de la arquitectura más notable en nuestro
país, se reduce cada vez más a la adaptación de modelos mundiales exitosos, a
la búsqueda de la forma de portada de revista, casi al “escaparatismo
constructivo”; y por supuesto, reflejan una realidad por demás alejada de lo
que los peruanos de a pie están acostumbrados a ver, apreciar y reconocer como
suyo.
Estas obras con presupuestos soñados se convierten en lo inalcanzable para esta mayoría, sin embargo y de manera contradictoria, poco a poco se van consolidando como la “arquitectura oficial” y aceptada en el argot de la élite profesional limeña que dirige el resto del país. De este modo y casi a la fuerza, se intenta contener la arquitectura del Perú en Lima, subvalorando lo local o lo que no se encuentre estéticamente ligado a los cánones oficializados por una minoría. El arquitecto Jorge Tomasi, discrepa de esta postura, mencionando que este discurso se consolida como una especie de dogma, “convirtiéndose en arquitectura implantada que busca delimitar aquello que será avalado y lo que no” (Tomasi, 2006). Esto, sin lugar a dudas, además de desacreditar las construcciones y las formas tradicionales de habitar, contribuye en generar segregación social con el simple hecho de establecer un usuario tipo y lo que le corresponde como hábitat; catalogando incluso los materiales, las funciones y los espacios. Es decir, se genera una arquitectura elitista.
Estas obras con presupuestos soñados se convierten en lo inalcanzable para esta mayoría, sin embargo y de manera contradictoria, poco a poco se van consolidando como la “arquitectura oficial” y aceptada en el argot de la élite profesional limeña que dirige el resto del país. De este modo y casi a la fuerza, se intenta contener la arquitectura del Perú en Lima, subvalorando lo local o lo que no se encuentre estéticamente ligado a los cánones oficializados por una minoría. El arquitecto Jorge Tomasi, discrepa de esta postura, mencionando que este discurso se consolida como una especie de dogma, “convirtiéndose en arquitectura implantada que busca delimitar aquello que será avalado y lo que no” (Tomasi, 2006). Esto, sin lugar a dudas, además de desacreditar las construcciones y las formas tradicionales de habitar, contribuye en generar segregación social con el simple hecho de establecer un usuario tipo y lo que le corresponde como hábitat; catalogando incluso los materiales, las funciones y los espacios. Es decir, se genera una arquitectura elitista.
Como es históricamente
conocido y según lo explica el reconocido arquitecto Spiro Kostof, desde la
aparición del primer arquitecto en el mundo, este siempre ha estado relacionado
con la riqueza y el poder. Por lo tanto, la consciencia arquitectónica que se
enseña de generación en generación ha cargado con una falta de estímulo social
-tan necesaria en nuestros tiempos-, como una materia mal aplicada.
Si partimos por el hecho
de definir, según la propia misión del gremio de arquitectos peruanos, que hoy
en día la arquitectura además de construcción debe ser un puente de
oportunidades para mejorar el hábitat de una población; la labor del arquitecto
no puede reducirse a crear islas sino que debe tejer hilos lo suficientemente fuertes,
de manera que la población entera se vea beneficiada. Estos hilos solo se pueden
construir cuando la sociedad conoce el significado de las cosas para darles un sentido
de pertenencia.
Como lo define el arquitecto Jacob Bakema en su obra La arquitectura y la nueva sociedad (1960), “la arquitectura es simplemente la expresión espacial del comportamiento”. Consecuentemente, en el presente escenario nacional, donde lo desigual es lo común, la arquitectura debe adaptarse y dejar de ser altiva e incomunicante; sino que debe actuar como medio para reducir estas desigualdades. En ese contexto, hablar de una “arquitectura oficial”, no hace más que imponer y seguir generando diferencias. Este discurso se ha instituido en el imaginario colectivo como la corriente oficial de lo que está permitido hacer en el Perú para ser merecedores de un galardón tanto físico como de aceptación profesional y social. Es por eso, que no solo genera diferencias entre la población, sino también entre los mismos arquitectos. Lo que se produce fuera de estos estándares es mal llamado huachafo, sin gusto y hasta banal; y nuevamente se generan contradicciones en la delgada línea de la integración.
Como lo define el arquitecto Jacob Bakema en su obra La arquitectura y la nueva sociedad (1960), “la arquitectura es simplemente la expresión espacial del comportamiento”. Consecuentemente, en el presente escenario nacional, donde lo desigual es lo común, la arquitectura debe adaptarse y dejar de ser altiva e incomunicante; sino que debe actuar como medio para reducir estas desigualdades. En ese contexto, hablar de una “arquitectura oficial”, no hace más que imponer y seguir generando diferencias. Este discurso se ha instituido en el imaginario colectivo como la corriente oficial de lo que está permitido hacer en el Perú para ser merecedores de un galardón tanto físico como de aceptación profesional y social. Es por eso, que no solo genera diferencias entre la población, sino también entre los mismos arquitectos. Lo que se produce fuera de estos estándares es mal llamado huachafo, sin gusto y hasta banal; y nuevamente se generan contradicciones en la delgada línea de la integración.
¿Es acaso pertinente
destacar la creación de lo común frente a un escenario de pluralidad tanto
cultural y social como lo es el Perú? El problema radica en que el ejercicio de
la arquitectura nacional se ha afianzado como un espectáculo narcisista y sumamente
personal. Se busca una recompensa antes que una satisfacción, se trabaja
motivado en el galardón antes que en los resultados; acomodándonos para ello en
lo seguro, en lo oficialmente aceptado e ignorando por completo la realidad que
nos desborda.
Es por eso que es
bastante atrevido pensar que una arquitectura sumamente local, elitista y sobre
todo estandarizada, pueda ser suficiente como para representar la identidad de
un país. Estas características no solo desmerecen la consolidación de una
arquitectura nacional porque separan y hacen diferencias, sino que además contribuyen
en seguir generando segregación.
En nuestro actual
escenario, la idea de que una arquitectura elitista sea la representación de lo
“oficial”, debería estar por demás descartada, ya que es nocivo adjudicarle el
peso de un carácter nacional cuando ésta solo sirve a una minoría. La arquitectura
de calidad es un derecho fundamental para toda la sociedad porque ésta última
es la razón de ser de la otra. Por lo tanto, la búsqueda de la aspirada arquitectura
peruana contemporánea, debería responder a mejorar la calidad de vida de la
colectividad.
No es suficiente con
nombrar el proyecto en algún dialecto autóctono para quitarnos el peso de la
responsabilidad. Hace falta mirar con nuevos ojos, quitarnos las posturas
aprendidas y empezar a ser conscientes de las cosas que se podrían cambiar si
hiciéramos de la creación un verdadero baúl de oportunidades para todos.
Existen ejemplos cercanos de lo que se puede lograr si dejamos de lado la
búsqueda del elogio para empaparnos de la verdadera razón de ser de nuestra
profesión. Ciudades como Medellín o Sao Paulo nos han demostrado la capacidad
que tenemos como profesionales para mejorar la sociedad e intentar afianzar una
identidad real mediante la arquitectura.
En ese sentido, es bastante irrisorio pensar que estamos cambiando algo para mejor cuando permanecemos en el terreno cómodo, bajo la sombra de lo aceptado y de los aplausos dados por sentado. La verdadera acción y la verdadera necesidad están ahí afuera, donde se menosprecia la invención por no reconocerse dentro de los paradigmas importados: en ese albañil que se te acerca a pedirte que lo apoyes “con un dibujito” en su terreno de 90 m2 o en esa maestra que anhela construir su vivienda en el pico más alto de Cerro de Pasco. Esa es la verdadera realidad de la que tanto escapamos.
En estos terrenos se
necesita la creación ganadora de los premios internacionales, en estos terrenos
hace falta consolidar las bases de una arquitectura nacional contemporánea, con
más trabajo y menos disociación. Ya es tiempo de que los arquitectos peruanos
dejemos de aspirar a ser estrellas y comencemos a trabajar por unificar, desde las
facultades hasta los egos más consolidados. La arquitectura peruana
contemporánea nunca ha estado más expuesta al mundo como en estos últimos años.
Reconocidos arquitectos
peruanos están siendo catalogados como los portadores de los lineamientos de la
arquitectura peruana contemporánea en Latinoamérica. Sin embargo, esta
oficialización de lo común y de lo aceptable, no hace más que reflejar un
espejismo irreal que solo existe en la imaginación idealizada de algunos
arquitectos. Lo que se proyecta al mundo no es lo que hay en el Perú, ni siquiera
se acerca a parecerse. Este país no necesita construir más casas de playa
emergidas de un mismo patrón, es momento de despojarnos de las poses y de
intentar construir en el mayor sentido de la palabra, una arquitectura nacional
real y consolidada, donde se utilice el arte de la creación para mejorar el
hábitat de una nación y no solo de unos cuantos.
Si queremos consolidar
una arquitectura nacional contemporánea como una vía para consolidar nuestra
identidad -o por lo menos ser merecedores de adjudicarnos su representación-,
debemos empezar por incluir en el proceso a la otra cara de la población. Esta
es nuestra realidad y también hay que ocuparse de ella, ya que hace tiempo que
el Perú dejó de ser solo Lima, Lima el Jirón de la Unión, y el Jirón de la
Unión, el maremágnum de la élite. Estamos pues, ante otra realidad que desborda
nuestros linderos reconocidos.
Referencias:
Candau, J (2001) Memoria e identidad. Buenos Aires: Ediciones
del Sol.
Tomasi, J. (2006) Arquitectura oficial y arquitectura popular.
Una relación conflictiva. Mendoza: Ciacot
* Ensayo finalista en el Primer Concurso Nacional de Crítica Arquitectónica (2016).
* Ensayo finalista en el Primer Concurso Nacional de Crítica Arquitectónica (2016).
19 de agosto de 2017
El espacio impermeable de las estaciones del Metropolitano*
Por Simone Censi
La ciudad contemporánea se puede considerar como una
maquina muy compleja cuyo funcionamiento requiere del aporte de un alto número
de actores con conocimientos especializados.
La gestión de una gran cantidad de aportes es una tarea muy
delicada y a veces se nota una falta de visión general o una incapacidad de
coordinar con provecho algunos temas transversales a las varias acciones
singulares. Las características espaciales de un centro urbano resultan ser una
de las cuestiones frecuentemente ignoradas, en cuanto se encuentran fuera del
ámbito de competencia del arquitecto, concentrado en el edificio particular, y
del urbanista, preocupado sobre todo por las dinámicas sociales, económicas y
funcionales de la ciudad.
El tema espacial queda así ignorado y eso se nota bien
cuando se miran los espacios residuales de la ciudad, espacios que se generan
tras largos procesos de modificación y muchas veces faltos de calidad
arquitectónica. Este ensayo quiere enfocarse en la difícil relación entre el
espacio público de la ciudad y el sistema de estaciones del Metropolitano (Lima),
subrayando la importancia de una crítica que no solo se enfoque en las obras
construidas sino que mire también a los caracteres espaciales y al uso de todo
el entorno físico del hábitat humano, que tenga o no pretensiones
arquitectónicas.
Las estaciones del Metropolitano son elementos que podrían
generar grandes ventajas en la ciudad gracias a sus grandes flujos, pero en
realidad resultan herméticas al espacio urbano que las rodea y son privadas de
cualquier tipo de relación con los edificios cercanos. Estas estaciones son
elementos concebidos según un elevado nivel de especialización el cual solo
permite que los usuarios, una vez al interior, queden a la espera del medio de
transporte. Por el tiempo de espera de los usuarios no se prevé ningún tipo de
actividad que no sea la misma espera y como consecuencia el espacio de estancia
viene aislado y resulta privo de cualquier interacción con actividades
comerciales o de diversión.
Estación Canaval y Moreyra del Metropolitano (Lima). Fuente: El Comercio |
Esto afecta tanto al usuario del Metropolitano como al
mismo tejido urbano. El espacio de cada estación es un espacio que tiene reglas
propias y horarios de apertura y al cual se puede acceder solo tras el pago de
la entrada. Esto significa que tal espacio se puede considerar de alguna forma
extraterritorial y aislado de su contexto. En este caso se podría hablar de
espacios múltiples como espacios que presentan caracteres distintos y que se encuentran
uno adentro del otro. Tales espacios, a pesar de que tengan áreas una al
interior de la otra, resultan profundamente distintos en cuanto a sus
caracteres. Según esta perspectiva se puede notar cómo los espacios de las
estaciones del Metropolitano pueden quedar tan impermeables a su entorno.
Enfocándose en el tema del uso y observando la relación con
el entorno construido es posible darse cuenta de las potencialidades que podría
ofrecer el flujo de usuarios del Metropolitano pero que se desperdician. Desde
siempre la interacción social y comercial generada en los cruces viales, en las
estaciones de intercambio o en las áreas de grandes flujos ha determinado el
nacimiento o el desarrollo de los centros urbanos y esto es un fenómeno al que
no se debe renunciar. Cuando hay interacción las ventajas son evidentes y esto
en Lima se nota muy bien, dato que, en comparación con otras grandes ciudades
del mundo, tiene procesos muy rápidos.
En Lima se nota que en los alrededores de los paraderos de
autobuses se desarrolla una fuerte presencia de comercio que por un lado va a
ocupar las plantas bajas de los edificios y por otro lado crece en manera
informal. En específico el comercio en las plantas bajas resulta ser muy
importante en cuanto garantiza accesibilidad al servicio por parte de la
población vecina, porque constituye un presidio que garantiza un cierto grado
de seguridad en la calle y porque favorece la densidad y el desarrollo en
altura de la ciudad con una variedad de funciones diferentes.
Es fácil notar cómo la estaciones del Metropolitano no
favorecen estas dinámicas, al revés, resultan impermeables y aisladas del
entorno construido. Sobre el tema del comercio informal hay que decir que la
rigidez de la organización de las estaciones del Metropolitano por un lado
garantiza una alta eficiencia en cuanto a transporte pero por el otro no
permite la evolución de procesos que desde siempre han contribuido a la
evolución de las ciudades y podría ser interesante tratar de formalizar tales
procesos en vez de interrumpirlos.
Perder ocasiones favorables al desarrollo de un comercio de
barrio que aproveche de los flujos desfavorece la interacción entre vecinos y
sostiene una idea de ciudad construida por compartimentos, un modelo que
favorece a los centros comerciales. Las estaciones del Metropolitano se
proponen como elementos extraterritoriales entre ellos, iguales y reconocibles, que unen en red espacios entre ellos distantes según una lógica de relaciones
reticulares que se enfocan más en el criterio de distancia temporal que en la
distancia espacial.
Mirando la cuestión
espacial se nota cómo estas estaciones contribuyen a fragmentar el espacio público
de la calle porque constituyen un obstáculo tanto físico como visual que se
pone en el centro de la vía. La ciudad resulta así ulteriormente
compartimentada según una idea por la cual cada espacio tiene un alto nivel de
especialización funcional en el que las dinámicas no interactúan; el contrario
de cuanto se está haciendo con proyectos urbanos contemporáneos que buscan un
uso mixto del espacio público, como en el caso de las Superillas de Barcelona.
El tema del transporte urbano no puede ser de exclusiva
competencia de la ingeniería que se propone solucionar el problema de la
movilidad sin pensar en las dinámicas que cada sistema genera en el tejido
urbano, modificando profundamente su uso. Es importante que la arquitectura se
enfoque en todos los aspectos del espacio construido, ofreciendo sugerencias e
impulsando grandes o pequeñas modificaciones, consciente de que el entorno
urbano vive procesos de continua modificación que van acompañados y que no se
pueden simplemente proyectar y abandonar a su destino. El caso de las
estaciones del Metropolitano enseña que sería importante buscar siempre una
relación entre los elementos que definen el espacio urbano y tratar de generar más
interacciones posibles en vez de limitarlas, esperando que los nuevos proyectos
de sistemas de transporte en la ciudad de Lima tomen en cuenta los fenómenos
relacionados al uso y los caracteres espaciales.
* Ensayo finalista en el Primer Concurso Nacional de Crítica Arquitectónica (2016).
8 de junio de 2017
Sobre crítica y críticos - Elio Martuccelli
Prólogo al libro "Sobre la siempre incipiente y confusa crítica de arquitectura en el Perú" (2017) Israel Romero Alamo
Algunos años atrás, también a pedido de Israel
Romero, escribí un comentario de su libro El Starchitect Peruano. Dicho libro
se propuso analizar a los arquitectos que supuestamente ocupan la punta de la
pirámide del éxito profesional en nuestro país. Escribir sobre colegas en
actividad es siempre delicado y medir el éxito de cada uno aún más: fácilmente
puede uno ganarse enemigos.
Los mencionados en aquel libro formarían parte
de una especie de élite arquitectónica en el Perú, que provienen de los mismos
centros académicos, son invitados a reconocidos eventos, aparecen
frecuentemente en importantes publicaciones y comparten relaciones
profesionales y sociales. Hago notar que
la mirada a ese mundo, por parte de Romero, pretende ser ajena: este describe
y analiza un grupo del que no forma parte. Por eso, la escritura de ese libro
es distante y estratégica, como conviene en dichos casos.
Debería recordar que el arquitecto Israel
Romero hizo sus estudios de pregrado en Chimbote y los de posgrado en Lima. He
sido jurado de su tesis de maestría que ahora se convierte en libro: un libro
sobre arquitectos que se han dedicado a escribir sobre arquitectura.
El día de su sustentación manifesté algunas
dudas. Dije entonces que la crítica de arquitectura en el Perú en medios
impresos parecía incipiente. La de hoy, en medios digitales, resulta confusa.
Todo indica que le gustaron ambos adjetivos porque los ha usado como título.
Pero este libro no es la tesis. En la primera
parte de su investigación académica, Romero realizó una extensa y ordenada
reseña histórica de la crítica en el Perú. Bien pudo estar eso aquí, pero no lo
ha querido así su autor y ha optado por un texto más breve. Muchas partes de la
tesis han sido descartadas en esta versión.
Siendo un libro breve, confieso que lo he leído
de corrido, lo que es una buena señal. Me ha parecido interesante, novedoso,
sugerente y agudo. No es una historia de la crítica de arquitectura en el Perú.
Es más bien una crítica de la crítica de arquitectura en el Perú.
Un comentario merece hacerse aquí. La crítica
de cine, literatura y artes visuales está más desarrollada en nuestro país,
por lo menos tiene más presencia en medios. Le cuesta a la arquitectura ser
reconocida como manifestación cultural de la sociedad peruana. En la percepción
general parece más ligada a factores técnicos y económicos, que también los
tiene, por supuesto, pero no son los únicos. La arquitectura pocas veces, muy
pocas, aparece en medios masivos de comunicación, el lugar donde la crítica
arquitectónica debería crecer y desarrollarse.
En ese sentido, me quedo pensando en las
propuestas que hay en este libro. Desde la advertencia (“contra el
endiosamiento de la crítica”), se aboga para que el crítico baje de su
pedestal. Ojalá se haga eso realidad: vuelvo a soñar con que algún día exista
en el Perú una columna de arquitectura en un diario popular de costo mínimo.
También hay en el libro una clasificación de
críticas, según su forma de ver el entorno y proponer acciones. Como todas
las clasificaciones, es discutible. El autor propone grupos, ordenando la
crítica como progresista, social radical y contingente. Con la progresista el
autor se muestra bastante más duro que con las otras: en su momento, no creo
que haya estado tan mal. Otros aparecemos como contingentes.
A lo largo del texto se señalan arquitectos
vinculados a la crítica: Velarde, Harth Terré, Miró Quesada, Córdova, Cooper,
Ortiz de Zevallos. Se mencionan diversas revistas: Espacio, Arquitextos y
Arkinka, entre otras. En varias páginas se analiza cómo se gesta la crítica,
como se produce, se distribuye y se consume. Eso se daba, hasta unos años
atrás, exclusivamente en medios impresos. Ahora la situación ha cambiado.
En la selección final de textos (“veinticinco
fragmentos de crítica”) Romero establece sus intereses y sus preferencias. Se
nota la influencia en él de algunos arquitectos (a los que dedica el libro) y
su pérdida de distancia frente a ellos. Hay también gustos del autor que entran
en juego. En ese mismo sentido, ciertos comentarios sobre otros autores
resultan un tanto gruesos y un tanto apresurados. Todo eso es parte de un
texto que jamás evade la polémica, recordando antiguos debates y al mismo
tiempo promoviendo nuevos.
El tema de la crítica en medios digitales ocupa
una parte importante del libro. El entusiasmo de Romero frente a estas nuevas
posibilidades es evidente. Por mi parte, de la crítica que se realiza en blogs
y facebook aprecio esa especie de voz colectiva que surge más allá de los
nombres ya consagrados, que habitualmente se repiten. Pero tengo dudas y
sentimientos encontrados con el anonimato.
El
anonimato protege al crítico que ha estado, por mucho tiempo, expuesto a las
represalias: el anonimato es una estrategia para evitar la confrontación y finalmente la
censura. Pero me resulta difícil aceptar
que la crítica en medios digitales sea la “critica en estado puro”, que ese sea
el espacio de la auténtica democracia. Habría que ver si es el espacio de la
libertad de expresión o, como dice Umberto Eco, el espacio para los idiotas.
Lo cierto es que una nueva situación es la que
permiten las plataformas 2.0. Por un lado, el anonimato. Por otro lado, poder
opinar sin filtro: sin editor ni corrector. Me pregunto también si los blogs
pueden transformar la realidad y mejorar el mundo: lo que uno encuentra en
redes sociales parece más inclinado al entretenimiento, la burla y el insulto.
Como reflexión final de este prólogo, luego de
leer primero la tesis y ahora el libro, me queda un comentario. Ya dijimos que a la incipiente crítica sobre
arquitectura en medios impresos se suma ahora esta confusa crítica en medios
digitales. Es decir, la crítica actual se da en un abanico cada vez más amplio
de difusión, con características distintas.
Lo cierto es que Romero también ha promovido en
los últimos años la crítica desde el anonimato. Grandes Éxitos de la
Arquitectura Peruana parece su criatura más importante. Ojalá fuera verdad que
en las redes se disuelven las diferencias regionales y el centralismo. En
nuestra realidad, no ha pasado eso con la página mencionada, que ha seguido
dando vueltas, básicamente, en torno al trabajo de algunos arquitectos de
Lima. Lo que demuestra que no es tan fácil escapar a ciertos temas y
personajes ya conocidos.
Hay que reconocer, además, que Romero se ha
ganado varios pleitos haciendo críticas en las que no ha dudado poner su nombre
y apellido. Por ese lado, valoro su capacidad para pasar de un frente a otro.
Uno puede tener varios espacios donde ejercer la crítica. Unas son
espontáneas, provocadoras y algo violentas. Otras son rigurosas y reflexivas.
Es mi opinión que la crítica puede tener una
orientación didáctica, la posibilidad de abrir y proponer nuevas lecturas sobre
el objeto arquitectónico o abordar grandes temas urbanos y territoriales. La
crítica analiza, interpreta y valora. Puede ser apasionada, ejercerse a partir
de determinada posición y desde un único punto de vista ampliar el horizonte. Y
así, además, favorecer la discusión y la reflexión.
Es lo que este libro consigue. Por eso, si
tuviera que hacer un balance de él, sería positivo. Porque es, antes que nada,
original y arriesgado. Incluso muchos capítulos terminan con preguntas, que
en realidad abren aún más el debate en cada caso.
Conozco al autor ya algunos años, desde que
dirigía la revista La Chimenea, publicación impresa que luego se transformó en
el blog del mismo nombre. Varias veces lo he leído y lo he escuchado afirmando
que los males de la arquitectura peruana se deben a la existencia de una
“argolla limeña”, una suerte de fuerza maléfica que todo lo abarca y todo
controla. Si bien el centralismo y el colonialismo cultural son grandes males
en el Perú, eso tiene matices.
Yo más bien veo, hace ya varias décadas, que hay diversidad de opciones en todo el país, en muchos ámbitos, lo que también incluye el ejercicio crítico. Que Israel Romero exista en el panorama actual de la arquitectura es una saludable muestra de lo que todos pueden hacer y lograr más allá de su lugar de nacimiento o la formación académica. Este es, felizmente, un Perú cada vez más diverso dentro de una época en la que hay más posibilidades de diluir barreras. Y la crítica arquitectónica puede contribuir en ese camino de generar cambios favorables en la sociedad.
Yo más bien veo, hace ya varias décadas, que hay diversidad de opciones en todo el país, en muchos ámbitos, lo que también incluye el ejercicio crítico. Que Israel Romero exista en el panorama actual de la arquitectura es una saludable muestra de lo que todos pueden hacer y lograr más allá de su lugar de nacimiento o la formación académica. Este es, felizmente, un Perú cada vez más diverso dentro de una época en la que hay más posibilidades de diluir barreras. Y la crítica arquitectónica puede contribuir en ese camino de generar cambios favorables en la sociedad.
Elio
Martuccelli
Lima,
abril de 2017.
7 de febrero de 2017
Cuando un edificio es bonito por fuera pero llora por dentro
Por Jeynner Gabriel Fuentes Mera
La ciudad de Chiclayo hace 19 años (para ser exactos el 14 de febrero del 1998) soportó una de sus peores tragedias climáticas: prolongadas horas de lluvia intensa, desbordes de acequias, alcantarillas colapsadas, viviendas inundadas y edificios momentáneamente inutilizables. Hace algunos días (a inicios de febrero del presente año) la ciudad soporto nuevamente fuertes lluvias, y, para gran sorpresa de sus habitantes, volvió a suceder lo mismo: desbordes de acequias, alcantarillas colapsadas, viviendas inundadas y edificios momentáneamente inutilizables.
Cuando la ciudad sufre
una inundación es culpa de sus autoridades (eso estamos aprendiendo, por fin).
Pero cuando un edificio falla ante la lluvia: ¿culpa de quién es?, ¿es culpa de
la ciudad que no estuvo preparada para el edificio?, ¿es culpa del edificio que
no pudo defenderse de las lluvias?, ¿es culpa, acaso, de sus proyectistas,
ejecutores, supervisores, entre ellos, arquitectos e ingenieros?
Hace algunos días publiqué
desde mi cuenta de Facebook una foto en donde se puede apreciar la manera
tradicional de eliminar el agua de lluvias en un patio. A raíz de esto surgió
un pequeño debate en la red social gobernada por el “like”, en donde es lógico todos tenemos voz, sea cual fuere nuestra
posición. Sin embargo, me llama la atención el hecho de algunos al no poder
controlar ciertas emociones y defender un incidente o una falla, vertiendo
comentarios de indignación, en algunos casos, y de menosprecio, en otros —con
dosis de sarcasmo, claro está—, por el simple hecho de haberse mostrado la
manera tradicional de botar el agua de las lluvias en el Colegio de Arquitectos
de Lambayeque como consecuencia de la lluvia intensa.
Colegio de Arquitectos del Perú - Región Lambayeque (2017) Fotos: Jeynner Gabriel Fuentes Mera |
Entendamos que maletear
no es criticar, esto no es ético. Hacer mención de deficiencias técnicas no es
maletear. No hacer mención de las falencias es ser cómplice, y corremos el
riesgo de caer en el círculo vicioso del “no voy a criticarlo porque es mi pata
y luego se resiente conmigo" o del "no voy a hablar mal de la obra de
mi amigo, porque si no más adelante no podré trabajar con él". El
arquitecto Wiley Ludeña en sus clases de Crítica hacia mención de algo que él
siempre creyó: “un crítico es un ser ermitaño y sin amigos”, ¿pero, en este caso, un
amigo no es acaso el que te dice la verdad?
El arquitecto chileno
Enrique Browne Covarrubias nos dice: “incomoda hablar de temas éticos, porque
son difíciles de conocer en profundidad y evaluar con justicia. Pero es
inevitable hacerlo, ya que pueden tener graves consecuencias críticas. En
especial en el sensible ambiente arquitectónico, donde se cruzan amistades con
rivalidades, lealtades con egos y celos. Además, al ser la arquitectura un
arte-profesión, se estima que cualquier crítica negativa puede afectar la
relación del autor con sus clientes… debido a lo mismo, la crítica suele ser
vigilada de cerca por las asociaciones gremiales” (2011). Browne comenta además
que para el caso específico del campo de acción en la producción arquitectónica
“los arquitectos pedimos más y mejor crítica. Sin embargo, en general no la
deseamos para nuestras propias obras, a no ser que estén precedidas de cierta
incondicionalidad” (2011).
Es claro que Browne nos
induce a pensar sobre la importancia de la ética del emisor y su capacidad
objetiva, pues, a pesar de estar envuelta en relaciones afectivas con sus
posibles receptores, que lógicamente se producen un ambiente subjetivo, dicha
crítica no debe pender su objetivo social.
Una ciudad que goza de
libertad, como Chiclayo, ¿no merece acaso de una cierta dosis de crítica, ya
sea en sus edificios como en su planteamiento urbano? Como diría Josep María
Montaner: "En primer lugar, es evidente que el contexto de la crítica es
el de la geografía de la democracia, el de los territorios en libertad. Sólo
hace falta ver cuáles son los lugares donde se han desarrollado estas
tradiciones críticas o dónde existen los grandes museos y las grandes
editoriales de temas artísticos. Ningún país, sin un vital y consolidado
proceso democrático, puede aspirar a generar ninguna propuesta relevante en el
campo de la crítica artística. [...]” (2011).
Wayne Attoe afirma que para
mejorar la arquitectura, la crítica debe de plantearse dicha mejora como su
objetivo principal. Para mejorar las cualidades de los elementos edilicios
venideros ésta se debe sustentar en la crítica de sus elementos pasados, con
visión de sembrar una enseñanza, y ésta, a su vez, brinde un enfoque hacia
el futuro con el fin de mejorarlo. Sin embargo, Attoe advierte que
“la razón de que la crítica arquitectónica no se ha podido desarrollar y
extender es que, en su mayoría, los esfuerzos encaminados a lograr tal crítica
no han tenido grandes repercusiones” (1982 [1978]).
Por tal motivo debemos entender que la actitud de un crítico es fomentar su
comportamiento como actividad humana, mas no como un enjuiciamiento.
En este sentido, qué
hace a un edificio 'ajeno' a la crítica: es su calidad de edificio proclamado
como perfecto y bonito; por la dinastía lograda de su proyectista; por su
concepción teórica; o quizás, por ser elegido dentro de muchos otros edificios
como el mejor para un determinado fin. Puede que la sede del Colegio de
Arquitectos de Lambayeque tenga sus méritos ganados, y con justicia, pero, ¿hasta
dónde puede llegar la responsabilidad del arquitecto creador cuando éste (su
edificio) sufre a causa de una no consideración técnica? ¿o a quién se debe recurrir para tener una pronta solución como la sufrida en este último periodo
de lluvias? ¿falló acaso el especialista en ciertas soluciones técnico-constructivas?
Proyecto del Colegio de Arquitectos del Perú - Región Lambayeque / Premio Nacional de Calidad Arquitectónica Celima (2007) - Arq. Carlos Palomino Medina |
No se puede negar que
el edificio ya está sufriendo por volver a soportar, y sopesar, cuestionamientos
técnicos a causa, esta vez, de las lluvias. El aumento de la napa freática, las
filtraciones del agua por sus vacíos, la inundación inevitable desde la calle, hicieron
notar las falencias del edificio. Y son algunos factores que nos deben servir ahora
de aprendizaje para superar futuros impasses. Hacer primar consideraciones
objetivas para el beneficio del usuario son características intrínsecas de una
ciudad confortable, evitando en la medida de lo posible considerar a los
edificios como elementos aislados dentro de su entorno y la ciudad. La crítica es un factor que permite el
análisis y evaluación, tanto a nivel de pregrado como a nivel profesional, en
definitiva, para mejorar como ciudadanos.
Una ciudad como
Chiclayo, con periódicas lluvias intensas; sin capacidad desde las autoridades
para ejecutar un sistema integral de drenaje pluvial; con una población votante
que en su mayoría prefiere embustes, con candidatos políticos que ven más fácil
comprar votos con bolsas de arroz en vez de ejecutar planes de desarrollo
urbano u obras públicas que mitiguen y reduzcan los daños; con profesionales
que poco interés mostramos al momento de tener criterio técnico en el
planteamiento, ejecución y mantenimiento de un proyecto, no debe darse ya el lujo
de esperar 20 años más para volver a pasar por lo mismo, y seguir
llorando por dentro.
Bibliografía
Attoe,
W. (1982 [1978]). La crítica en arquitectura como disciplina. México:
Editorial LIMUSA S.A.
Browne, E.
(2011). Arquitectura: crítica y nueva época. Santiago, Chile: Editorial
STOQ.
Ludeña Urquizo, W. (1997). Ideas y
Arquitectura en el Perú del Siglo XX. Teoría, Crítica e Historia. Lima:
SEMSA. Servicios Editoriales Multiples SA.
Montaner, J. M. (2011). Arquitectura
y crítica en Latinoamérica. Buenos Aires, Argentina: Nobuko.
10 de enero de 2017
Edificio genérico, infierno grande
Por Israel Romero Alamo
Edificio de la Caja del Santa (Nuevo Chimbote, 2017) |
La
Plaza Mayor de Nuevo Chimbote tiene una década de existencia, igual cantidad de
años que la catedral, su vecina más importante.
La catedral
es un edificio grande para las edificaciones que rodean la plaza: bloques
comerciales y residenciales de 2 y 3 pisos en promedio. Es lo que se espera de
un edificio de este tipo. Es, pues, como solían ser las catedrales cuando la iglesia
católica quería demostrar poder político, económico, social y cultural, allá
por la colonia.
La de
Nuevo Chimbote tiene planta en forma de cruz latina y fachada con alusiones renacentistas,
barrocas y otros detalles de orígenes también europeos. Un collage occidental. Un
edificio proyectado y construido a inicios del siglo XXI pero con la intención
de darle al distrito (de veintitrés años de vida oficial) la forzosa connotación
de “ciudad” con “historia”, como la que tienen ciudades del Perú que datan del
siglo XVI o de inicios de la República.
El
frente de la avenida Argentina, donde se ubica la catedral, el frente de
edificios institucionales de cierta importancia (como el edificio municipal y
el Banco de la Nación), acaba de inaugurar a su último inquilino: el edificio
de la Caja del Santa, ganador del concurso arquitectónico desarrollado en el
2006 y terminado de construir a fines del 2016.
La privilegiada
ubicación del edificio (un lote trapezoidal de poco menos de 500 m2 en la
esquina entre Country y Argentina) asumía una solución que potencie sustancialmente
la relación entre los edificios colindantes, teniendo en cuenta, además, la
idea de ‘centro de ciudad’ que se pretendía.
Sin
embargo, dos motivos terminan mostrando lo contrario.
En
primer lugar, el carácter carente de solemnidad del edificio. La Caja tiene
tres pisos y está compuesta por volúmenes transparentes y estructuras de
concreto que intentan entrelazarse aterrazándose, como en un ejercicio
experimental en el que la forma del objeto es el primer reto a cumplir. Un
planteamiento autista que no tiene en cuenta la situación del edificio y la
valía de la misma.
Un
edificio institucional de este tipo y en este lugar, en teoría, debería
intentar ser uno con algún indicio propositivo menos coyuntural, más histórico
y con proyección, capaz de entender el potencial simbólico que éste en el
futuro podría tener: algo que ‘perdure en el tiempo’ a partir de una búsqueda
consciente del lugar y la época, lejana a eventualismos estilísticos.
Los
eventualismos estilísticos que exhibe el edificio en cuestión carecen de aporte
urbano alguno. Formando parte del “centro” del distrito, en vez de apaciguar el
vedetismo, exageración y hedonismo de la catedral, el edificio de la Caja se aísla
en una apariencia residencial (y comercial) bastante reincidente en la
arquitectura de la costa norte del Perú, mal entendida en el inconsciente
proyectual como solución práctica para todo tipo de situación. Esta
arquitectura, de formas que juguetean para intentar creatividad proyectual,
valgan verdades, es fácilmente replicable en un pasaje repleto de casas de
estrecho frente o entre las discotecas y los bares del Malecón de Chimbote; y
no por eso representarían, tampoco, algún tipo de aporte urbano o
arquitectónico.
Aunque
parecer casa o ser un potencial local lucrativo alquilable y multiusos no son delitos,
el edificio de la Caja, lejos de aportar a una lectura congruente de su entorno
y de servir de nexo entre la catedral preexistente y las previsibles
construcciones comerciales que en el futuro (como sucede ahora) se plantearían
alrededor, se satisface en una demostración poco seria, aislada y puramente visual
de volúmenes y materiales ‘novedosos’.
Esto tiene
su origen en la búsqueda a veces caprichosa de “modernidad”, que algunos creen
se consigue amontonando formas de manera supuestamente lúdica y forrándolas en
vidrio a partir de ideas preconcebidas que se crean desde las aulas
universitarias para cualquier tipología y cualquier contexto. Todo esto, amparado
bajo la sombra de la poco feliz y lasciva frase lecorbusiana en la que la
arquitectura es “el juego sabio de volúmenes bajo la luz”; un a priori que gangrena la relación entre el objeto y lo que le rodea.
Ese
daño no viene solo. Viene también heredado de la tergiversación adoctrinadora
del concepto y la metáfora, cuyo epicentro, aquí, es el legado limeño de la
escuela de Juvenal Baracco, sumado a varias revistas extranjeras de moda de
fines del siglo pasado. Esta mezcla, a través de su escala formativa en Trujillo, le pasa factura a la arquitectura chimbotana desde ya varios años, siendo
hoy parte del hilarante y universal lenguaje de pollerías y casas de ciudad que
creen estar frente a la playa.
El
segundo problema del edificio recae en su ceguera contextual/funcional. Al no
existir parámetros urbanos claros para esta zona, los proyectista del sitio se
entregan a su hasta ahora poco acertado libre albedrío.
En un
ademán contextualista, la Caja replica de manera imperceptible las graderías
del zócalo de la catedral, pero a continuación se sitúa al límite de la vía
pública dando la espalda abruptamente a su vecino (el —también nuevo— Banco de la
Nación) y a la catedral (y su retiro frontal) y con ello desprecia la fluidez
peatonal y funcional de los usuarios de los otros edificios.
Visualmente,
desde la Plaza, el banco y la catedral, la Caja es una barrera diagonal que,
anclada en la disposición complicada de su lote, mira con altivez hacia otro
lado. Si a esto se le incluye el grotesco muro colindante del edificio del
Poder Judicial —vecino trasero de la Caja— y
el edificio de la Municipalidad ubicado en la esquina contraria, que más parece
un multifamiliar pintado con los “colores del distrito”, se obtiene una
zona repleta de edificios sincronizados bajo una total improvisación y
esquizofrenia proyectual, incapaces de pensar la ciudad de manera integral o de
conformar un conjunto amigable para obtener un centro urbano que a futuro pueda
ser siquiera mínimamente valorable.
El
distrito que en algún momento fue un manifiesto vanguardista de planificación
urbana —y que, por ello mismo, nunca tuvo
Plaza sino Centro Cívico—, debido a una irrefrenable
ansiedad por querer ser una “ciudad normal”, se va armando de manera forzada,
por retazos y sin una visión íntegra que pueda tener en algún futuro algo que mostrar más allá de trivialidades como la
de “la plaza más grande del Perú” o —expresión
de la ciudad que la acoge— la de una
catedral que quiere aparentar lo que nunca pudo ser: algo de otros tiempos y de
otros lugares.
El edificio de la Caja del Santa, como otros, es expresión de lo que es hoy Nuevo Chimbote. Un distrito en el que su arquitectura y su planificación divagan, y en el que sus proyectistas no se detienen a pensar más allá del lote de turno.
El edificio de la Caja del Santa, como otros, es expresión de lo que es hoy Nuevo Chimbote. Un distrito en el que su arquitectura y su planificación divagan, y en el que sus proyectistas no se detienen a pensar más allá del lote de turno.
Catedral de Nuevo Chimbote - Banco de la Nación - Caja del Santa (Nuevo Chimbote, 2017) |
Avenida Argentina - Plaza Mayor de Nuevo Chimbote (2017) |
12 de noviembre de 2016
Efecto Goldenberry o dos maneras de responder a la crítica
Por Israel Romero Alamo
Una página de Facebook con más de 12 mil seguidores no puede ser tomada a la ligera. Más si su público objetivo está conformado por el reducido número de 25 mil bachilleres/arquitectos y poco más de 50 mil estudiantes de arquitectura. No vale tanto por quien la haya creado o esté detrás (cosa que ya parece no importar), sino por la gente que por cualquier motivo la sigue.
Grandes Éxitos de la Arquitectura Peruana realiza la segunda edición de sus premios Goldenberry
—mueca a los Golden Raspberry como parodia del Oscar, y en este caso como burla
de la Bienal del Colegio de Arquitectos— como un ejercicio virtual y de
pretendida democracia al permitir el "voto popular", y con cierta
rigurosidad al tener un jurado especializado (Cristina Dreifuss, Javier Vera y
Lucho Gris) que se compre el pleito de escoger "lo peor de la arquitectura
peruana".
En esta última
edición (2016), el primer premio se lo llevó Rodolfo Cortegana por su (rebuscado)
discurso para la Biblioteca de Ciencias, Ingeniería y Arquitectura de la PUCP.
El segundo fue para la casa Chullpas (Lima) de Luis Longhi. Y el tercero para
el Paseo Yortuque (Chiclayo) y el edificio de la UTEC (Lima).
Todo esto ha generado
más que sólo risas y comentarios fugaces. Por ejemplo, dos reacciones en las
que vale la pena detenerse.
Una de ellas es la de
Jorge Sánchez, miembro de Nómena. Los proyectos de espacio público de Nómena
fueron duramente cuestionados por Javier Vera y Lucho Gris. Esto ocasionó el
normal descargo de Sánchez a la crítica de Vera y este último efectuó la réplica respectiva. Ambos con justificaciones ciertamente coherentes. Para Sánchez, Vera
critica el proyecto sin mayor conocimiento. Vera argumenta que su crítica se
centra en el trasfondo de la obra de Nómena. Prometen en el futuro profundizar
el tema.
En definitiva, una conversación vía Facebook
con discrepancias y puntos de vista lejanos, pero capaces de entender la
situación. Tengo que saludar la apertura de ambos. En particular la de Jorge Sánchez. No es la primera vez que responde a las críticas de manera abierta.
Este hecho es
importante básicamente porque es algo que no suele darse. En general, el defender con
altura la crítica (o reconocer errores o excesos por parte de quien cuestiona)
es un acto de humildad extraño en los arquitectos (peruanos). Bajar al llano y
'ensuciarse' para defender aquello en lo que se cree es un hecho replicable.
Si para algo sirve la
crítica es para ello. Para que se aporte a la mejora por medio de la discusión.
La otra reacción ha sido la de Luis Longhi. Su reacción se ha mostrado en el bando opuesto. Ha
reaccionado como si la opinión del otro, cuando es cuestionadora, no tuviese
valía. Entre broma y broma Longhi expone su pavor e intolerancia a quien se
atreve a ponerle peros a su obra. Para él las críticas son producto de la
envidia; y lo peor de todo es que considera que dicha persona no está en
capacidad de opinar de la arquitectura (su arquitectura) porque no la 'hace' y
no está llena de la "dotación divina" de la que él se enorgullece.
Su postura es potencialmente
dañina. Encapsula al arquitecto en un mundo creativo
donde el centro son las ideas y la "intuición", y lo demás sólo dependencias
prescindibles. No es positivo. De repente sí el primer año de estudios, pero no es
pertinente su presencia rígida cuando aterrizar en la 'suciedad' del mundo real
está a la vuelta de la esquina. Y a eso apunta.
Expresiones de Longhi como "tu envidia es mi progreso" o "qué sabe el burro de alfajores" no afectan a los aludidos, sino que crean en muchos de los que
le siguen de manera casi fanática la idea errada del arquitecto como una
persona incuestionable y perfecta. Estos son algunos de los prejuicios y
perjuicios más grandes de los que adolece la arquitectura (en el Perú).
Pero no es
exclusividad de Longhi. Es lo que piensan muchos de sus contemporáneos ampliamente cuestionados. Sin embargo, ninguno ha reaccionado
para ofrecer algún tipo de descargo, como si responder a las críticas fuese
rebajarse, o como si el crítico se tratase de un profesional inferior o un
"perro chusco".
Ello posiblemente se
deba a que estos arquitectos han sido formados (entre los 80 y los 90) bajo la
concepción del arquitecto estrella. En la que la arquitectura era un objeto
aislado e inmancillable. Intocable, ni por el usuario ni por un foráneo que se
inmiscuye en su proceso creativo. Una postura reprochable e
improductiva que en la situación de nuestro país no tiene suelo fértil dónde
germinar.
En resumen, este tipo
de reacciones responden a una cuestión generacional. La generación a la que
pertenecen Javier Vera y Jorge Sánchez, y también Elizabeth Añaños —actual
Hexágono de Oro, quien ha respondido en más de una ocasión directamente a los
cuestionamientos—, está formada desde una aparente duda frente a "la
arquitectura". Esa duda junto a una época de decaimiento de cánones
permiten la discusión y la crítica constante, como algo natural.
Es evidentemente una
situación distinta a la de arquitectos presionados por ser personajes y su
arquitectura un objeto admirado. Para ellos parece sólo existir las referencias
aduladoras o las descripciones a vuelo de pájaro. Para ellos, la crítica, cuando
hace observaciones severas, es producto de un desorden universal que puede involucrar
incluso la integridad mental o profesional del cuestionador.
Si algo hay que reconocerle a estos ejercicios, todavía extraños entre nosotros, que nacen desde el anonimato y con cierta violencia, es precisamente la onda reactiva que generan. No todo lo que se publica en estos espacios es crítica. Hay mucha broma (lo que no está mal) o apreciaciones que parecen gratuitas o que parten del prejuicio; pero también hay otros aspectos para mirar con detenimiento, dos veces y más allá de lo obvio.
Si algo hay que reconocerle a estos ejercicios, todavía extraños entre nosotros, que nacen desde el anonimato y con cierta violencia, es precisamente la onda reactiva que generan. No todo lo que se publica en estos espacios es crítica. Hay mucha broma (lo que no está mal) o apreciaciones que parecen gratuitas o que parten del prejuicio; pero también hay otros aspectos para mirar con detenimiento, dos veces y más allá de lo obvio.
2do Premio, Aguaymanto de Plata: Casa Chullpas. Comentarios del Jurado. Imagen: Grandes Éxitos de la Arquitectura Peruana |